El reciente aplazamiento de la Cumbre de la CELAC no es una sorpresa, es el síntoma más claro de una reconfiguración geoeconómica global. En un mundo que se aleja de la globalización para abrazar la regionalización y el friend-shoring, los grandes foros multilaterales pierden tracción.
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Para Latinoamérica, esto se traduce en una incapacidad de actuar como bloque, priorizando urgencias internas y alianzas con potencias externas por encima de la integración.
En perspectiva. El debilitamiento de los foros pan regionales como la CELAC es el resultado directo de la intensificación de varias fuerzas centrífugas.
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La profunda polarización entre gobiernos en el mundo —como la reciente ruptura de relaciones entre Perú y México— evidencia un intento de las naciones para establecer nuevas reglas entre ellos. La diplomacia regional se ha utilizado para incrementar la soberanía de cada país, reduciendo el impacto de los históricos proyectos de integración general de la región.
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La mayoría de los países de Latinoamérica enfrentan crisis internas agudas con alta inflación, problemas monetarios y renegociación de contratos en nuevas cadenas de valor. La agenda de cooperación internacional ha sido relegada a un segundo plano.
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La preocupación principal de los Estados trata sobre el alineamiento con los dos grandes polos globales. Estos buscan atraer inversiones de EE. UU. o asegurar el financiamiento de China tomando en cuenta el nuevo orden arancelario, lo que fragmenta los intereses comunes.
Lo indispensable. La nueva tendencia de la regionalización implica que la geografía y la afinidad política vuelven a ser más importantes que la eficiencia económica global.
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La CELAC fue diseñada como un contrapeso y alternativa institucional a la OEA: este era un espacio donde los países latinoamericanos tenían más preponderancia que Estados Unidos y Canadá.
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Se han empezado a priorizar los acuerdos en bloques más pequeños, ágiles y con intereses alineados y, crecientemente, los acuerdos bilaterales directos con potencias extrarregionales.
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La lucha hegemónica entre Estados Unidos y China exacerba la división. Cada país mide sus movimientos diplomáticos en función de cómo le posiciona frente a Washington o Beijing, no frente a sus vecinos.
Entre líneas. El aplazamiento de la CELAC y el avance de la fragmentación geoeconómica generan riesgos significativos a mediano plazo para la región.
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La consolidación del Mercosur como un bloque de poder industrial y alimentario define un nuevo centro de gravedad. Esto pone una presión directa sobre Centroamérica —a través del SICA— para acelerar su propia integración económica. El riesgo de no consolidarlo es que los pequeños Estados centroamericanos se vean forzados a negociar individualmente en un mundo de gigantes.
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Las fracturas diplomáticas y de espacios multilaterales rompen los canales de inteligencia y cooperación en seguridad. El colapso de la confianza multilateral crea vacíos que son espacios propicios para actores involucrados en el crimen organizado o de las olas de migración, obligando a repensar la seguridad regional desde cero.
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La vulnerabilidad estratégica de la región ahora depende de su capacidad para consolidarse en bloques económicos atractivos. La inclusión en el reordenamiento de las cadenas de valor globales exige una delicada elección de aliados.
En conclusión. El aplazamiento certifica que el proyecto de unidad latinoamericana está, en el mejor de los casos, en pausa. La nueva realidad geoeconómica ha superado a las instituciones creadas en el ciclo anterior.
- Mientras la región prioriza la supervivencia nacional y las alianzas tácticas, se profundiza la irrelevancia estratégica de Latinoamérica como un actor cohesionado en el escenario global.
- Alinear las economías regionales con EE. UU. o con China no es solo una decisión comercial, sino la definición del modelo de desarrollo y de los riesgos geopolíticos que se está dispuesto a asumir.
El reciente aplazamiento de la Cumbre de la CELAC no es una sorpresa, es el síntoma más claro de una reconfiguración geoeconómica global. En un mundo que se aleja de la globalización para abrazar la regionalización y el friend-shoring, los grandes foros multilaterales pierden tracción.
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Para Latinoamérica, esto se traduce en una incapacidad de actuar como bloque, priorizando urgencias internas y alianzas con potencias externas por encima de la integración.
En perspectiva. El debilitamiento de los foros pan regionales como la CELAC es el resultado directo de la intensificación de varias fuerzas centrífugas.
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La profunda polarización entre gobiernos en el mundo —como la reciente ruptura de relaciones entre Perú y México— evidencia un intento de las naciones para establecer nuevas reglas entre ellos. La diplomacia regional se ha utilizado para incrementar la soberanía de cada país, reduciendo el impacto de los históricos proyectos de integración general de la región.
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La mayoría de los países de Latinoamérica enfrentan crisis internas agudas con alta inflación, problemas monetarios y renegociación de contratos en nuevas cadenas de valor. La agenda de cooperación internacional ha sido relegada a un segundo plano.
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La preocupación principal de los Estados trata sobre el alineamiento con los dos grandes polos globales. Estos buscan atraer inversiones de EE. UU. o asegurar el financiamiento de China tomando en cuenta el nuevo orden arancelario, lo que fragmenta los intereses comunes.
Lo indispensable. La nueva tendencia de la regionalización implica que la geografía y la afinidad política vuelven a ser más importantes que la eficiencia económica global.
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La CELAC fue diseñada como un contrapeso y alternativa institucional a la OEA: este era un espacio donde los países latinoamericanos tenían más preponderancia que Estados Unidos y Canadá.
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Se han empezado a priorizar los acuerdos en bloques más pequeños, ágiles y con intereses alineados y, crecientemente, los acuerdos bilaterales directos con potencias extrarregionales.
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La lucha hegemónica entre Estados Unidos y China exacerba la división. Cada país mide sus movimientos diplomáticos en función de cómo le posiciona frente a Washington o Beijing, no frente a sus vecinos.
Entre líneas. El aplazamiento de la CELAC y el avance de la fragmentación geoeconómica generan riesgos significativos a mediano plazo para la región.
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La consolidación del Mercosur como un bloque de poder industrial y alimentario define un nuevo centro de gravedad. Esto pone una presión directa sobre Centroamérica —a través del SICA— para acelerar su propia integración económica. El riesgo de no consolidarlo es que los pequeños Estados centroamericanos se vean forzados a negociar individualmente en un mundo de gigantes.
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Las fracturas diplomáticas y de espacios multilaterales rompen los canales de inteligencia y cooperación en seguridad. El colapso de la confianza multilateral crea vacíos que son espacios propicios para actores involucrados en el crimen organizado o de las olas de migración, obligando a repensar la seguridad regional desde cero.
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La vulnerabilidad estratégica de la región ahora depende de su capacidad para consolidarse en bloques económicos atractivos. La inclusión en el reordenamiento de las cadenas de valor globales exige una delicada elección de aliados.
En conclusión. El aplazamiento certifica que el proyecto de unidad latinoamericana está, en el mejor de los casos, en pausa. La nueva realidad geoeconómica ha superado a las instituciones creadas en el ciclo anterior.
- Mientras la región prioriza la supervivencia nacional y las alianzas tácticas, se profundiza la irrelevancia estratégica de Latinoamérica como un actor cohesionado en el escenario global.
- Alinear las economías regionales con EE. UU. o con China no es solo una decisión comercial, sino la definición del modelo de desarrollo y de los riesgos geopolíticos que se está dispuesto a asumir.
EL TIPO DE CAMBIO DE HOY ES DE: