El sistema legal nacional cada día se deteriora más y parece que preocupa poco o nada a la mayoría de los gobernantes. Esto, aunque trágico, realmente no es una sorpresa, porque cuando pensamos despacio en lo que significa, advertimos que ello garantiza a quienes tienen el poder que podrán seguir abusando de él con impunidad y privilegio.
Cuando el sistema de justicia no existe o es demasiado deficiente, se advierte que lo que impera es la fuerza; se antepone la fuerza al derecho y a la justicia, sea la fuerza física, la fuerza económica o la fuerza militar. Para lograr vivir en una sociedad prospera, la base, lo mínimo, es el respeto a mis derechos, tanto como a los derechos ajenos y que además dicha idea se anteponga a la fuerza.
Vemos que cuando no existe un sistema de justicia que realmente funcione, que dé a cada quien lo que le corresponda, que limite a los malvados, que propicie el cumplimiento de las obligaciones, que respeta las leyes y los procesos, etc. Entonces, también las relaciones sociales se ven afectadas, porque es como ir al colegio sin maestras ni director, donde, dependiendo del día, quien ayer era mi amigo hoy puede ser el bully del salón o al revés.
El deterioro de las relaciones va dando lugar a la desconfianza o rechazo de los ciudadanos a las instituciones y ello hace que impere un sentido de individualidad y egoísmo. Si las instituciones y el Estado no me ayudan y además me estorban, se crea un rechazo conjunto de aquello que es necesario para subsistir como sociedad, porque aunque el Estado debe ser mínimo, debe ser eficiente y dar a los ciudadanos la seguridad y el respeto que la dignidad y la libertad humana exigen.
Necesitamos comenzar a querer vivir mejor con un Estado que no solo no sea tan malo, sino que sea bueno. Necesitamos nuevas instituciones de Estado, así como nuevas instituciones intermedias entre el ciudadano y el gobierno. Necesitamos que los derechos constitucionales sean verdaderamente mínimos derechos y no ideales, máximos aspiracionales. Necesitamos leyes que no solo busquen castigar al malo, sino principalmente ayudar, motivar y resguardar al bueno.
Estimado lector, necesitamos que el Estado sea nuevamente de los buenos y que ese objetivo sea también de los buenos en primera persona; que sean los buenos lo que logren hacer, tanto en el sector privado como en el público, nuevas pautas y reformas que ya no sean chapuceras y de corto plazo. Necesitamos querer vivir bien y no solo no querer vivir peor.
El sistema legal nacional cada día se deteriora más y parece que preocupa poco o nada a la mayoría de los gobernantes. Esto, aunque trágico, realmente no es una sorpresa, porque cuando pensamos despacio en lo que significa, advertimos que ello garantiza a quienes tienen el poder que podrán seguir abusando de él con impunidad y privilegio.
Cuando el sistema de justicia no existe o es demasiado deficiente, se advierte que lo que impera es la fuerza; se antepone la fuerza al derecho y a la justicia, sea la fuerza física, la fuerza económica o la fuerza militar. Para lograr vivir en una sociedad prospera, la base, lo mínimo, es el respeto a mis derechos, tanto como a los derechos ajenos y que además dicha idea se anteponga a la fuerza.
Vemos que cuando no existe un sistema de justicia que realmente funcione, que dé a cada quien lo que le corresponda, que limite a los malvados, que propicie el cumplimiento de las obligaciones, que respeta las leyes y los procesos, etc. Entonces, también las relaciones sociales se ven afectadas, porque es como ir al colegio sin maestras ni director, donde, dependiendo del día, quien ayer era mi amigo hoy puede ser el bully del salón o al revés.
El deterioro de las relaciones va dando lugar a la desconfianza o rechazo de los ciudadanos a las instituciones y ello hace que impere un sentido de individualidad y egoísmo. Si las instituciones y el Estado no me ayudan y además me estorban, se crea un rechazo conjunto de aquello que es necesario para subsistir como sociedad, porque aunque el Estado debe ser mínimo, debe ser eficiente y dar a los ciudadanos la seguridad y el respeto que la dignidad y la libertad humana exigen.
Necesitamos comenzar a querer vivir mejor con un Estado que no solo no sea tan malo, sino que sea bueno. Necesitamos nuevas instituciones de Estado, así como nuevas instituciones intermedias entre el ciudadano y el gobierno. Necesitamos que los derechos constitucionales sean verdaderamente mínimos derechos y no ideales, máximos aspiracionales. Necesitamos leyes que no solo busquen castigar al malo, sino principalmente ayudar, motivar y resguardar al bueno.
Estimado lector, necesitamos que el Estado sea nuevamente de los buenos y que ese objetivo sea también de los buenos en primera persona; que sean los buenos lo que logren hacer, tanto en el sector privado como en el público, nuevas pautas y reformas que ya no sean chapuceras y de corto plazo. Necesitamos querer vivir bien y no solo no querer vivir peor.