¿Y si apuestas tu libertad?
Estamos condenados a ser libres; es nuestra condición, no algo es algo que podamos dar en un instante.
Apostar es un acto curioso. Después de todo, es donde puedes ver la naturaleza humana en su máxima expresión. Observas a los cautos que solo se atreven a colocar sobre la mesa una ficha mientras sostienen el resto en su puño. Pero también miras a aquellos que colocan todo lo que tienen al centro, apostando hasta su último suspiro con la esperanza de obtener el doble con un golpe de suerte. ¿Cómo se puede medir el riesgo? ¿Es acaso por lo que está en juego? Si fuese algo sencillo de perder y ganar, quizá se podría apostar con ligereza. Sin embargo, ¿qué sucede si lo que está en juego es tu libertad? Allá, en el norte, Fenrir tomó una mala decisión y pagó su precio hasta el final del mundo.
Acciones de dioses…
Fenrir era solo un cachorro cuando los dioses se percataron del poder que residía en él. Es que el hijo de Loki crecía y no paraba de crecer. Por esta razón, decidieron que él no podía abandonar Asgard. Pero esto no parecía importarle al lobezno. Fenrir estaba feliz de crecer cerca de Odín, el padre de todos. Él solo quería complacerlo y demostrar lo valiente y fuerte que era, incluso más que aquellos lobos que acompañaban al dios.
No obstante, Fenrir siguió creciendo hasta tener un tamaño descomunal. Además, a los oídos de Odín llegaron las palabras de una völva, una vidente. Gracias a ello, descubrió el rol que tendría el lobo en el Ragnarök, el fin del mundo, y que él mismo encontraría su muerte entre las fauces de la criatura. Por ello, aunque el gran padre no quería prestarles tanta atención a las preocupaciones de los otros dioses, sabía que Fenrir no podía quedar en libertad. Así pues, diseñó un plan para atrapar al gigantesco lobo.
Benjamín Franklin plantea que aquellos que estén dispuestos a perder la libertad a cambio de seguridad temporal no merecen ni libertad ni seguridad. Una vida sin libertad, como la de Fenrir, no es vida.
Se acercaron a Fenrir, quien jugaba sin lograr medir sus capacidades, y le propusieron un desafío. Para probar su fuerza, debería romper las cadenas que lo ataban. Él, deseoso de mostrar su valor, decidió aceptar. Al final, ¿qué podría perder? Así, las cuerdas que usaron en la primera prueba se rompieron con solo estirar sus músculos. Luego las cadenas que usaron se hicieron polvo con solo un poco de esfuerzo. Entonces, el lobo se aburrió y los dioses se pusieron nerviosos.
Sin embargo, lograron convencerle de una prueba más. Pero Fenrir sospechó que algo no estaba bien cuando llevaron las nuevas cadenas. Eran mucho más delgadas que las anteriores y era obvio que no lo podrían sostener. Aun así, el ego habló, creyendo más valioso el reconocimiento que el peligro, y aceptó ser atado de nuevo. Aunque, en esta ocasión, pidió que un dios colocara su mano entre sus fauces, solo para estar seguro.
Lo intentó una, dos y tres veces. No se podía liberar. Los minutos pasaban, y él comprendió la traición de Odín y los otros. Era tanta su furia que arrancó la mano que tenía en su hocico, la del dios Tyr. Pero, aunque intentara, Fenrir quedó atrapado.
Hechos de hombres…
No hay que juzgar tan cruelmente a Fenrir, pues quizá es su juventud la que lo guio a actuar de esa forma. Pero nosotros no debemos ser como el lobo. Las posibles consecuencias deben ser el contrapeso suficiente para la toma de decisiones y, si entre ellas está la pérdida de la libertad, no se puede actuar sin pensar. Puesto que esta no debería ser una moneda de cambio, sino un elemento del que no te puedes despegar. En sus memorias, Benjamín Franklin plantea que aquellos que estén dispuestos a perder la libertad a cambio de seguridad temporal no merecen ni libertad ni seguridad. Una vida sin libertad, como la de Fenrir, no es vida. Sartre dice que estamos condenados a ser libres; es nuestra condición, no algo es algo que podamos dar en un instante.
¿Y si apuestas tu libertad?
Estamos condenados a ser libres; es nuestra condición, no algo es algo que podamos dar en un instante.
Apostar es un acto curioso. Después de todo, es donde puedes ver la naturaleza humana en su máxima expresión. Observas a los cautos que solo se atreven a colocar sobre la mesa una ficha mientras sostienen el resto en su puño. Pero también miras a aquellos que colocan todo lo que tienen al centro, apostando hasta su último suspiro con la esperanza de obtener el doble con un golpe de suerte. ¿Cómo se puede medir el riesgo? ¿Es acaso por lo que está en juego? Si fuese algo sencillo de perder y ganar, quizá se podría apostar con ligereza. Sin embargo, ¿qué sucede si lo que está en juego es tu libertad? Allá, en el norte, Fenrir tomó una mala decisión y pagó su precio hasta el final del mundo.
Acciones de dioses…
Fenrir era solo un cachorro cuando los dioses se percataron del poder que residía en él. Es que el hijo de Loki crecía y no paraba de crecer. Por esta razón, decidieron que él no podía abandonar Asgard. Pero esto no parecía importarle al lobezno. Fenrir estaba feliz de crecer cerca de Odín, el padre de todos. Él solo quería complacerlo y demostrar lo valiente y fuerte que era, incluso más que aquellos lobos que acompañaban al dios.
No obstante, Fenrir siguió creciendo hasta tener un tamaño descomunal. Además, a los oídos de Odín llegaron las palabras de una völva, una vidente. Gracias a ello, descubrió el rol que tendría el lobo en el Ragnarök, el fin del mundo, y que él mismo encontraría su muerte entre las fauces de la criatura. Por ello, aunque el gran padre no quería prestarles tanta atención a las preocupaciones de los otros dioses, sabía que Fenrir no podía quedar en libertad. Así pues, diseñó un plan para atrapar al gigantesco lobo.
Benjamín Franklin plantea que aquellos que estén dispuestos a perder la libertad a cambio de seguridad temporal no merecen ni libertad ni seguridad. Una vida sin libertad, como la de Fenrir, no es vida.
Se acercaron a Fenrir, quien jugaba sin lograr medir sus capacidades, y le propusieron un desafío. Para probar su fuerza, debería romper las cadenas que lo ataban. Él, deseoso de mostrar su valor, decidió aceptar. Al final, ¿qué podría perder? Así, las cuerdas que usaron en la primera prueba se rompieron con solo estirar sus músculos. Luego las cadenas que usaron se hicieron polvo con solo un poco de esfuerzo. Entonces, el lobo se aburrió y los dioses se pusieron nerviosos.
Sin embargo, lograron convencerle de una prueba más. Pero Fenrir sospechó que algo no estaba bien cuando llevaron las nuevas cadenas. Eran mucho más delgadas que las anteriores y era obvio que no lo podrían sostener. Aun así, el ego habló, creyendo más valioso el reconocimiento que el peligro, y aceptó ser atado de nuevo. Aunque, en esta ocasión, pidió que un dios colocara su mano entre sus fauces, solo para estar seguro.
Lo intentó una, dos y tres veces. No se podía liberar. Los minutos pasaban, y él comprendió la traición de Odín y los otros. Era tanta su furia que arrancó la mano que tenía en su hocico, la del dios Tyr. Pero, aunque intentara, Fenrir quedó atrapado.
Hechos de hombres…
No hay que juzgar tan cruelmente a Fenrir, pues quizá es su juventud la que lo guio a actuar de esa forma. Pero nosotros no debemos ser como el lobo. Las posibles consecuencias deben ser el contrapeso suficiente para la toma de decisiones y, si entre ellas está la pérdida de la libertad, no se puede actuar sin pensar. Puesto que esta no debería ser una moneda de cambio, sino un elemento del que no te puedes despegar. En sus memorias, Benjamín Franklin plantea que aquellos que estén dispuestos a perder la libertad a cambio de seguridad temporal no merecen ni libertad ni seguridad. Una vida sin libertad, como la de Fenrir, no es vida. Sartre dice que estamos condenados a ser libres; es nuestra condición, no algo es algo que podamos dar en un instante.