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Desestabilización electoral: la lucha por la victoria

.
Reynaldo Rodríguez
12 de diciembre, 2025

Las elecciones en Honduras avanzan entre márgenes estrechos, desconfianza acumulada y un Consejo Nacional Electoral (CNE) sometido a presión constante. Lo que debería ser un cierre técnico se ha transformado en una disputa narrativa donde cada actor intenta definir qué significa “ganar” antes de que concluya el conteo oficial.  

  • En un clima donde la legitimidad depende más de percepciones que de procedimientos, el proceso electoral se vuelve terreno fértil para estrategias de desgaste político. 

En perspectiva. La contienda hondureña llega marcada por una tensión entre institucionalidad frágil y una ciudadanía que exige resultados ante un claro voto de castigo.  

  • La deslegitimación constante del CNE y, en particular, del sistema de transmisión (TREP), erosionó desde temprano la confianza pública y preparó el terreno para que cualquier resultado pudiera ser puesto en duda.  
  • En ese tablero, Marlon Ochoa. No hacía falta probar un fraude ex ante o ex post; bastaba con presionar sobre el ángulo más vulnerable del proceso —el TREP y la confianza en el CNE— para deslegitimar el resultado completo. 
  • Incluso los intentos de estabilización de las otras dos consejeras —operando bajo presión política, hostigamiento y un clima de sospecha— quedaron atrapados dentro de una táctica mayor: no se buscaba dañarlas directamente, sino generar el caos suficiente para desprestigiar el proceso electoral. 

Cómo funciona. La dinámica electoral hondureña se expresa en tensiones estructurales del propio sistema político. 

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  • La inestabilidad de una sola vuelta con mayoría simple convierte cualquier margen estrecho en una vulnerabilidad: no existe un mecanismo institucional de desempate político y la legitimidad del ganador depende casi por completo de la confianza en el conteo. 
  • Tanto el PLH como el PNH se asumen ganadores: los liberales proyectan que las impugnaciones pueden revertir su déficit, mientras que los nacionalistas están preparados para defender sus propios recursos de nulidad; ninguno quiere deslegitimar la elección porque ambos ven un camino plausible a la victoria. 

Entre líneas. Bajo la superficie electoral se preparan estrategias de desgaste y pulso político que intentan o solidificar la legitimidad electoral y ganar un escrutinio especial o anular las elecciones. 

  • La injerencia estadounidense ha tenido efectos ambivalentes: por un lado, impulsó la consolidación y legitimación de una probable victoria de Asfura. Por el otro, terminó empujando a Nasralla a ser narrativamente asociado con Libre, aprovechando su historial de saltos tácticos de creación fallida de estructuras de votos hacia uso de partidos políticos como vehículos electorales, ubicándolo como un actor políticamente maleable. 
  • El PNH confía en la solidez del proceso y el PLH en su capacidad de impugnación, por lo que ambos están preparados para resistir un período prolongado de contienda en un escrutinio especial de actas. Mientras tanto, las estructuras de Libre operan con desorden: figuras que aceptaron la derrota tempranamente, pugnas internas para evitar daños retroactivos por escándalos de corrupción y ausencia de una línea disciplinada. Este vacío contrasta con el movimiento más calculado de Mel Zelaya. 
  • Mel Zelaya consolida su fuerza interna mientras ofrece apoyo superficial a Nasralla: busca atarlo a la imagen de un candidato sostenido por Libre para erosionar la narrativa de respaldo estadounidense y posicionarlo como un izquierdista funcional. La estrategia es clara: permitir que Nacional y Liberal se desgasten litigando sus caminos a la ventaja, mientras Libre se reorganiza y prepara el terreno conceptual y político para una eventualmente anulación electoral. 

En conclusión. La batalla por las narrativas sobre la realidad es lo indispensable para estas elecciones: ya no importa lo que realmente ocurrió, sino qué versión logra imponerse. Honduras habita en ese terreno peligroso de lucha política.  

  • La validez técnica de la elección queda relegada frente a la disputa por el relato: PNH y PLH buscan consolidar una victoria erosionando selectivamente la confianza en el proceso, pero no su legitimidad integral. Esa pugna abre la grieta que Libre necesita para instalar su propia narrativa: que las elecciones, sin importar el conteo, deben considerarse nulas.  
  • El pulso ya no gira en torno a votos, sino a narrativas; en esa transición, Honduras se enfrentará a una  elección que será decidida por capacidad partidaria de desgaste, acuerdos para respetar los resultados de unas elecciones deslegitimadas y la capacidad de consolidar judicialmente la validez electoral.  
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Desestabilización electoral: la lucha por la victoria

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Reynaldo Rodríguez
12 de diciembre, 2025

Las elecciones en Honduras avanzan entre márgenes estrechos, desconfianza acumulada y un Consejo Nacional Electoral (CNE) sometido a presión constante. Lo que debería ser un cierre técnico se ha transformado en una disputa narrativa donde cada actor intenta definir qué significa “ganar” antes de que concluya el conteo oficial.  

  • En un clima donde la legitimidad depende más de percepciones que de procedimientos, el proceso electoral se vuelve terreno fértil para estrategias de desgaste político. 

En perspectiva. La contienda hondureña llega marcada por una tensión entre institucionalidad frágil y una ciudadanía que exige resultados ante un claro voto de castigo.  

  • La deslegitimación constante del CNE y, en particular, del sistema de transmisión (TREP), erosionó desde temprano la confianza pública y preparó el terreno para que cualquier resultado pudiera ser puesto en duda.  
  • En ese tablero, Marlon Ochoa. No hacía falta probar un fraude ex ante o ex post; bastaba con presionar sobre el ángulo más vulnerable del proceso —el TREP y la confianza en el CNE— para deslegitimar el resultado completo. 
  • Incluso los intentos de estabilización de las otras dos consejeras —operando bajo presión política, hostigamiento y un clima de sospecha— quedaron atrapados dentro de una táctica mayor: no se buscaba dañarlas directamente, sino generar el caos suficiente para desprestigiar el proceso electoral. 

Cómo funciona. La dinámica electoral hondureña se expresa en tensiones estructurales del propio sistema político. 

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  • La inestabilidad de una sola vuelta con mayoría simple convierte cualquier margen estrecho en una vulnerabilidad: no existe un mecanismo institucional de desempate político y la legitimidad del ganador depende casi por completo de la confianza en el conteo. 
  • Tanto el PLH como el PNH se asumen ganadores: los liberales proyectan que las impugnaciones pueden revertir su déficit, mientras que los nacionalistas están preparados para defender sus propios recursos de nulidad; ninguno quiere deslegitimar la elección porque ambos ven un camino plausible a la victoria. 

Entre líneas. Bajo la superficie electoral se preparan estrategias de desgaste y pulso político que intentan o solidificar la legitimidad electoral y ganar un escrutinio especial o anular las elecciones. 

  • La injerencia estadounidense ha tenido efectos ambivalentes: por un lado, impulsó la consolidación y legitimación de una probable victoria de Asfura. Por el otro, terminó empujando a Nasralla a ser narrativamente asociado con Libre, aprovechando su historial de saltos tácticos de creación fallida de estructuras de votos hacia uso de partidos políticos como vehículos electorales, ubicándolo como un actor políticamente maleable. 
  • El PNH confía en la solidez del proceso y el PLH en su capacidad de impugnación, por lo que ambos están preparados para resistir un período prolongado de contienda en un escrutinio especial de actas. Mientras tanto, las estructuras de Libre operan con desorden: figuras que aceptaron la derrota tempranamente, pugnas internas para evitar daños retroactivos por escándalos de corrupción y ausencia de una línea disciplinada. Este vacío contrasta con el movimiento más calculado de Mel Zelaya. 
  • Mel Zelaya consolida su fuerza interna mientras ofrece apoyo superficial a Nasralla: busca atarlo a la imagen de un candidato sostenido por Libre para erosionar la narrativa de respaldo estadounidense y posicionarlo como un izquierdista funcional. La estrategia es clara: permitir que Nacional y Liberal se desgasten litigando sus caminos a la ventaja, mientras Libre se reorganiza y prepara el terreno conceptual y político para una eventualmente anulación electoral. 

En conclusión. La batalla por las narrativas sobre la realidad es lo indispensable para estas elecciones: ya no importa lo que realmente ocurrió, sino qué versión logra imponerse. Honduras habita en ese terreno peligroso de lucha política.  

  • La validez técnica de la elección queda relegada frente a la disputa por el relato: PNH y PLH buscan consolidar una victoria erosionando selectivamente la confianza en el proceso, pero no su legitimidad integral. Esa pugna abre la grieta que Libre necesita para instalar su propia narrativa: que las elecciones, sin importar el conteo, deben considerarse nulas.  
  • El pulso ya no gira en torno a votos, sino a narrativas; en esa transición, Honduras se enfrentará a una  elección que será decidida por capacidad partidaria de desgaste, acuerdos para respetar los resultados de unas elecciones deslegitimadas y la capacidad de consolidar judicialmente la validez electoral.  

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