Quince meses después de asumir la presidencia, Bernardo Arévalo enfrenta un veredicto contundente, tanto de líderes de opinión, como del resto de guatemaltecos: ser una buena persona no basta para gobernar bien. El Diagnóstico de Percepciones, V edición, elaborado por Diestra, revela una administración atrapada en la parálisis, desgastada por la inacción y carente de la dirección estratégica que el país demanda. Arévalo no fue electo solo por su honestidad o su talante democrático; fue elegido para liderar, ejecutar y transformar un país agobiado por crisis históricas. En esto, el presidente ha fallado estrepitosamente.
La percepción es que Arévalo es un hombre ético, dialogante y respetuoso de la institucionalidad. Su gobierno destaca por cuadros técnicos, una política exterior sólida y esfuerzos en la lucha contra la corrupción. Sin embargo, estas virtudes se diluyen ante una realidad implacable: la incapacidad de traducir intenciones en resultados.
La lentitud en la ejecución, la ausencia de liderazgo claro y una ingenuidad que raya en lo infantil han sumido al país en una ingobernabilidad que frustra a la ciudadanía. Como señala el diagnóstico, “la ética sin acción no basta para gobernar”. Los líderes de opinión coinciden en que en este gobierno “no pasará nada”, dejando un legado de promesas incumplidas y una esperanza que se desvanece rápidamente.
El pesimismo sobre el rumbo del país es abrumador. Más del 75 % de los entrevistados considera que Guatemala no avanza en la dirección correcta, un deterioro notable desde los diagnósticos anteriores; las opiniones reflejan una ciudadanía que ya no espera sorpresas de esta administración. Las crisis recientes han expuesto a un gobierno inexperto, sin peso político y con una comunicación errática, que agrava los problemas en lugar de resolverlos. Guatemala no puede permitirse un liderazgo que escucha y promete, pero no cumple.
Este desencanto tiene implicaciones profundas para el futuro político del país. El diagnóstico también analiza a los posibles candidatos para las elecciones de 2027, y un dato alarmante emerge: los tres perfiles más populares son, paradójicamente, los que peor reputación tienen. Su popularidad, impulsada por discursos sin sustento, no se traduce en confianza sobre su integridad. Esos “precandidatos”, con mensajes populistas que resuenan en un electorado cansado de la ineficacia, capitalizan el vacío de liderazgo actual.
El gobierno de Arévalo es un recordatorio doloroso de que las virtudes personales, por admirables que sean, no construyen gobernabilidad. Los guatemaltecos merecen un liderazgo que combine integridad con competencia; visión con ejecución. Mientras el país mira hacia 2027, la lección es clara: no basta con ser una buena persona. Además de una vida honradez, capacidad e idoneidad, gobernar exige liderazgo, acción y resultados.
Quince meses después de asumir la presidencia, Bernardo Arévalo enfrenta un veredicto contundente, tanto de líderes de opinión, como del resto de guatemaltecos: ser una buena persona no basta para gobernar bien. El Diagnóstico de Percepciones, V edición, elaborado por Diestra, revela una administración atrapada en la parálisis, desgastada por la inacción y carente de la dirección estratégica que el país demanda. Arévalo no fue electo solo por su honestidad o su talante democrático; fue elegido para liderar, ejecutar y transformar un país agobiado por crisis históricas. En esto, el presidente ha fallado estrepitosamente.
La percepción es que Arévalo es un hombre ético, dialogante y respetuoso de la institucionalidad. Su gobierno destaca por cuadros técnicos, una política exterior sólida y esfuerzos en la lucha contra la corrupción. Sin embargo, estas virtudes se diluyen ante una realidad implacable: la incapacidad de traducir intenciones en resultados.
La lentitud en la ejecución, la ausencia de liderazgo claro y una ingenuidad que raya en lo infantil han sumido al país en una ingobernabilidad que frustra a la ciudadanía. Como señala el diagnóstico, “la ética sin acción no basta para gobernar”. Los líderes de opinión coinciden en que en este gobierno “no pasará nada”, dejando un legado de promesas incumplidas y una esperanza que se desvanece rápidamente.
El pesimismo sobre el rumbo del país es abrumador. Más del 75 % de los entrevistados considera que Guatemala no avanza en la dirección correcta, un deterioro notable desde los diagnósticos anteriores; las opiniones reflejan una ciudadanía que ya no espera sorpresas de esta administración. Las crisis recientes han expuesto a un gobierno inexperto, sin peso político y con una comunicación errática, que agrava los problemas en lugar de resolverlos. Guatemala no puede permitirse un liderazgo que escucha y promete, pero no cumple.
Este desencanto tiene implicaciones profundas para el futuro político del país. El diagnóstico también analiza a los posibles candidatos para las elecciones de 2027, y un dato alarmante emerge: los tres perfiles más populares son, paradójicamente, los que peor reputación tienen. Su popularidad, impulsada por discursos sin sustento, no se traduce en confianza sobre su integridad. Esos “precandidatos”, con mensajes populistas que resuenan en un electorado cansado de la ineficacia, capitalizan el vacío de liderazgo actual.
El gobierno de Arévalo es un recordatorio doloroso de que las virtudes personales, por admirables que sean, no construyen gobernabilidad. Los guatemaltecos merecen un liderazgo que combine integridad con competencia; visión con ejecución. Mientras el país mira hacia 2027, la lección es clara: no basta con ser una buena persona. Además de una vida honradez, capacidad e idoneidad, gobernar exige liderazgo, acción y resultados.