Actualidad
Actualidad
Política
Política
Empresa
Empresa
Opinión
Opinión
Inmobiliaria
Inmobiliaria
Agenda Empresarial
Agenda Empresarial
Videos
Videos

Raúl Monterroso: “El patrimonio arquitectónico no es un candado para el desarrollo de las ciudades”

Foto: Diego Cabrera / República
María José Aresti y Braulio Palacios
10 de agosto, 2025

Raúl Monterroso destaca en sus palabras que el patrimonio arquitectónico moderno debe entenderse como una oportunidad para impulsar el desarrollo urbano, económico y turístico de las ciudades.

En la novena edición de la Bienal de Arquitectura Latinoamericana (BAL), Centroamérica participa por primera vez. Monterroso, junto a colegas costarricenses, presentará la conferencia “Arquitecturas Modernas de Centroamérica” para visibilizar el aporte de la región y fortalecer el diálogo internacional sobre arquitectura moderna.

A lo largo de esta entrevista, el también catedrático universitario conduce un recorrido por íconos de la arquitectura guatemalteca, desde la funcionalidad del Centro Cívico hasta el realismo mágico del Teatro Miguel Ángel Asturias, exaltando la visión única de Efraín Recinos y su ruptura con lo colonial.

SUSCRÍBASE A NUESTRO NEWSLETTER DE EMPRESA

¿Cómo surge y se desarrolla el movimiento moderno en Guatemala?

— El Movimiento Moderno surge a finales del siglo XIX y se consolida a mediados del siglo XX. A Guatemala, llegó aproximadamente en 1944, aunque ya existían algunas manifestaciones anteriores.

Lo interesante es que es una manifestación cultural totalmente disruptiva. Rompe con el principio de los elementos decorativos, que prevalecía en las academias de arquitectura de ese entonces, y centra su atención en una arquitectura resultado de análisis funcionalistas y racionalistas.

Por eso también hay un interés profundo en el análisis y estudio de las relaciones espaciales que tenemos como seres humanos. Otro aspecto importante que lo marca es que, a partir de la Revolución Industrial, cambian los sistemas constructivos: tenemos el concreto y el acero como nuevos sistemas de construcción.

Esto permite que las edificaciones ya no dependan estructuralmente de los muros, sino que puedan separar la estructura de la forma del edificio. Así aparecen conceptos como el muro cortina: vemos que todas las paredes son de cristal y no detienen la loza, pero sí hacen un cerramiento.

Con Le Corbusier (arquitecto francés de origen suizo) surgen también los edificios elevados sobre pilotes, las plantas libres, las terrazas-jardín y el muro o la ventana corrida. Estos elementos transformaron las ciudades.

En Guatemala, arribó de la mano de jóvenes arquitectos que estudiaron en el extranjero y regresaron cargados de nuevas ideas. Transformaron la ciudad heredada de la colonia y de la república en una moderna, con proyectos como el que estamos ahora —Edificio Clínicas Médicas (zona 1)—, el edificio El Prado o el edificio Elma.

Todo esto sucedía en lo que hoy conocemos como Centro Histórico, pues la ciudad era esa. Ya había iniciado su expansión hacia La (Avenida) Reforma, hacia el sur, pero después de la primera mitad del siglo XX la expansión se consolidó con el Centro Cívico y otro gran proyecto urbano: la Ciudad Universitaria de la Universidad de San Carlos. Allí se integraron todas las tesis de la modernidad.

¿Cómo compatibilizar la conservación de edificios modernistas con el actual desarrollo urbano?

— Esa es muy buena pregunta, porque usualmente pensamos que el patrimonio es un candado. El patrimonio no es un candado; lejos de serlo, representa muchas posibilidades y oportunidades para el desarrollo integral de las ciudades.

Uno de los grandes desafíos para quienes queremos conservar el movimiento moderno es que, en el imaginario colectivo, es un patrimonio muy nuevo y joven. Se contrapone a nuestro patrimonio prehispánico y patrimonio colonial. Ambas expresiones patrimoniales tienen reconocimiento internacional. En cambio, el movimiento moderno es más difícil de percibir como patrimonio, porque se piensa que esta definición solo está vinculada con lo “antiguo”.

Pero el patrimonio también se relaciona con valores históricos, culturales, tecnológicos y económicos. Estos edificios representan oportunidades económicas: permiten activar dinámicas que beneficien a la ciudad, sin condenarlos al olvido, dándoles una segunda oportunidad.

Hoy, las corrientes más importantes de la arquitectura apuntan a la reutilización y a la reducción en el uso de recursos. No hay nada más contemporáneo que reutilizar y reciclar espacios existentes, lo que permite a la sociedad regenerarse desde lo ambiental, lo social y lo económico.

Usted dice que “el patrimonio no es un candado”, ¿a qué se refiere?

— No es un candado literal, pero hay muchas regulaciones para intervenir en patrimonio. A veces no se otorgan permisos o licencias, y eso hace que se perciba como una traba. No debemos verlo así, sino como una posibilidad.

Esto implica diálogo entre las autoridades que dan licencias y quienes quieren intervenir el patrimonio, para que comprendan que allí hay una gran oportunidad. No es algo que deba quedar olvidado o morir, sino que, como sucede en Europa, puede ser clave en el desarrollo urbano y turístico.

Incluso el patrimonio moderno puede ser parte de la oferta turística. Yo, por ejemplo, he hecho visitas guiadas al Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, al Centro Cívico y a la Ciudad Universitaria. Ese turismo académico y cultural es el que nos interesa, no el que causa desorden.

Si entendemos el patrimonio como parte de la oferta, podremos complementar la que ya tiene Guatemala, sin concentrarla solo en La Antigua, Tikal o Panajachel. La capital, que recibe los vuelos más importantes, podría retener turistas uno o dos días más para que conozcan el Centro Histórico y las expresiones del Movimiento Moderno, que son únicas en América Latina.

¿Qué actores deberían participar en la revisión de la normativa patrimonial?

— Creo que hay que revisarla. Esa revisión debe permitir la participación de distintos actores: académicos, desarrolladores inmobiliarios, empresarios, vecinos… todos los que puedan contribuir a una normativa adaptada a las condiciones y desafíos contemporáneos y futuros.

¿Qué criterios deben guiar decisiones sobre inmuebles históricos en zonas de alta demanda inmobiliaria?

— Otra gran pregunta. Al final, debemos buscar balances. Lo mismo pasa en la ciudad: si solo seguimos lo que dicta la especulación inmobiliaria, nos hará daño. Esto no significa que el desarrollo inmobiliario no sea importante; lo es, porque genera riqueza y oportunidades. Pero hay que equilibrarlo con las aspiraciones de la sociedad. El patrimonio nos identifica: nos sentimos parte de la Antigua, Tikal, el Centro Cívico, la Ciudad Universitaria o el Teatro Nacional.

Exponer a la sociedad a estas expresiones estéticas y culturales la hace más consciente, sensible y solidaria. Así construimos ciudades en beneficio de todos.

¿Cuál será el enfoque de su conferencia “Arquitecturas Modernas de Centroamérica”?

— Es muy importante para la región. La BAL, como todas las bienales, es un espacio para reflexionar sobre la arquitectura, en este caso latinoamericana. En esta ocasión invitaron a Costa Rica, y como curador a Michael Smith Masis, arquitecto costarricense. Él decidió ampliar la invitación a Centroamérica. Aprovechamos la oportunidad porque lamentablemente la región suele ser ignorada en estos espacios.

Por ejemplo, la última vez que el MoMA en Nueva York hizo una muestra de arquitectura latinoamericana, comenzó en México, pasó a Colombia y terminó en Argentina, sin incluir a Centroamérica. En esa ocasión, el Teatro Nacional participó con fotografías, pero no formó parte de la exposición.

La idea ahora es visibilizar que en Guatemala se produce arquitectura desde las culturas ancestrales, pasando por la colonia, la republicana, el Movimiento Moderno y la etapa contemporánea.

Esta es una oportunidad para mostrar expresiones modernas y contemporáneas centroamericanas.

Hemos participado en la curaduría de estudios que representarán a Guatemala en el ámbito contemporáneo y también de expresiones modernas que nos representarán.

Esto se refleja en una publicación en que trabajamos con Mauricio Quiróz, Hans Ibelings y Andrés Fernández, publicada el año pasado, que registra las expresiones modernas desde Guatemala hasta Panamá.

En su momento, el aeropuerto La Aurora fue el más moderno de toda América Latina: el primero en tener mangas directas que conectaban del puente al avión. Guatemala no estaba siguiendo una moda, era parte de la vanguardia.

¿Qué aspectos de la arquitectura centroamericana aportan una visión distinta dentro del diálogo internacional sobre modernidad?

— En América Latina, el movimiento se internacionalizó y tuvo varias ramas. Una de las más importantes fue el Movimiento Moderno Internacional. El problema con este era que, como su nombre lo dice, era internacional. Todos los edificios eran iguales en cualquier parte del mundo: en Nueva Delhi, Buenos Aires, México, París o Nueva York.

En cambio, a mediados del siglo XX en América Latina comenzó un esfuerzo para que el movimiento tuviera un vínculo con nuestras raíces culturales. Lo vemos en México, por ejemplo, en Ciudad Universitaria con la integración plástica, y lo vemos también en Guatemala en el gran proyecto del Centro Cívico, con el hilo conductor de los murales de Carlos Mérida.

Luego se invitó a artistas jóvenes en ese momento a realizar todas las intervenciones y la integración plástica en los murales que hoy vemos en ese paisaje urbano nuevo y contemporáneo. Esa es la diferencia del movimiento moderno latinoamericano y guatemalteco en nuestro caso: Carlos Mérida inició con esa integración plástica cuando aún vivía en México. Bueno, él vivió siempre en México, pero lo trae a Guatemala y lo convierte en una expresión única.

Otro aspecto único es que ese hilo conductor cuenta la historia del pueblo de Guatemala, pero con un lenguaje más metafórico y no tan abstracto. En cambio, cuando vemos la integración plástica en Ciudad Universitaria —los parteluces de Rectoría (de la USAC) o los de Luis Díaz en la Biblioteca Central— hay más abstracción. ¿Por qué? Porque el Centro Cívico estaba orientado a la población en general, en un momento en el que el 90 % de la población era analfabeta y tampoco hablaba español como lengua materna.

Ellos tenían la sensibilidad para entender cuándo ser más metafóricos, como en el Centro Cívico, y cuándo ser más abstractos. Esto también marca diferencias entre la arquitectura del resto de América Latina y hace única a la arquitectura moderna guatemalteca.

Hablando de cuestiones “únicas”, este edificio lo es a nivel arquitectónico. ¿Cómo se vincula con todo lo que hemos conversado?

— Es importante porque arquitectos como Jorge Montes, Carlos Raúl Minondo, Roberto Aycinena, Carlos Asensio, entre otros, tuvieron que salir a estudiar fuera, ya que no existía una Facultad de Arquitectura en Guatemala. Regresaron con todas las ideas que se estaban desarrollando en el mundo en ese momento.

Hay que valorarlos por su capacidad de visualizar a Guatemala en un escenario moderno. Eran visionarios, porque todo lo que vemos aquí es totalmente disruptivo. Este edificio, por ejemplo, está girado a 30 grados con relación a la retícula de 90 del Centro Histórico. Eso ya es una disrupción: lo gira y dice: “aquí estoy yo”.

Es como el edificio Elma, que se coloca sobre el Portal del Comercio, también una disrupción. O el mismo Centro Cívico. Ellos no solo eran visionarios, sino también creativos y disruptivos. Trajeron muchas de esas tesis y las aplicaron aquí.

Por ejemplo, esta terraza jardín, que ahora la Municipalidad de Guatemala incluso premia con incentivos en construcción, ya existía en 1958 sin necesidad de ellos. Lo hacían simplemente para generar calidad espacial. El Movimiento Moderno nos dio en Guatemala la oportunidad de crear experiencias espaciales que iban más allá del racionalismo funcionalista, que caracteriza al Movimiento Moderno Tradicional.

Entendemos que esta es la primera terraza-jardín de todo Centroamérica…

— Todo lo que ellos hacían estaba introduciendo estas tesis modernas. Podemos ver terrazas de jardín en la Municipalidad, en el Banco de Guatemala, en el Crédito Hipotecario Nacional e incluso en el edificio de Rectoría de la Universidad de San Carlos, aunque ya no existe.

Eran conceptos que buscaban elevar la calidad espacial a partir de experiencias estéticas

¿Qué mensaje le gustaría que el público europeo se lleve sobre el desarrollo arquitectónico de nuestra región?

— Lo importante es que el mundo escuche nuestra voz y la de estos territorios, porque realmente tenemos mucho que aportar. La arquitectura moderna en Centroamérica aún tiene mucho que dar.

Por ejemplo, que este edificio esté girado 30 grados no es solo una cuestión formal o estética, sino una adaptación a las condiciones climáticas. El sol lo impacta de cierta manera, y eso es parte de su diseño.

Tenemos mucho que aportar en el manejo de recursos, en la relación entre arquitectura y entorno físico, y en cómo ser más eficientes en el uso de energía. Aquí vemos elementos que contribuyen al control del impacto del sol, lo que evita la necesidad de aire acondicionado.

Esto también pasaba en muchos edificios modernos: eran más conscientes no solo con la cultura, sino también con el ambiente. En el Centro Cívico, por ejemplo, los murales están orientados al oriente y poniente porque cumplen una función utilitaria en el control solar y generan espacios más confortables.

¿Qué relevancia tiene hablar de arquitectura guatemalteca en relación con la herencia colonial e identidad propia?

— A esas expresiones del movimiento moderno se le llama regionalismo crítico, porque plantean esa actitud de crítica. El Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, por ejemplo, que es moderno temporalmente —aunque no podamos clasificarlo estrictamente en una expresión específica—, nos sirve para ilustrar este punto.

La mente creativa de Efraín Recinos logró una edificación totalmente colonial, que rompe todos los vínculos coloniales y se convierte en una expresión única de la arquitectura guatemalteca.

Como he dicho en otras ocasiones, podemos percibirla como una especie de realismo mágico espacial. Por eso es tan acertado que se llame Centro Cultural Miguel Ángel Asturias: él legó a la humanidad el realismo mágico en literatura, y Efraín Recinos legó esa misma esencia mágica, pero en el espacio, tanto interior como exterior.

 

SUSCRÍBASE A NUESTRO NEWSLETTER DE EMPRESA

Raúl Monterroso: “El patrimonio arquitectónico no es un candado para el desarrollo de las ciudades”

Foto: Diego Cabrera / República
María José Aresti y Braulio Palacios
10 de agosto, 2025

Raúl Monterroso destaca en sus palabras que el patrimonio arquitectónico moderno debe entenderse como una oportunidad para impulsar el desarrollo urbano, económico y turístico de las ciudades.

En la novena edición de la Bienal de Arquitectura Latinoamericana (BAL), Centroamérica participa por primera vez. Monterroso, junto a colegas costarricenses, presentará la conferencia “Arquitecturas Modernas de Centroamérica” para visibilizar el aporte de la región y fortalecer el diálogo internacional sobre arquitectura moderna.

A lo largo de esta entrevista, el también catedrático universitario conduce un recorrido por íconos de la arquitectura guatemalteca, desde la funcionalidad del Centro Cívico hasta el realismo mágico del Teatro Miguel Ángel Asturias, exaltando la visión única de Efraín Recinos y su ruptura con lo colonial.

SUSCRÍBASE A NUESTRO NEWSLETTER DE EMPRESA

¿Cómo surge y se desarrolla el movimiento moderno en Guatemala?

— El Movimiento Moderno surge a finales del siglo XIX y se consolida a mediados del siglo XX. A Guatemala, llegó aproximadamente en 1944, aunque ya existían algunas manifestaciones anteriores.

Lo interesante es que es una manifestación cultural totalmente disruptiva. Rompe con el principio de los elementos decorativos, que prevalecía en las academias de arquitectura de ese entonces, y centra su atención en una arquitectura resultado de análisis funcionalistas y racionalistas.

Por eso también hay un interés profundo en el análisis y estudio de las relaciones espaciales que tenemos como seres humanos. Otro aspecto importante que lo marca es que, a partir de la Revolución Industrial, cambian los sistemas constructivos: tenemos el concreto y el acero como nuevos sistemas de construcción.

Esto permite que las edificaciones ya no dependan estructuralmente de los muros, sino que puedan separar la estructura de la forma del edificio. Así aparecen conceptos como el muro cortina: vemos que todas las paredes son de cristal y no detienen la loza, pero sí hacen un cerramiento.

Con Le Corbusier (arquitecto francés de origen suizo) surgen también los edificios elevados sobre pilotes, las plantas libres, las terrazas-jardín y el muro o la ventana corrida. Estos elementos transformaron las ciudades.

En Guatemala, arribó de la mano de jóvenes arquitectos que estudiaron en el extranjero y regresaron cargados de nuevas ideas. Transformaron la ciudad heredada de la colonia y de la república en una moderna, con proyectos como el que estamos ahora —Edificio Clínicas Médicas (zona 1)—, el edificio El Prado o el edificio Elma.

Todo esto sucedía en lo que hoy conocemos como Centro Histórico, pues la ciudad era esa. Ya había iniciado su expansión hacia La (Avenida) Reforma, hacia el sur, pero después de la primera mitad del siglo XX la expansión se consolidó con el Centro Cívico y otro gran proyecto urbano: la Ciudad Universitaria de la Universidad de San Carlos. Allí se integraron todas las tesis de la modernidad.

¿Cómo compatibilizar la conservación de edificios modernistas con el actual desarrollo urbano?

— Esa es muy buena pregunta, porque usualmente pensamos que el patrimonio es un candado. El patrimonio no es un candado; lejos de serlo, representa muchas posibilidades y oportunidades para el desarrollo integral de las ciudades.

Uno de los grandes desafíos para quienes queremos conservar el movimiento moderno es que, en el imaginario colectivo, es un patrimonio muy nuevo y joven. Se contrapone a nuestro patrimonio prehispánico y patrimonio colonial. Ambas expresiones patrimoniales tienen reconocimiento internacional. En cambio, el movimiento moderno es más difícil de percibir como patrimonio, porque se piensa que esta definición solo está vinculada con lo “antiguo”.

Pero el patrimonio también se relaciona con valores históricos, culturales, tecnológicos y económicos. Estos edificios representan oportunidades económicas: permiten activar dinámicas que beneficien a la ciudad, sin condenarlos al olvido, dándoles una segunda oportunidad.

Hoy, las corrientes más importantes de la arquitectura apuntan a la reutilización y a la reducción en el uso de recursos. No hay nada más contemporáneo que reutilizar y reciclar espacios existentes, lo que permite a la sociedad regenerarse desde lo ambiental, lo social y lo económico.

Usted dice que “el patrimonio no es un candado”, ¿a qué se refiere?

— No es un candado literal, pero hay muchas regulaciones para intervenir en patrimonio. A veces no se otorgan permisos o licencias, y eso hace que se perciba como una traba. No debemos verlo así, sino como una posibilidad.

Esto implica diálogo entre las autoridades que dan licencias y quienes quieren intervenir el patrimonio, para que comprendan que allí hay una gran oportunidad. No es algo que deba quedar olvidado o morir, sino que, como sucede en Europa, puede ser clave en el desarrollo urbano y turístico.

Incluso el patrimonio moderno puede ser parte de la oferta turística. Yo, por ejemplo, he hecho visitas guiadas al Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, al Centro Cívico y a la Ciudad Universitaria. Ese turismo académico y cultural es el que nos interesa, no el que causa desorden.

Si entendemos el patrimonio como parte de la oferta, podremos complementar la que ya tiene Guatemala, sin concentrarla solo en La Antigua, Tikal o Panajachel. La capital, que recibe los vuelos más importantes, podría retener turistas uno o dos días más para que conozcan el Centro Histórico y las expresiones del Movimiento Moderno, que son únicas en América Latina.

¿Qué actores deberían participar en la revisión de la normativa patrimonial?

— Creo que hay que revisarla. Esa revisión debe permitir la participación de distintos actores: académicos, desarrolladores inmobiliarios, empresarios, vecinos… todos los que puedan contribuir a una normativa adaptada a las condiciones y desafíos contemporáneos y futuros.

¿Qué criterios deben guiar decisiones sobre inmuebles históricos en zonas de alta demanda inmobiliaria?

— Otra gran pregunta. Al final, debemos buscar balances. Lo mismo pasa en la ciudad: si solo seguimos lo que dicta la especulación inmobiliaria, nos hará daño. Esto no significa que el desarrollo inmobiliario no sea importante; lo es, porque genera riqueza y oportunidades. Pero hay que equilibrarlo con las aspiraciones de la sociedad. El patrimonio nos identifica: nos sentimos parte de la Antigua, Tikal, el Centro Cívico, la Ciudad Universitaria o el Teatro Nacional.

Exponer a la sociedad a estas expresiones estéticas y culturales la hace más consciente, sensible y solidaria. Así construimos ciudades en beneficio de todos.

¿Cuál será el enfoque de su conferencia “Arquitecturas Modernas de Centroamérica”?

— Es muy importante para la región. La BAL, como todas las bienales, es un espacio para reflexionar sobre la arquitectura, en este caso latinoamericana. En esta ocasión invitaron a Costa Rica, y como curador a Michael Smith Masis, arquitecto costarricense. Él decidió ampliar la invitación a Centroamérica. Aprovechamos la oportunidad porque lamentablemente la región suele ser ignorada en estos espacios.

Por ejemplo, la última vez que el MoMA en Nueva York hizo una muestra de arquitectura latinoamericana, comenzó en México, pasó a Colombia y terminó en Argentina, sin incluir a Centroamérica. En esa ocasión, el Teatro Nacional participó con fotografías, pero no formó parte de la exposición.

La idea ahora es visibilizar que en Guatemala se produce arquitectura desde las culturas ancestrales, pasando por la colonia, la republicana, el Movimiento Moderno y la etapa contemporánea.

Esta es una oportunidad para mostrar expresiones modernas y contemporáneas centroamericanas.

Hemos participado en la curaduría de estudios que representarán a Guatemala en el ámbito contemporáneo y también de expresiones modernas que nos representarán.

Esto se refleja en una publicación en que trabajamos con Mauricio Quiróz, Hans Ibelings y Andrés Fernández, publicada el año pasado, que registra las expresiones modernas desde Guatemala hasta Panamá.

En su momento, el aeropuerto La Aurora fue el más moderno de toda América Latina: el primero en tener mangas directas que conectaban del puente al avión. Guatemala no estaba siguiendo una moda, era parte de la vanguardia.

¿Qué aspectos de la arquitectura centroamericana aportan una visión distinta dentro del diálogo internacional sobre modernidad?

— En América Latina, el movimiento se internacionalizó y tuvo varias ramas. Una de las más importantes fue el Movimiento Moderno Internacional. El problema con este era que, como su nombre lo dice, era internacional. Todos los edificios eran iguales en cualquier parte del mundo: en Nueva Delhi, Buenos Aires, México, París o Nueva York.

En cambio, a mediados del siglo XX en América Latina comenzó un esfuerzo para que el movimiento tuviera un vínculo con nuestras raíces culturales. Lo vemos en México, por ejemplo, en Ciudad Universitaria con la integración plástica, y lo vemos también en Guatemala en el gran proyecto del Centro Cívico, con el hilo conductor de los murales de Carlos Mérida.

Luego se invitó a artistas jóvenes en ese momento a realizar todas las intervenciones y la integración plástica en los murales que hoy vemos en ese paisaje urbano nuevo y contemporáneo. Esa es la diferencia del movimiento moderno latinoamericano y guatemalteco en nuestro caso: Carlos Mérida inició con esa integración plástica cuando aún vivía en México. Bueno, él vivió siempre en México, pero lo trae a Guatemala y lo convierte en una expresión única.

Otro aspecto único es que ese hilo conductor cuenta la historia del pueblo de Guatemala, pero con un lenguaje más metafórico y no tan abstracto. En cambio, cuando vemos la integración plástica en Ciudad Universitaria —los parteluces de Rectoría (de la USAC) o los de Luis Díaz en la Biblioteca Central— hay más abstracción. ¿Por qué? Porque el Centro Cívico estaba orientado a la población en general, en un momento en el que el 90 % de la población era analfabeta y tampoco hablaba español como lengua materna.

Ellos tenían la sensibilidad para entender cuándo ser más metafóricos, como en el Centro Cívico, y cuándo ser más abstractos. Esto también marca diferencias entre la arquitectura del resto de América Latina y hace única a la arquitectura moderna guatemalteca.

Hablando de cuestiones “únicas”, este edificio lo es a nivel arquitectónico. ¿Cómo se vincula con todo lo que hemos conversado?

— Es importante porque arquitectos como Jorge Montes, Carlos Raúl Minondo, Roberto Aycinena, Carlos Asensio, entre otros, tuvieron que salir a estudiar fuera, ya que no existía una Facultad de Arquitectura en Guatemala. Regresaron con todas las ideas que se estaban desarrollando en el mundo en ese momento.

Hay que valorarlos por su capacidad de visualizar a Guatemala en un escenario moderno. Eran visionarios, porque todo lo que vemos aquí es totalmente disruptivo. Este edificio, por ejemplo, está girado a 30 grados con relación a la retícula de 90 del Centro Histórico. Eso ya es una disrupción: lo gira y dice: “aquí estoy yo”.

Es como el edificio Elma, que se coloca sobre el Portal del Comercio, también una disrupción. O el mismo Centro Cívico. Ellos no solo eran visionarios, sino también creativos y disruptivos. Trajeron muchas de esas tesis y las aplicaron aquí.

Por ejemplo, esta terraza jardín, que ahora la Municipalidad de Guatemala incluso premia con incentivos en construcción, ya existía en 1958 sin necesidad de ellos. Lo hacían simplemente para generar calidad espacial. El Movimiento Moderno nos dio en Guatemala la oportunidad de crear experiencias espaciales que iban más allá del racionalismo funcionalista, que caracteriza al Movimiento Moderno Tradicional.

Entendemos que esta es la primera terraza-jardín de todo Centroamérica…

— Todo lo que ellos hacían estaba introduciendo estas tesis modernas. Podemos ver terrazas de jardín en la Municipalidad, en el Banco de Guatemala, en el Crédito Hipotecario Nacional e incluso en el edificio de Rectoría de la Universidad de San Carlos, aunque ya no existe.

Eran conceptos que buscaban elevar la calidad espacial a partir de experiencias estéticas

¿Qué mensaje le gustaría que el público europeo se lleve sobre el desarrollo arquitectónico de nuestra región?

— Lo importante es que el mundo escuche nuestra voz y la de estos territorios, porque realmente tenemos mucho que aportar. La arquitectura moderna en Centroamérica aún tiene mucho que dar.

Por ejemplo, que este edificio esté girado 30 grados no es solo una cuestión formal o estética, sino una adaptación a las condiciones climáticas. El sol lo impacta de cierta manera, y eso es parte de su diseño.

Tenemos mucho que aportar en el manejo de recursos, en la relación entre arquitectura y entorno físico, y en cómo ser más eficientes en el uso de energía. Aquí vemos elementos que contribuyen al control del impacto del sol, lo que evita la necesidad de aire acondicionado.

Esto también pasaba en muchos edificios modernos: eran más conscientes no solo con la cultura, sino también con el ambiente. En el Centro Cívico, por ejemplo, los murales están orientados al oriente y poniente porque cumplen una función utilitaria en el control solar y generan espacios más confortables.

¿Qué relevancia tiene hablar de arquitectura guatemalteca en relación con la herencia colonial e identidad propia?

— A esas expresiones del movimiento moderno se le llama regionalismo crítico, porque plantean esa actitud de crítica. El Centro Cultural Miguel Ángel Asturias, por ejemplo, que es moderno temporalmente —aunque no podamos clasificarlo estrictamente en una expresión específica—, nos sirve para ilustrar este punto.

La mente creativa de Efraín Recinos logró una edificación totalmente colonial, que rompe todos los vínculos coloniales y se convierte en una expresión única de la arquitectura guatemalteca.

Como he dicho en otras ocasiones, podemos percibirla como una especie de realismo mágico espacial. Por eso es tan acertado que se llame Centro Cultural Miguel Ángel Asturias: él legó a la humanidad el realismo mágico en literatura, y Efraín Recinos legó esa misma esencia mágica, pero en el espacio, tanto interior como exterior.

 

¿Quiere recibir notificaciones de alertas?