El historiador Aníbal Chajón Flores ofrece una reflexión sobre la independencia de Guatemala y Centroamérica. Aborda sus causas económicas, los conflictos entre élites y el papel de figuras como Francisco Morazán y Rafael Carrera. Destaca la importancia de conmemorar la independencia como símbolo de autodeterminación, aunque reconoce que las estructuras históricas aún condicionan esa libertad.
¿Cuáles fueron los antecedentes que llevaron a la independencia de Guatemala y Centroamérica?
— La independencia no fue un acto espontáneo ni una revolución popular. Fue el resultado de una serie de tensiones económicas, políticas y sociales que se venían acumulando desde décadas antes. El Reino de Guatemala dependía fuertemente de la producción salvadoreña de añil, un tinte azul muy cotizado en Europa, especialmente por los británicos. El añil se producía en El Salvador, pero lo comercializaban las élites capitalinas, quienes lo enviaban a Belice y de ahí a Inglaterra. Era un negocio redondo.
Pero cuando Inglaterra pierde sus colonias en Norteamérica, se concentra en la India, donde hay añil por toneladas. Ya no necesitaban el nuestro. Eso genera una crisis económica profunda. Las exportaciones se desploman. En 1783 empieza la caída, y para 1810 ya no se exporta nada. En ese lapso de 20 años, el comercio se redujo a la mitad, luego a unos cuantos sacos. Fue devastador.
¿Y cómo se traduce esa crisis en conflictos internos?
— Se genera una disputa entre dos élites: la productora salvadoreña y la exportadora guatemalteca. Ambas se culpan mutuamente por la caída del comercio, sin entender que el problema era externo. Y mientras eso ocurre aquí, en Europa estalla una serie de guerras. En 1804, el rey Carlos IV decide cobrar todas las hipotecas en América para financiar su lucha contra los británicos. Las órdenes religiosas habían prestado dinero a los ricos y con los intereses mantenían sus obras de caridad. Pero el rey se quedó con todo. No devuelve nada. Empobrece a las órdenes religiosas, a los sacerdotes y a los inversionistas americanos.
¿Eso provocó levantamientos?
— Sí. Por ejemplo, en el barrio de San Sebastián, donde había varios telares, todos quebraron. Hubo despidos, hambre, y un intento de levantamiento. El rey no consideraba el impacto de sus decisiones. Solo quería dinero. Y eso, en 1804, empieza a generar una serie de protestas que culminan en la independencia de 1821.
¿Qué papel juega la invasión napoleónica en este proceso?
— En 1808, Napoleón Bonaparte invade España, quita a Carlos IV, impide que Fernando VII gobierne y pone a su hermano José Bonaparte como rey. Los españoles se sublevan. Los ministros del rey escapan de Madrid, se refugian en Cádiz y convocan a representantes de América y Filipinas para redactar una constitución. La Constitución de Cádiz entra en vigencia en 1812. Copia muchos elementos de la Constitución de Estados Unidos, como eliminar la separación entre indígenas y españoles. Pero cuando Fernando VII regresó en 1814, metió presos a todos los que redactaron la constitución. Eso provoca que en América se diga: “El problema es España, o más bien el rey”.
¿Y cómo se da la independencia de México?
— En México, Agustín de Iturbide, comandante de las tropas del rey, se encuentra con el líder independentista, platican, y decide volverse independentista con todas sus tropas. Así nace México. Chiapas, que comerciaba con México, decide unirse a ese nuevo país. Eso precipita la independencia en Guatemala. Gavino Gaínza, presidente de la Audiencia, no quiere violencia ni desintegración territorial. Por eso, el acta del 15 de septiembre de 1821 dice: “Antes de que el pueblo proclame la independencia, la vamos a proclamar nosotros”.
¿Qué papel juega la élite religiosa?
— El arzobispo llega a la reunión y mantiene su postura toda su vida. Él había jurado fidelidad al rey de España y no quería la independencia. Para él, ese juramento era sagrado. Pero al final se firma el acta y se manda información a todas las cabeceras. Algunas provincias deciden unirse a México, como Comayagua, León y Cartago. Guatemala también se une el 5 de enero de 1822. El Salvador no quería, porque México tenía su economía destruida.
¿Y qué ocurre después de la anexión?
— La primera independencia dura apenas unos meses. Luego nos anexamos a México. Pero después de un año, se descubre que México está muy mal. La capital mexicana está concentrada en sus propios problemas. Entonces se da la segunda independencia, el 1 de julio de 1823. Chiapas se queda con México. Se implementan elecciones, pero solo votan varones de origen europeo con dinero. En Chiapas, por ejemplo, hubo siete votos: tres por Centroamérica, cuatro por México. Por una persona, Chiapas se une a México. Esa persona representaba a 10,000 chiapanecos, pero a ellos no se les preguntó.
¿Por qué no se celebra esa segunda independencia?
— Porque cuando fuimos parte del Imperio Mexicano, se emitió un decreto que decía que cada provincia debía celebrar el día en que firmó su independencia. La primera celebración fue el 15 de septiembre de 1822. Aunque éramos parte de México, se celebraba la separación de España. Esa fecha ha mantenido unidos a los centroamericanos durante 200 años.
¿Qué ocurre con la República Federal?
— Se forma en 1824. Hay elecciones en 1825, pero son fraudulentas. Luego empieza una guerra civil entre liberales y conservadores. Aparecen figuras como Manuel José Arce y Francisco Morazán. En 1838, Nicaragua se separa. Luego Honduras, Costa Rica y El Salvador. Duramos 13 años como país integrado. Pero la razón siempre fue económica. Cada país tenía sus propios mercados. Guatemala se queda con El Salvador como único vínculo, pero la disputa entre capitalinos y salvadoreños genera guerras.
¿Y qué papel juega Rafael Carrera?
— En 1838, la gente ya no puede pagar impuestos. Rafael Carrera, un campesino, lidera una sublevación. Captura la ciudad de Guatemala, pero no mata, no roba, no destruye. Porque él no odia Guatemala. Él simplemente quiere que se expulse a Mariano Gálvez, que les está cobrando impuestos injustos. Y una vez logrado eso, se regresan a sus pueblos en Santa Rosa, en Cuilapa. No hay saqueo. No hay venganza.
¿Y cómo se explica la violencia de 1829?
— En 1822, el ejército mexicano, bajo órdenes del gobierno de México, envía tropas a atacar El Salvador. Destruyen todo un barrio de San Salvador. Muchos muertos, muchos heridos. El comandante de esas tropas era guatemalteco, aunque los soldados eran mexicanos. Entonces, eso genera un odio profundo hacia Guatemala. Y en 1829, se la devuelven. Con muertos, destrucción, robos, saqueos. Pero en 1838, con Carrera, no ocurre eso.
¿Qué ocurre con Quetzaltenango?
— Los liberales de Quetzaltenango se separan en 1838. Le escriben a Morazán para pedir autorización. Él se los concede, pero la separación debía ser aprobada por el Congreso de la República Federal. Pero Nicaragua ya se había separado, Honduras lo haría en días, y el Congreso jamás se reunió. Guatemala recupera Quetzaltenango en 1840. Carrera consulta a los pueblos indígenas si querían el Estado de Los Altos. Ellos dicen que no, porque les cobraban impuestos cada vez que llevaban sus productos a la capital y cuando regresaban, otra vez, impuestos. Nadie lo quería.
¿Y qué ocurre con Morazán?
— Intenta vengarse. Invade Guatemala, pero Carrera lo vence. Morazán huye por Iztapa, toma un barco y se va a Perú. Años después regresa a Costa Rica, donde lo fusilan. Los conservadores toman el poder en Guatemala y se quedan. Quetzaltenango se reintegra. Y así se mantiene por más de 30 años.
¿Debemos conmemorar nuestra independencia?
—De alguna manera, sí. Es un hecho importante. Nos guste o no, somos un país independiente. Decidimos quién nos va a gobernar. Eso es lo que debemos conmemorar: que somos un país que se autodetermina, que tiene voz propia, aunque esa voz esté condicionada por estructuras históricas que aún nos afectan.
¿Y cómo define usted la libertad en el contexto guatemalteco actual?
— La libertad, en su forma más básica, es la capacidad de autodeterminarse sin coacción. Es decir, que nadie tenga propiedad sobre usted ni sobre sus actos. Por mucho dinero que tenga alguien, no puede venir y decirle “vos, dame el carro”. Yo puedo dedicarme a ser jardinero, a pintar paredes, o si mi familia me ha pagado la universidad, puedo ser médico, ingeniero, abogado o historiador. Esa capacidad de decidir qué hacer con mi vida, sin que alguien me obligue.
¿Y qué otros hechos deberíamos conmemorar?
— Hace 204 años se dio el inicio que nos permite estar entre los países del mundo. Tenemos apenas 100 000 kilómetros cuadrados, comparado con países que tienen 9 o 10 millones. Pero nuestros presidentes están a la par de los demás. Podemos autodeterminarnos. Eso es valioso.
¿A pesar de todo, podemos decir que somos libres?
— Sí. Somos libres en el sentido de que nadie nace esclavo. Todos tenemos derechos. Podemos decidir qué hacer con nuestras vidas. Y aunque nos dirijan élites, como ocurre en todo el mundo, tenemos la capacidad de pensar, de elegir, de construir. Eso también es libertad. Y eso es lo que debemos conmemorar: que somos un país que se autodetermina, que tiene voz propia, aunque esa voz esté condicionada por estructuras históricas que aún nos afectan.
¿Algún mensaje final para quienes leen esta entrevista?
— Que la historia no es solo fechas y nombres. Es entender cómo llegamos a ser lo que somos. Es descubrir que detrás de cada decisión política, cada conflicto, cada celebración, hay seres humanos con intereses, con miedos, con aspiraciones. Y que si queremos construir un futuro más justo, debemos conocer nuestro pasado con honestidad. No para repetirlo, sino para aprender de él.
El historiador Aníbal Chajón Flores ofrece una reflexión sobre la independencia de Guatemala y Centroamérica. Aborda sus causas económicas, los conflictos entre élites y el papel de figuras como Francisco Morazán y Rafael Carrera. Destaca la importancia de conmemorar la independencia como símbolo de autodeterminación, aunque reconoce que las estructuras históricas aún condicionan esa libertad.
¿Cuáles fueron los antecedentes que llevaron a la independencia de Guatemala y Centroamérica?
— La independencia no fue un acto espontáneo ni una revolución popular. Fue el resultado de una serie de tensiones económicas, políticas y sociales que se venían acumulando desde décadas antes. El Reino de Guatemala dependía fuertemente de la producción salvadoreña de añil, un tinte azul muy cotizado en Europa, especialmente por los británicos. El añil se producía en El Salvador, pero lo comercializaban las élites capitalinas, quienes lo enviaban a Belice y de ahí a Inglaterra. Era un negocio redondo.
Pero cuando Inglaterra pierde sus colonias en Norteamérica, se concentra en la India, donde hay añil por toneladas. Ya no necesitaban el nuestro. Eso genera una crisis económica profunda. Las exportaciones se desploman. En 1783 empieza la caída, y para 1810 ya no se exporta nada. En ese lapso de 20 años, el comercio se redujo a la mitad, luego a unos cuantos sacos. Fue devastador.
¿Y cómo se traduce esa crisis en conflictos internos?
— Se genera una disputa entre dos élites: la productora salvadoreña y la exportadora guatemalteca. Ambas se culpan mutuamente por la caída del comercio, sin entender que el problema era externo. Y mientras eso ocurre aquí, en Europa estalla una serie de guerras. En 1804, el rey Carlos IV decide cobrar todas las hipotecas en América para financiar su lucha contra los británicos. Las órdenes religiosas habían prestado dinero a los ricos y con los intereses mantenían sus obras de caridad. Pero el rey se quedó con todo. No devuelve nada. Empobrece a las órdenes religiosas, a los sacerdotes y a los inversionistas americanos.
¿Eso provocó levantamientos?
— Sí. Por ejemplo, en el barrio de San Sebastián, donde había varios telares, todos quebraron. Hubo despidos, hambre, y un intento de levantamiento. El rey no consideraba el impacto de sus decisiones. Solo quería dinero. Y eso, en 1804, empieza a generar una serie de protestas que culminan en la independencia de 1821.
¿Qué papel juega la invasión napoleónica en este proceso?
— En 1808, Napoleón Bonaparte invade España, quita a Carlos IV, impide que Fernando VII gobierne y pone a su hermano José Bonaparte como rey. Los españoles se sublevan. Los ministros del rey escapan de Madrid, se refugian en Cádiz y convocan a representantes de América y Filipinas para redactar una constitución. La Constitución de Cádiz entra en vigencia en 1812. Copia muchos elementos de la Constitución de Estados Unidos, como eliminar la separación entre indígenas y españoles. Pero cuando Fernando VII regresó en 1814, metió presos a todos los que redactaron la constitución. Eso provoca que en América se diga: “El problema es España, o más bien el rey”.
¿Y cómo se da la independencia de México?
— En México, Agustín de Iturbide, comandante de las tropas del rey, se encuentra con el líder independentista, platican, y decide volverse independentista con todas sus tropas. Así nace México. Chiapas, que comerciaba con México, decide unirse a ese nuevo país. Eso precipita la independencia en Guatemala. Gavino Gaínza, presidente de la Audiencia, no quiere violencia ni desintegración territorial. Por eso, el acta del 15 de septiembre de 1821 dice: “Antes de que el pueblo proclame la independencia, la vamos a proclamar nosotros”.
¿Qué papel juega la élite religiosa?
— El arzobispo llega a la reunión y mantiene su postura toda su vida. Él había jurado fidelidad al rey de España y no quería la independencia. Para él, ese juramento era sagrado. Pero al final se firma el acta y se manda información a todas las cabeceras. Algunas provincias deciden unirse a México, como Comayagua, León y Cartago. Guatemala también se une el 5 de enero de 1822. El Salvador no quería, porque México tenía su economía destruida.
¿Y qué ocurre después de la anexión?
— La primera independencia dura apenas unos meses. Luego nos anexamos a México. Pero después de un año, se descubre que México está muy mal. La capital mexicana está concentrada en sus propios problemas. Entonces se da la segunda independencia, el 1 de julio de 1823. Chiapas se queda con México. Se implementan elecciones, pero solo votan varones de origen europeo con dinero. En Chiapas, por ejemplo, hubo siete votos: tres por Centroamérica, cuatro por México. Por una persona, Chiapas se une a México. Esa persona representaba a 10,000 chiapanecos, pero a ellos no se les preguntó.
¿Por qué no se celebra esa segunda independencia?
— Porque cuando fuimos parte del Imperio Mexicano, se emitió un decreto que decía que cada provincia debía celebrar el día en que firmó su independencia. La primera celebración fue el 15 de septiembre de 1822. Aunque éramos parte de México, se celebraba la separación de España. Esa fecha ha mantenido unidos a los centroamericanos durante 200 años.
¿Qué ocurre con la República Federal?
— Se forma en 1824. Hay elecciones en 1825, pero son fraudulentas. Luego empieza una guerra civil entre liberales y conservadores. Aparecen figuras como Manuel José Arce y Francisco Morazán. En 1838, Nicaragua se separa. Luego Honduras, Costa Rica y El Salvador. Duramos 13 años como país integrado. Pero la razón siempre fue económica. Cada país tenía sus propios mercados. Guatemala se queda con El Salvador como único vínculo, pero la disputa entre capitalinos y salvadoreños genera guerras.
¿Y qué papel juega Rafael Carrera?
— En 1838, la gente ya no puede pagar impuestos. Rafael Carrera, un campesino, lidera una sublevación. Captura la ciudad de Guatemala, pero no mata, no roba, no destruye. Porque él no odia Guatemala. Él simplemente quiere que se expulse a Mariano Gálvez, que les está cobrando impuestos injustos. Y una vez logrado eso, se regresan a sus pueblos en Santa Rosa, en Cuilapa. No hay saqueo. No hay venganza.
¿Y cómo se explica la violencia de 1829?
— En 1822, el ejército mexicano, bajo órdenes del gobierno de México, envía tropas a atacar El Salvador. Destruyen todo un barrio de San Salvador. Muchos muertos, muchos heridos. El comandante de esas tropas era guatemalteco, aunque los soldados eran mexicanos. Entonces, eso genera un odio profundo hacia Guatemala. Y en 1829, se la devuelven. Con muertos, destrucción, robos, saqueos. Pero en 1838, con Carrera, no ocurre eso.
¿Qué ocurre con Quetzaltenango?
— Los liberales de Quetzaltenango se separan en 1838. Le escriben a Morazán para pedir autorización. Él se los concede, pero la separación debía ser aprobada por el Congreso de la República Federal. Pero Nicaragua ya se había separado, Honduras lo haría en días, y el Congreso jamás se reunió. Guatemala recupera Quetzaltenango en 1840. Carrera consulta a los pueblos indígenas si querían el Estado de Los Altos. Ellos dicen que no, porque les cobraban impuestos cada vez que llevaban sus productos a la capital y cuando regresaban, otra vez, impuestos. Nadie lo quería.
¿Y qué ocurre con Morazán?
— Intenta vengarse. Invade Guatemala, pero Carrera lo vence. Morazán huye por Iztapa, toma un barco y se va a Perú. Años después regresa a Costa Rica, donde lo fusilan. Los conservadores toman el poder en Guatemala y se quedan. Quetzaltenango se reintegra. Y así se mantiene por más de 30 años.
¿Debemos conmemorar nuestra independencia?
—De alguna manera, sí. Es un hecho importante. Nos guste o no, somos un país independiente. Decidimos quién nos va a gobernar. Eso es lo que debemos conmemorar: que somos un país que se autodetermina, que tiene voz propia, aunque esa voz esté condicionada por estructuras históricas que aún nos afectan.
¿Y cómo define usted la libertad en el contexto guatemalteco actual?
— La libertad, en su forma más básica, es la capacidad de autodeterminarse sin coacción. Es decir, que nadie tenga propiedad sobre usted ni sobre sus actos. Por mucho dinero que tenga alguien, no puede venir y decirle “vos, dame el carro”. Yo puedo dedicarme a ser jardinero, a pintar paredes, o si mi familia me ha pagado la universidad, puedo ser médico, ingeniero, abogado o historiador. Esa capacidad de decidir qué hacer con mi vida, sin que alguien me obligue.
¿Y qué otros hechos deberíamos conmemorar?
— Hace 204 años se dio el inicio que nos permite estar entre los países del mundo. Tenemos apenas 100 000 kilómetros cuadrados, comparado con países que tienen 9 o 10 millones. Pero nuestros presidentes están a la par de los demás. Podemos autodeterminarnos. Eso es valioso.
¿A pesar de todo, podemos decir que somos libres?
— Sí. Somos libres en el sentido de que nadie nace esclavo. Todos tenemos derechos. Podemos decidir qué hacer con nuestras vidas. Y aunque nos dirijan élites, como ocurre en todo el mundo, tenemos la capacidad de pensar, de elegir, de construir. Eso también es libertad. Y eso es lo que debemos conmemorar: que somos un país que se autodetermina, que tiene voz propia, aunque esa voz esté condicionada por estructuras históricas que aún nos afectan.
¿Algún mensaje final para quienes leen esta entrevista?
— Que la historia no es solo fechas y nombres. Es entender cómo llegamos a ser lo que somos. Es descubrir que detrás de cada decisión política, cada conflicto, cada celebración, hay seres humanos con intereses, con miedos, con aspiraciones. Y que si queremos construir un futuro más justo, debemos conocer nuestro pasado con honestidad. No para repetirlo, sino para aprender de él.