El presidente no se encuentra en un buen momento; está asediado por todos los flancos. Incluso, cuenta con quintacolumnistas. Es de esperarse que sea despreciado por los negacionistas del resultado electoral, esa no es noticia; el “pueblo” en general —de acuerdo con una muy escondida medición de popularidad— ha pasado de votarle, a mayoritariamente rechazar su gestión. Su equipo cercano parece no dar pie con bola; muy vocales y vehementes, pero, en la práctica, poco efectivos. Acá es donde el segundo y tercer grupos coinciden en que Bernardo Arévalo no es un buen jugador de ajedrez (el primero, probablemente, ni sabe jugarlo).
Finalmente, el cuarto grupo es el de su propio partido, el de los fundadores, sus financistas y los miembros de la bancada oficialista. Su percepción de que no es firme. Además, que no mete las manos por nadie. En fin, está asediado por todos lados.
¿Qué le queda a alguien —un presidente— que está en esa situación? Si no hay salida por ninguno de los cuatro lados, solo queda escarbar —y meter la cabeza en la tierra, cual avestruz— o salir por arriba; significa que debe mostrar liderazgo. Asertivamente.
Eso no implica “somatar la mesa” como alguno de sus imberbes diputados sugirió. Una acción fuera de la ley sería deleznable, además de su ruina. Además, queda claro que no es ese el talante de Arévalo. Por ventura.
¿Cómo, entonces, puede ascender y escapar del asedio? Tomando las medidas que puede y debe. Por ejemplo, tomar el liderazgo de la inmediata transición aeroportuaria, algo que desde enero ha avanzado poco, lo que quedó claro en el IATA Aviation Day esta semana. Hasta ahora, ha habido señales positivas, pero, en la práctica, pocos avances. Líneas aéreas, expertos, usuarios, y entidades multilaterales le pidieron obras, no palabras.
La infructuosa pugna que mantiene con el Ministerio Público tampoco es fuente de réditos. Por el contrario, solo le ha causado desgaste. En este punto es particularmente patente la incompetencia de parte de su equipo. El Ejecutivo debe ejecutar. Para eso fueron electos. No para perseguir, ni auditar. Esa es tarea de otras entidades y Organismos de Estado. Mucho menos está para determinar —mediante un inexistente procedimiento— qué órdenes judiciales son o no son legales.
Las promesas populistas de campaña deben quedar atrás, los discursos académicos o diplomáticos no sirven para gobernar. A pocas semanas de cumplir su primer año de gobierno, Arévalo debería darse cuenta ya de ello. Aunque con meses de atraso, es hora de ponerse a trabajar.
El presidente no se encuentra en un buen momento; está asediado por todos los flancos. Incluso, cuenta con quintacolumnistas. Es de esperarse que sea despreciado por los negacionistas del resultado electoral, esa no es noticia; el “pueblo” en general —de acuerdo con una muy escondida medición de popularidad— ha pasado de votarle, a mayoritariamente rechazar su gestión. Su equipo cercano parece no dar pie con bola; muy vocales y vehementes, pero, en la práctica, poco efectivos. Acá es donde el segundo y tercer grupos coinciden en que Bernardo Arévalo no es un buen jugador de ajedrez (el primero, probablemente, ni sabe jugarlo).
Finalmente, el cuarto grupo es el de su propio partido, el de los fundadores, sus financistas y los miembros de la bancada oficialista. Su percepción de que no es firme. Además, que no mete las manos por nadie. En fin, está asediado por todos lados.
¿Qué le queda a alguien —un presidente— que está en esa situación? Si no hay salida por ninguno de los cuatro lados, solo queda escarbar —y meter la cabeza en la tierra, cual avestruz— o salir por arriba; significa que debe mostrar liderazgo. Asertivamente.
Eso no implica “somatar la mesa” como alguno de sus imberbes diputados sugirió. Una acción fuera de la ley sería deleznable, además de su ruina. Además, queda claro que no es ese el talante de Arévalo. Por ventura.
¿Cómo, entonces, puede ascender y escapar del asedio? Tomando las medidas que puede y debe. Por ejemplo, tomar el liderazgo de la inmediata transición aeroportuaria, algo que desde enero ha avanzado poco, lo que quedó claro en el IATA Aviation Day esta semana. Hasta ahora, ha habido señales positivas, pero, en la práctica, pocos avances. Líneas aéreas, expertos, usuarios, y entidades multilaterales le pidieron obras, no palabras.
La infructuosa pugna que mantiene con el Ministerio Público tampoco es fuente de réditos. Por el contrario, solo le ha causado desgaste. En este punto es particularmente patente la incompetencia de parte de su equipo. El Ejecutivo debe ejecutar. Para eso fueron electos. No para perseguir, ni auditar. Esa es tarea de otras entidades y Organismos de Estado. Mucho menos está para determinar —mediante un inexistente procedimiento— qué órdenes judiciales son o no son legales.
Las promesas populistas de campaña deben quedar atrás, los discursos académicos o diplomáticos no sirven para gobernar. A pocas semanas de cumplir su primer año de gobierno, Arévalo debería darse cuenta ya de ello. Aunque con meses de atraso, es hora de ponerse a trabajar.