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Gabriela Asturias: “Sí se puede ser científica y tener familia”

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Miguel Rodríguez
24 de junio, 2025

A sus 29 años, Gabriela Asturias ya suma uno de los reconocimientos más destacados para líderes emergentes: el Premio Princesa de Girona 2025. Le fue otorgado por su trayectoria como científica y médica guatemalteca comprometida con el cambio social. Recibir el galardón fue, en sus palabras, una “sorpresa feliz”, especialmente porque —en un mundo donde los reconocimientos científicos suelen llegar después de décadas de carrera— este celebra el impacto temprano de quienes están transformando realidades antes de los 35 años. 

En entrevista con República Empresa, habló de sus inicios, los retos de ser mujer en la ciencia, el valor de tener mentores desde temprano y el papel que juega la investigación en la transformación de los sistemas públicos de salud. También compartió cómo nació Fundegua, su apuesta por la ciencia aplicada y las nuevas herramientas tecnológicas que hoy impulsa para llevar soluciones médicas a gran escala en Guatemala. 

¿Qué representó recibir el Premio Princesa de Girona 2025 como científica centroamericana? 

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—Es un honor poder representar a Guatemala y a las mujeres científicas del mundo. Cuando me nominaron el año pasado, sabía que había más y que el proceso era muy competitivo. 

Supe que era finalista hace unas semanas. Al escuchar las presentaciones de los demás, especialmente de Latinoamérica, me parecieron espectaculares. Por eso, recibir el premio fue una gran sorpresa. Me hace muy feliz que Guatemala haya sido reconocida por segundo año consecutivo. 

¿Cuál fue el primer pensamiento al recibir la noticia, considerando la calidad de los otros proyectos? 

—Lo interesante es que estos reconocimientos usualmente se dan a personas con trayectorias muy largas. En ciencia, los reconocimientos suelen llegar más tarde, cuando ya estás consolidado. 

Este premio es diferente porque busca destacar a menores de 35 años. Tengo 29 y había una parte de mí que dudaba si era demasiado joven. Pero creo que precisamente el objetivo del premio es impulsar trayectorias emergentes con impacto. 

¿Este tipo de reconocimientos pueden motivar a más jóvenes científicas en Guatemala? 

—Sí, totalmente. En Guatemala veo cada vez más mujeres liderando dentro de la ciencia, tanto en universidades como en el gobierno y el sector privado. Eso me da mucha felicidad. 

Desde la pandemia ha habido más redes de mujeres científicas, como OWSD. Estos espacios han fortalecido los vínculos, generado círculos de apoyo y visibilizado ejemplos para las jóvenes. Eso ha animado a muchas a sumarse. 

¿Cómo se logra combinar la vocación científica con un fuerte compromiso social desde el inicio de una trayectoria profesional? 

—Desde pequeña quería ser neurocientífica. Estudié medicina porque muchas de mis preguntas científicas eran clínicas y me aconsejaron que sería útil entender la medicina para liderar mejor la investigación. 

Me fui a EE. UU. porque en Guatemala las carreras de medicina y ciencia están bastante separadas. Allá podía combinarlas y hacer investigación desde la universidad. 

—Pero estar lejos por tanto tiempo fue difícil. Empecé a contactar profesores que trabajaban en Guatemala y encontré al Dr. David Boyd. Con él descubrí la ciencia aplicada a la salud pública. Así nació Fundegua, que ha canalizado muchos de esos esfuerzos desde entonces. 

¿Qué papel puede jugar la ciencia para transformar los sistemas públicos de salud en Guatemala? 

—Cuando se prueban iniciativas lo más importante es medir el impacto. Ahí entra la ciencia: permite evaluar si las intervenciones funcionan y si deben replicarse. Es lo que llamamos ciencia de la implementación. Por ejemplo, estamos probando una nueva herramienta que es ALMA, funciona por WhatsApp y da seguimiento y capacitación, tanto a profesionales como a usuarios. 

¿Hubo algún momento especialmente difícil que marcara el proceso de formación? 

—Sí, varios. La carrera de medicina es muy larga y hubo momentos en que dudé si debía seguir o enfocarme solo en el trabajo que estaba haciendo en Guatemala. Balancear todo ha sido un gran reto. Liderar una fundación, responder a donantes, coordinar equipos y al mismo tiempo estudiar medicina en EE. UU., con exámenes que requieren meses de preparación, ha sido una carga pesada durante casi diez años. 

¿Quiénes fueron los guías o inspiradores claves en este camino? 

—Mis papás, sin duda. Siempre me impulsaron a soñar en grande, a ser perseverante y a creer que todo era posible. Mi mamá me enseñó a leer muy temprano y desde entonces me encantaba aprender. A los 14 años, Pamela Pennington me dio mi primera oportunidad en un laboratorio. Me ayudó a entender la ciencia desde adentro y me sugirió considerar medicina, ya que mis preguntas eran muy clínicas. 

—También conocí a doctores y neurólogos que me mostraron el cerebro desde la práctica. Más adelante, al llegar a la universidad, descubrí la psiquiatría. Fue entonces cuando sentí que todas mis pasiones se alineaban en una sola disciplina. 

¿Es crucial tener acompañamiento desde joven para decidir el camino profesional? 

—Sí, es fundamental. En mi caso, hubo una mezcla de curiosidad personal y acompañamiento constante de mis papás. Cuando tenía una idea, ellos me ayudaban a probarla. Eso me permitió clarificar desde muy temprano lo que quería hacer. Fui constante en mi enfoque hacia el estudio del cerebro, y creo que mucho se debió a esa combinación entre mentores, apoyo familiar y espacios donde pude aprender. 

¿Qué barreras específicas encuentra la mujer dentro del mundo científico? 

—En la universidad recibí varios comentarios sobre cómo las mujeres en medicina no pueden tener familia o la dificultad de combinarlo todo. Pero también conocí mentoras que estaban logrando compaginarlo. Con su ejemplo me mostraron que sí se puede. Aunque el entrenamiento dura más de una década, aprendí que la vida no empieza cuando este termina. Ya estaba en curso y yo ya generaba impacto. 

¿Cuál sería el mensaje a una joven que recibe ese tipo de comentarios desalentadores? 

—Siempre habrá personas que duden si puedes balancear lo profesional y lo personal. Pero hoy hay muchísimos ejemplos de mujeres que han logrado ambas cosas. Cada quien define qué quiere para su vida. No hay una única forma correcta ni un orden predeterminado. Lo importante es tener claro tus valores y prioridades para ir cumpliendo tus metas paso a paso. 

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Gabriela Asturias: “Sí se puede ser científica y tener familia”

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Miguel Rodríguez
24 de junio, 2025

A sus 29 años, Gabriela Asturias ya suma uno de los reconocimientos más destacados para líderes emergentes: el Premio Princesa de Girona 2025. Le fue otorgado por su trayectoria como científica y médica guatemalteca comprometida con el cambio social. Recibir el galardón fue, en sus palabras, una “sorpresa feliz”, especialmente porque —en un mundo donde los reconocimientos científicos suelen llegar después de décadas de carrera— este celebra el impacto temprano de quienes están transformando realidades antes de los 35 años. 

En entrevista con República Empresa, habló de sus inicios, los retos de ser mujer en la ciencia, el valor de tener mentores desde temprano y el papel que juega la investigación en la transformación de los sistemas públicos de salud. También compartió cómo nació Fundegua, su apuesta por la ciencia aplicada y las nuevas herramientas tecnológicas que hoy impulsa para llevar soluciones médicas a gran escala en Guatemala. 

¿Qué representó recibir el Premio Princesa de Girona 2025 como científica centroamericana? 

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—Es un honor poder representar a Guatemala y a las mujeres científicas del mundo. Cuando me nominaron el año pasado, sabía que había más y que el proceso era muy competitivo. 

Supe que era finalista hace unas semanas. Al escuchar las presentaciones de los demás, especialmente de Latinoamérica, me parecieron espectaculares. Por eso, recibir el premio fue una gran sorpresa. Me hace muy feliz que Guatemala haya sido reconocida por segundo año consecutivo. 

¿Cuál fue el primer pensamiento al recibir la noticia, considerando la calidad de los otros proyectos? 

—Lo interesante es que estos reconocimientos usualmente se dan a personas con trayectorias muy largas. En ciencia, los reconocimientos suelen llegar más tarde, cuando ya estás consolidado. 

Este premio es diferente porque busca destacar a menores de 35 años. Tengo 29 y había una parte de mí que dudaba si era demasiado joven. Pero creo que precisamente el objetivo del premio es impulsar trayectorias emergentes con impacto. 

¿Este tipo de reconocimientos pueden motivar a más jóvenes científicas en Guatemala? 

—Sí, totalmente. En Guatemala veo cada vez más mujeres liderando dentro de la ciencia, tanto en universidades como en el gobierno y el sector privado. Eso me da mucha felicidad. 

Desde la pandemia ha habido más redes de mujeres científicas, como OWSD. Estos espacios han fortalecido los vínculos, generado círculos de apoyo y visibilizado ejemplos para las jóvenes. Eso ha animado a muchas a sumarse. 

¿Cómo se logra combinar la vocación científica con un fuerte compromiso social desde el inicio de una trayectoria profesional? 

—Desde pequeña quería ser neurocientífica. Estudié medicina porque muchas de mis preguntas científicas eran clínicas y me aconsejaron que sería útil entender la medicina para liderar mejor la investigación. 

Me fui a EE. UU. porque en Guatemala las carreras de medicina y ciencia están bastante separadas. Allá podía combinarlas y hacer investigación desde la universidad. 

—Pero estar lejos por tanto tiempo fue difícil. Empecé a contactar profesores que trabajaban en Guatemala y encontré al Dr. David Boyd. Con él descubrí la ciencia aplicada a la salud pública. Así nació Fundegua, que ha canalizado muchos de esos esfuerzos desde entonces. 

¿Qué papel puede jugar la ciencia para transformar los sistemas públicos de salud en Guatemala? 

—Cuando se prueban iniciativas lo más importante es medir el impacto. Ahí entra la ciencia: permite evaluar si las intervenciones funcionan y si deben replicarse. Es lo que llamamos ciencia de la implementación. Por ejemplo, estamos probando una nueva herramienta que es ALMA, funciona por WhatsApp y da seguimiento y capacitación, tanto a profesionales como a usuarios. 

¿Hubo algún momento especialmente difícil que marcara el proceso de formación? 

—Sí, varios. La carrera de medicina es muy larga y hubo momentos en que dudé si debía seguir o enfocarme solo en el trabajo que estaba haciendo en Guatemala. Balancear todo ha sido un gran reto. Liderar una fundación, responder a donantes, coordinar equipos y al mismo tiempo estudiar medicina en EE. UU., con exámenes que requieren meses de preparación, ha sido una carga pesada durante casi diez años. 

¿Quiénes fueron los guías o inspiradores claves en este camino? 

—Mis papás, sin duda. Siempre me impulsaron a soñar en grande, a ser perseverante y a creer que todo era posible. Mi mamá me enseñó a leer muy temprano y desde entonces me encantaba aprender. A los 14 años, Pamela Pennington me dio mi primera oportunidad en un laboratorio. Me ayudó a entender la ciencia desde adentro y me sugirió considerar medicina, ya que mis preguntas eran muy clínicas. 

—También conocí a doctores y neurólogos que me mostraron el cerebro desde la práctica. Más adelante, al llegar a la universidad, descubrí la psiquiatría. Fue entonces cuando sentí que todas mis pasiones se alineaban en una sola disciplina. 

¿Es crucial tener acompañamiento desde joven para decidir el camino profesional? 

—Sí, es fundamental. En mi caso, hubo una mezcla de curiosidad personal y acompañamiento constante de mis papás. Cuando tenía una idea, ellos me ayudaban a probarla. Eso me permitió clarificar desde muy temprano lo que quería hacer. Fui constante en mi enfoque hacia el estudio del cerebro, y creo que mucho se debió a esa combinación entre mentores, apoyo familiar y espacios donde pude aprender. 

¿Qué barreras específicas encuentra la mujer dentro del mundo científico? 

—En la universidad recibí varios comentarios sobre cómo las mujeres en medicina no pueden tener familia o la dificultad de combinarlo todo. Pero también conocí mentoras que estaban logrando compaginarlo. Con su ejemplo me mostraron que sí se puede. Aunque el entrenamiento dura más de una década, aprendí que la vida no empieza cuando este termina. Ya estaba en curso y yo ya generaba impacto. 

¿Cuál sería el mensaje a una joven que recibe ese tipo de comentarios desalentadores? 

—Siempre habrá personas que duden si puedes balancear lo profesional y lo personal. Pero hoy hay muchísimos ejemplos de mujeres que han logrado ambas cosas. Cada quien define qué quiere para su vida. No hay una única forma correcta ni un orden predeterminado. Lo importante es tener claro tus valores y prioridades para ir cumpliendo tus metas paso a paso. 

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