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Saber pedir y otros problemas técnicos

Somos nosotros los artífices de puentes entre mentes y corazones a través de palabras. Pero para que otros puedan comprendernos, nosotros debemos hablar claro.

.
Alejandra Osorio |
10 de octubre, 2024

Cuando era pequeña y quería ser mayor, mi madre solía decirme que se debe tener cuidado con lo que se desea, porque se puede cumplir. Y es que hay una diferencia muy grande entre lo que imaginamos que puede ser y la realidad de las cosas. Así, esto no solo se refleja con la trampa y maravilla de envejecer, sino que se ve específicamente en el juego del lenguaje de saber pedir. Después de todo, el problema radica en que no podemos leer la mente de las personas; por ello, la claridad de nuestras palabras debe ser fundamental. De lo contrario, tendremos las peores consecuencias. Al final de cuentas, esto fue lo que le sucedió a Titono y Eos.

Problemas de amor

En el tiempo en el que Troya no había caído, existía un hombre tan hermoso que la misma aurora suspiraba por él. Se trataba de Titono, un hijo del rey Laomedonte. Tal era su belleza que Eos, la diosa que salía al alba para anunciar el recorrido del dios del Sol, Helios, quedó prendada de él. Ella deseaba que el tiempo avanzara cada vez más rápido para verle de nuevo en los patios del palacio. Sin embargo, pasaron muchos días hasta que ella se le acercara. Al final, su angustia fue en vano, porque el joven príncipe se enamoró en cuestión de segundos.

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Así pues, los amantes pasaban los días juntos después de que Eos hiciera su tradicional ruta al amanecer. Pero la paz no es perpetua, y el pánico se apoderó del corazón de la diosa cuando, al pasar sus dedos por los cabellos de su amado, descubrió una cana. Es que, aunque ella no quisiese aceptarlo, Titono era mortal y un día la dejaría para encontrar su morada en el Hades.

Esa noche, Eos regresó al Olimpo y se posó a los pies de Zeus, el rey de todos los dioses. El llanto de la aurora retumbó por el palacio y conmovió al señor de los truenos. Entonces, no le quedó más remedio a Zeus que preguntarle qué deseaba. «Por todo lo que quieras, dale vida eterna a Titono. No dejes que la muerte me lo quite», le suplicó.

«El lenguaje es fuente de malentendidos» dijo Antoine De Saint-Exupéry en su momento y, probablemente, tiene razón. Claro está, es fácil decir que debemos expresarnos de la mejor forma, pero es dificultoso, a veces, explicar nuestra mente, ideas y emociones.

Y, quizá para sorpresa de muchos, Zeus cumplió su palabra y le quitó el manto de la mortalidad al príncipe. No obstante, conforme pasaron los días, los meses y los años, Eos notó la plata que bañaba el cabello de su amante, vio las arrugas que enmarcaban su sonrisa y percibió un leve temblor cuando él corría en su dirección. Por ello, volvió ante Zeus, preguntándole por qué no había cumplido con su promesa, por qué él seguía envejeciendo, por qué no dejaba de cambiar. El dios de dioses solo dijo unas palabras: «pediste vida eterna, no eterna juventud».

Y problemas de comunicación

Así, Titono fue condenado a ser casi polvo, pero polvo vivo… todo por no saber pedir. Aunque no podemos ser tan crueles con Eos, puesto que nosotros nos hemos visto en un predicamento similar. Charles Dickens, en Historia de dos ciudades, plantea que «es un hecho maravilloso y digno de reflexionar sobre él, que cada uno de los seres humanos es un profundo secreto para los demás». Aunque los rostros nos traicionen de vez en cuando, la verdad sobre lo que ocurre en nuestra mente o corazón es un secreto para otros si no somos capaces de explicarlo.

Por ello, somos nosotros los artífices de puentes entre mentes y corazones a través de palabras. Pero para que otros puedan comprendernos, nosotros debemos hablar claro. «El lenguaje es fuente de malentendidos» dijo Antoine De Saint-Exupéry en su momento y, probablemente, tiene razón. Claro está, es fácil decir que debemos expresarnos de la mejor forma, pero es dificultoso, a veces, explicar nuestra mente, ideas y emociones. Sin embargo, es un trabajo necesario si no queremos terminar sufriendo por no saber pedir.

Saber pedir y otros problemas técnicos

Somos nosotros los artífices de puentes entre mentes y corazones a través de palabras. Pero para que otros puedan comprendernos, nosotros debemos hablar claro.

Alejandra Osorio |
10 de octubre, 2024
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Cuando era pequeña y quería ser mayor, mi madre solía decirme que se debe tener cuidado con lo que se desea, porque se puede cumplir. Y es que hay una diferencia muy grande entre lo que imaginamos que puede ser y la realidad de las cosas. Así, esto no solo se refleja con la trampa y maravilla de envejecer, sino que se ve específicamente en el juego del lenguaje de saber pedir. Después de todo, el problema radica en que no podemos leer la mente de las personas; por ello, la claridad de nuestras palabras debe ser fundamental. De lo contrario, tendremos las peores consecuencias. Al final de cuentas, esto fue lo que le sucedió a Titono y Eos.

Problemas de amor

En el tiempo en el que Troya no había caído, existía un hombre tan hermoso que la misma aurora suspiraba por él. Se trataba de Titono, un hijo del rey Laomedonte. Tal era su belleza que Eos, la diosa que salía al alba para anunciar el recorrido del dios del Sol, Helios, quedó prendada de él. Ella deseaba que el tiempo avanzara cada vez más rápido para verle de nuevo en los patios del palacio. Sin embargo, pasaron muchos días hasta que ella se le acercara. Al final, su angustia fue en vano, porque el joven príncipe se enamoró en cuestión de segundos.

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Así pues, los amantes pasaban los días juntos después de que Eos hiciera su tradicional ruta al amanecer. Pero la paz no es perpetua, y el pánico se apoderó del corazón de la diosa cuando, al pasar sus dedos por los cabellos de su amado, descubrió una cana. Es que, aunque ella no quisiese aceptarlo, Titono era mortal y un día la dejaría para encontrar su morada en el Hades.

Esa noche, Eos regresó al Olimpo y se posó a los pies de Zeus, el rey de todos los dioses. El llanto de la aurora retumbó por el palacio y conmovió al señor de los truenos. Entonces, no le quedó más remedio a Zeus que preguntarle qué deseaba. «Por todo lo que quieras, dale vida eterna a Titono. No dejes que la muerte me lo quite», le suplicó.

«El lenguaje es fuente de malentendidos» dijo Antoine De Saint-Exupéry en su momento y, probablemente, tiene razón. Claro está, es fácil decir que debemos expresarnos de la mejor forma, pero es dificultoso, a veces, explicar nuestra mente, ideas y emociones.

Y, quizá para sorpresa de muchos, Zeus cumplió su palabra y le quitó el manto de la mortalidad al príncipe. No obstante, conforme pasaron los días, los meses y los años, Eos notó la plata que bañaba el cabello de su amante, vio las arrugas que enmarcaban su sonrisa y percibió un leve temblor cuando él corría en su dirección. Por ello, volvió ante Zeus, preguntándole por qué no había cumplido con su promesa, por qué él seguía envejeciendo, por qué no dejaba de cambiar. El dios de dioses solo dijo unas palabras: «pediste vida eterna, no eterna juventud».

Y problemas de comunicación

Así, Titono fue condenado a ser casi polvo, pero polvo vivo… todo por no saber pedir. Aunque no podemos ser tan crueles con Eos, puesto que nosotros nos hemos visto en un predicamento similar. Charles Dickens, en Historia de dos ciudades, plantea que «es un hecho maravilloso y digno de reflexionar sobre él, que cada uno de los seres humanos es un profundo secreto para los demás». Aunque los rostros nos traicionen de vez en cuando, la verdad sobre lo que ocurre en nuestra mente o corazón es un secreto para otros si no somos capaces de explicarlo.

Por ello, somos nosotros los artífices de puentes entre mentes y corazones a través de palabras. Pero para que otros puedan comprendernos, nosotros debemos hablar claro. «El lenguaje es fuente de malentendidos» dijo Antoine De Saint-Exupéry en su momento y, probablemente, tiene razón. Claro está, es fácil decir que debemos expresarnos de la mejor forma, pero es dificultoso, a veces, explicar nuestra mente, ideas y emociones. Sin embargo, es un trabajo necesario si no queremos terminar sufriendo por no saber pedir.

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