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El juicio invisible: la ciencia que condena al traficante

.
Glenda Sanchez
28 de septiembre, 2025

El turquesa de un reactivo puede decidir el futuro de un caso. Esa escena, repetida en la televisión con Alerta Aeropuerto, cobra vida en un laboratorio oculto en la zona 6 de la capital. Allí, entre tubos de ensayo y microscopios, cada polvo y cada hierba revelan su verdadera identidad. En ese recinto, la droga deja de ser objeto y se convierte en sospechosa.

El programa coincidió con un episodio que levantó sospechas. En marzo de 2023, bajo la administración de Napoleón Barrientos Girón, ministro de Gobernación, se anunció la histórica incautación de posible fentanilo. El hallazgo agitó titulares y discursos. Sin embargo, meses después, el Instituto Nacional de Ciencias Forenses (INACIF) confirmó un falso negativo.

La pregunta quedó abierta: ¿qué ocurre con cada incautación? ¿Dónde se abre la bolsa, dónde se mide el polvo, dónde se pinta de violeta el reactivo? La respuesta llegó hasta la 16 avenida de la zona 6, en las instalaciones de la antigua Academia de la Policía Nacional Civil. Allí funciona el Laboratorio de Sustancias Controladas del INACIF, un lugar discreto pero decisivo.

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La cita estaba fijada a las ocho de la mañana. El frío todavía cubría el complejo. Un policía custodiaba la entrada del laboratorio, cuyas puertas aún permanecían cerradas. Minutos después empezaron a llegar, uno a uno, los técnicos, peritos y personal administrativo. Así arrancó la jornada ese día.

Ruth García, jefa de los Laboratorios de Criminalística del INACIF, durante el proceso de verificación de sustancias (Foto: Glenda Sánchez).

Pasados cinco minutos, el mismo agente empezó a sacar una mesa y varias sillas frente a las oficinas del laboratorio. Las colocó justo debajo del techo de lámina, frente a la sede. Fue entonces cuando lanzó la pregunta que tensó el aire: —¿Sabe si vendrá el juez para sacar todo el equipo?. 

La duda apenas alcanzó a instalarse cuando apareció Ruth García, jefa de los Laboratorios de Criminalística. Sonriente y ligera en su andar, saludó con un “buenos días” y se excusó por la demora. Fue la señal de que el recorrido estaba por comenzar. Ella confirmó la llegada del juez. El agente agilizó la instalación del equipo, para dar vida a una sala judicial improvisada bajo el techado de lámina.

En simultáneo, García explicó las indicaciones a la periodista presente. Antes, los protocolos: anotar datos personales, recibir guantes, mascarilla y bata. En el patio ya se reunían fiscales del MP, policías, jueces y defensores públicos. Todo estaba listo para la audiencia.

El juez inició con la verificación de las partes. El fiscal presentó la evidencia: un sobre sellado con distintivo del MP y cinta amarilla. Dentro había ocho recipientes con polvo blanco —colmillos, como se conocen en la jerga— y cuatro bolsas con marihuana. El juez ordenó que todos observaran de cerca.

—Es fundamental que todos vean la evidencia en su estado original —señaló el juez con tono solemne, mientras inspeccionaba los recipientes en la mesa.

Un pasillo angosto conducía hacia el laboratorio. Un escritorio mal acomodado estrechaba aún más el camino. Antes de ingresar, verificaron que todos lleváramos el equipo de protección.

 

Equipo utilizado en el proceso de verificación de evidencias en el laboratorio del INACIF. (Foto: Glenda Sánchez).

Dentro, la escena parecía salida de una novela policial: microscopios sobre mesas rectangulares, frascos de vidrio oscuro, pipetas de cristal y un rótulo que advertía “Desechos químicos”. En la esquina, un técnico con bata blanca y guantes azules se preparaba para iniciar. 

—Vamos a empezar con la marihuana. Aquí lo primero es observar las características botánicas —explicó mientras acomodaba la muestra bajo el microscopio. 

El corazón del análisis: donde la evidencia habla

En la pantalla aparecieron las características principales de la planta: línea y punto, como una huella dactilar. La observación bastaba para reconocerla, pero el procedimiento exigía más.

El técnico dividió la muestra en pequeños contenedores y aplicó reactivos químicos. Sobre la placa, el verde se transformó en púrpura. El color encendió la confirmación: cannabinoides.

—Si el color se transfiere al solvente, ya no hay duda: es marihuana —explicó mientras agitaba suavemente el tubo de ensayo.

Después siguió la cocaína. Tubos de ensayo, espectrofotometría ultravioleta, cromatografía de gases. Cada aparato tenía su propio lenguaje para traducir un polvo blanco en certeza judicial.

—Los reactivos para cocaína no son los mismos que para marihuana. Aquí cada sustancia tiene su propio lenguaje químico —aclaró el técnico sin apartar la mirada del microscopio.

La droga, como acusada, enfrentaba el escrutinio de la ciencia. Cada prueba era un interrogatorio químico. Cada color, una respuesta.

Los resultados no se quedan en el laboratorio. Se convierten en informes oficiales, anticipos de prueba que los jueces aceptan en tribunales, según la Ley de Narcoactividad.

Equipo utilizado en el proceso de verificación de evidencias en el laboratorio del INACIF. (Foto: Glenda Sánchez).

—El dictamen que sale de aquí puede definir una sentencia —comentó un fiscal mientras tomaba nota.

Entre enero y diciembre de 2024, el INACIF recibió 1,497 solicitudes de análisis. De ellas, 1,293 terminaron en dictamen, con una eficiencia del 92 por ciento. La mayoría fueron marihuana y cocaína.

En una sala contigua, una máquina almacena una base de datos de sustancias. —Es como una huella digital. El sistema compara y nos dice a qué se parece lo que estamos analizando —explicó un perito mientras mostraba la pantalla. 

Tras tres horas de recorrido, el juez aún continuaba con las peticiones. Mientras tanto, los técnicos del INACIF elaboraban los informes de las muestras de cocaína y marihuana. Las batas blancas regresaron a los percheros. Los guantes azules terminaron en el contenedor de desechos químicos.

Al salir del laboratorio, comprendí que lo que en televisión aparece como una frase repetida y un color en un tubo, aquí se traduce en verdad judicial.

—Lo que hacemos no es espectáculo, es ciencia para la justicia —me dijo uno de los técnicos antes de cerrar la puerta.

Cada incautación pasa por un laboratorio donde microscopios y reactivos transforman los polvos y plantas en evidencia confiable. Lo que antes era sospecha se convierte en datos precisos que respaldan las decisiones judiciales, mostrando cómo la ciencia sostiene el trabajo de la justicia.

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Glenda Sanchez
28 de septiembre, 2025

El turquesa de un reactivo puede decidir el futuro de un caso. Esa escena, repetida en la televisión con Alerta Aeropuerto, cobra vida en un laboratorio oculto en la zona 6 de la capital. Allí, entre tubos de ensayo y microscopios, cada polvo y cada hierba revelan su verdadera identidad. En ese recinto, la droga deja de ser objeto y se convierte en sospechosa.

El programa coincidió con un episodio que levantó sospechas. En marzo de 2023, bajo la administración de Napoleón Barrientos Girón, ministro de Gobernación, se anunció la histórica incautación de posible fentanilo. El hallazgo agitó titulares y discursos. Sin embargo, meses después, el Instituto Nacional de Ciencias Forenses (INACIF) confirmó un falso negativo.

La pregunta quedó abierta: ¿qué ocurre con cada incautación? ¿Dónde se abre la bolsa, dónde se mide el polvo, dónde se pinta de violeta el reactivo? La respuesta llegó hasta la 16 avenida de la zona 6, en las instalaciones de la antigua Academia de la Policía Nacional Civil. Allí funciona el Laboratorio de Sustancias Controladas del INACIF, un lugar discreto pero decisivo.

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La cita estaba fijada a las ocho de la mañana. El frío todavía cubría el complejo. Un policía custodiaba la entrada del laboratorio, cuyas puertas aún permanecían cerradas. Minutos después empezaron a llegar, uno a uno, los técnicos, peritos y personal administrativo. Así arrancó la jornada ese día.

Ruth García, jefa de los Laboratorios de Criminalística del INACIF, durante el proceso de verificación de sustancias (Foto: Glenda Sánchez).

Pasados cinco minutos, el mismo agente empezó a sacar una mesa y varias sillas frente a las oficinas del laboratorio. Las colocó justo debajo del techo de lámina, frente a la sede. Fue entonces cuando lanzó la pregunta que tensó el aire: —¿Sabe si vendrá el juez para sacar todo el equipo?. 

La duda apenas alcanzó a instalarse cuando apareció Ruth García, jefa de los Laboratorios de Criminalística. Sonriente y ligera en su andar, saludó con un “buenos días” y se excusó por la demora. Fue la señal de que el recorrido estaba por comenzar. Ella confirmó la llegada del juez. El agente agilizó la instalación del equipo, para dar vida a una sala judicial improvisada bajo el techado de lámina.

En simultáneo, García explicó las indicaciones a la periodista presente. Antes, los protocolos: anotar datos personales, recibir guantes, mascarilla y bata. En el patio ya se reunían fiscales del MP, policías, jueces y defensores públicos. Todo estaba listo para la audiencia.

El juez inició con la verificación de las partes. El fiscal presentó la evidencia: un sobre sellado con distintivo del MP y cinta amarilla. Dentro había ocho recipientes con polvo blanco —colmillos, como se conocen en la jerga— y cuatro bolsas con marihuana. El juez ordenó que todos observaran de cerca.

—Es fundamental que todos vean la evidencia en su estado original —señaló el juez con tono solemne, mientras inspeccionaba los recipientes en la mesa.

Un pasillo angosto conducía hacia el laboratorio. Un escritorio mal acomodado estrechaba aún más el camino. Antes de ingresar, verificaron que todos lleváramos el equipo de protección.

 

Equipo utilizado en el proceso de verificación de evidencias en el laboratorio del INACIF. (Foto: Glenda Sánchez).

Dentro, la escena parecía salida de una novela policial: microscopios sobre mesas rectangulares, frascos de vidrio oscuro, pipetas de cristal y un rótulo que advertía “Desechos químicos”. En la esquina, un técnico con bata blanca y guantes azules se preparaba para iniciar. 

—Vamos a empezar con la marihuana. Aquí lo primero es observar las características botánicas —explicó mientras acomodaba la muestra bajo el microscopio. 

El corazón del análisis: donde la evidencia habla

En la pantalla aparecieron las características principales de la planta: línea y punto, como una huella dactilar. La observación bastaba para reconocerla, pero el procedimiento exigía más.

El técnico dividió la muestra en pequeños contenedores y aplicó reactivos químicos. Sobre la placa, el verde se transformó en púrpura. El color encendió la confirmación: cannabinoides.

—Si el color se transfiere al solvente, ya no hay duda: es marihuana —explicó mientras agitaba suavemente el tubo de ensayo.

Después siguió la cocaína. Tubos de ensayo, espectrofotometría ultravioleta, cromatografía de gases. Cada aparato tenía su propio lenguaje para traducir un polvo blanco en certeza judicial.

—Los reactivos para cocaína no son los mismos que para marihuana. Aquí cada sustancia tiene su propio lenguaje químico —aclaró el técnico sin apartar la mirada del microscopio.

La droga, como acusada, enfrentaba el escrutinio de la ciencia. Cada prueba era un interrogatorio químico. Cada color, una respuesta.

Los resultados no se quedan en el laboratorio. Se convierten en informes oficiales, anticipos de prueba que los jueces aceptan en tribunales, según la Ley de Narcoactividad.

Equipo utilizado en el proceso de verificación de evidencias en el laboratorio del INACIF. (Foto: Glenda Sánchez).

—El dictamen que sale de aquí puede definir una sentencia —comentó un fiscal mientras tomaba nota.

Entre enero y diciembre de 2024, el INACIF recibió 1,497 solicitudes de análisis. De ellas, 1,293 terminaron en dictamen, con una eficiencia del 92 por ciento. La mayoría fueron marihuana y cocaína.

En una sala contigua, una máquina almacena una base de datos de sustancias. —Es como una huella digital. El sistema compara y nos dice a qué se parece lo que estamos analizando —explicó un perito mientras mostraba la pantalla. 

Tras tres horas de recorrido, el juez aún continuaba con las peticiones. Mientras tanto, los técnicos del INACIF elaboraban los informes de las muestras de cocaína y marihuana. Las batas blancas regresaron a los percheros. Los guantes azules terminaron en el contenedor de desechos químicos.

Al salir del laboratorio, comprendí que lo que en televisión aparece como una frase repetida y un color en un tubo, aquí se traduce en verdad judicial.

—Lo que hacemos no es espectáculo, es ciencia para la justicia —me dijo uno de los técnicos antes de cerrar la puerta.

Cada incautación pasa por un laboratorio donde microscopios y reactivos transforman los polvos y plantas en evidencia confiable. Lo que antes era sospecha se convierte en datos precisos que respaldan las decisiones judiciales, mostrando cómo la ciencia sostiene el trabajo de la justicia.

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