Durante la década de los 60, las contribuciones de varios economistas allanaron el camino a la mejor comprensión del actuar de los seres humanos en el proceso de toma de decisiones, retando el paradigma de que cada persona es enteramente racional al enfrentar situaciones que son cotidianas.
Kenneth Arrow, ganador del premio Nobel de Economía en 1972, profundizó en el análisis del Riesgo Moral como condición natural en la adaptación a los riesgos de la vida cotidiana. De forma muy simple, su planteamiento establece que una persona asumirá riesgos adicionales al momento en que sabe que los costos serán asumidos por una persona o entidad externa. Ejemplo de ello es el caso de los asegurados, quienes tienden a ser menos cautelosos con el cuidado de su salud e integridad porque saben que la empresa aseguradora cubrirá los costos de sus imprudencias.
¿Por qué es importante reconocer este comportamiento? Porque, aunque se reconoce que el seguro permitirá hacer frente a eventualidades catastróficas, esta situación trae consigo un comportamiento más arriesgado y temerario por parte del asegurado. Mucha es la literatura que ha validado este comportamiento, sobre todo en aquellas áreas donde hay una cobertura por accidentes que se derivan de la impericia, la imprudencia y la negligencia.
Y es por esta razón que no se puede esperar que con un seguro se reduzcan los accidentes, sino, por el contrario, aunque haya una cobertura de los costos en que puedan incurrir los responsables, la evidencia ha demostrado que el número de accidentes se incrementa, de la mano con una mayor severidad de estos.
Un seguro generará incentivos para que el asegurado tome actitudes más riesgosas. Y, como consecuencia, habrá más accidentes, lo cual creará un círculo vicioso de mayores coberturas, mayores gastos, saturación del sistema y aumento de primas. Lo que en un inicio pretendía ayudar en el momento de un accidente, termina ocasionando más accidentes.
Quiero motivar la reflexión a que las consecuencias puedan ser más perniciosas que beneficiosas y que, además, debe haber elementos de educación, prevención y certeza en la aplicación del castigo para que la política sea exitosa. No debemos olvidar que el objetivo no es que se paguen los costos asociados a los accidentes, sino evitar que los accidentes sucedan.
Ahora bien, esto no implica dejar de fomentar la adquisición de seguros y dejar de educar sobre las consecuencias de los accidentes. Simplemente, hay que reconocer que no es la vía para que los accidentes disminuyan, ni para que los gastos al sistema de salud se reduzcan.
¿Qué hacer entonces? Los autores se debaten sobre medidas coercitivas o voluntarias, pero en donde todos coinciden es en una mejor exposición de los costos asociados a los accidentes y una mayor severidad al momento de castigar las conductas riesgosas. El reto es hacer evidente el costo que puede implicar una conducta irresponsable, habiendo certeza de que la misma será punible, sin titubeos. Este enfoque implica una mayor presencia de la autoridad y un nivel de certeza mucho más contundente en cuanto a la aplicación de sanciones.
¿Esto implica abandonar la idea de un seguro? En realidad, no, pero la lógica es diferente. Los hallazgos de Kenneth Arrow al respecto demuestran que la adquisición de seguros es un comportamiento que va de la mano con mayor educación y mayores ingresos. Quienes son más conscientes del impacto que un accidente puede acarrear a sí mismos, y eventualmente a terceros, son más propensos a adquirir seguros. No obstante, esta decisión no se toma hasta que son cubiertas previamente otras necesidades que son más apremiantes en la vida de las personas y en su círculo familiar más próximo.
Probablemente, haya muchos adeptos a obligar la adquisición de un seguro y no puedo negar de sus posibles impactos positivos. Pero quiero motivar la reflexión a que las consecuencias puedan ser más perniciosas que beneficiosas; y que, además, debe haber elementos de educación, prevención y certeza en la aplicación del castigo para que la política sea exitosa. No debemos olvidar que el objetivo no es que se paguen los costos asociados a los accidentes, sino evitar que los accidentes sucedan.
Durante la década de los 60, las contribuciones de varios economistas allanaron el camino a la mejor comprensión del actuar de los seres humanos en el proceso de toma de decisiones, retando el paradigma de que cada persona es enteramente racional al enfrentar situaciones que son cotidianas.
Kenneth Arrow, ganador del premio Nobel de Economía en 1972, profundizó en el análisis del Riesgo Moral como condición natural en la adaptación a los riesgos de la vida cotidiana. De forma muy simple, su planteamiento establece que una persona asumirá riesgos adicionales al momento en que sabe que los costos serán asumidos por una persona o entidad externa. Ejemplo de ello es el caso de los asegurados, quienes tienden a ser menos cautelosos con el cuidado de su salud e integridad porque saben que la empresa aseguradora cubrirá los costos de sus imprudencias.
¿Por qué es importante reconocer este comportamiento? Porque, aunque se reconoce que el seguro permitirá hacer frente a eventualidades catastróficas, esta situación trae consigo un comportamiento más arriesgado y temerario por parte del asegurado. Mucha es la literatura que ha validado este comportamiento, sobre todo en aquellas áreas donde hay una cobertura por accidentes que se derivan de la impericia, la imprudencia y la negligencia.
Y es por esta razón que no se puede esperar que con un seguro se reduzcan los accidentes, sino, por el contrario, aunque haya una cobertura de los costos en que puedan incurrir los responsables, la evidencia ha demostrado que el número de accidentes se incrementa, de la mano con una mayor severidad de estos.
Un seguro generará incentivos para que el asegurado tome actitudes más riesgosas. Y, como consecuencia, habrá más accidentes, lo cual creará un círculo vicioso de mayores coberturas, mayores gastos, saturación del sistema y aumento de primas. Lo que en un inicio pretendía ayudar en el momento de un accidente, termina ocasionando más accidentes.
Quiero motivar la reflexión a que las consecuencias puedan ser más perniciosas que beneficiosas y que, además, debe haber elementos de educación, prevención y certeza en la aplicación del castigo para que la política sea exitosa. No debemos olvidar que el objetivo no es que se paguen los costos asociados a los accidentes, sino evitar que los accidentes sucedan.
Ahora bien, esto no implica dejar de fomentar la adquisición de seguros y dejar de educar sobre las consecuencias de los accidentes. Simplemente, hay que reconocer que no es la vía para que los accidentes disminuyan, ni para que los gastos al sistema de salud se reduzcan.
¿Qué hacer entonces? Los autores se debaten sobre medidas coercitivas o voluntarias, pero en donde todos coinciden es en una mejor exposición de los costos asociados a los accidentes y una mayor severidad al momento de castigar las conductas riesgosas. El reto es hacer evidente el costo que puede implicar una conducta irresponsable, habiendo certeza de que la misma será punible, sin titubeos. Este enfoque implica una mayor presencia de la autoridad y un nivel de certeza mucho más contundente en cuanto a la aplicación de sanciones.
¿Esto implica abandonar la idea de un seguro? En realidad, no, pero la lógica es diferente. Los hallazgos de Kenneth Arrow al respecto demuestran que la adquisición de seguros es un comportamiento que va de la mano con mayor educación y mayores ingresos. Quienes son más conscientes del impacto que un accidente puede acarrear a sí mismos, y eventualmente a terceros, son más propensos a adquirir seguros. No obstante, esta decisión no se toma hasta que son cubiertas previamente otras necesidades que son más apremiantes en la vida de las personas y en su círculo familiar más próximo.
Probablemente, haya muchos adeptos a obligar la adquisición de un seguro y no puedo negar de sus posibles impactos positivos. Pero quiero motivar la reflexión a que las consecuencias puedan ser más perniciosas que beneficiosas; y que, además, debe haber elementos de educación, prevención y certeza en la aplicación del castigo para que la política sea exitosa. No debemos olvidar que el objetivo no es que se paguen los costos asociados a los accidentes, sino evitar que los accidentes sucedan.