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Sin perder la cabeza

.
Alejandra Osorio |
31 de octubre, 2024

Los árboles tiemblan de miedo y no por el viento. Los grillos se callan entre sí, y el más inconsciente de todos está consciente de lo que va a pasar. Cierra las puertas, apaga las luces y no te acerques a la ventana. Es que, en esta noche, nos debemos esconder, pues hasta los mismos fantasmas de sus tumbas no querrán salir. Pero ¿qué es lo que a todos parece atemorizar? Es el dullahan, querido lector, que viene a cazar. 

Noches de brujas

Es probable que el nombre no resulte familiar, ya que es en Irlanda en donde se suele pronunciar. Sin embargo, cuando los europeos migraron, en sus barcos también llevaban a sus espantos, hadas y trasgos. Así llegó el dullahan al Nuevo Mundo y, bajo la pluma de Washington Irving, se popularizó con un nuevo nombre: el jinete sin cabeza. Según este autor, en el pueblo de Sleepy Hollow, hoy, en la noche de Halloween, en donde todos los espíritus y criaturas tienen permiso de andar entre los hombres, cabalgará el jinete en busca de una cabeza. 

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No obstante, si dejamos la ficción y nos adentramos al folklore, el dullahan no está atado a ningún pueblo, sino que anda por ahí en cualquier lugar. Según las leyendas, sí, él sale a cazar, pero no lo hace por diversión. Esta figura, aunque de apariencia terrible, viene a ser una especie de recolector, un psicopompo, un mensajero que anuncia la muerte. El problema viene a ser su apariencia. ¿A quién le habría de gustar encontrarse frente a frente con un caballo negro cabalgado por un jinete sin cabeza que sostiene una columna vertebral hecha látigo?

Al final, como George R. R. Martin lo escribió, solo cuando un hombre tiene miedo es que puede ser valiente. Lo único que nos queda es tratar de no perder la cabeza.

Ahora bien, justamente como en el texto de Irving, muchas veces el final nefasto de las personas no se debía a las acciones del jinete, sino al mismo miedo que le tenían a este. Varios, como el pobre profesor Ichabod Crane, ante la posible visión de este ser, corrían despavoridos, pensando que pronto encontrarían su muerte. Pero esta les terminaba siempre hallando, no porque el jinete sea un gran cazador, sino por el mismo miedo. El pánico con sus garras transforma un barranco en una pequeña zanja, oscurece el camino empedrado y oculta los peligros reales detrás de los falsos. El jinete no tendrá cabeza, pero son aquellos que creen verlo quienes la pierden a manos del miedo y no de un espanto. 

Noches de espantos

El miedo es una cosa hermosa. Es un elemento necesario, que, en medidas justas, te permite reconocer riesgos o sobrevivir. Pero cuando la copa del corazón se desborda gracias al pánico, este puede llegar a jugar en contra nuestra. En uno de sus ensayos, Montaigne plantea que «nada me horroriza más que el miedo y a nada debe temerse tanto como al miedo; de tal modo sobrepuja en consecuencias terribles a todos los demás accidentes». Esto no se debe a cuestiones de honor, sino al peligro que representa cuando este paraliza y desvía la mente de la acción racional. 

A veces, el mismo miedo viene a ser una ayuda para cumplir lo que tememos. Viktor Frankl, en El hombre en busca de sentido, reafirma que el miedo es la madre del suceso, pues «es característico de ese temor el producir precisamente aquello que el paciente teme». Claro está, esto no viene a ser una apelación a la eliminación de los miedos ni a favorecer en cada instante la racionalidad, sino, simplemente, a reconocer el poder que puede tener sobre nosotros. Además, su presencia no es siempre mala. Al final, como George R. R. Martin lo escribió, solo cuando un hombre tiene miedo es que puede ser valiente. Lo único que nos queda es tratar de no perder la cabeza.

Sin perder la cabeza

Alejandra Osorio |
31 de octubre, 2024
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Los árboles tiemblan de miedo y no por el viento. Los grillos se callan entre sí, y el más inconsciente de todos está consciente de lo que va a pasar. Cierra las puertas, apaga las luces y no te acerques a la ventana. Es que, en esta noche, nos debemos esconder, pues hasta los mismos fantasmas de sus tumbas no querrán salir. Pero ¿qué es lo que a todos parece atemorizar? Es el dullahan, querido lector, que viene a cazar. 

Noches de brujas

Es probable que el nombre no resulte familiar, ya que es en Irlanda en donde se suele pronunciar. Sin embargo, cuando los europeos migraron, en sus barcos también llevaban a sus espantos, hadas y trasgos. Así llegó el dullahan al Nuevo Mundo y, bajo la pluma de Washington Irving, se popularizó con un nuevo nombre: el jinete sin cabeza. Según este autor, en el pueblo de Sleepy Hollow, hoy, en la noche de Halloween, en donde todos los espíritus y criaturas tienen permiso de andar entre los hombres, cabalgará el jinete en busca de una cabeza. 

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No obstante, si dejamos la ficción y nos adentramos al folklore, el dullahan no está atado a ningún pueblo, sino que anda por ahí en cualquier lugar. Según las leyendas, sí, él sale a cazar, pero no lo hace por diversión. Esta figura, aunque de apariencia terrible, viene a ser una especie de recolector, un psicopompo, un mensajero que anuncia la muerte. El problema viene a ser su apariencia. ¿A quién le habría de gustar encontrarse frente a frente con un caballo negro cabalgado por un jinete sin cabeza que sostiene una columna vertebral hecha látigo?

Al final, como George R. R. Martin lo escribió, solo cuando un hombre tiene miedo es que puede ser valiente. Lo único que nos queda es tratar de no perder la cabeza.

Ahora bien, justamente como en el texto de Irving, muchas veces el final nefasto de las personas no se debía a las acciones del jinete, sino al mismo miedo que le tenían a este. Varios, como el pobre profesor Ichabod Crane, ante la posible visión de este ser, corrían despavoridos, pensando que pronto encontrarían su muerte. Pero esta les terminaba siempre hallando, no porque el jinete sea un gran cazador, sino por el mismo miedo. El pánico con sus garras transforma un barranco en una pequeña zanja, oscurece el camino empedrado y oculta los peligros reales detrás de los falsos. El jinete no tendrá cabeza, pero son aquellos que creen verlo quienes la pierden a manos del miedo y no de un espanto. 

Noches de espantos

El miedo es una cosa hermosa. Es un elemento necesario, que, en medidas justas, te permite reconocer riesgos o sobrevivir. Pero cuando la copa del corazón se desborda gracias al pánico, este puede llegar a jugar en contra nuestra. En uno de sus ensayos, Montaigne plantea que «nada me horroriza más que el miedo y a nada debe temerse tanto como al miedo; de tal modo sobrepuja en consecuencias terribles a todos los demás accidentes». Esto no se debe a cuestiones de honor, sino al peligro que representa cuando este paraliza y desvía la mente de la acción racional. 

A veces, el mismo miedo viene a ser una ayuda para cumplir lo que tememos. Viktor Frankl, en El hombre en busca de sentido, reafirma que el miedo es la madre del suceso, pues «es característico de ese temor el producir precisamente aquello que el paciente teme». Claro está, esto no viene a ser una apelación a la eliminación de los miedos ni a favorecer en cada instante la racionalidad, sino, simplemente, a reconocer el poder que puede tener sobre nosotros. Además, su presencia no es siempre mala. Al final, como George R. R. Martin lo escribió, solo cuando un hombre tiene miedo es que puede ser valiente. Lo único que nos queda es tratar de no perder la cabeza.

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