Los diputados son representantes del pueblo, pero en su “afán” de fiscalizar, a menudo, cruzan la línea: lo que debería de ser un ejercicio serio de rendición de cuentas, termina siendo un show político.
El último episodio se registró durante una citación entre diputados de la bancada Cabal y el ministro de Comunicaciones, Miguel Ángel Díaz. En plena reunión, el jefe de la agrupación, Luis Aguirre, decidió ilustrar su inconformidad con la red vial con una dramatización que por poco se salió de control: tomó una llanta y la lanzó a la mesa. Aunque no parecía querer herir al funcionario, el ambiente se tensó más de lo necesario.
Aguirre se disculpó, pero el show ya estaba montado. El presidente Bernardo Arévalo tomó nota y giró instrucciones claras: cualquier funcionario que sea objeto de agresiones físicas o verbales debe retirarse de inmediato de la citación.
Las redes sociales también juegan un papel clave en esta dinámica: amplifican cada escena, cada grito, cada gesto exagerado. Los diputados lo saben y lo aprovechan. Las citaciones se han convertido en su pasarela política, donde cada actuación puede traducirse en bochorno, likes, aplausos y, por supuesto, votos cada cuatro años.
Una subametralladora en el hemiciclo
Las subidas de tono y los exabruptos de los congresistas en el hemiciclo no son propios de las últimas legislaturas. Basta recordar la vez que el entonces diputado Pablo Duarte, ahora asesor de la bancada Unionista, ingresó al recinto armas para, según él, dar una clase “didáctica” sobre un proyecto de ley, según justificó hace unos años cuando brindó declaraciones a un medio de comunicación.
Según él, era una clase didáctica. Años después, algunos intentaron repetir la hazaña, pero con pistolas de juguete. El resultado fue: muchas risas, pero cero avances legislativos.
No obstante, la mayoría de los legisladores han encontrado en las citaciones su escenario favorito: ahí pueden brillar y hasta improvisar. Todo para aprovechar el foco mediático que ofrecen esos encuentros. Roxana Baldetti lo entendió a la perfección: durante su paso por el Congreso, se aseguró de no pasar desapercibida.
Antes de que los casos de corrupción la sacaran del juego político y la obligaran a renunciar a la vicepresidencia (2012-2015), Baldetti dominaba el arte del show legislativo.
En una de sus citaciones más memorables, llenó el Salón del Pueblo de cruces para interrogar al entonces ministro de Gobernación, Carlos Menocal, sobre la inseguridad. El Ministro se convirtió en uno de los funcionarios más citados del Congreso. Pasó 13 de los 24 meses de gestión interpelado y asistía a citaciones casi tres veces por semana. Para algunos analistas, los diputados casi siempre pierden la dimensión de la fiscalización y caen en el abuso, ya que recurren a los insultos y hasta las descalificaciones.
¿Quién fiscaliza a los fiscalizadores?
Los diputados tienen la ventaja: pueden gritar, acusar y dramatizar sin ninguna sanción. La Ley Orgánica del Congreso, en el artículo 67, apenas establece un tirón de orejas en caso de que se abra y concluya una investigación en su contra. ¿Sanciones? Solo se recuerdan dos: una amonestación pública a Juan Manuel Giordano por presionar a un gobernador, y un llamado de atención, “en privado”, a Javier Hernández, por llegar ebrio al hemiciclo.
Todo indica que, mientras las cámaras sigan encendidas y los aplausos digitales lleguen, los diputados seguirán haciendo circo. En este país, el drama político vende más que el trabajo legislativo.
Los diputados son representantes del pueblo, pero en su “afán” de fiscalizar, a menudo, cruzan la línea: lo que debería de ser un ejercicio serio de rendición de cuentas, termina siendo un show político.
El último episodio se registró durante una citación entre diputados de la bancada Cabal y el ministro de Comunicaciones, Miguel Ángel Díaz. En plena reunión, el jefe de la agrupación, Luis Aguirre, decidió ilustrar su inconformidad con la red vial con una dramatización que por poco se salió de control: tomó una llanta y la lanzó a la mesa. Aunque no parecía querer herir al funcionario, el ambiente se tensó más de lo necesario.
Aguirre se disculpó, pero el show ya estaba montado. El presidente Bernardo Arévalo tomó nota y giró instrucciones claras: cualquier funcionario que sea objeto de agresiones físicas o verbales debe retirarse de inmediato de la citación.
Las redes sociales también juegan un papel clave en esta dinámica: amplifican cada escena, cada grito, cada gesto exagerado. Los diputados lo saben y lo aprovechan. Las citaciones se han convertido en su pasarela política, donde cada actuación puede traducirse en bochorno, likes, aplausos y, por supuesto, votos cada cuatro años.
Una subametralladora en el hemiciclo
Las subidas de tono y los exabruptos de los congresistas en el hemiciclo no son propios de las últimas legislaturas. Basta recordar la vez que el entonces diputado Pablo Duarte, ahora asesor de la bancada Unionista, ingresó al recinto armas para, según él, dar una clase “didáctica” sobre un proyecto de ley, según justificó hace unos años cuando brindó declaraciones a un medio de comunicación.
Según él, era una clase didáctica. Años después, algunos intentaron repetir la hazaña, pero con pistolas de juguete. El resultado fue: muchas risas, pero cero avances legislativos.
No obstante, la mayoría de los legisladores han encontrado en las citaciones su escenario favorito: ahí pueden brillar y hasta improvisar. Todo para aprovechar el foco mediático que ofrecen esos encuentros. Roxana Baldetti lo entendió a la perfección: durante su paso por el Congreso, se aseguró de no pasar desapercibida.
Antes de que los casos de corrupción la sacaran del juego político y la obligaran a renunciar a la vicepresidencia (2012-2015), Baldetti dominaba el arte del show legislativo.
En una de sus citaciones más memorables, llenó el Salón del Pueblo de cruces para interrogar al entonces ministro de Gobernación, Carlos Menocal, sobre la inseguridad. El Ministro se convirtió en uno de los funcionarios más citados del Congreso. Pasó 13 de los 24 meses de gestión interpelado y asistía a citaciones casi tres veces por semana. Para algunos analistas, los diputados casi siempre pierden la dimensión de la fiscalización y caen en el abuso, ya que recurren a los insultos y hasta las descalificaciones.
¿Quién fiscaliza a los fiscalizadores?
Los diputados tienen la ventaja: pueden gritar, acusar y dramatizar sin ninguna sanción. La Ley Orgánica del Congreso, en el artículo 67, apenas establece un tirón de orejas en caso de que se abra y concluya una investigación en su contra. ¿Sanciones? Solo se recuerdan dos: una amonestación pública a Juan Manuel Giordano por presionar a un gobernador, y un llamado de atención, “en privado”, a Javier Hernández, por llegar ebrio al hemiciclo.
Todo indica que, mientras las cámaras sigan encendidas y los aplausos digitales lleguen, los diputados seguirán haciendo circo. En este país, el drama político vende más que el trabajo legislativo.