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Un error más en las políticas verdes de la UE

Aun en época de crisis, ¿está la UE trabajando por el bienestar de su ciudadanos o por la aprobación global?

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Rocío Mérida |
09 de agosto, 2024

Los satélites idénticos GRACE son un proyecto conjunto de NASA —Estados Unidos— y DLR —Alemania— que han sido utilizados para rastrear el movimiento de agua y otros cambios en la masa de la Tierra. Se utilizó la información satelital para identificar las consecuencias de los cambios naturales de los fenómenos de agua. El resultado de la investigación concluyó en la confirmación de la escasez de agua en Europa desde 2002, continuando la misma tendencia hacia 2022.

La huella hídrica en Europa ha crecido en las últimas décadas, incrementando el volumen de agua dulce del continente que se utiliza para el consumo directo e indirecto. Los sectores con mayor huella hídrica son: la agricultura; la producción de energía; el textil y moda; la industria tecnológica; la minería; la industria química, y el sector automovilístico. Este continente alberga muchas de las grandes compañías cuyo enfoque se centra en la moda, la energía, la metalurgia y la química, así como altas emisiones por ser centros mundiales de turismo. Esto se traduce en un alto consumo de agua. Pero, ¿qué hacer cuando hay escasez?

Desde años atrás, Europa ha sufrido un período de extrema sequía. Este es el resultado del cambio climático y de un consumo excesivo, y en ocasiones desmedido, de agua. Algunas regiones del continente —principalmente el sur de Europa— se han visto en la necesidad de enfrentar inviernos sin suficiente agua para cubrir todas sus necesidades, siendo esta usualmente la época con mayor abundancia del recurso. En 2022 se encontró escrito en una piedra del hambre del río Elba “wenn du mich siehst, dann weine” (cuando me veas, llora), intuyendo que cuando el nivel del río bajase a esa altitud vendría la hambruna de nuevo al continente. Afirmar que la reducción del nivel de agua dulce disponible en el continente concluirá en hambruna es una exageración. Sin embargo, sí existe un factor de riesgo que el continente enfrenta actualmente y que cualquier política verde de la UE ha, nuevamente, fallado en contrarrestar.

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Todas aquellas políticas de concientización, asesoramiento y la generación de un sistema de incentivos para moderar el consumo de agua, cuyos resultados contribuirían a la crisis, han sido dejadas en segundo plano, predominando aquellas políticas que imponen obstáculos a los sectores verdaderamente productivos —y principales creadores de riqueza—.

Una de las principales causas es la sequía, declarada en 2018 como “condiciones muy precarias de agua” en todo el continente. Sin embargo, existen condiciones que han empeorado la situación, como el bombeo descontrolado de acuíferos, que han agotado la disponibilidad de agua de estos y, por tanto, de los ríos y lagos que alimentaba. El bombeo es una solución superficial de empresas y agricultores para la escasez de agua; sin embargo, por la ausencia de lluvias, estos no han podido recuperarse, reduciendo radicalmente todas las posibles fuentes de agua requeridas para sostener la producción y el valor de los bienes y servicios ofrecidos. 

La UE, injustamente, ejerce más presión en unos sectores que en otros. Es necesaria la instauración de normas para asegurar la protección y el buen uso del recurso. Sin embargo, como toda buena ley, estas deben ser generales, negativas e impersonales. Actualmente, esta no es la realidad europea. Mundialmente, la entidad supranacional tiene el visto bueno de muchos países por sus políticas verdes. Sin embargo, este es un escenario repetido de una visión positiva, con una ejecución pobre. En la última década se han impulsado normas que apoyan las condiciones del European Green Deal, como el etiquetado y transparencia sobre el consumo de agua. Desafortunadamente, para alcanzar la meta se han impulsado políticas injustas. Por ejemplo, impuestos progresivos que incrementan las tarifas de agua en función a la entidad que la consume, pese a que el consumo agricultor supera considerablemente aquel del empresarial, acorde a la región del territorio.

Todas aquellas políticas de concientización, asesoramiento y la generación de un sistema de incentivos para moderar el consumo de agua, cuyos resultados contribuirían a la crisis, han sido dejadas en segundo plano, predominando aquellas políticas que imponen obstáculos a los sectores verdaderamente productivos —y principales creadores de riqueza—. Aun en época de crisis, ¿está la UE trabajando por el bienestar de su ciudadanos o por la aprobación global?

Un error más en las políticas verdes de la UE

Aun en época de crisis, ¿está la UE trabajando por el bienestar de su ciudadanos o por la aprobación global?

Rocío Mérida |
09 de agosto, 2024
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Los satélites idénticos GRACE son un proyecto conjunto de NASA —Estados Unidos— y DLR —Alemania— que han sido utilizados para rastrear el movimiento de agua y otros cambios en la masa de la Tierra. Se utilizó la información satelital para identificar las consecuencias de los cambios naturales de los fenómenos de agua. El resultado de la investigación concluyó en la confirmación de la escasez de agua en Europa desde 2002, continuando la misma tendencia hacia 2022.

La huella hídrica en Europa ha crecido en las últimas décadas, incrementando el volumen de agua dulce del continente que se utiliza para el consumo directo e indirecto. Los sectores con mayor huella hídrica son: la agricultura; la producción de energía; el textil y moda; la industria tecnológica; la minería; la industria química, y el sector automovilístico. Este continente alberga muchas de las grandes compañías cuyo enfoque se centra en la moda, la energía, la metalurgia y la química, así como altas emisiones por ser centros mundiales de turismo. Esto se traduce en un alto consumo de agua. Pero, ¿qué hacer cuando hay escasez?

Desde años atrás, Europa ha sufrido un período de extrema sequía. Este es el resultado del cambio climático y de un consumo excesivo, y en ocasiones desmedido, de agua. Algunas regiones del continente —principalmente el sur de Europa— se han visto en la necesidad de enfrentar inviernos sin suficiente agua para cubrir todas sus necesidades, siendo esta usualmente la época con mayor abundancia del recurso. En 2022 se encontró escrito en una piedra del hambre del río Elba “wenn du mich siehst, dann weine” (cuando me veas, llora), intuyendo que cuando el nivel del río bajase a esa altitud vendría la hambruna de nuevo al continente. Afirmar que la reducción del nivel de agua dulce disponible en el continente concluirá en hambruna es una exageración. Sin embargo, sí existe un factor de riesgo que el continente enfrenta actualmente y que cualquier política verde de la UE ha, nuevamente, fallado en contrarrestar.

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Una de las principales causas es la sequía, declarada en 2018 como “condiciones muy precarias de agua” en todo el continente. Sin embargo, existen condiciones que han empeorado la situación, como el bombeo descontrolado de acuíferos, que han agotado la disponibilidad de agua de estos y, por tanto, de los ríos y lagos que alimentaba. El bombeo es una solución superficial de empresas y agricultores para la escasez de agua; sin embargo, por la ausencia de lluvias, estos no han podido recuperarse, reduciendo radicalmente todas las posibles fuentes de agua requeridas para sostener la producción y el valor de los bienes y servicios ofrecidos. 

La UE, injustamente, ejerce más presión en unos sectores que en otros. Es necesaria la instauración de normas para asegurar la protección y el buen uso del recurso. Sin embargo, como toda buena ley, estas deben ser generales, negativas e impersonales. Actualmente, esta no es la realidad europea. Mundialmente, la entidad supranacional tiene el visto bueno de muchos países por sus políticas verdes. Sin embargo, este es un escenario repetido de una visión positiva, con una ejecución pobre. En la última década se han impulsado normas que apoyan las condiciones del European Green Deal, como el etiquetado y transparencia sobre el consumo de agua. Desafortunadamente, para alcanzar la meta se han impulsado políticas injustas. Por ejemplo, impuestos progresivos que incrementan las tarifas de agua en función a la entidad que la consume, pese a que el consumo agricultor supera considerablemente aquel del empresarial, acorde a la región del territorio.

Todas aquellas políticas de concientización, asesoramiento y la generación de un sistema de incentivos para moderar el consumo de agua, cuyos resultados contribuirían a la crisis, han sido dejadas en segundo plano, predominando aquellas políticas que imponen obstáculos a los sectores verdaderamente productivos —y principales creadores de riqueza—. Aun en época de crisis, ¿está la UE trabajando por el bienestar de su ciudadanos o por la aprobación global?

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