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Summum Bonum o la práctica del bien

La clave está en la reflexión sobre la virtud y actuar en consecuencia.

Ilustración por Gabo®
Dr. Ramiro Bolaños |
24 de junio, 2024

De nuevo, quiero comenzar esta columna agradeciendo todos los comentarios y sugerencias recibidos con respecto a la columna de la semana anterior sobre la virtud del individuo. Conceptos que formarán parte de los diálogos que espero sostener con Usted, querido lector, en las próximas semanas.

Es útil relacionar estas nociones con ejemplos de la vida diaria. Para esto cabe preguntar, ¿Cómo sabemos lo que es el bien? Si nos referimos de nuevo al emperador filósofo Marco Aurelio, su consejo es la reflexión constante: «Coteja el pensamiento con las palabras. Sumerge tu pensamiento en los sucesos y en las causas que los produjeron» (Meditaciones; Libro VII, párrafo 30).

Reflexionar sobre nuestras acciones nos puede guiar hacia el bien y la virtud ¿Cuántos minutos al día reserva usted para pensar sobre lo actuado en el día? Si la fuente del bien es la razón, ¿cómo sabe usted que hizo el bien si no reflexionó al respecto pasado un tiempo? Marco Aurelio también decía: «El respeto y la estima a tu propio pensamiento harán de ti un hombre satisfecho contigo mismo, perfectamente adaptado a los que conviven a tu lado» (Meditaciones; Libro VI, párrafo 16). Evaluar el bien requiere un diálogo diario con nuestra conciencia. Encontrar esa conciencia individual implica cortejarla, buscarla y relacionarse con ella todos los días.

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En la práctica diaria nos encontramos con dilemas éticos y la virtud puede guiarnos hacia el bien. Por ejemplo, cuando enfrentamos el dilema de la lealtad y la honestidad con un ser querido, la decisión no siempre es clara. La honestidad es un principio moral fundamental; ser sinceros nos permite mantener relaciones basadas en la confianza y la integridad. Sin embargo, cuando la verdad puede herir profundamente a alguien que amamos, debemos considerar nuestras acciones cuidadosamente.

La lealtad y la honestidad, así como el compromiso con el deber y el esfuerzo adicional, no son mutuamente excluyentes. Es posible honrar todas estas virtudes mediante una acción empática, considerada y equilibrada.

Aquí podemos evaluar varias perspectivas. La deontológica: estamos obligados a decir la verdad, sin importar las consecuencias. La consecuencialista: si la verdad puede causar un dolor innecesario sin un beneficio tangible, tal vez debamos reconsiderar cómo y cuándo revelarla. La prudencia: evaluar la situación con empatía y sabiduría nos permite encontrar un equilibrio. Así pues, podríamos optar por decir la verdad de manera delicada y constructiva, o decidir que es mejor que la persona descubra su error por sí misma, siempre que esto no le cause un daño irreparable.

Otros ejemplos de dilemas éticos incluyen el caso del docente que enfrenta una evaluación crítica, la prudencia juega un papel crucial aquí: revisar exhaustivamente una evaluación para asegurarse de que no hay errores es un acto de justicia y compasión. Al hacerlo, el docente no solo cumple con su deber ético, sino que también demuestra un compromiso con el bienestar y el éxito de sus alumnos.

Para el funcionario público, cumplir con las horas asignadas es una obligación, pero ir más allá en el servicio a la comunidad puede tener un impacto positivo significativo. Del mismo modo, para el empleado privado, excederse en el cumplimiento de sus deberes puede beneficiar no solo a la empresa y a los clientes, sino también a su propio desarrollo profesional.

Podemos concluir que la clave está en la reflexión sobre la virtud y actuar en consecuencia. En última instancia, cada situación es única y requiere un juicio ético cuidadoso. La lealtad y la honestidad, así como el compromiso con el deber y el esfuerzo adicional, no son mutuamente excluyentes. Es posible honrar todas estas virtudes mediante una acción empática, considerada y equilibrada.

Mi consejo es que, a partir de hoy, reserve unos minutos diarios para reflexionar sobre sus acciones, permitiendo que la virtud guíe su camino. De esta manera, juntos, podemos construir una vida mejor, y seremos cada vez más los que desde nuestro interior cambiemos para mejor un poco más el mundo que nos rodea.

Summum Bonum o la práctica del bien

La clave está en la reflexión sobre la virtud y actuar en consecuencia.

Dr. Ramiro BolañosDr. Ramiro Bolaños
Dr. Ramiro Bolaños |
24 de junio, 2024
Ilustración por Gabo® Ilustración por Gabo®
Ilustración por Gabo®

De nuevo, quiero comenzar esta columna agradeciendo todos los comentarios y sugerencias recibidos con respecto a la columna de la semana anterior sobre la virtud del individuo. Conceptos que formarán parte de los diálogos que espero sostener con Usted, querido lector, en las próximas semanas.

Es útil relacionar estas nociones con ejemplos de la vida diaria. Para esto cabe preguntar, ¿Cómo sabemos lo que es el bien? Si nos referimos de nuevo al emperador filósofo Marco Aurelio, su consejo es la reflexión constante: «Coteja el pensamiento con las palabras. Sumerge tu pensamiento en los sucesos y en las causas que los produjeron» (Meditaciones; Libro VII, párrafo 30).

Reflexionar sobre nuestras acciones nos puede guiar hacia el bien y la virtud ¿Cuántos minutos al día reserva usted para pensar sobre lo actuado en el día? Si la fuente del bien es la razón, ¿cómo sabe usted que hizo el bien si no reflexionó al respecto pasado un tiempo? Marco Aurelio también decía: «El respeto y la estima a tu propio pensamiento harán de ti un hombre satisfecho contigo mismo, perfectamente adaptado a los que conviven a tu lado» (Meditaciones; Libro VI, párrafo 16). Evaluar el bien requiere un diálogo diario con nuestra conciencia. Encontrar esa conciencia individual implica cortejarla, buscarla y relacionarse con ella todos los días.

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En la práctica diaria nos encontramos con dilemas éticos y la virtud puede guiarnos hacia el bien. Por ejemplo, cuando enfrentamos el dilema de la lealtad y la honestidad con un ser querido, la decisión no siempre es clara. La honestidad es un principio moral fundamental; ser sinceros nos permite mantener relaciones basadas en la confianza y la integridad. Sin embargo, cuando la verdad puede herir profundamente a alguien que amamos, debemos considerar nuestras acciones cuidadosamente.

La lealtad y la honestidad, así como el compromiso con el deber y el esfuerzo adicional, no son mutuamente excluyentes. Es posible honrar todas estas virtudes mediante una acción empática, considerada y equilibrada.

Aquí podemos evaluar varias perspectivas. La deontológica: estamos obligados a decir la verdad, sin importar las consecuencias. La consecuencialista: si la verdad puede causar un dolor innecesario sin un beneficio tangible, tal vez debamos reconsiderar cómo y cuándo revelarla. La prudencia: evaluar la situación con empatía y sabiduría nos permite encontrar un equilibrio. Así pues, podríamos optar por decir la verdad de manera delicada y constructiva, o decidir que es mejor que la persona descubra su error por sí misma, siempre que esto no le cause un daño irreparable.

Otros ejemplos de dilemas éticos incluyen el caso del docente que enfrenta una evaluación crítica, la prudencia juega un papel crucial aquí: revisar exhaustivamente una evaluación para asegurarse de que no hay errores es un acto de justicia y compasión. Al hacerlo, el docente no solo cumple con su deber ético, sino que también demuestra un compromiso con el bienestar y el éxito de sus alumnos.

Para el funcionario público, cumplir con las horas asignadas es una obligación, pero ir más allá en el servicio a la comunidad puede tener un impacto positivo significativo. Del mismo modo, para el empleado privado, excederse en el cumplimiento de sus deberes puede beneficiar no solo a la empresa y a los clientes, sino también a su propio desarrollo profesional.

Podemos concluir que la clave está en la reflexión sobre la virtud y actuar en consecuencia. En última instancia, cada situación es única y requiere un juicio ético cuidadoso. La lealtad y la honestidad, así como el compromiso con el deber y el esfuerzo adicional, no son mutuamente excluyentes. Es posible honrar todas estas virtudes mediante una acción empática, considerada y equilibrada.

Mi consejo es que, a partir de hoy, reserve unos minutos diarios para reflexionar sobre sus acciones, permitiendo que la virtud guíe su camino. De esta manera, juntos, podemos construir una vida mejor, y seremos cada vez más los que desde nuestro interior cambiemos para mejor un poco más el mundo que nos rodea.

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