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Una larga estela de daños

Foto por Tatyana Makeyeva / AFP
Rodrigo Fernández Ordóñez |
13 de febrero, 2025

Al presidente Donald Trump, alguien debería de recordarle que hace quinientos años, Nicolás Maquiavelo escribió: «Aquel que construye el poder de otro, está cavando su propia tumba», pues su decisión de negociar el destino de Ucrania directamente con Rusia y sin invitar a la misma Ucrania a la mesa no hace más que fortalecer los delirios de poder de Putin. Esta decisión, que tiene a media Europa en vilo, será una de esas decisiones poco reflexivas que le van a costar caro a los Estados Unidos, porque tarde o temprano, va a tener que regresar al Viejo Continente a pararle las ambiciones a Rusia, pero será cuando esta nación se encuentre nuevamente fortalecida.

El problema de la administración de Donald Trump (entre otros muchos), es que pareciera que nadie se atreve a cuestionar sus decisiones. Se ha hecho rodear de “yes men” y “yes women” que confunden fidelidad con no contradecirlo y con no cuestionar sus evidentes malas decisiones. El tema de Ucrania va a provocar en Rusia las mismas equivocadas conclusiones a las que llegó Hitler en 1938, cuando Neville Chamberlain decidió sacrificar a los checoslovacos a cambio de un año más de paz, un mero prólogo para una terrible guerra que pareció consumirlo todo.

Maquiavelo también escribió: «El que elige el desorden para evitar la guerra tendrá primero el desorden y después, la guerra». Ese parece ser el panorama al que se enfrenta el mundo ante un Trump soberbio que se cree el alumno más listo de la clase… y no lo es. Algunas improvisaciones y arrebatos le han salido bien, pero en este caso, me parece, lleva las de perder. Vladímir Putin puede ser un tipo repulsivo y amoral, pero en la experiencia de evadir atolladeros y salirse con la suya es un maestro del juego; y Trump, me parece otra vez, no lo es.

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Puede parecer cansado que se lo repitan al lector, pero la historia enseña buenas lecciones. La principal lección es que nadie aprende de las lecciones de la historia. Alguien debería de regalarle al presidente Trump tres libros que debieran ser su lectura de cabecera ahora que ha decidido regresar a ser el policía del mundo: el primero «Apaciguar a Hitler. Chamberlain, Churchill y el camino a la guerra», de Tim Bouverie, en donde el autor con singular maestría y exhaustivo detalle nos explica por qué la política del primer ministro británico Chamberlain y de Lord Halifax terminó desatando la Segunda Guerra Mundial, al no saber interpretar la mentalidad autoritaria, agresiva y eternamente insatisfecha de Hitler.

El segundo libro es «Las horas más oscuras. Cómo Churchill salvó al mundo del abismo», de Anthony McCarten, le servirá para comprender por qué es necesario que los Estados Unidos se involucren en la defensa de Ucrania; porque más temprano que tarde tendrá que hacerlo, a riesgo que Rusia vaya atropellando a un país tras otro de su «corredor de seguridad», apropiándose de recursos ilimitados y adquiriendo la capacidad de amenazar cada vez más directamente a los Estados Unidos.

Una solución cortoplacista como abandonar a Ucrania es otra forma de dar el mismo mensaje; y esto le puede llegar a pesar a los Estados Unidos (...) Lejos de lo que cree Trump, el mensaje que está enviando no es de fuerza, sino de una profunda vulnerabilidad.

El aislamiento continental no funciona; el ataque a Pearl Harbor demuestra que, aunque se posponga la decisión, en algún momento habrá que ensuciarse los zapatos. El tercer libro es «El nuevo Zar», de Steven Myers, en donde el autor elabora un retrato de la vida y ascenso político de Putin, en el salvaje mundo de la Rusia postsoviética, que hace ver a Trump como un niño consentido de kindergarten jugando al matón. El verdadero matón es Putin.

Es cierto lo que dice Trump con respecto a Europa: que el sorprendente crecimiento económico del continente se debe a que estos países, al meterse bajo las faldas de los Estados Unidos, amparados por la sombrilla protectora de la OTAN, pudieron dejar de pensar en sus gastos de defensa y trasladarlos a los Estados Unidos y ellos se dedicaron a gastarse el dinero en otras cosas, como en reactivar sus economías. Es cierto que los Estados Unidos asumieron la defensa continental a un altísimo costo, pues virtualmente hizo que los países europeos se hicieran irresponsables de sus políticas de defensa, pero encima, abiertamente norteamericanos.

En esos aspectos, Trump tiene razón en actuar iracundo y repartir coscorrones a diestra y siniestra; sin embargo, lo que no puede hacer, porque le va a regresar el costo de la mala decisión, es abandonar a Ucrania y a Europa a su suerte. Lo que necesita es asignar los costos de defensa a quienes realmente corresponde, pero no irse a encerrar a su territorio continental. Eventualmente, una Rusia poderosa lo va a desafiar y será necesario regresar a Europa a convencer a sus antiguos socios de que Estados Unidos es un aliado confiable y necesario.

Para terminar: el prestigio internacional de los Estados Unidos quedó seriamente dañado cuando el presidente Joe Biden decidió evacuar de forma apresurada e inconsulta a sus fuerzas de Afganistán en agosto de 2021, decisión que prácticamente hizo que los 20 años de la guerra más larga que ha luchado su país fueran un mal recuerdo para todos, pues los Talibanes retomaron el país en menos de una semana. El mensaje que llegó a muchos países es que Estados Unidos en materia de política exterior es, cuando menos, poco fiable. Afganistán se sumó a la traumática experiencia de Vietnam, confirmando que cuando la potencia se encuentra en un atolladero al que no encuentra salida, no duda en sacrificar a sus aliados por una salida inmediata.

Ahora, una solución cortoplacista como abandonar a Ucrania es otra forma de dar el mismo mensaje; y esto le puede llegar a pesar a los Estados Unidos, cuando otras potencias puedan aparecer en el horizonte y ofrecer ser aliados más consecuentes que los americanos. Lejos de lo que cree Trump, el mensaje que está enviando no es de fuerza, sino de una profunda vulnerabilidad.

Una larga estela de daños

Rodrigo Fernández Ordóñez |
13 de febrero, 2025
Foto por Tatyana Makeyeva / AFP

Al presidente Donald Trump, alguien debería de recordarle que hace quinientos años, Nicolás Maquiavelo escribió: «Aquel que construye el poder de otro, está cavando su propia tumba», pues su decisión de negociar el destino de Ucrania directamente con Rusia y sin invitar a la misma Ucrania a la mesa no hace más que fortalecer los delirios de poder de Putin. Esta decisión, que tiene a media Europa en vilo, será una de esas decisiones poco reflexivas que le van a costar caro a los Estados Unidos, porque tarde o temprano, va a tener que regresar al Viejo Continente a pararle las ambiciones a Rusia, pero será cuando esta nación se encuentre nuevamente fortalecida.

El problema de la administración de Donald Trump (entre otros muchos), es que pareciera que nadie se atreve a cuestionar sus decisiones. Se ha hecho rodear de “yes men” y “yes women” que confunden fidelidad con no contradecirlo y con no cuestionar sus evidentes malas decisiones. El tema de Ucrania va a provocar en Rusia las mismas equivocadas conclusiones a las que llegó Hitler en 1938, cuando Neville Chamberlain decidió sacrificar a los checoslovacos a cambio de un año más de paz, un mero prólogo para una terrible guerra que pareció consumirlo todo.

Maquiavelo también escribió: «El que elige el desorden para evitar la guerra tendrá primero el desorden y después, la guerra». Ese parece ser el panorama al que se enfrenta el mundo ante un Trump soberbio que se cree el alumno más listo de la clase… y no lo es. Algunas improvisaciones y arrebatos le han salido bien, pero en este caso, me parece, lleva las de perder. Vladímir Putin puede ser un tipo repulsivo y amoral, pero en la experiencia de evadir atolladeros y salirse con la suya es un maestro del juego; y Trump, me parece otra vez, no lo es.

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Puede parecer cansado que se lo repitan al lector, pero la historia enseña buenas lecciones. La principal lección es que nadie aprende de las lecciones de la historia. Alguien debería de regalarle al presidente Trump tres libros que debieran ser su lectura de cabecera ahora que ha decidido regresar a ser el policía del mundo: el primero «Apaciguar a Hitler. Chamberlain, Churchill y el camino a la guerra», de Tim Bouverie, en donde el autor con singular maestría y exhaustivo detalle nos explica por qué la política del primer ministro británico Chamberlain y de Lord Halifax terminó desatando la Segunda Guerra Mundial, al no saber interpretar la mentalidad autoritaria, agresiva y eternamente insatisfecha de Hitler.

El segundo libro es «Las horas más oscuras. Cómo Churchill salvó al mundo del abismo», de Anthony McCarten, le servirá para comprender por qué es necesario que los Estados Unidos se involucren en la defensa de Ucrania; porque más temprano que tarde tendrá que hacerlo, a riesgo que Rusia vaya atropellando a un país tras otro de su «corredor de seguridad», apropiándose de recursos ilimitados y adquiriendo la capacidad de amenazar cada vez más directamente a los Estados Unidos.

Una solución cortoplacista como abandonar a Ucrania es otra forma de dar el mismo mensaje; y esto le puede llegar a pesar a los Estados Unidos (...) Lejos de lo que cree Trump, el mensaje que está enviando no es de fuerza, sino de una profunda vulnerabilidad.

El aislamiento continental no funciona; el ataque a Pearl Harbor demuestra que, aunque se posponga la decisión, en algún momento habrá que ensuciarse los zapatos. El tercer libro es «El nuevo Zar», de Steven Myers, en donde el autor elabora un retrato de la vida y ascenso político de Putin, en el salvaje mundo de la Rusia postsoviética, que hace ver a Trump como un niño consentido de kindergarten jugando al matón. El verdadero matón es Putin.

Es cierto lo que dice Trump con respecto a Europa: que el sorprendente crecimiento económico del continente se debe a que estos países, al meterse bajo las faldas de los Estados Unidos, amparados por la sombrilla protectora de la OTAN, pudieron dejar de pensar en sus gastos de defensa y trasladarlos a los Estados Unidos y ellos se dedicaron a gastarse el dinero en otras cosas, como en reactivar sus economías. Es cierto que los Estados Unidos asumieron la defensa continental a un altísimo costo, pues virtualmente hizo que los países europeos se hicieran irresponsables de sus políticas de defensa, pero encima, abiertamente norteamericanos.

En esos aspectos, Trump tiene razón en actuar iracundo y repartir coscorrones a diestra y siniestra; sin embargo, lo que no puede hacer, porque le va a regresar el costo de la mala decisión, es abandonar a Ucrania y a Europa a su suerte. Lo que necesita es asignar los costos de defensa a quienes realmente corresponde, pero no irse a encerrar a su territorio continental. Eventualmente, una Rusia poderosa lo va a desafiar y será necesario regresar a Europa a convencer a sus antiguos socios de que Estados Unidos es un aliado confiable y necesario.

Para terminar: el prestigio internacional de los Estados Unidos quedó seriamente dañado cuando el presidente Joe Biden decidió evacuar de forma apresurada e inconsulta a sus fuerzas de Afganistán en agosto de 2021, decisión que prácticamente hizo que los 20 años de la guerra más larga que ha luchado su país fueran un mal recuerdo para todos, pues los Talibanes retomaron el país en menos de una semana. El mensaje que llegó a muchos países es que Estados Unidos en materia de política exterior es, cuando menos, poco fiable. Afganistán se sumó a la traumática experiencia de Vietnam, confirmando que cuando la potencia se encuentra en un atolladero al que no encuentra salida, no duda en sacrificar a sus aliados por una salida inmediata.

Ahora, una solución cortoplacista como abandonar a Ucrania es otra forma de dar el mismo mensaje; y esto le puede llegar a pesar a los Estados Unidos, cuando otras potencias puedan aparecer en el horizonte y ofrecer ser aliados más consecuentes que los americanos. Lejos de lo que cree Trump, el mensaje que está enviando no es de fuerza, sino de una profunda vulnerabilidad.

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