Política
Política
Empresa
Empresa
Opinión
Opinión
Inmobiliaria
Inmobiliaria
Agenda Empresarial
Agenda Empresarial
Videos
Videos

Una larga estela de daños (II)

Foto por Ina Fassbender / AFP
Rodrigo Fernández Ordóñez |
07 de marzo, 2025

En la entrega pasada, postulaba que a mi juicio, la actitud del presidente Trump frente a Ucrania era para mí una reedición del fatídico acuerdo de Múnich de 1938, en el que un ufano Neville Chamberlain regresó muy ufano a Inglaterra, proclamando enfáticamente que había logrado «paz para nuestro tiempo»; mientras blandía el acuerdo que sacrificaba a Checoslovaquia a cambio de un respiro antes de la hecatombe que resultó ser la Segunda Guerra Mundial. A propósito, recomendaba la lectura de un libro en el que el autor Bouverie disecciona ese evento hasta la minucia, en un libro que considero debe leer cualquier persona que desee entender la segunda parte de nuestro siglo XX.

Sin embargo, durante estos días he tenido dos ilustrativas conversaciones con dos queridos y admirados colegas; un internacionalista, Santiago Fernández, y un abogado, Guillermo Fernández con quienes tuvimos tiempo de comentar mi columna de la semana pasada y ambos coincidían en interpretar los hechos más que como un nuevo Múnich, como lo considero yo, sino más bien como una nueva Conferencia de Yalta.

El lector recordará que entre el 4 y el 11 de febrero de 1945, en el antiguo Palacio Imperial de Livadiya, ubicado en la remota población de Yalta, actual península de Crimea, se celebró una reunión cumbre a la que asistieron Josef Stalin, Winston Churchill y un moribundo Franklin D. Roosevelt. El resultado principal de la cumbre fue virtualmente la repartición del mundo en esferas de influencia entre el bloque soviético y el bloque occidental democrático. Este acuerdo fue entonces la antesala de lo que nosotros conocemos ahora como «Guerra Fría», que en algunos lugares como Guatemala no resultó serlo tanto.

SUSCRÍBASE A NUESTRO NEWSLETTER

La idea que subyace a Yalta es la idea de un nuevo orden mundial, fundamentalmente realista, en el que imperará la política definida por la fuerza de los países y sus interacciones, que podría resumir como: «los países grandes hacen lo que quieren y los pequeños lo que pueden», y que de alguna forma esto creará una nueva situación con su propio equilibrio. A uno de mis interlocutores no se le escapaba de vista en ningún momento que la intención clara de los Estados Unidos no es tanto fortalecer la posición rusa, sino más bien sacársela de en medio y poder atender concentradamente el desafío del verdadero enemigo: la República Popular China.

Aunque Rusia tiene el tamaño y el peso económico del estado de Texas, es una potencia nuclear, maltrecha y desarticulada por años de crisis económica y política, pero cuyo arsenal es de tener siempre en cuenta (...) Recordemos que la Primera Guerra Mundial no la provocaron las grandes potencias del momento; el chispazo que hizo inevitable la guerra fue una minúscula Serbia.

Mis reservas a esta interpretación es que el objetivo inmediato de los Estados Unidos, que es detener la deriva de una potencia de segundo orden como Rusia hacia los brazos de China, podría pecar de miope y cortoplacista. Aunque, me explicaba uno de mis contertulios, Rusia tiene el tamaño y el peso económico del estado de Texas, es una potencia nuclear, maltrecha y desarticulada por años de crisis económica y política, pero cuyo arsenal es de tener siempre en cuenta. Sobre todo porque el club nuclear es pequeño y pone en peligro la existencia de toda la humanidad.

Un nuevo equilibrio mundial bipolar entre Estados Unidos y China es también una apuesta arriesgada, pues existen otras potencias enanas que pueden aprovechar el peso de su aliado principal (China o EE. UU.), para actuar a la libre en sus vecindades por sentirse a buen resguardo. Hablo, por supuesto, de Rusia, Corea del Norte, Pakistán o Irán, todos países con arsenal nuclear considerable, salvo Irán en donde persiste la duda. Recordemos que la Primera Guerra Mundial no la provocaron las grandes potencias del momento —el Imperio Británico, el Imperio Ruso, el Imperio Otomano, Francia o el Imperio Austro-Húngaro—. El chispazo que hizo inevitable la guerra fue una minúscula Serbia que, asesinando en Sarajevo (una ciudad en las goteras de Europa) al heredero de la corona Austro-Húngara, puso a prueba el sistema de alianzas y contra alianzas a cuya defensa salió Rusia, cuando el Imperio Austro-Húngaro amenazó invadir el reino serbio, y Alemania amenazó a Rusia cuando esta pretendió proteger a los serbios, un pueblo eslavo hermano.

Para que el lector pueda hacerse de su propio criterio, le recomiendo la lectura de dos libros que estudian los hechos con sumo detalle: «Yalta: The Price of Peace» de S. M. Plokhy, en el que ahonda el estudio de la conferencia, su ambiente y sus consecuencias, y «Los cañones de agosto», de Bárbara Tuchman, en el que estudia todos los engranajes que pusieron en marcha la Primera Guerra Mundial. Ambas lecturas ofrecen sin número de detalles que ofrecen al lector la oportunidad de reflexionar sobre los hechos pasados y lo que podría presentar el futuro.

Una larga estela de daños (II)

Rodrigo Fernández Ordóñez |
07 de marzo, 2025
Foto por Ina Fassbender / AFP

En la entrega pasada, postulaba que a mi juicio, la actitud del presidente Trump frente a Ucrania era para mí una reedición del fatídico acuerdo de Múnich de 1938, en el que un ufano Neville Chamberlain regresó muy ufano a Inglaterra, proclamando enfáticamente que había logrado «paz para nuestro tiempo»; mientras blandía el acuerdo que sacrificaba a Checoslovaquia a cambio de un respiro antes de la hecatombe que resultó ser la Segunda Guerra Mundial. A propósito, recomendaba la lectura de un libro en el que el autor Bouverie disecciona ese evento hasta la minucia, en un libro que considero debe leer cualquier persona que desee entender la segunda parte de nuestro siglo XX.

Sin embargo, durante estos días he tenido dos ilustrativas conversaciones con dos queridos y admirados colegas; un internacionalista, Santiago Fernández, y un abogado, Guillermo Fernández con quienes tuvimos tiempo de comentar mi columna de la semana pasada y ambos coincidían en interpretar los hechos más que como un nuevo Múnich, como lo considero yo, sino más bien como una nueva Conferencia de Yalta.

El lector recordará que entre el 4 y el 11 de febrero de 1945, en el antiguo Palacio Imperial de Livadiya, ubicado en la remota población de Yalta, actual península de Crimea, se celebró una reunión cumbre a la que asistieron Josef Stalin, Winston Churchill y un moribundo Franklin D. Roosevelt. El resultado principal de la cumbre fue virtualmente la repartición del mundo en esferas de influencia entre el bloque soviético y el bloque occidental democrático. Este acuerdo fue entonces la antesala de lo que nosotros conocemos ahora como «Guerra Fría», que en algunos lugares como Guatemala no resultó serlo tanto.

SUSCRÍBASE A NUESTRO NEWSLETTER

La idea que subyace a Yalta es la idea de un nuevo orden mundial, fundamentalmente realista, en el que imperará la política definida por la fuerza de los países y sus interacciones, que podría resumir como: «los países grandes hacen lo que quieren y los pequeños lo que pueden», y que de alguna forma esto creará una nueva situación con su propio equilibrio. A uno de mis interlocutores no se le escapaba de vista en ningún momento que la intención clara de los Estados Unidos no es tanto fortalecer la posición rusa, sino más bien sacársela de en medio y poder atender concentradamente el desafío del verdadero enemigo: la República Popular China.

Aunque Rusia tiene el tamaño y el peso económico del estado de Texas, es una potencia nuclear, maltrecha y desarticulada por años de crisis económica y política, pero cuyo arsenal es de tener siempre en cuenta (...) Recordemos que la Primera Guerra Mundial no la provocaron las grandes potencias del momento; el chispazo que hizo inevitable la guerra fue una minúscula Serbia.

Mis reservas a esta interpretación es que el objetivo inmediato de los Estados Unidos, que es detener la deriva de una potencia de segundo orden como Rusia hacia los brazos de China, podría pecar de miope y cortoplacista. Aunque, me explicaba uno de mis contertulios, Rusia tiene el tamaño y el peso económico del estado de Texas, es una potencia nuclear, maltrecha y desarticulada por años de crisis económica y política, pero cuyo arsenal es de tener siempre en cuenta. Sobre todo porque el club nuclear es pequeño y pone en peligro la existencia de toda la humanidad.

Un nuevo equilibrio mundial bipolar entre Estados Unidos y China es también una apuesta arriesgada, pues existen otras potencias enanas que pueden aprovechar el peso de su aliado principal (China o EE. UU.), para actuar a la libre en sus vecindades por sentirse a buen resguardo. Hablo, por supuesto, de Rusia, Corea del Norte, Pakistán o Irán, todos países con arsenal nuclear considerable, salvo Irán en donde persiste la duda. Recordemos que la Primera Guerra Mundial no la provocaron las grandes potencias del momento —el Imperio Británico, el Imperio Ruso, el Imperio Otomano, Francia o el Imperio Austro-Húngaro—. El chispazo que hizo inevitable la guerra fue una minúscula Serbia que, asesinando en Sarajevo (una ciudad en las goteras de Europa) al heredero de la corona Austro-Húngara, puso a prueba el sistema de alianzas y contra alianzas a cuya defensa salió Rusia, cuando el Imperio Austro-Húngaro amenazó invadir el reino serbio, y Alemania amenazó a Rusia cuando esta pretendió proteger a los serbios, un pueblo eslavo hermano.

Para que el lector pueda hacerse de su propio criterio, le recomiendo la lectura de dos libros que estudian los hechos con sumo detalle: «Yalta: The Price of Peace» de S. M. Plokhy, en el que ahonda el estudio de la conferencia, su ambiente y sus consecuencias, y «Los cañones de agosto», de Bárbara Tuchman, en el que estudia todos los engranajes que pusieron en marcha la Primera Guerra Mundial. Ambas lecturas ofrecen sin número de detalles que ofrecen al lector la oportunidad de reflexionar sobre los hechos pasados y lo que podría presentar el futuro.

¿Quiere recibir notificaciones de alertas?