En julio, protestas ciudadanas en México en las colonias Roma y Condesa dejaron en evidencia un conflicto urbano creciente. Lo que durante décadas fue símbolo de diversidad cultural y patrimonio barrial hoy está en riesgo. El alza descontrolada de rentas y la presión inmobiliaria han transformado la ciudad en un espacio excluyente para sus habitantes tradicionales.
Por qué importa. La transformación arquitectónica y económica de la Ciudad de México redefine quién puede habitarla, cambiando su esencia y propósito comunitario.
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En cinco años, las rentas en Cuauhtémoc crecieron 30 %, mientras los salarios locales permanecieron estancados o incluso descendieron.
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La llegada de trabajadores remotos extranjeros ha encarecido la vivienda, alterando la oferta inmobiliaria local.
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Las protestas son el reflejo de una tensión creciente entre el desarrollo urbano y la preservación de una ciudad inclusiva.
En el radar. La gentrificación en la capital mexicana opera a través de decisiones políticas y estrategias de mercado que favorecen al capital extranjero y alejan a comunidades históricas.
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El pacto con Airbnb y UNESCO en 2022 generó miles de millones en ingresos, pero aceleró el desplazamiento de residentes locales.
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Barrios emblemáticos como Condesa ahora se cotizan en dólares, lo que expulsa a familias mexicanas de larga trayectoria.
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La migración urbana de negocios tradicionales a espacios diseñados para visitantes transforma radicalmente la identidad barrial.
Datos clave. Las cifras respaldan un fenómeno estructurado: los beneficios recaen sobre residentes foráneos mientras los locales pierden oportunidades de acceso a vivienda digna.
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La cantidad de estadounidenses con residencia en CDMX aumentó un 70 % desde 2019.
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El salario medio estadounidense multiplica por 2 o 3 al mexicano, elevando la demanda por propiedades más caras.
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El proyecto de vivienda pública de Clara Brugada, con 20 000 unidades y USD 31.8M, genera incertidumbre respecto a su implementación efectiva.
Entre líneas. Las remodelaciones urbanas y campañas de imagen esconden una ciudad que está siendo reconstruida para atender al visitante, no al vecino.
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El cambio de nombre de DF a CDMX y la estética urbana rosa fueron estrategias para proyectar modernidad internacional.
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Restaurantes de alto perfil y diseño buscan atraer turistas, limitando el acceso local a espacios públicos.
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El rechazo no es xenófobo es una reacción al desequilibrio de poder y privilegios.
Lo que sigue. La solución debe ir más allá de construir nuevas viviendas: exige un plan regulatorio que confronte la especulación y recupere el derecho a la ciudad para los habitantes.
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Es clave regular plataformas como Airbnb y limitar los beneficios fiscales a inversionistas ausentes.
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Urbanistas y activistas urgen establecer controles al uso del suelo y restringir alquileres de corto plazo.
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De no actuar con criterios urbanísticos y sociales claros, la Ciudad de México corre el riesgo de convertirse en un escenario para turistas, pero no para locales.
Con información de: Conde Nast Traveler
En julio, protestas ciudadanas en México en las colonias Roma y Condesa dejaron en evidencia un conflicto urbano creciente. Lo que durante décadas fue símbolo de diversidad cultural y patrimonio barrial hoy está en riesgo. El alza descontrolada de rentas y la presión inmobiliaria han transformado la ciudad en un espacio excluyente para sus habitantes tradicionales.
Por qué importa. La transformación arquitectónica y económica de la Ciudad de México redefine quién puede habitarla, cambiando su esencia y propósito comunitario.
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En cinco años, las rentas en Cuauhtémoc crecieron 30 %, mientras los salarios locales permanecieron estancados o incluso descendieron.
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La llegada de trabajadores remotos extranjeros ha encarecido la vivienda, alterando la oferta inmobiliaria local.
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Las protestas son el reflejo de una tensión creciente entre el desarrollo urbano y la preservación de una ciudad inclusiva.
En el radar. La gentrificación en la capital mexicana opera a través de decisiones políticas y estrategias de mercado que favorecen al capital extranjero y alejan a comunidades históricas.
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El pacto con Airbnb y UNESCO en 2022 generó miles de millones en ingresos, pero aceleró el desplazamiento de residentes locales.
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Barrios emblemáticos como Condesa ahora se cotizan en dólares, lo que expulsa a familias mexicanas de larga trayectoria.
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La migración urbana de negocios tradicionales a espacios diseñados para visitantes transforma radicalmente la identidad barrial.
Datos clave. Las cifras respaldan un fenómeno estructurado: los beneficios recaen sobre residentes foráneos mientras los locales pierden oportunidades de acceso a vivienda digna.
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La cantidad de estadounidenses con residencia en CDMX aumentó un 70 % desde 2019.
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El salario medio estadounidense multiplica por 2 o 3 al mexicano, elevando la demanda por propiedades más caras.
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El proyecto de vivienda pública de Clara Brugada, con 20 000 unidades y USD 31.8M, genera incertidumbre respecto a su implementación efectiva.
Entre líneas. Las remodelaciones urbanas y campañas de imagen esconden una ciudad que está siendo reconstruida para atender al visitante, no al vecino.
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El cambio de nombre de DF a CDMX y la estética urbana rosa fueron estrategias para proyectar modernidad internacional.
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Restaurantes de alto perfil y diseño buscan atraer turistas, limitando el acceso local a espacios públicos.
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El rechazo no es xenófobo es una reacción al desequilibrio de poder y privilegios.
Lo que sigue. La solución debe ir más allá de construir nuevas viviendas: exige un plan regulatorio que confronte la especulación y recupere el derecho a la ciudad para los habitantes.
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Es clave regular plataformas como Airbnb y limitar los beneficios fiscales a inversionistas ausentes.
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Urbanistas y activistas urgen establecer controles al uso del suelo y restringir alquileres de corto plazo.
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De no actuar con criterios urbanísticos y sociales claros, la Ciudad de México corre el riesgo de convertirse en un escenario para turistas, pero no para locales.
Con información de: Conde Nast Traveler