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Una visita incómoda

Sin embargo, aquí hay un detalle clave: a la pesanta se le espanta, pero al miedo se le debe recibir. Su sola presencia llega a ser una advertencia que nos obliga a usar la herramienta adecuada: la razón.

Ilustración de la Pesanta, de la mitología catalana
Alejandra Osorio |
23 de mayo, 2024

¿A qué le tienes miedo? Anda, dilo, porque, por más que las pesadillas se escondan en las entrañas, los miedos siempre terminan mostrando la cara. Al final de cuentas, el miedo ha sido el compañero fiel de la humanidad, caminando como un perro a nuestro lado desde el inicio del tiempo.

Esta misma relación con el ser humano es la causante de que el miedo permee en todas las historias, sin importar la cultura. Así, Fobos y Deimos danzan entre los horrorizados griegos en batalla; Grendel causa estragos en los bosques y poblados del norte antes de la llegada de Beowulf, y, en las tierras australianas, los pobladores temían las fauces del Bunyip que se escondía en el agua. Sin embargo, los dioses y los monstruos que tienen poder sobre el miedo suelen encontrarse allá afuera, donde no pueden atraparnos. Pero, en Cataluña, en España, hay una criatura que no teme entrar a las casas.

A través de paredes

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Imagínate en casa, sea donde sea, pero imagínate solo. Los sonidos que existen en tu espacio son causados por ti o por el tráfico de la calle. Así pues, aseguras las puertas y ventanas antes de irte a la cama. Y, ahí, en ese instante de duermevela, escuchas algo moverse. Sin embargo, esa sensación de seguridad que da una llave y un pestillo es suficiente para invitarte a dormir. Claro, esos aditamentos bastan para detener a un humano, pero lo que se asoma no lo es.

Y es que, mientras la persona duerme, en la calle, un perro gigante, a medio camino de bestia, se mueve, siendo la única alerta el golpe de su pata de hierro. Tap, tap, tap, ahí afuera anda la pesanta.

Sin embargo, aquí hay un detalle clave: a la pesanta se le espanta, pero al miedo se le debe recibir. Su sola presencia llega a ser una advertencia que nos obliga a usar la herramienta adecuada: la razón. El Quijote de Cervantes lo señala bien: «la valentía que no se funda sobre la basa de la prudencia se llama temeridad, y las hazañas del temerario más se atribuyen a la buena fortuna que a su ánimo». No es valentía actuar ante el miedo, al menos no sin antes razonar.

La puerta está cerrada con llave y no hay forma de entrar; pero, cuando la pesanta se ha decidido, no hay quien la pueda parar. Así pues, levantará su enorme cabeza y simplemente olfateará. Decidido está, hoy las pesadillas llegarán. Entonces, la pesanta se acerca tambaleando su cuerpo. Tap, tap, tap, aquí está.

Y no te dejes engañar: la puerta no le detendrá. En un segundo por el cerrojo cruzará. Tap, tap, tap, hasta la cama llegará. Como si se tratase de su propio lecho, se subirá. Verás, la pesanta tiene una peculiaridad y esta es el lugar donde gusta descansar. Esta criatura su refugio hallará sobre el pecho del que quiere dormitar. Así, con su enorme cuerpo, el de su víctima comprimirá y para las pesadillas espacio creará.

A través de cerraduras

La pesanta, al igual que otras criaturas similares, es un claro ejemplo de los terrores nocturnos y, también, del rol que juega el miedo en nuestras vidas. En la historia, la pobre víctima sufrirá una parálisis que le imposibilita ahuyentar a la bestia; pero la realidad no es tan distinta. Al fin y al cabo, el miedo tiene un gran poder sobre el hombre y está desde el origen de este. Ya lo dice H. P. Lovecraft, en el ensayo «El horror sobrenatural en la literatura», «el miedo es una de las emociones más antiguas y poderosas, y el miedo más antiguo y poderoso es el temor a lo desconocido».

Sin embargo, aquí hay un detalle clave: a la pesanta se le espanta, pero al miedo se le debe recibir. Su sola presencia llega a ser una advertencia que nos obliga a usar la herramienta adecuada: la razón. El Quijote de Cervantes lo señala bien: «la valentía que no se funda sobre la basa de la prudencia se llama temeridad, y las hazañas del temerario más se atribuyen a la buena fortuna que a su ánimo». No es valentía actuar ante el miedo, al menos no sin antes razonar.

Una visita incómoda

Sin embargo, aquí hay un detalle clave: a la pesanta se le espanta, pero al miedo se le debe recibir. Su sola presencia llega a ser una advertencia que nos obliga a usar la herramienta adecuada: la razón.

Alejandra Osorio |
23 de mayo, 2024
Ilustración de la Pesanta, de la mitología catalana

¿A qué le tienes miedo? Anda, dilo, porque, por más que las pesadillas se escondan en las entrañas, los miedos siempre terminan mostrando la cara. Al final de cuentas, el miedo ha sido el compañero fiel de la humanidad, caminando como un perro a nuestro lado desde el inicio del tiempo.

Esta misma relación con el ser humano es la causante de que el miedo permee en todas las historias, sin importar la cultura. Así, Fobos y Deimos danzan entre los horrorizados griegos en batalla; Grendel causa estragos en los bosques y poblados del norte antes de la llegada de Beowulf, y, en las tierras australianas, los pobladores temían las fauces del Bunyip que se escondía en el agua. Sin embargo, los dioses y los monstruos que tienen poder sobre el miedo suelen encontrarse allá afuera, donde no pueden atraparnos. Pero, en Cataluña, en España, hay una criatura que no teme entrar a las casas.

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Y es que, mientras la persona duerme, en la calle, un perro gigante, a medio camino de bestia, se mueve, siendo la única alerta el golpe de su pata de hierro. Tap, tap, tap, ahí afuera anda la pesanta.

Sin embargo, aquí hay un detalle clave: a la pesanta se le espanta, pero al miedo se le debe recibir. Su sola presencia llega a ser una advertencia que nos obliga a usar la herramienta adecuada: la razón. El Quijote de Cervantes lo señala bien: «la valentía que no se funda sobre la basa de la prudencia se llama temeridad, y las hazañas del temerario más se atribuyen a la buena fortuna que a su ánimo». No es valentía actuar ante el miedo, al menos no sin antes razonar.

La puerta está cerrada con llave y no hay forma de entrar; pero, cuando la pesanta se ha decidido, no hay quien la pueda parar. Así pues, levantará su enorme cabeza y simplemente olfateará. Decidido está, hoy las pesadillas llegarán. Entonces, la pesanta se acerca tambaleando su cuerpo. Tap, tap, tap, aquí está.

Y no te dejes engañar: la puerta no le detendrá. En un segundo por el cerrojo cruzará. Tap, tap, tap, hasta la cama llegará. Como si se tratase de su propio lecho, se subirá. Verás, la pesanta tiene una peculiaridad y esta es el lugar donde gusta descansar. Esta criatura su refugio hallará sobre el pecho del que quiere dormitar. Así, con su enorme cuerpo, el de su víctima comprimirá y para las pesadillas espacio creará.

A través de cerraduras

La pesanta, al igual que otras criaturas similares, es un claro ejemplo de los terrores nocturnos y, también, del rol que juega el miedo en nuestras vidas. En la historia, la pobre víctima sufrirá una parálisis que le imposibilita ahuyentar a la bestia; pero la realidad no es tan distinta. Al fin y al cabo, el miedo tiene un gran poder sobre el hombre y está desde el origen de este. Ya lo dice H. P. Lovecraft, en el ensayo «El horror sobrenatural en la literatura», «el miedo es una de las emociones más antiguas y poderosas, y el miedo más antiguo y poderoso es el temor a lo desconocido».

Sin embargo, aquí hay un detalle clave: a la pesanta se le espanta, pero al miedo se le debe recibir. Su sola presencia llega a ser una advertencia que nos obliga a usar la herramienta adecuada: la razón. El Quijote de Cervantes lo señala bien: «la valentía que no se funda sobre la basa de la prudencia se llama temeridad, y las hazañas del temerario más se atribuyen a la buena fortuna que a su ánimo». No es valentía actuar ante el miedo, al menos no sin antes razonar.

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