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Tú también lo hubieras hecho

Al final, somos humanos intentando experimentar la vida con nuestras limitantes. Así, pues, si hubieras estado en el lugar de Orfeo, también hubieras volteado. Todos los hubiéramos hecho.

El mito de Orfeo y Eurídice
Alejandra Osorio |
28 de noviembre, 2024

Es fácil juzgar, ¿no? Cuando existe una barrera temporal, física o emocional, es sencillo generar una sentencia. No hay dificultad alguna para encontrar una solución ni se pierden pedazos del alma al decidir qué hacer. El problema de las consecuencias de nuestros actos parece surgir de nuestro protagonismo en estos y, cuando somos testigos, somos crueles para reconocer los errores de los otros. Esto es lo que suele suceder al hablar sobre un error trágico hecho por Orfeo, uno de los grandes poetas.

Mira hacia delante

La muerte no perdona a nadie, ni siquiera a los artistas. Sin importar lo mucho que te quieran los vivos, sin importar que las personas recuerden lo que escribas, sin importar que incluso los dioses te compadezcan, la vida siempre causa penas. Orfeo fue amado por todos y se decía que su voz traía de nuevo la belleza al mundo. Sin embargo, la tragedia está siempre cerca. Así pues, tras ser mordida por una serpiente, su esposa Eurídice murió.

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Con esta pérdida, se acabaron las canciones. Pero, a diferencia de muchos poetas, Orfeo no solo se dejó abrazar por la tristeza, sino que decidió ir al inframundo para recuperar a su amada. Entonces, con consejos de Hermes, emprendió el largo viaje a aquel lugar al cual los mortales no deberían llegar antes de morir. Nada importaba si la volvía a ver. Nada importaba si la podía sentir. Nada importaba si Eurídice vivía otra vez.

Querer a alguien y ser humano al mismo tiempo implica voltear. Esto es, sencillamente, por nuestra propia naturaleza. Un poeta polaco, Kazimierz Wierzyński, planteaba que entendía el destino de Orfeo, pues el amor es un constante terror ante la pérdida. Es que a veces pasamos por alto que en las versiones del mito siempre hay algo que detona la duda: una burla, un sonido, un silencio. Orfeo no duda de su amor, sino que el miedo reside en la posible pérdida de este. Y muchas veces es solo nuestra mente jugando con nosotros.

No obstante, existe un orden natural: lo que vive debe morir. Hades, el señor del inframundo, lo tenía muy claro. Dejar que Orfeo regresara al mundo de los vivos en compañía de su esposa era atentar contra la misma naturaleza. A pesar de ello, Perséfone, la reina del lugar, insistió en darles una oportunidad a los amantes mortales. Así, el dios dictó su sentencia: «podrán regresar si cumplen con esta regla: Eurídice deberá caminar detrás de su amado y Orfeo la guiará sin ver hacia atrás hasta salir de mi reino».

Era una regla bastante sencilla y hubiese sido imposible obtener un trato mejor que ese. Paso a paso, uno detrás del otro, emprendieron el viaje a la superficie. La marcha parecía peor de regreso, pero el corazón está ligero al saber que se camina en compañía de alguien amado. Sin embargo, mientras más se acercaba a la superficie, había más dudas acumulándose una sobre otra. Eran tantas las dudas que se apilaron en el pecho de Orfeo que el aire no podía pasar. Así que hizo lo único que creía que podría calmarlo: vio hacia atrás y, de esta manera, a Eurídice para siempre perdió.

No mires atrás

Si estuvieras en su lugar, también hubieras volteado. Si fueras como Orfeo y amaras tanto a Eurídice, también hubieras volteado. Querer a alguien y ser humano al mismo tiempo implica voltear. Esto es, sencillamente, por nuestra propia naturaleza. Un poeta polaco, Kazimierz Wierzyński, planteaba que entendía el destino de Orfeo, pues el amor es un constante terror ante la pérdida. Es que a veces pasamos por alto que en las versiones del mito siempre hay algo que detona la duda: una burla, un sonido, un silencio. Orfeo no duda de su amor, sino que el miedo reside en la posible pérdida de este. Y muchas veces es solo nuestra mente jugando con nosotros. John Milton, en Paraíso perdido, escribió que «la mente es su propio lugar, y en sí misma puede hacer un cielo del infierno o un infierno del cielo». Al final, somos humanos intentando experimentar la vida con nuestras limitantes. Así, pues, si hubieras estado en el lugar de Orfeo, también hubieras volteado. Todos los hubiéramos hecho.

Tú también lo hubieras hecho

Al final, somos humanos intentando experimentar la vida con nuestras limitantes. Así, pues, si hubieras estado en el lugar de Orfeo, también hubieras volteado. Todos los hubiéramos hecho.

Alejandra Osorio |
28 de noviembre, 2024
El mito de Orfeo y Eurídice

Es fácil juzgar, ¿no? Cuando existe una barrera temporal, física o emocional, es sencillo generar una sentencia. No hay dificultad alguna para encontrar una solución ni se pierden pedazos del alma al decidir qué hacer. El problema de las consecuencias de nuestros actos parece surgir de nuestro protagonismo en estos y, cuando somos testigos, somos crueles para reconocer los errores de los otros. Esto es lo que suele suceder al hablar sobre un error trágico hecho por Orfeo, uno de los grandes poetas.

Mira hacia delante

La muerte no perdona a nadie, ni siquiera a los artistas. Sin importar lo mucho que te quieran los vivos, sin importar que las personas recuerden lo que escribas, sin importar que incluso los dioses te compadezcan, la vida siempre causa penas. Orfeo fue amado por todos y se decía que su voz traía de nuevo la belleza al mundo. Sin embargo, la tragedia está siempre cerca. Así pues, tras ser mordida por una serpiente, su esposa Eurídice murió.

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Con esta pérdida, se acabaron las canciones. Pero, a diferencia de muchos poetas, Orfeo no solo se dejó abrazar por la tristeza, sino que decidió ir al inframundo para recuperar a su amada. Entonces, con consejos de Hermes, emprendió el largo viaje a aquel lugar al cual los mortales no deberían llegar antes de morir. Nada importaba si la volvía a ver. Nada importaba si la podía sentir. Nada importaba si Eurídice vivía otra vez.

Querer a alguien y ser humano al mismo tiempo implica voltear. Esto es, sencillamente, por nuestra propia naturaleza. Un poeta polaco, Kazimierz Wierzyński, planteaba que entendía el destino de Orfeo, pues el amor es un constante terror ante la pérdida. Es que a veces pasamos por alto que en las versiones del mito siempre hay algo que detona la duda: una burla, un sonido, un silencio. Orfeo no duda de su amor, sino que el miedo reside en la posible pérdida de este. Y muchas veces es solo nuestra mente jugando con nosotros.

No obstante, existe un orden natural: lo que vive debe morir. Hades, el señor del inframundo, lo tenía muy claro. Dejar que Orfeo regresara al mundo de los vivos en compañía de su esposa era atentar contra la misma naturaleza. A pesar de ello, Perséfone, la reina del lugar, insistió en darles una oportunidad a los amantes mortales. Así, el dios dictó su sentencia: «podrán regresar si cumplen con esta regla: Eurídice deberá caminar detrás de su amado y Orfeo la guiará sin ver hacia atrás hasta salir de mi reino».

Era una regla bastante sencilla y hubiese sido imposible obtener un trato mejor que ese. Paso a paso, uno detrás del otro, emprendieron el viaje a la superficie. La marcha parecía peor de regreso, pero el corazón está ligero al saber que se camina en compañía de alguien amado. Sin embargo, mientras más se acercaba a la superficie, había más dudas acumulándose una sobre otra. Eran tantas las dudas que se apilaron en el pecho de Orfeo que el aire no podía pasar. Así que hizo lo único que creía que podría calmarlo: vio hacia atrás y, de esta manera, a Eurídice para siempre perdió.

No mires atrás

Si estuvieras en su lugar, también hubieras volteado. Si fueras como Orfeo y amaras tanto a Eurídice, también hubieras volteado. Querer a alguien y ser humano al mismo tiempo implica voltear. Esto es, sencillamente, por nuestra propia naturaleza. Un poeta polaco, Kazimierz Wierzyński, planteaba que entendía el destino de Orfeo, pues el amor es un constante terror ante la pérdida. Es que a veces pasamos por alto que en las versiones del mito siempre hay algo que detona la duda: una burla, un sonido, un silencio. Orfeo no duda de su amor, sino que el miedo reside en la posible pérdida de este. Y muchas veces es solo nuestra mente jugando con nosotros. John Milton, en Paraíso perdido, escribió que «la mente es su propio lugar, y en sí misma puede hacer un cielo del infierno o un infierno del cielo». Al final, somos humanos intentando experimentar la vida con nuestras limitantes. Así, pues, si hubieras estado en el lugar de Orfeo, también hubieras volteado. Todos los hubiéramos hecho.

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