Uno de los factores que siempre ha caracterizado al presidente Trump ha sido su personalidad exuberante y su mentalidad propia de un empresario. No obstante, a diferencia de su primer término, cuando todavía mantenía cierta tibieza en torno a determinados temas, en este segundo mandato, desde el primer momento ha dejado claro que gobernaría con puño de acero. Esta actitud implicaba, por un lado, tomar venganza de quienes le habían fallado en su primer mandato, y, por otro lado, la aprobación de miles de órdenes ejecutivas y acciones administrativas a fin de avanzar, por la fuerza, su agenda política.
Como era de esperarse, esta situación ha puesto al jefe de gobierno sobre arena movediza, junto con la rama legislativa y judicial, dado que no solo las ha enfrentado, sino que también ha manifestado que no tendría ningún problema con desafiar uno de los principios fundadores de la democracia norteamericana, la división de poderes. En esta misma línea, apoyado sobre la lealtad de un movimiento creado en torno a su persona, MAGA, manifestó la posibilidad de correr por un tercer mandato, incluso aunque exista una prohibición constitucional.
Así pues, con cada día que pasa, el presidente norteamericano, no solo afianza cada vez más su poder, sino que lo hace acudiendo a formas poco ortodoxas que tienen como resultado la centralización del poder en favor de una persona.
La lista de amigos
Durante este proceso, que tiene como objetivo la personalización del cargo y el mandato, han surgido figuras claves para retroalimentar y validar esta estrategia. En esta ocasión se trata de los “aliados” que Trump ha acumulado más allá de las fronteras norteamericanas, como el presidente turco, Erdoğan, Nayib Bukele, el jefe de gobierno de El Salvador y, aunque sea en términos diplomáticos, el presidente ruso, Putin.
Por el bien y la estabilidad nacional, es necesario que el presidente Trump revise sus amistades y se apegue a los valores políticos sobre los que fue electo, ya que, para quien coquetea con líderes autoritarios, la línea entre la democracia y el autoritarismo puede ser cada vez es más borrosa
Ahora bien, pese a las grandes distancias geográficas que separan a estas figuras, el elemento que une a esta lista de amigos cercanos son las actitudes autoritarias que han implementado en sus respectivos gobiernos. Desde la represión de protestas y la prohibición de candidatos opositores, hasta la modificación de candados constitucionales, estos actores han tomado medidas, alejadas del ideal democrático, a fin de consolidar su poder y permanecer en el cargo.
Así pues, es preocupante que el presidente de Estados Unidos, que históricamente ha sido un pivote en torno a la defensa de las instituciones democráticas, no solo no condene a estos regímenes, sino que también los legitime al mantener una relación de apoyo recíproco. Esto se debe a que, no solo estaría traicionando los valores sobre los que se fundó el gobierno norteamericano, sino que también estaría sentando un precedente para futuras administraciones en donde los balances y contrapesos pierden validez frente a un ejecutivo fortalecido.
Esta estrategia, aunque en términos de eficiencia parece factible, dado que, al acumular más poder y debilitar el resto de las ramas del gobierno, se facilita el avance de la agenda política, también puede ser muy costosa a lo interno de su electorado. De acuerdo con una encuesta, la mayoría de los participantes afirmaron que, incluso siendo republicanos, consideraban que nadie estaba por encima de la ley y, por ende, condenaban cualquier acto que pusiera en peligro la institucionalidad y la validez de las normas. En otras palabras, el límite para las acciones presidenciales es claro: el respeto a la institucionalidad y la normativa vigente, por encima de las divisiones partidistas e ideológicas.
De esta manera, por el bien y la estabilidad nacional, es necesario que el presidente Trump revise sus amistades y se apegue a los valores políticos sobre los que fue electo, ya que, para quien coquetea con líderes autoritarios, la línea entre la democracia y el autoritarismo puede ser cada vez es más borrosa y podría resultar en un desliz para el que ya no haya vuelta atrás.
Uno de los factores que siempre ha caracterizado al presidente Trump ha sido su personalidad exuberante y su mentalidad propia de un empresario. No obstante, a diferencia de su primer término, cuando todavía mantenía cierta tibieza en torno a determinados temas, en este segundo mandato, desde el primer momento ha dejado claro que gobernaría con puño de acero. Esta actitud implicaba, por un lado, tomar venganza de quienes le habían fallado en su primer mandato, y, por otro lado, la aprobación de miles de órdenes ejecutivas y acciones administrativas a fin de avanzar, por la fuerza, su agenda política.
Como era de esperarse, esta situación ha puesto al jefe de gobierno sobre arena movediza, junto con la rama legislativa y judicial, dado que no solo las ha enfrentado, sino que también ha manifestado que no tendría ningún problema con desafiar uno de los principios fundadores de la democracia norteamericana, la división de poderes. En esta misma línea, apoyado sobre la lealtad de un movimiento creado en torno a su persona, MAGA, manifestó la posibilidad de correr por un tercer mandato, incluso aunque exista una prohibición constitucional.
Así pues, con cada día que pasa, el presidente norteamericano, no solo afianza cada vez más su poder, sino que lo hace acudiendo a formas poco ortodoxas que tienen como resultado la centralización del poder en favor de una persona.
La lista de amigos
Durante este proceso, que tiene como objetivo la personalización del cargo y el mandato, han surgido figuras claves para retroalimentar y validar esta estrategia. En esta ocasión se trata de los “aliados” que Trump ha acumulado más allá de las fronteras norteamericanas, como el presidente turco, Erdoğan, Nayib Bukele, el jefe de gobierno de El Salvador y, aunque sea en términos diplomáticos, el presidente ruso, Putin.
Por el bien y la estabilidad nacional, es necesario que el presidente Trump revise sus amistades y se apegue a los valores políticos sobre los que fue electo, ya que, para quien coquetea con líderes autoritarios, la línea entre la democracia y el autoritarismo puede ser cada vez es más borrosa
Ahora bien, pese a las grandes distancias geográficas que separan a estas figuras, el elemento que une a esta lista de amigos cercanos son las actitudes autoritarias que han implementado en sus respectivos gobiernos. Desde la represión de protestas y la prohibición de candidatos opositores, hasta la modificación de candados constitucionales, estos actores han tomado medidas, alejadas del ideal democrático, a fin de consolidar su poder y permanecer en el cargo.
Así pues, es preocupante que el presidente de Estados Unidos, que históricamente ha sido un pivote en torno a la defensa de las instituciones democráticas, no solo no condene a estos regímenes, sino que también los legitime al mantener una relación de apoyo recíproco. Esto se debe a que, no solo estaría traicionando los valores sobre los que se fundó el gobierno norteamericano, sino que también estaría sentando un precedente para futuras administraciones en donde los balances y contrapesos pierden validez frente a un ejecutivo fortalecido.
Esta estrategia, aunque en términos de eficiencia parece factible, dado que, al acumular más poder y debilitar el resto de las ramas del gobierno, se facilita el avance de la agenda política, también puede ser muy costosa a lo interno de su electorado. De acuerdo con una encuesta, la mayoría de los participantes afirmaron que, incluso siendo republicanos, consideraban que nadie estaba por encima de la ley y, por ende, condenaban cualquier acto que pusiera en peligro la institucionalidad y la validez de las normas. En otras palabras, el límite para las acciones presidenciales es claro: el respeto a la institucionalidad y la normativa vigente, por encima de las divisiones partidistas e ideológicas.
De esta manera, por el bien y la estabilidad nacional, es necesario que el presidente Trump revise sus amistades y se apegue a los valores políticos sobre los que fue electo, ya que, para quien coquetea con líderes autoritarios, la línea entre la democracia y el autoritarismo puede ser cada vez es más borrosa y podría resultar en un desliz para el que ya no haya vuelta atrás.