La IA está revolucionando industrias, pero también está ocasionando un problema silencioso: el gasto eléctrico de los centros de datos. Estos edificios llenos de servidores ya representan cerca del 1 % de la electricidad global y, según la Agencia Internacional de Energía, el consumo podría duplicarse para 2030.
En paralelo, Goldman Sachs estima que la demanda del sector podría crecer alrededor del 160 % en la próxima década. El reto no es solo enfriar miles de máquinas sino hacerlo sin disparar la factura ni la huella ambiental.
Hasta hace poco la norma era mover aire con ventiladores y compresores. Hoy la opción más eficiente es el enfriamiento líquido, que transporta el calor directamente desde los chips. Esto reduce el gasto eléctrico y permite operar con más potencia en el mismo espacio.
Sin embargo, no todo es ventaja. Se requieren inversiones iniciales, tuberías especiales y protocolos de seguridad. Además, hay que vigilar el uso de agua para evitar que el remedio provoque otro problema ambiental.
Otro frente está en la electricidad misma. Los sistemas de baterías y UPS modernos permiten estabilizar el consumo, evitando cargos extras por picos y protegiendo los equipos de microcortes. También ayudan a aprovechar paneles solares durante el día.
El punto débil es que las baterías se degradan con el tiempo, requieren espacio físico y exigen permisos de seguridad que en algunos países pueden tardar más que la propia construcción del centro de datos.
Energía limpia y contratos de largo plazo
La tercera pieza del rompecabezas es el origen de la electricidad. Latinoamérica ya genera alrededor del 60 % de su energía con fuentes renovables y busca subir al 70 % en 2030. Eso abre la puerta a contratos de energía a largo plazo (PPAs) con proyectos solares eólicos. Estos fijan precios y aseguran suministro limpio.
Guatemala, por ejemplo, ya alcanzó más del 60 % de generación renovable en 2023 y se ha propuesto llegar al 80 % para 2030. El desafío está en asegurar la entrega en redes saturadas y en usar compensaciones de carbono solo cuando sean verificadas por terceros. La intención es evitar el “maquillaje verde”.
En resumen, la ruta pasa por enfriar con líquidos donde la carga lo exija, dimensionar bien baterías y UPS y firmar contratos sólidos de energía limpia. Todo esto debe medirse con dos métricas simples: PUE (eficiencia energética) y WUE (eficiencia hídrica). Es imperativo evitar que la IA se convierta en un agujero negro de energía. No se trata de prometer milagros. El objetivo es innovar con control y responsabilidad.
La IA está revolucionando industrias, pero también está ocasionando un problema silencioso: el gasto eléctrico de los centros de datos. Estos edificios llenos de servidores ya representan cerca del 1 % de la electricidad global y, según la Agencia Internacional de Energía, el consumo podría duplicarse para 2030.
En paralelo, Goldman Sachs estima que la demanda del sector podría crecer alrededor del 160 % en la próxima década. El reto no es solo enfriar miles de máquinas sino hacerlo sin disparar la factura ni la huella ambiental.
Hasta hace poco la norma era mover aire con ventiladores y compresores. Hoy la opción más eficiente es el enfriamiento líquido, que transporta el calor directamente desde los chips. Esto reduce el gasto eléctrico y permite operar con más potencia en el mismo espacio.
Sin embargo, no todo es ventaja. Se requieren inversiones iniciales, tuberías especiales y protocolos de seguridad. Además, hay que vigilar el uso de agua para evitar que el remedio provoque otro problema ambiental.
Otro frente está en la electricidad misma. Los sistemas de baterías y UPS modernos permiten estabilizar el consumo, evitando cargos extras por picos y protegiendo los equipos de microcortes. También ayudan a aprovechar paneles solares durante el día.
El punto débil es que las baterías se degradan con el tiempo, requieren espacio físico y exigen permisos de seguridad que en algunos países pueden tardar más que la propia construcción del centro de datos.
Energía limpia y contratos de largo plazo
La tercera pieza del rompecabezas es el origen de la electricidad. Latinoamérica ya genera alrededor del 60 % de su energía con fuentes renovables y busca subir al 70 % en 2030. Eso abre la puerta a contratos de energía a largo plazo (PPAs) con proyectos solares eólicos. Estos fijan precios y aseguran suministro limpio.
Guatemala, por ejemplo, ya alcanzó más del 60 % de generación renovable en 2023 y se ha propuesto llegar al 80 % para 2030. El desafío está en asegurar la entrega en redes saturadas y en usar compensaciones de carbono solo cuando sean verificadas por terceros. La intención es evitar el “maquillaje verde”.
En resumen, la ruta pasa por enfriar con líquidos donde la carga lo exija, dimensionar bien baterías y UPS y firmar contratos sólidos de energía limpia. Todo esto debe medirse con dos métricas simples: PUE (eficiencia energética) y WUE (eficiencia hídrica). Es imperativo evitar que la IA se convierta en un agujero negro de energía. No se trata de prometer milagros. El objetivo es innovar con control y responsabilidad.