Seguridad Nacional: una política multipartidista
No tenemos que caernos bien, pero sí necesitamos trabajar hacia objetivos comunes si no queremos volver a poner los muertos como nos sucedió hace unas décadas atrás.
Estamos siendo irresponsables con nuestra seguridad nacional.
Estamos viviendo lo que ya muchos analistas han llamado la Segunda Guerra Fría. Siria y Ucrania son buenos ejemplos. Pero, también lo son la multitud de golpes de estado que África ha sufrido en los últimos cuatro años, reviviendo de muchas formas los tiempos difíciles de los 1980s. Aspectos locales como inseguridad alimentaria, inestabilidad política, poco crecimiento económico, altas tasas de interés y baja gobernabilidad son mencionados. Pero, también, la fragmentación del mundo unipolar ha ocasionado que cada potencia busque construir sus aliados a las buenas o a las malas.[1]
Digo que somos irresponsables con nuestra seguridad nacional porque, aunque parezca que el conflicto es lejano, al final es entre Estados Unidos, China y Rusia, en realidad está más cerca de lo que parece. Recordemos que en una Guerra Fría el conflicto se pelea en todos lados, menos en el territorio de las potencias en pugna. Así pues, otros contribuyen con los muertos y la pobreza. Y, si de algo nos sirve la historia de la Guerra Fría anterior, algo parece que es claro: la ruralidad y la pobreza empeoran los resultados. Comparemos, por ejemplo, la Guerra de Corea y la Guerra de Vietnam con las experiencias de Alemania, su partición y su muro.
Por eso es que resulta importante hablar de una política de seguridad nacional: somos particularmente vulnerables. Pero, como veremos, ni estamos poniendo atención, ni nos estamos preparando para una amenaza.
El reto es que hablar de defensa nacional parece ser la última prioridad en el país cuando estamos enfocados a nuestros conflictos internos. Mientras nos desgastamos en polarizaciones internas, Nicaragua recibe equipo militar y entrenamiento militar ruso. Mientras nos desgastamos en polarizaciones internas, El Salvador ha incrementado sus alianzas comerciales con China las cuales también han implicado inversiones de empresas vinculadas con el ejército chino.
Claro que algunos dirán que, de cierta manera, sí estamos preparados, pues, según datos del Banco Mundial, Guatemala tiene el ejército más numeroso del istmo. Sin embargo, en términos del PIB, Honduras gasta el triple y El Salvador gasta más del doble de lo que gasta Guatemala. Esto es importante porque las guerras no se ganan sólo con personal sino también con armas y equipo. La comparación internacional es útil. Uno de los grandes debates europeos hoy en día, tras la presidencia de Trump, es subir los gastos de defensa para cumplir con los compromisos militares con la OTAN. Mientras Guatemala gasta 0.5% del PIB en el ejército, Alemania gasta 1.4%, Francia 1.9% y el Reino Unido gasta 2.2%. Y, mientras el objetivo de la Unión Europea es 2.0%, para el Reino Unido es de 2.5%.
Una clara meta para los próximos años sería construir una política multipartidista alrededor de la seguridad nacional. No tenemos que caernos bien, pero sí necesitamos trabajar hacia objetivos comunes si no queremos volver a poner los muertos como nos sucedió hace unas décadas atrás.
Tomando en cuenta que, de existir conflictos de Guerra Fría, es más probable que los mismos ocurran en nuestro istmo y no en Piccadilly Circus, la preocupación que afrontan los europeos también la debiéramos compartir nosotros.
Esto nos lleva a un segundo punto: la política económica. Su importancia es doble. Por un lado, puede ayudarnos a reducir la vulnerabilidad del país ante conflictos, al reducir la exposición a la ruralidad y a la pobreza. Por otro lado, es vital para pagar una política de seguridad moderna y bien equipada Al fin de cuentas, una economía pobre no puede sostener una defensa nacional fuerte. Mientras nos desgastamos en polarizaciones internas, hemos sido incapaces de ponernos de acuerdo en políticas económicas agresivas en los últimos cuarenta años. Mientras tanto, la competencia internacional es cada vez más agresiva. Para muestra, un botón: Vietnam. Como se aprecia en la gráfica, en 1990 el guatemalteco promedio ganaba el triple del ingreso de un vietnamita. Hoy, el vietnamita gana 5% más. Y, al paso que van, en 10 años ganarán el doble que nosotros.
El ingreso por persona de Vietnam y Guatemala en las últimas 3 décadas
Ahora bien, este no es un canto de guerra. La insistencia en hablar de una política de seguridad nacional y en financiarla adecuadamente no es para ir a la guerra sino para lograr el efecto contrario: disuadir cualquier intento de iniciar un conflicto con nosotros. Es como mostrarle al bully de la escuela que uno sabe artes marciales y tiene la condición física para aguantar varios rounds.
Para lograr esto, el liderazgo del ejército es esencial para sentar a la mesa a múltiples actores para iniciar las discusiones que debiera dirigir las políticas de los próximos veinte años. Aclaro: no necesitamos que el ejército dirija la economía o la política -ya tuvieron su oportunidad y, aunque se tuvo algunos aciertos, la experiencia no fue exitosa. Sin embargo, eso no significa que no tengan un rol esencial: el profesionalismo de sus cuadros, la posibilidad de sentar a muchos actores a la mesa, como sucede en las aulas del Comando Superior de Educación del Ejército y la disciplina de sus cuadros, permitirían ordenar la conversación para identificar cómo el sector público puede mejorar sus intervenciones.
Seguro esta propuesta no es del agrado de muchos. Tanto la izquierda como la derecha del país tienen recelos del ejército. Pero para avanzar tenemos que ver esto desde las alturas: nuestra conflictividad interna es producto de la Guerra Fría 1.0 y de la Guerra Fría 2.0. Y, si nos quedamos de brazos cruzados, sin resolver nuestra fragmentación, el pasado se puede repetir.
Una clara meta para los próximos años sería construir una política multipartidista alrededor de la seguridad nacional. No tenemos que caernos bien, pero sí necesitamos trabajar hacia objetivos comunes si no queremos volver a poner los muertos como nos sucedió hace unas décadas atrás.
[1] Vale la pena leer este artículo del Georgetown Journal of International Affairs: https://gjia.georgetown.edu/2024/04/13/understanding-africas-coups/
Seguridad Nacional: una política multipartidista
No tenemos que caernos bien, pero sí necesitamos trabajar hacia objetivos comunes si no queremos volver a poner los muertos como nos sucedió hace unas décadas atrás.
Estamos siendo irresponsables con nuestra seguridad nacional.
Estamos viviendo lo que ya muchos analistas han llamado la Segunda Guerra Fría. Siria y Ucrania son buenos ejemplos. Pero, también lo son la multitud de golpes de estado que África ha sufrido en los últimos cuatro años, reviviendo de muchas formas los tiempos difíciles de los 1980s. Aspectos locales como inseguridad alimentaria, inestabilidad política, poco crecimiento económico, altas tasas de interés y baja gobernabilidad son mencionados. Pero, también, la fragmentación del mundo unipolar ha ocasionado que cada potencia busque construir sus aliados a las buenas o a las malas.[1]
Digo que somos irresponsables con nuestra seguridad nacional porque, aunque parezca que el conflicto es lejano, al final es entre Estados Unidos, China y Rusia, en realidad está más cerca de lo que parece. Recordemos que en una Guerra Fría el conflicto se pelea en todos lados, menos en el territorio de las potencias en pugna. Así pues, otros contribuyen con los muertos y la pobreza. Y, si de algo nos sirve la historia de la Guerra Fría anterior, algo parece que es claro: la ruralidad y la pobreza empeoran los resultados. Comparemos, por ejemplo, la Guerra de Corea y la Guerra de Vietnam con las experiencias de Alemania, su partición y su muro.
Por eso es que resulta importante hablar de una política de seguridad nacional: somos particularmente vulnerables. Pero, como veremos, ni estamos poniendo atención, ni nos estamos preparando para una amenaza.
El reto es que hablar de defensa nacional parece ser la última prioridad en el país cuando estamos enfocados a nuestros conflictos internos. Mientras nos desgastamos en polarizaciones internas, Nicaragua recibe equipo militar y entrenamiento militar ruso. Mientras nos desgastamos en polarizaciones internas, El Salvador ha incrementado sus alianzas comerciales con China las cuales también han implicado inversiones de empresas vinculadas con el ejército chino.
Claro que algunos dirán que, de cierta manera, sí estamos preparados, pues, según datos del Banco Mundial, Guatemala tiene el ejército más numeroso del istmo. Sin embargo, en términos del PIB, Honduras gasta el triple y El Salvador gasta más del doble de lo que gasta Guatemala. Esto es importante porque las guerras no se ganan sólo con personal sino también con armas y equipo. La comparación internacional es útil. Uno de los grandes debates europeos hoy en día, tras la presidencia de Trump, es subir los gastos de defensa para cumplir con los compromisos militares con la OTAN. Mientras Guatemala gasta 0.5% del PIB en el ejército, Alemania gasta 1.4%, Francia 1.9% y el Reino Unido gasta 2.2%. Y, mientras el objetivo de la Unión Europea es 2.0%, para el Reino Unido es de 2.5%.
Una clara meta para los próximos años sería construir una política multipartidista alrededor de la seguridad nacional. No tenemos que caernos bien, pero sí necesitamos trabajar hacia objetivos comunes si no queremos volver a poner los muertos como nos sucedió hace unas décadas atrás.
Tomando en cuenta que, de existir conflictos de Guerra Fría, es más probable que los mismos ocurran en nuestro istmo y no en Piccadilly Circus, la preocupación que afrontan los europeos también la debiéramos compartir nosotros.
Esto nos lleva a un segundo punto: la política económica. Su importancia es doble. Por un lado, puede ayudarnos a reducir la vulnerabilidad del país ante conflictos, al reducir la exposición a la ruralidad y a la pobreza. Por otro lado, es vital para pagar una política de seguridad moderna y bien equipada Al fin de cuentas, una economía pobre no puede sostener una defensa nacional fuerte. Mientras nos desgastamos en polarizaciones internas, hemos sido incapaces de ponernos de acuerdo en políticas económicas agresivas en los últimos cuarenta años. Mientras tanto, la competencia internacional es cada vez más agresiva. Para muestra, un botón: Vietnam. Como se aprecia en la gráfica, en 1990 el guatemalteco promedio ganaba el triple del ingreso de un vietnamita. Hoy, el vietnamita gana 5% más. Y, al paso que van, en 10 años ganarán el doble que nosotros.
El ingreso por persona de Vietnam y Guatemala en las últimas 3 décadas
Ahora bien, este no es un canto de guerra. La insistencia en hablar de una política de seguridad nacional y en financiarla adecuadamente no es para ir a la guerra sino para lograr el efecto contrario: disuadir cualquier intento de iniciar un conflicto con nosotros. Es como mostrarle al bully de la escuela que uno sabe artes marciales y tiene la condición física para aguantar varios rounds.
Para lograr esto, el liderazgo del ejército es esencial para sentar a la mesa a múltiples actores para iniciar las discusiones que debiera dirigir las políticas de los próximos veinte años. Aclaro: no necesitamos que el ejército dirija la economía o la política -ya tuvieron su oportunidad y, aunque se tuvo algunos aciertos, la experiencia no fue exitosa. Sin embargo, eso no significa que no tengan un rol esencial: el profesionalismo de sus cuadros, la posibilidad de sentar a muchos actores a la mesa, como sucede en las aulas del Comando Superior de Educación del Ejército y la disciplina de sus cuadros, permitirían ordenar la conversación para identificar cómo el sector público puede mejorar sus intervenciones.
Seguro esta propuesta no es del agrado de muchos. Tanto la izquierda como la derecha del país tienen recelos del ejército. Pero para avanzar tenemos que ver esto desde las alturas: nuestra conflictividad interna es producto de la Guerra Fría 1.0 y de la Guerra Fría 2.0. Y, si nos quedamos de brazos cruzados, sin resolver nuestra fragmentación, el pasado se puede repetir.
Una clara meta para los próximos años sería construir una política multipartidista alrededor de la seguridad nacional. No tenemos que caernos bien, pero sí necesitamos trabajar hacia objetivos comunes si no queremos volver a poner los muertos como nos sucedió hace unas décadas atrás.
[1] Vale la pena leer este artículo del Georgetown Journal of International Affairs: https://gjia.georgetown.edu/2024/04/13/understanding-africas-coups/