Anoche, Joe Biden y Donald Trump coincidieron en Atlanta, capital del battleground state de Georgia. No fue una amena tertulia ni una ceremonia del té, sino el primero de dos debates presidenciales antes de las elecciones del 5 de noviembre. En esta ocasión, la tarea fue encomendada a CNN y no se abrieron las puertas al público. El próximo, organizado por ABC, se celebrará el 10 de septiembre; aún no se conoce dónde. Las fechas son de por sí inusuales; para elecciones anteriores, el primer debate se ha celebrado a finales de septiembre, desde luego no en junio.
En todo caso, Trump ganó el debate. Esto se puede afirmar sin ningún tipo de duda ni temor a acusaciones de tendenciosidad. La práctica totalidad de los medios estadounidenses, entre ellos los más favorables a Biden —en argot estadounidense, la prensa “liberal”—, coinciden en que el debate fue un desastre para el actual presidente.
Biden no supo aterrizar sus puntos fuertes y abundaron los insultos a Trump, cuyas reivindicaciones los demócratas ahora buscan representar como falaces. Si bien mejoró un poco hacia la segunda mitad del debate, el presidente no pudo presumir de sus logros económicos, que fueron instantáneamente desmontados por Trump. En efecto, el expresidente se atribuyó el bajo desempleo actual, argumentando que obedecía a la liberalización regulatoria de su mandato.
Biden perdió el su secuencia de pensamiento con frecuencia, en una ocasión llevando a Trump a responder: “La verdad es que no sé qué dijo al final de esa oración y él tampoco sabe lo que dijo”. Después del debate, la campaña de Biden insistió en que el desempeño del presidente se había visto afectado por un resfriado. De ser así, el “líder del mundo libre” se habría contagiado justo antes del debate, pues no existe mención anterior de resfriado alguno.
De Trump no se puede decir que fue cortés. Declaró a Biden el peor presidente de la historia, diciendo que los militares estadounidenses “no aguantan a este tipo”. Indudablemente lo trató con sorna y desprecio, pero fue común a ambos candidatos.
Trump apeló a cierta nostalgia hacia su gestión, que describió como idílica en términos económicos. Se empeñó en vincular a Biden al crimen y desorden, haciendo particular hincapié en la crisis fronteriza, que ha introducido millones de migrantes indocumentados al país. En cuanto al aborto, un tema controvertido que representa uno de sus puntos débiles, se desmarcó del asunto. Afirmó que su prioridad era sacar al Gobierno federal del asunto; anulado la resolución del caso Roe contra Wade, considera que su participación en el tema ha terminado, pues el aborto quedó a disposición de los estados.
El expresidente se mantuvo sereno y ecuánime. No se notó particularmente viejo —con 78 años, es apenas tres años menor que Biden—, pero sí más tranquilo; atrás han quedado los exabruptos, graciosos o poco dignos de un presidente, de elecciones anteriores. Todo indica que prestó atención a las encuestas donde el 88% de los demócratas y el 70% de los republicanos afirmaban que les gustaría ver un Trump más “presidencial” en los debates.
Si bien Trump se ha anotado un tanto en la batalla por la Casa Blanca, Biden ahora se juega la vida política. El debate ha causado dudas dentro del Partido Demócrata, que ahora ve a sus candidatos con malos ojos; los rumores han corrido durante meses, pero la confirmación sólo se obtuvo anoche.
Dicho esto, sigue siendo poco probable que el partido cambie de candidato. En efecto, Biden tendría que renunciar a la candidatura y declarar una convención abierta, algo completamente inaudito en la política estadounidense, donde los partidos tienen una larga tradición de reelegir a sus presidentes. Biden tiene hasta el 19 de agosto para hacerlo, pues ese día inicia la Convención Nacional Demócrata.
Quizá sería más fácil con un sucesor claro, pero ambos partidos carecen de semejante perfil y pocos osarían lanzarse a la contienda en agosto, apenas dos meses y medio antes de las elecciones. Las cosas, por tanto, previsiblemente se mantendrán como están, evidentemente en perjuicio de Biden. Abundará, además, la especulación en las semanas venideras.
Anoche, Joe Biden y Donald Trump coincidieron en Atlanta, capital del battleground state de Georgia. No fue una amena tertulia ni una ceremonia del té, sino el primero de dos debates presidenciales antes de las elecciones del 5 de noviembre. En esta ocasión, la tarea fue encomendada a CNN y no se abrieron las puertas al público. El próximo, organizado por ABC, se celebrará el 10 de septiembre; aún no se conoce dónde. Las fechas son de por sí inusuales; para elecciones anteriores, el primer debate se ha celebrado a finales de septiembre, desde luego no en junio.
En todo caso, Trump ganó el debate. Esto se puede afirmar sin ningún tipo de duda ni temor a acusaciones de tendenciosidad. La práctica totalidad de los medios estadounidenses, entre ellos los más favorables a Biden —en argot estadounidense, la prensa “liberal”—, coinciden en que el debate fue un desastre para el actual presidente.
Biden no supo aterrizar sus puntos fuertes y abundaron los insultos a Trump, cuyas reivindicaciones los demócratas ahora buscan representar como falaces. Si bien mejoró un poco hacia la segunda mitad del debate, el presidente no pudo presumir de sus logros económicos, que fueron instantáneamente desmontados por Trump. En efecto, el expresidente se atribuyó el bajo desempleo actual, argumentando que obedecía a la liberalización regulatoria de su mandato.
Biden perdió el su secuencia de pensamiento con frecuencia, en una ocasión llevando a Trump a responder: “La verdad es que no sé qué dijo al final de esa oración y él tampoco sabe lo que dijo”. Después del debate, la campaña de Biden insistió en que el desempeño del presidente se había visto afectado por un resfriado. De ser así, el “líder del mundo libre” se habría contagiado justo antes del debate, pues no existe mención anterior de resfriado alguno.
De Trump no se puede decir que fue cortés. Declaró a Biden el peor presidente de la historia, diciendo que los militares estadounidenses “no aguantan a este tipo”. Indudablemente lo trató con sorna y desprecio, pero fue común a ambos candidatos.
Trump apeló a cierta nostalgia hacia su gestión, que describió como idílica en términos económicos. Se empeñó en vincular a Biden al crimen y desorden, haciendo particular hincapié en la crisis fronteriza, que ha introducido millones de migrantes indocumentados al país. En cuanto al aborto, un tema controvertido que representa uno de sus puntos débiles, se desmarcó del asunto. Afirmó que su prioridad era sacar al Gobierno federal del asunto; anulado la resolución del caso Roe contra Wade, considera que su participación en el tema ha terminado, pues el aborto quedó a disposición de los estados.
El expresidente se mantuvo sereno y ecuánime. No se notó particularmente viejo —con 78 años, es apenas tres años menor que Biden—, pero sí más tranquilo; atrás han quedado los exabruptos, graciosos o poco dignos de un presidente, de elecciones anteriores. Todo indica que prestó atención a las encuestas donde el 88% de los demócratas y el 70% de los republicanos afirmaban que les gustaría ver un Trump más “presidencial” en los debates.
Si bien Trump se ha anotado un tanto en la batalla por la Casa Blanca, Biden ahora se juega la vida política. El debate ha causado dudas dentro del Partido Demócrata, que ahora ve a sus candidatos con malos ojos; los rumores han corrido durante meses, pero la confirmación sólo se obtuvo anoche.
Dicho esto, sigue siendo poco probable que el partido cambie de candidato. En efecto, Biden tendría que renunciar a la candidatura y declarar una convención abierta, algo completamente inaudito en la política estadounidense, donde los partidos tienen una larga tradición de reelegir a sus presidentes. Biden tiene hasta el 19 de agosto para hacerlo, pues ese día inicia la Convención Nacional Demócrata.
Quizá sería más fácil con un sucesor claro, pero ambos partidos carecen de semejante perfil y pocos osarían lanzarse a la contienda en agosto, apenas dos meses y medio antes de las elecciones. Las cosas, por tanto, previsiblemente se mantendrán como están, evidentemente en perjuicio de Biden. Abundará, además, la especulación en las semanas venideras.