A los 18 años, mientras el mundo se detenía por la pandemia, Lilian Miranda decidió avanzar. Con fe, determinación y una cuenta de Instagram, lanzó My Turtle: una tienda digital de tenis pensada para empoderar a las mujeres desde sus pasos. Comenzó vendiendo desde casa junto a su madre, con una promesa clara: ofrecer diseño, comodidad y precio justo, sin sacrificar la rentabilidad.
Lo que nació como un emprendimiento casero pronto se convirtió en una empresa con estructura, propósito y una comunidad leal. Hoy, My Turtle opera como un e-commerce en crecimiento, con ventas al detalle, mayoristas y una red de más de 250 vendedoras afiliadas que comercializan sus productos a través de WhatsApp y redes sociales. Sin local físico, pero con visión sólida, Miranda ha logrado sostener márgenes del 50 % en un mercado altamente competitivo.
La clave ha sido no solo cuidar el flujo de caja, sino también invertir estratégicamente en inventario, procesos y herramientas de fidelización. A pesar de haber enfrentado retos como el hackeo de su cuenta con 30 000 seguidores —una crisis que la obligó a reconstruir desde cero—, la emprendedora no perdió el norte. Aprendió a diversificar canales, construir bases de datos propias y profesionalizar su marca.
Hoy, My Turtle avanza con pasos firmes hacia su próxima etapa: importar directamente desde el exterior para optimizar márgenes, abrir tiendas físicas y atraer inversión formal. Todo, sin perder su esencia: ser una empresa de mujeres para mujeres, que genera ingresos, comunidad y crecimiento personal.
Miranda, con su labor ha creado una plataforma para que otras mujeres también emprendan. Su modelo de afiliación por comisión transforma clientas en microempresarias. Su objetivo no es solo expandir una marca, sino consolidar un movimiento. Visualiza a My Turtle como una firma regional con impacto social, una red que crece con cada paso de quienes confían en ella.
En un país donde emprender es un acto de fe, Lilian Miranda demuestra que la visión, el esfuerzo y la empatía pueden convertirse en modelo de negocio. Y en motor de cambio.
A los 18 años, mientras el mundo se detenía por la pandemia, Lilian Miranda decidió avanzar. Con fe, determinación y una cuenta de Instagram, lanzó My Turtle: una tienda digital de tenis pensada para empoderar a las mujeres desde sus pasos. Comenzó vendiendo desde casa junto a su madre, con una promesa clara: ofrecer diseño, comodidad y precio justo, sin sacrificar la rentabilidad.
Lo que nació como un emprendimiento casero pronto se convirtió en una empresa con estructura, propósito y una comunidad leal. Hoy, My Turtle opera como un e-commerce en crecimiento, con ventas al detalle, mayoristas y una red de más de 250 vendedoras afiliadas que comercializan sus productos a través de WhatsApp y redes sociales. Sin local físico, pero con visión sólida, Miranda ha logrado sostener márgenes del 50 % en un mercado altamente competitivo.
La clave ha sido no solo cuidar el flujo de caja, sino también invertir estratégicamente en inventario, procesos y herramientas de fidelización. A pesar de haber enfrentado retos como el hackeo de su cuenta con 30 000 seguidores —una crisis que la obligó a reconstruir desde cero—, la emprendedora no perdió el norte. Aprendió a diversificar canales, construir bases de datos propias y profesionalizar su marca.
Hoy, My Turtle avanza con pasos firmes hacia su próxima etapa: importar directamente desde el exterior para optimizar márgenes, abrir tiendas físicas y atraer inversión formal. Todo, sin perder su esencia: ser una empresa de mujeres para mujeres, que genera ingresos, comunidad y crecimiento personal.
Miranda, con su labor ha creado una plataforma para que otras mujeres también emprendan. Su modelo de afiliación por comisión transforma clientas en microempresarias. Su objetivo no es solo expandir una marca, sino consolidar un movimiento. Visualiza a My Turtle como una firma regional con impacto social, una red que crece con cada paso de quienes confían en ella.
En un país donde emprender es un acto de fe, Lilian Miranda demuestra que la visión, el esfuerzo y la empatía pueden convertirse en modelo de negocio. Y en motor de cambio.