Jena Corzantes Nowell no imaginó que su carrera como arquitecta la llevaría a dirigir el crecimiento de una ciudad. Desde la dirección de la División Inmobiliaria de Ciudad Cayalá, ha acompañado el proyecto durante más de una década, viéndolo transformarse de un plan en papel a una ciudad que hoy alberga a más de 2,000 familias y recibe a más de 650,000 visitantes al mes.
Corzantes ha crecido junto al proyecto. No solo ha sido testigo de su evolución, sino protagonista de muchas de sus decisiones clave. “Yo vivo aquí, trabajo aquí, invierto aquí. Cayalá no es un proyecto que se ve desde lejos. Es parte de mi día a día. Y eso se nota en cómo se gestiona y se vive”, asegura. Esa inmersión le ha permitido liderar con una mirada integral: la de quien conoce la ciudad desde adentro, no solo como urbanista, sino como habitante.
En una región donde muchas ciudades crecen sin rumbo, Cayalá apostó desde el inicio por la planificación. Su máster plan, formulado desde 2003, define con precisión las proporciones entre vivienda, comercio, oficinas y espacio público. “Cuando empezamos, nadie entendía qué queríamos hacer. Explicar que se trataba de construir una ciudad abierta, ordenada, con vocación comunitaria, era algo raro. Hoy todo el mundo habla de planificación urbana, pero hace 13 años era cuesta arriba”, recuerda.
Proyecto urbano pionero en la región
Ese compromiso con el diseño a largo plazo ha sido la piedra angular del proyecto. “La parte más difícil no fue imaginar la ciudad, fue mantenernos fieles al plan. Cada metro cuadrado que desarrollamos hoy está alineado con esa visión original. Eso exige carácter, claridad y mucha paciencia”, señala.
El modelo de ciudad parte de una idea sencilla, pero poderosa: el centro no es el vehículo, es la persona. Las calles están diseñadas para caminar. Los espacios públicos no son residuales, sino protagonistas. “La seguridad no empieza con una cámara, empieza con cómo me siento en el lugar que habito. Si el diseño urbano está pensado para el ser humano, cambia todo: cambia la percepción, cambia el comportamiento, cambia la convivencia”, explica Corzantes.
Una ciudad planificada para la convivencia
Durante la semana, el paseo central se llena de residentes que van al trabajo, al colegio o al supermercado. Los fines de semana, ese mismo espacio recibe a miles de visitantes que llegan del interior del país o del extranjero. Esa doble vida —residencial y pública— es una de las claves del dinamismo de Cayalá. “Aquí no hay separación entre quien vive y quien visita. Todos están invitados a compartir el espacio. Esa convivencia diaria es lo que hace que la ciudad esté viva”, dice.
La División Inmobiliaria que dirige está a cargo de cuatro nuevos desarrollos: Azalea, Eonia, Antares y Nogales. Cada uno responde a distintas etapas de vida. Desde jóvenes profesionales hasta adultos mayores, pasando por familias con niños, adolescentes o universitarios. “No creemos en una ciudad segmentada. El equilibrio generacional es parte del alma de Cayalá. Aquí conviven abuelos, jóvenes, niños, emprendedores, trabajadores, estudiantes. Eso enriquece la experiencia urbana y fortalece el tejido social”, afirma.
Ese enfoque no es retórico: está respaldado por años de trabajo constante con su equipo. “No puedes liderar una ciudad si no entiendes la dimensión humana de lo que haces. Vender una vivienda no es entregar llaves: es acompañar un proyecto de vida”, señala. Con 27 asesores bajo su liderazgo, Corzantes ha construido una cultura de trabajo basada en metas claras, confianza y compromiso compartido. “La gente compra porque siente lo que se vive aquí. Y para eso, el equipo también tiene que vivirlo”.
Su propio vínculo con la ciudad va más allá de lo profesional. “Esto es parte de mi historia. Cayalá es mi comunidad, mi casa, mi oficina, mi supermercado, mi espacio público. No es un lugar que se analiza desde afuera. Es un lugar que se vive, que se defiende y que se transforma”, afirma.
Sobre su rol como mujer al frente de una división inmobiliaria, Corzantes no habla desde el discurso, sino desde la práctica. “Nunca me he sentido detrás de nadie. He trabajado a la par del equipo, hombres y mujeres. Creo en el liderazgo compartido, no en competir por género. Lo que hace la diferencia es la visión, el detalle, la capacidad de escuchar y de sostener una idea en el tiempo”.
Y concluye con una idea que resume no solo su filosofía, sino la del proyecto que representa: “La meta más alta no es crecer, es ser mejores cada día. Para mí, eso es lo que significa Cayalá. Una ciudad que se construye con intención, con vínculos y con responsabilidad”.