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Simpatía por los condenados

Quizá el secreto de esta respuesta se encuentra en el concepto que tenemos del perdón.

.
Alejandra Osorio |
24 de octubre, 2024

Cuando estudias mitología y literatura, a veces te encuentras frente a frente con nombres de personas de carne y hueso, pero que sus historias parecen ficción. Ahora bien, el humano es un ser curioso por naturaleza, así que no debería extrañarnos que, al hallar un evento tan singular como este, se tenga el deseo de atar los cabos sueltos. Y eso es justo lo que me sucedió al leer el nombre de Francesca en la Divina comedia. 

Algunos presos

Francesa de Rímini quizá no sea un nombre que esté en la mente de todos en la actualidad. ¿Por qué habría de estarlo? Después de todo, ella murió en 1285. A pesar de ello, Francesca estuvo viva, existió y fue parte de este mundo. Ella era descendiente del señor de Ravena y, como toda hija de noble, se vio obligada a ser parte de un matrimonio político. Sin embargo, según Boccaccio, el hecho pareció no molestarle a la joven. Al ver al hombre que llegó a discutir el contrato matrimonial, Francesca pensó que, en la medida de lo posible, ella parecía tener suerte: ese joven tenía una mirada dulce. Por ello, no pudo evitar sonrojarse cuando el hombre le sonrió. 

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No obstante, Francesca no se encuentra en el cielo, sino en el infierno de Dante. Y su pena comenzó en el momento en que llegó al altar. Puesto que ahí no estaba el hombre que soñaba, sino su hermano, un ser que parecía tener tres veces su edad y que la observaba como una presa. Pero no había nada que pudiera hacer, así que se casó con el señor Gianciotto. Así, Francesca soportó las caricias y gritos de su esposo, pero nada de lo que dijera o hiciera este podía arrancarle de su corazón aquel inocente amor. Por eso, el día que lo vio de nuevo en el jardín, sintió que le había regresado el alma al cuerpo y que su mente la había abandonado. Y ahí estaban Francesca y Paolo juntos.

Así, quizá antes de dictar sentencia, tendríamos que analizar qué parámetros utilizamos. Después, ya se puede cuestionar si se ofrece el perdón o no, para no caer en la pasión de la venganza como Gianciotto.

Sus manos se rozaron, mas no dijeron nada. Pero su final funesto fue escrito en ese instante. Era imposible, era sencillamente imposible que pudiesen alejarse. Así que cayeron en la trampa de un amor irrealizable. Y, por un breve instante en el tiempo, fueron felices. No obstante, sabemos bien que nada está oculto entre el cielo y la tierra. Por lo que, un día, su felicidad terminó y, con ella, sus vidas también. Pues Gianciotto, el esposo, los descubrió y, más herido su orgullo que su amor, atravesó ambos corazones con una espada. 

Y otros condenados

La historia real de Francesca y Paolo termina ahí, pero así solo inicia su eternidad literaria. Cuando Dante emprendió su viaje con Virgilio y sus pies tocaron el círculo de la lujuria, ahí se encontró con los amantes, siendo azotados por los vientos, pero negándose a romper ese abrazo más allá de la muerte. Y es así como esta historia plantea un problema: ¿se puede perdonar a un alma condenada? Dante dice que no. 

Pero quizá el secreto de esta respuesta se encuentra en el concepto que tenemos del perdón. Es que, a pesar de que es algo que pedimos y recibimos constantemente, delimitarlo parece complejo. El escritor Mark Twain lo describía como la fragancia que una violeta impregna en el talón que la destruyó. Mientras que Corrie ten Boom, una escritora y relojera neerlandesa, plantea que es un acto de voluntad. Así, quizá antes de dictar sentencia, tendríamos que analizar qué parámetros utilizamos. Después, ya se puede cuestionar si se ofrece el perdón o no, para no caer en la pasión de la venganza como Gianciotto.

Simpatía por los condenados

Quizá el secreto de esta respuesta se encuentra en el concepto que tenemos del perdón.

Alejandra Osorio |
24 de octubre, 2024
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Cuando estudias mitología y literatura, a veces te encuentras frente a frente con nombres de personas de carne y hueso, pero que sus historias parecen ficción. Ahora bien, el humano es un ser curioso por naturaleza, así que no debería extrañarnos que, al hallar un evento tan singular como este, se tenga el deseo de atar los cabos sueltos. Y eso es justo lo que me sucedió al leer el nombre de Francesca en la Divina comedia. 

Algunos presos

Francesa de Rímini quizá no sea un nombre que esté en la mente de todos en la actualidad. ¿Por qué habría de estarlo? Después de todo, ella murió en 1285. A pesar de ello, Francesca estuvo viva, existió y fue parte de este mundo. Ella era descendiente del señor de Ravena y, como toda hija de noble, se vio obligada a ser parte de un matrimonio político. Sin embargo, según Boccaccio, el hecho pareció no molestarle a la joven. Al ver al hombre que llegó a discutir el contrato matrimonial, Francesca pensó que, en la medida de lo posible, ella parecía tener suerte: ese joven tenía una mirada dulce. Por ello, no pudo evitar sonrojarse cuando el hombre le sonrió. 

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No obstante, Francesca no se encuentra en el cielo, sino en el infierno de Dante. Y su pena comenzó en el momento en que llegó al altar. Puesto que ahí no estaba el hombre que soñaba, sino su hermano, un ser que parecía tener tres veces su edad y que la observaba como una presa. Pero no había nada que pudiera hacer, así que se casó con el señor Gianciotto. Así, Francesca soportó las caricias y gritos de su esposo, pero nada de lo que dijera o hiciera este podía arrancarle de su corazón aquel inocente amor. Por eso, el día que lo vio de nuevo en el jardín, sintió que le había regresado el alma al cuerpo y que su mente la había abandonado. Y ahí estaban Francesca y Paolo juntos.

Así, quizá antes de dictar sentencia, tendríamos que analizar qué parámetros utilizamos. Después, ya se puede cuestionar si se ofrece el perdón o no, para no caer en la pasión de la venganza como Gianciotto.

Sus manos se rozaron, mas no dijeron nada. Pero su final funesto fue escrito en ese instante. Era imposible, era sencillamente imposible que pudiesen alejarse. Así que cayeron en la trampa de un amor irrealizable. Y, por un breve instante en el tiempo, fueron felices. No obstante, sabemos bien que nada está oculto entre el cielo y la tierra. Por lo que, un día, su felicidad terminó y, con ella, sus vidas también. Pues Gianciotto, el esposo, los descubrió y, más herido su orgullo que su amor, atravesó ambos corazones con una espada. 

Y otros condenados

La historia real de Francesca y Paolo termina ahí, pero así solo inicia su eternidad literaria. Cuando Dante emprendió su viaje con Virgilio y sus pies tocaron el círculo de la lujuria, ahí se encontró con los amantes, siendo azotados por los vientos, pero negándose a romper ese abrazo más allá de la muerte. Y es así como esta historia plantea un problema: ¿se puede perdonar a un alma condenada? Dante dice que no. 

Pero quizá el secreto de esta respuesta se encuentra en el concepto que tenemos del perdón. Es que, a pesar de que es algo que pedimos y recibimos constantemente, delimitarlo parece complejo. El escritor Mark Twain lo describía como la fragancia que una violeta impregna en el talón que la destruyó. Mientras que Corrie ten Boom, una escritora y relojera neerlandesa, plantea que es un acto de voluntad. Así, quizá antes de dictar sentencia, tendríamos que analizar qué parámetros utilizamos. Después, ya se puede cuestionar si se ofrece el perdón o no, para no caer en la pasión de la venganza como Gianciotto.

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