Por: María José Aresti
En tiempos en los que la sostenibilidad suele quedarse en la superficie, hay proyectos que intentan ir más allá. Ciudad Cayalá es uno de ellos. En lugar de limitarse a cumplir con normativas o plantar árboles como símbolo, este desarrollo urbano ha integrado la sostenibilidad como parte de su operación diaria.
Desde el uso inteligente del agua hasta la gestión diferenciada de residuos, pasando por el monitoreo ambiental en tiempo real, el caso de Cayalá ofrece una mirada técnica, concreta y, sobre todo, medible.
Ruth López, responsable ambiental del proyecto, explica que las decisiones deben equilibrar lo ambiental, lo social y lo económico. “Ahí es donde Cayalá empata completamente”, afirma.
Cada decisión hídrica deja huella
Ubicada en una cuenca media, Ciudad Cayalá tiene una relación muy particular con el agua. Cada acción que se toma ahí —desde perforar un pozo hasta regar un jardín— considera el agua que reibe de las cuencas de arriba y las que genera aguas abajo.
Por eso, cada pozo nuevo se autoriza solo después de estudios hidrogeológicos. Las aguas servidas se tratan dentro del mismo complejo, y luego se reutilizan en riego de áreas verdes, barrancos e incluso para mitigar el polvo de las construcciones.
Además, el consumo no se cobra con tarifa plana. Cada usuario paga según lo que consume. “Cuando la gente sabe que el agua tiene un costo real, empieza a cuidarla”, dice.
Toda la red opera con sensores y sistemas de monitoreo en línea que permiten evaluar la calidad del agua tratada en tiempo real, muy por encima del estándar nacional.
Residuos, un sistema que cierra su ciclo
El manejo de residuos en Cayalá también rompe esquemas. Desde hace más de una década, cada hogar y comercio paga según el volumen de basura que genera, no con un monto fijo. Esto ha provocado un cambio de hábitos: solo el 23 % de lo recolectado termina en vertederos nacionales, aunque el objetivo es reducir a 8%. El resto se recicla, se composta o se convierte en energía.
“Queremos ser una ciudad que no impacte negativamente a otra”, resume López. Para los residuos no reciclables, el complejo ha adquirido dos incineradores controlados, importados desde Inglaterra, que operan con tecnología segura.
Los desechos orgánicos, por su parte, se transforman en abono que se usa dentro del mismo complejo. Así se cierra el ciclo: menos basura, más suelo fértil y menor huella ambiental. “El proyecto mejor gestionado de Cayalá es el manejo de residuos”, asegura.
Sensores que miden el aire
La sostenibilidad se gestiona desde los datos, no desde el discurso. El equipo ambiental de Cayalá ha incorporado tecnología en su operación diaria y poco común en desarrollos nacionales.
Cuenta con sensores de calidad del aire para monitorear partículas en suspensión —sobre todo polvo de construcción—, estaciones meteorológicas y sistemas para medir huella hídrica, huella de carbono, biodiversidad y ruido.
Los dispositivos ubicados en zonas estratégicas alertan si se detectan niveles que podrían comprometer la calidad de vida de vecinos o trabajadores, y tomar decisiones rápidas.
Áreas verdes, infraestructura ecológica
Más del 30 % del espacio construido de Cayalá está destinado a áreas verdes. Pero no están ahí solo por estética. Se riegan con agua tratada, se fertilizan con compost producido internamente y se diseñan para aportar biodiversidad urbana.
“Estamos dentro de otra ciudad, y eso nos obliga a cuidar no solo lo que está adentro, sino también lo que impactamos afuera”, comenta Ruth.
También se han realizado monitoreos de biodiversidad para preservar especies nativas y mantener un equilibrio ecológico en el entorno inmediato.
Una ciudad que aprende y se adapta
Nada de esto sería posible sin una estructura que lo respalde. La sostenibilidad en Cayalá no es un manual cerrado, sino un sistema vivo. Se sostiene en mesas técnicas donde participan expertos internos y externos, alianzas con universidades, cooperación internacional y una política de mejora continua.
Actualmente, se trabaja en la obtención de una certificación nacional con el Centro de Producción Más Limpia y la Cámara de Industria de Guatemala (CIG), además de avanzar hacia una ISO 14001 para su sistema de gestión ambiental.
“Queremos pasar de caminar a usar bicicleta. Y para eso, aprendemos de quienes ya llevan recorrido en ciencia ambiental. Las alianzas con otros países nos permiten crecer”, explica López. Uno de los ODS más reiterados en su equipo es el número 17: fortalecer asociaciones para lograr los demás objetivos.
La ciudad como un acto de responsabilidad
Construir una ciudad no es solo levantar edificios, es diseñar una infraestructura que se sostenga en el tiempo. “Las decisiones de hoy en agua, residuos o aire, van a tener efectos en 10 o 20 años. Si no pensamos así, no estamos siendo responsables”.
En un país donde muchas ciudades crecen sin planificación, el caso de Cayalá plantea una alternativa: se mide, ajusta y mejora. “El primer paso para cuidar un lugar es entender que lo compartimos”, concluye la responsable ambiental de Ciudad Cayalá.
Vídeos y edición: Víctor Leal