La semana pasada fue electo el nuevo Papa, sumo pontífice de la Iglesia Católica. Para los no creyentes es una referencia moral y jefe del Estado del Vaticano, uno de los Estados más pequeños del mundo, pero a la vez uno de los más influyentes. Para los creyentes es el sucesor de San Pedro en la Tierra, piedra sobre la cual Jesucristo fundó su iglesia y por ello es el pastor de todos los católicos sobre la tierra.
El elegir a un Papa es una responsabilidad enorme, porque la tradición enseña que para los cardenales electores es un reto que se supera cuando su voto es fiel reflejo de su conciencia movida por el Espíritu Santo. Si el cardenal tiene en el centro de su alma algo, cualquier cosa, que no sea Dios, su voto corre el riesgo de ser dañino para la Iglesia.
Como humanos que son los cardenales, incluyendo a quien saldrá electo Papa, es normal que existan dudas, incertidumbres y pensamientos que merodean la conciencia sin hacerle ningún bien.
Fuera del Conclave, la especulación era mucha, sobre todo porque entraron al Conclave 133 cardenales, un número grande y que presentaba a toda una diversidad de personas, de todos los rincones de la tierra y nadie sabía con certeza quién sería electo. Era casi una quiniela.
Si 133 hombres, la mayoría ya entrados en años, de todos los rincones de la tierra, se pudieron poner de acuerdo para elegir al Papa, es razonable que le exijamos a las autoridades a que encuentren sus puntos de convergencia y también de negociación para y por el bien del país.
Pero al final, en pocos días, los cardenales se pusieron de acuerdo y eligieron al Papa León XIV, que resultó ser del agrado de una enorme mayoría, trascendiendo que fue electo con más de cien votos. Esta elección rápida, para mí, lo que muestra es que en la Iglesia hubo mucha unidad y que se dejaron intereses personales y políticos aparte, priorizando lo que es bueno para la Iglesia, para la institución, y eso es una muestra de madurez por parte de los cardenales.
Esa capacidad para lograr consensos es algo que en nuestro país necesitamos más: la capacidad de los cuerpos colegiados para tomar decisiones con la verdadera voluntad de anteponer el bienestar de sus instituciones a los intereses particulares de cada miembro.
Ahora se ve con preocupación que, a la falta de resultados del Organismo Ejecutivo se le suma la falta de actividad del Organismo Legislativo, el cual no debe ser medido por la cantidad de leyes que aprueba o deroga, pero si debe dar muestras que su recién aumentado salario se justifica con una ardua labor en pro de alcanzar los consensos necesarios para mover el país hacia delante.
Si 133 hombres, la mayoría ya entrados en años, de todos los rincones de la tierra, se pudieron poner de acuerdo para elegir al Papa, es razonable que le exijamos, estimado lector, a las autoridades a que encuentren sus puntos de convergencia y también de negociación para y por el bien del país.
Una lección importante que dejó el Conclave
La semana pasada fue electo el nuevo Papa, sumo pontífice de la Iglesia Católica. Para los no creyentes es una referencia moral y jefe del Estado del Vaticano, uno de los Estados más pequeños del mundo, pero a la vez uno de los más influyentes. Para los creyentes es el sucesor de San Pedro en la Tierra, piedra sobre la cual Jesucristo fundó su iglesia y por ello es el pastor de todos los católicos sobre la tierra.
El elegir a un Papa es una responsabilidad enorme, porque la tradición enseña que para los cardenales electores es un reto que se supera cuando su voto es fiel reflejo de su conciencia movida por el Espíritu Santo. Si el cardenal tiene en el centro de su alma algo, cualquier cosa, que no sea Dios, su voto corre el riesgo de ser dañino para la Iglesia.
Como humanos que son los cardenales, incluyendo a quien saldrá electo Papa, es normal que existan dudas, incertidumbres y pensamientos que merodean la conciencia sin hacerle ningún bien.
Fuera del Conclave, la especulación era mucha, sobre todo porque entraron al Conclave 133 cardenales, un número grande y que presentaba a toda una diversidad de personas, de todos los rincones de la tierra y nadie sabía con certeza quién sería electo. Era casi una quiniela.
Si 133 hombres, la mayoría ya entrados en años, de todos los rincones de la tierra, se pudieron poner de acuerdo para elegir al Papa, es razonable que le exijamos a las autoridades a que encuentren sus puntos de convergencia y también de negociación para y por el bien del país.
Pero al final, en pocos días, los cardenales se pusieron de acuerdo y eligieron al Papa León XIV, que resultó ser del agrado de una enorme mayoría, trascendiendo que fue electo con más de cien votos. Esta elección rápida, para mí, lo que muestra es que en la Iglesia hubo mucha unidad y que se dejaron intereses personales y políticos aparte, priorizando lo que es bueno para la Iglesia, para la institución, y eso es una muestra de madurez por parte de los cardenales.
Esa capacidad para lograr consensos es algo que en nuestro país necesitamos más: la capacidad de los cuerpos colegiados para tomar decisiones con la verdadera voluntad de anteponer el bienestar de sus instituciones a los intereses particulares de cada miembro.
Ahora se ve con preocupación que, a la falta de resultados del Organismo Ejecutivo se le suma la falta de actividad del Organismo Legislativo, el cual no debe ser medido por la cantidad de leyes que aprueba o deroga, pero si debe dar muestras que su recién aumentado salario se justifica con una ardua labor en pro de alcanzar los consensos necesarios para mover el país hacia delante.
Si 133 hombres, la mayoría ya entrados en años, de todos los rincones de la tierra, se pudieron poner de acuerdo para elegir al Papa, es razonable que le exijamos, estimado lector, a las autoridades a que encuentren sus puntos de convergencia y también de negociación para y por el bien del país.