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Temblores y caprichos tuiteros

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Luis Figueroa |
11 de julio, 2025

En el contexto de la seguidilla de temblores del martes pasado, varios medios de comunicación reportaron que el presidente, Bernardo Arévalo, dijo que se suspendía el trabajo presencial en el sector privado y en el gobierno. Como el presidente no tiene facultades legales para hacer eso, sin acudir a una declaratoria de estado de excepción, me apresté a preguntar en X: «¿Desde cuándo puede un presidente hacer eso sin declarar estado de emergencia?».

Un tuitero me contestó, rápidamente, que «Desde hoy. Ahora métase su legalismo por donde le quepa». Otro escribió: «Desde que la constitución le da el poder para procurar a los ciudadanos de una nación. Ignorante». Uno más acusó: «Desde ayer, netcentero». Otro más espetó: «Ni mierda les gusta. Sentido común le llamo yo». Todo esto suena como Traralero tralalá y Bombardino cocodrilo. 

El primero es el mismo que, hace unos días, cuando escribí que «No es cuestión de que haya un estatismo bueno, un estatismo malo», comentó que «todos los países tienen Estado», al confundir Estado con estatismo. Evidencia de que desconoce que el estatismo es una doctrina política que defiende la preeminencia del gobierno sobre otros ámbitos de la sociedad, incluyendo la economía y la cultura. El estatismo implica una exaltación del poder y la importancia del Estado, a menudo por encima de los individuos. Pero claro, su «gatillo feliz» lo hizo disparar desde el sentir, y no desde el pensar. Este individuo cree que la protección a los derechos individuales y el Estado de derecho son meros legalismos que pueden ser ignorados desde la Presidencia. Cree que el Título II, Capítulo I de la Constitución, es un legalismo cualquiera y que una ocurrencia presidencial tiene más valor que la ley constitucional.

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En cuanto al segundo… ¿Qué quiere decir la frase «poder para procurar a los ciudadanos»? Ni me detengo aquí. El tercero va como el primero, cree que la ley está de adorno y que aquí se debe hacer lo que el presidente quiere (¿cualquier presidente, o solo el de su preferencia?). ¡Un dictador es lo que quiere esta gente! El cuarto confunde el sentido común con la imprudencia y la arbitrariedad, y sospecho que cree que respetar la legislación de orden público es cuestión de gustos, preferencias, caprichos y ocurrencias. Es cierto que esa legislación es anticonstitucional, pero es legislación vigente. Esto da para otra columna.

¡Menos mal que, al rato de la conferencia de prensa, el presidente y su equipo se dieron cuenta del error! Y se aclaró que la suspensión no era general. A pesar de los tuiteros, la Administración aclaró que la suspensión de actividades se dejaba a discreción de cada organización, en la medida de sus necesidades.

Estas meditaciones vienen al caso porque da alguito de miedo que haya una opinión pública ruidosa que sea tan entusiasta en la defensa de la arbitrariedad, el capricho y el desatino cuando se trata de defender al presidente (sobre todo si es el de su preferencia) y cuando se trata de imponer sus criterios de seguridad sobre los demás.

A Benjamin Franklin se le atribuye la frase: «Quien renuncia a su libertad por seguridad, no merece ni libertad ni seguridad»; y es lo que ocurre cuando hay gente que cree que hay que encerrar a los demás porque tiembla, y hay que prohibir que las personas velen a sus muertos porque hay un virus que se transmite por la vía respiratoria.

A veces son chistosas las opiniones ocurrentes en redes sociales -pero cuando los autores de esas opiniones no ven mal que se violen la vida, la libertad y la propiedad de otros para conseguir objetivos que los tuiteros consideran valiosos (como no ir a trabajar porque tiembla, en un país sísmico) y encima presumen un nivel casi nulo de conocimiento sobre el rol de la ley y del uso moral del poder político- pues… eso da grima y es peligroso. Ese es el caldo de cultivo de las dictaduras.

Temblores y caprichos tuiteros

Luis Figueroa |
11 de julio, 2025
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En el contexto de la seguidilla de temblores del martes pasado, varios medios de comunicación reportaron que el presidente, Bernardo Arévalo, dijo que se suspendía el trabajo presencial en el sector privado y en el gobierno. Como el presidente no tiene facultades legales para hacer eso, sin acudir a una declaratoria de estado de excepción, me apresté a preguntar en X: «¿Desde cuándo puede un presidente hacer eso sin declarar estado de emergencia?».

Un tuitero me contestó, rápidamente, que «Desde hoy. Ahora métase su legalismo por donde le quepa». Otro escribió: «Desde que la constitución le da el poder para procurar a los ciudadanos de una nación. Ignorante». Uno más acusó: «Desde ayer, netcentero». Otro más espetó: «Ni mierda les gusta. Sentido común le llamo yo». Todo esto suena como Traralero tralalá y Bombardino cocodrilo. 

El primero es el mismo que, hace unos días, cuando escribí que «No es cuestión de que haya un estatismo bueno, un estatismo malo», comentó que «todos los países tienen Estado», al confundir Estado con estatismo. Evidencia de que desconoce que el estatismo es una doctrina política que defiende la preeminencia del gobierno sobre otros ámbitos de la sociedad, incluyendo la economía y la cultura. El estatismo implica una exaltación del poder y la importancia del Estado, a menudo por encima de los individuos. Pero claro, su «gatillo feliz» lo hizo disparar desde el sentir, y no desde el pensar. Este individuo cree que la protección a los derechos individuales y el Estado de derecho son meros legalismos que pueden ser ignorados desde la Presidencia. Cree que el Título II, Capítulo I de la Constitución, es un legalismo cualquiera y que una ocurrencia presidencial tiene más valor que la ley constitucional.

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En cuanto al segundo… ¿Qué quiere decir la frase «poder para procurar a los ciudadanos»? Ni me detengo aquí. El tercero va como el primero, cree que la ley está de adorno y que aquí se debe hacer lo que el presidente quiere (¿cualquier presidente, o solo el de su preferencia?). ¡Un dictador es lo que quiere esta gente! El cuarto confunde el sentido común con la imprudencia y la arbitrariedad, y sospecho que cree que respetar la legislación de orden público es cuestión de gustos, preferencias, caprichos y ocurrencias. Es cierto que esa legislación es anticonstitucional, pero es legislación vigente. Esto da para otra columna.

¡Menos mal que, al rato de la conferencia de prensa, el presidente y su equipo se dieron cuenta del error! Y se aclaró que la suspensión no era general. A pesar de los tuiteros, la Administración aclaró que la suspensión de actividades se dejaba a discreción de cada organización, en la medida de sus necesidades.

Estas meditaciones vienen al caso porque da alguito de miedo que haya una opinión pública ruidosa que sea tan entusiasta en la defensa de la arbitrariedad, el capricho y el desatino cuando se trata de defender al presidente (sobre todo si es el de su preferencia) y cuando se trata de imponer sus criterios de seguridad sobre los demás.

A Benjamin Franklin se le atribuye la frase: «Quien renuncia a su libertad por seguridad, no merece ni libertad ni seguridad»; y es lo que ocurre cuando hay gente que cree que hay que encerrar a los demás porque tiembla, y hay que prohibir que las personas velen a sus muertos porque hay un virus que se transmite por la vía respiratoria.

A veces son chistosas las opiniones ocurrentes en redes sociales -pero cuando los autores de esas opiniones no ven mal que se violen la vida, la libertad y la propiedad de otros para conseguir objetivos que los tuiteros consideran valiosos (como no ir a trabajar porque tiembla, en un país sísmico) y encima presumen un nivel casi nulo de conocimiento sobre el rol de la ley y del uso moral del poder político- pues… eso da grima y es peligroso. Ese es el caldo de cultivo de las dictaduras.

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