Una olla de presión a punto de explotar
La única forma en la que se puede calificar esta gestión es como una mediocre y sin resultados.
Todo régimen democrático, para garantizar su estabilidad y durabilidad, debe contar con cierto número de válvulas de escape, de manera que la tensión no se acumule a lo internoy genere una implosión del sistema. Estas válvulas de escape, más allá de distracciones, permiten que la ciudadanía enfoque su atención en otros ámbitos fuera de la política, a fin de comprarle tiempo al gobierno para resolver los problemas que lo agobian. Consecuentemente, no debería de extrañar que la mayoría de los mandatarios quieran, ya sea extender la duración de las válvulas de escape o crear unas de manera artificial, mediante el engrandecimiento de pequeños logros.
Así pues, en pocas palabras, una válvula de escape son aquellos acontecimientos que liberan la tensión del sistema político, dado que al ser sucesos que “contentan” a la población a corto plazo, le compra tiempo al gobierno para seguir operando e ir resolviendo sobre la marcha. No obstante, como toda olla de presión, la válvula y el empaque se pueden dar de sí cuando la presión interna no se regula a tiempo, lo cual, de no controlarse, podría generar desastres de alto impacto y con ondas de expansión sobre todo el sistema.
Hasta la última válvula de escape
En Guatemala estamos acostumbrados a ver cómo muchos gobiernos “la salvan” gracias a estas válvulas de escape que bajan los humos a lo interno del sistema y evitan que este implosione desde dentro. Desde victorias olímpicas, pasando por ferias patronales, hasta celebraciones patrias, todos estos sucesos contribuyen a desviar la atención por un tiempo y así reducir la presión fiscalizadora sobre las actividades de gobierno.
El tiempo corre, las válvulas empiezan a escasear y el gobierno debe reaccionar, ya no puede seguir poniendo excusas, especialmente cuando los problemas de fondo cada vez son más evidentes.
Un claro ejemplo de esta dependencia que existe entre la supervivencia del sistema democrático y las válvulas de escape lo vimos la semana pasada cuando el legislativo aprobó la ampliación presupuestaria, injustificada, por Q14 mil millones y, acto seguido, se organizó la celebración de los atletas olímpicos en las calles de la ciudad.
Tomando en cuenta que la ampliación era una medida impopular entre amplios sectores de la población, era necesario liberar tensión ofreciendo una bienvenida calurosa a los atletas que sí habían puesto el nombre del país en alto, de forma que la atención ciudadana se desviara y le comprara tiempo a la administración para ofrecer explicaciones para sus medidas sin sentido. La guinda del pastel fue que el presidente Arévalo anunciara que parte de los recursos aprobados estarían destinados a la planificación de un nuevo proyecto de Ciudades Deportivas.
Ahora bien, al paso que van los asuntos en el palacio, parece que las acciones impopulares son tantas que cada vez está siendo más difícil liberar la presión de la olla de poco en poco. El país está llegando al punto en el que se está cayendo a pedazos, literalmente, y desviar la atención con eventos cortoplacistas ya no es una medida sostenible. Si los problemas más sofocantes no son abordados inmediatamentepor parte de la administración, ya no va a haber válvula que aguante y los costos que tendrá que pagar con la población serán muy altos.
Además, a raíz de esta situación merece la pena reflexionar sobre las implicaciones que tiene estar en manos de un gobierno cuya viabilidad depende de la existencia o no de válvulas de escape. Si esto es cierto, la única forma en la que se puede calificar esta gestión es como una mediocre y sin resultados. El tiempo corre, las válvulas empiezan a escasear y el gobierno debe reaccionar, ya no puede seguir poniendo excusas, especialmente cuando los problemas de fondo cada vez son más evidentes.
Una olla de presión a punto de explotar
La única forma en la que se puede calificar esta gestión es como una mediocre y sin resultados.
Todo régimen democrático, para garantizar su estabilidad y durabilidad, debe contar con cierto número de válvulas de escape, de manera que la tensión no se acumule a lo internoy genere una implosión del sistema. Estas válvulas de escape, más allá de distracciones, permiten que la ciudadanía enfoque su atención en otros ámbitos fuera de la política, a fin de comprarle tiempo al gobierno para resolver los problemas que lo agobian. Consecuentemente, no debería de extrañar que la mayoría de los mandatarios quieran, ya sea extender la duración de las válvulas de escape o crear unas de manera artificial, mediante el engrandecimiento de pequeños logros.
Así pues, en pocas palabras, una válvula de escape son aquellos acontecimientos que liberan la tensión del sistema político, dado que al ser sucesos que “contentan” a la población a corto plazo, le compra tiempo al gobierno para seguir operando e ir resolviendo sobre la marcha. No obstante, como toda olla de presión, la válvula y el empaque se pueden dar de sí cuando la presión interna no se regula a tiempo, lo cual, de no controlarse, podría generar desastres de alto impacto y con ondas de expansión sobre todo el sistema.
Hasta la última válvula de escape
En Guatemala estamos acostumbrados a ver cómo muchos gobiernos “la salvan” gracias a estas válvulas de escape que bajan los humos a lo interno del sistema y evitan que este implosione desde dentro. Desde victorias olímpicas, pasando por ferias patronales, hasta celebraciones patrias, todos estos sucesos contribuyen a desviar la atención por un tiempo y así reducir la presión fiscalizadora sobre las actividades de gobierno.
El tiempo corre, las válvulas empiezan a escasear y el gobierno debe reaccionar, ya no puede seguir poniendo excusas, especialmente cuando los problemas de fondo cada vez son más evidentes.
Un claro ejemplo de esta dependencia que existe entre la supervivencia del sistema democrático y las válvulas de escape lo vimos la semana pasada cuando el legislativo aprobó la ampliación presupuestaria, injustificada, por Q14 mil millones y, acto seguido, se organizó la celebración de los atletas olímpicos en las calles de la ciudad.
Tomando en cuenta que la ampliación era una medida impopular entre amplios sectores de la población, era necesario liberar tensión ofreciendo una bienvenida calurosa a los atletas que sí habían puesto el nombre del país en alto, de forma que la atención ciudadana se desviara y le comprara tiempo a la administración para ofrecer explicaciones para sus medidas sin sentido. La guinda del pastel fue que el presidente Arévalo anunciara que parte de los recursos aprobados estarían destinados a la planificación de un nuevo proyecto de Ciudades Deportivas.
Ahora bien, al paso que van los asuntos en el palacio, parece que las acciones impopulares son tantas que cada vez está siendo más difícil liberar la presión de la olla de poco en poco. El país está llegando al punto en el que se está cayendo a pedazos, literalmente, y desviar la atención con eventos cortoplacistas ya no es una medida sostenible. Si los problemas más sofocantes no son abordados inmediatamentepor parte de la administración, ya no va a haber válvula que aguante y los costos que tendrá que pagar con la población serán muy altos.
Además, a raíz de esta situación merece la pena reflexionar sobre las implicaciones que tiene estar en manos de un gobierno cuya viabilidad depende de la existencia o no de válvulas de escape. Si esto es cierto, la única forma en la que se puede calificar esta gestión es como una mediocre y sin resultados. El tiempo corre, las válvulas empiezan a escasear y el gobierno debe reaccionar, ya no puede seguir poniendo excusas, especialmente cuando los problemas de fondo cada vez son más evidentes.