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El asedio contra la identidad cultural de Guatemala y su sector productivo

.
Redacción República
15 de mayo, 2025

Guatemala ha enfrentado —y enfrenta aún— un asedio encubierto que amenaza tanto su economía como su identidad cultural, perpetrado bajo el disfraz de la ayuda extranjera y la defensa del medioambiente. Documentos recientes revelan cómo entidades internacionales, lejos de promover el desarrollo, han socavado al sector productivo guatemalteco, particularmente a la industria palmicultora, mientras intentan imponer agendas que chocan con los valores tradicionales del país. 

El sector palmero, vital para la economía de regiones como Petén y Alta Verapaz, ha sido blanco de ataques sistemáticos. Informes como el de la Iniciativa Cristiana Romero acusan a industrias de contaminación, acaparamiento de tierras y violaciones laborales, pero carecen de pruebas sólidas y omiten el contexto de un país que lucha por generar empleo y estabilidad. Estas empresas, que proveen miles de empleos directos e indirectos, enfrentan señalamientos especialmente diseñados para deslegitimarlas, perpetuando la pobreza de cientos de trabajadores al desincentivar la inversión y el crecimiento económico. 

Las acusaciones de impacto ambiental a menudo ignoran que estas compañías operan bajo regulaciones nacionales, pero, sobre todo, cuentan con estrictas certificaciones internacionales que respaldan su ético funcionamiento; además los problemas señalados, como la contaminación de ríos, son multifactoriales y no atribuibles a su operación. 

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De forma paralela —pero sin duda, coordinadamente— la ayuda extranjera de la finada USAID y el Departamento de Estado, que han canalizado cientos de millones en proyectos de “gobernanza” que, en realidad, buscan moldear el sistema político guatemalteco para alinearlo con intereses externos, ajenos a la idiosincrasia y valores profundamente arraigados. Entre 2008 y 2024, más de USD 290M se destinaron a iniciativas que, bajo el pretexto de fortalecer la democracia y la justicia, han financiado medios de comunicación “independientes” y organizaciones —precisamente los que difunden, cuál caja de resonancia los ataques a la industria palmera— que promueven agendas ideológicas contrarias a la cultura guatemalteca. Esta captura mediática-activista respaldada por fundaciones como Open Society y Ford —entre otras—, ha polarizado a la sociedad y alimentado el lawfare, persiguiendo a quienes se oponen a estas injerencias.

El resultado es un ecosistema diseñado para debilitar a Guatemala: por un lado, se ataca a sectores productivos clave, condenando a las comunidades a la precariedad; por el otro, se intenta erosionar su esencia cultural mediante proyectos que no responden a las necesidades reales de la población. No es casualidad que personajes y organizaciones se turnen y roten en una narrativa por demás falsa y tendenciosa. 

Es hora de que Guatemala defienda su soberanía, exija transparencia en la ayuda extranjera y priorice el desarrollo económico y cultural que beneficie a todos sus ciudadanos, no a agendas foráneas. Solo así podrá resistir este asedio y construir un futuro propio. 

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El asedio contra la identidad cultural de Guatemala y su sector productivo

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Redacción República
15 de mayo, 2025

Guatemala ha enfrentado —y enfrenta aún— un asedio encubierto que amenaza tanto su economía como su identidad cultural, perpetrado bajo el disfraz de la ayuda extranjera y la defensa del medioambiente. Documentos recientes revelan cómo entidades internacionales, lejos de promover el desarrollo, han socavado al sector productivo guatemalteco, particularmente a la industria palmicultora, mientras intentan imponer agendas que chocan con los valores tradicionales del país. 

El sector palmero, vital para la economía de regiones como Petén y Alta Verapaz, ha sido blanco de ataques sistemáticos. Informes como el de la Iniciativa Cristiana Romero acusan a industrias de contaminación, acaparamiento de tierras y violaciones laborales, pero carecen de pruebas sólidas y omiten el contexto de un país que lucha por generar empleo y estabilidad. Estas empresas, que proveen miles de empleos directos e indirectos, enfrentan señalamientos especialmente diseñados para deslegitimarlas, perpetuando la pobreza de cientos de trabajadores al desincentivar la inversión y el crecimiento económico. 

Las acusaciones de impacto ambiental a menudo ignoran que estas compañías operan bajo regulaciones nacionales, pero, sobre todo, cuentan con estrictas certificaciones internacionales que respaldan su ético funcionamiento; además los problemas señalados, como la contaminación de ríos, son multifactoriales y no atribuibles a su operación. 

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El resultado es un ecosistema diseñado para debilitar a Guatemala: por un lado, se ataca a sectores productivos clave, condenando a las comunidades a la precariedad; por el otro, se intenta erosionar su esencia cultural mediante proyectos que no responden a las necesidades reales de la población. No es casualidad que personajes y organizaciones se turnen y roten en una narrativa por demás falsa y tendenciosa. 

Es hora de que Guatemala defienda su soberanía, exija transparencia en la ayuda extranjera y priorice el desarrollo económico y cultural que beneficie a todos sus ciudadanos, no a agendas foráneas. Solo así podrá resistir este asedio y construir un futuro propio. 

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