Asturias, retomo mis comentarios sobre la obra de este genial escritor, que dejamos en suspenso la semana pasada. Personalmente, de su tetralogía bananera, compuesta por «Los ojos de los enterrados», «El Papa verde», «Viento Fuerte» y «Week-end en Guatemala», me aburren de sobremanera los intentos asturianos de calzar militancia con imaginación, obteniendo ejercicios mucho menos poderosos, limitados por corsés ideológicos que impiden que sean obras totales de la imaginación.
El resultado son libros dispares, con páginas brillantes que comparten espacio con episodios sosos y predecibles. Son, a mi parecer, libros acartonados en los que parece que el autor se está mordiendo la lengua todo el tiempo, conteniéndose para no salirse del cajón ideológico y la fábula aleccionadora. No obstante, las primeras páginas de «El Papa verde», cuando presenta a su personaje Geo Maker Thompson, por ejemplo, son un absoluto disfrute, una clara muestra del Asturias de imaginación desbordada. Páginas después, el autor pierde vapor y, por lo tanto, interés.
Existen otras obras en las que Asturias retoma su genio y su largo aliento narrativo, como «Maladrón», «Mulata de Tal» y «El alhajadito», con soberbias ediciones todas, de mano de F&G Editores. En estas dos obras, Asturias pareciera que retoma el hilo de la atmósfera adormecida que impera en «Leyendas de Guatemala» y construye historias de brujos y apostasías poderosamente atractivas que nos permiten asomarnos a ese mundo de transición entre antigüedad y modernidad en el que se debatió la sociedad guatemalteca durante la segunda mitad del siglo XX. En esas novelas volvemos a encontrar personajes de talla mítica y situaciones de poderosa imaginación, en la que no es posible distinguir la realidad de los sueños.
Para conocer la vida de Asturias a profundidad, deberemos esperar a que al crítico estadounidense Gerald Martin le de tiempo de finalizarla. Espera que valdrá la pena si el resultado es tan abundante de información y conceptos críticos como la biografía que publicó en años pasados sobre Gabriel García Márquez. De momento, está embebido en otro proyecto biográfico, pero anunció que ha estado documentándose sobre Asturias para acometer en breve esa magnífica tarea. A la fecha, contamos con una muy completa biografía del joven Asturias, de la pluma del periodista Gonzalo Asturias Montenegro, publicada en su momento por Artemis y Edinter y que constituye un absoluto goce, pues nos permite acompañar al admirado escritor en sus correrías por las calles de Salamá, ciudad de Guatemala, Londres y París. Lamentablemente, la obra se interrumpe con un Asturias aún joven y hemos esperado desde entonces un segundo tomo en el que aborde los años de la madurez del Premio Nobel, pero nos ha sido negado ese gozo.
Ojalá que de la pluma de Gerald Martin podamos evocar con todo su esplendor el Paris de los años 20 en el que vivió Asturias y desde el que remitía a la pequeña, somnolienta y aldeana Guatemala, luminosas crónicas de lo que veía, oía, comía y vivía en sus vagabundeos por la capital francesa, faro cultural del mundo occidental en ese entonces. Estos artículos fueron recopilados, anotados y acompañados de su correspondiente aparato crítico también en la colección Archivos del Fondo de Cultura Económica y el gobierno de Guatemala, bajo el título de «Obra Periodística 1922-1932». Obra que nos permite conocer esa Europa de la posguerra que buscaba por recomponerse en medio de una profunda crisis económica. Los lectores de «El Imparcial», para quien Asturias actuó como corresponsal, pudieron seguir tomándole el pulso a la «ciudad luz» gracias a este joven escritor que tomó el relevo de Enrique Gómez Carrillo, que para entonces ya estaba enfermo y moriría en noviembre de 1927.
Por último, para conocer los monstruos interiores del genial escritor, sus errores humanos y sus devaneos políticos, recomiendo la lectura de «Hombres de Papel», de Osvaldo Salazar, publicada por Alfaguara. Es una novela absolutamente deslumbrante, que nos presenta a Asturias en toda su cruda y descarnada humanidad, lejos de los bronces monumentales y de las poses intelectuales. Sus relaciones familiares y laborales, los tormentos de la imaginación, con ese Tohil rondando su cabeza de forma obsesiva, son el material del que Salazar se alimenta para fabular una obra imprescindible para completar la imagen asturiana. La novela ha sido censurada por quienes no toleran las miradas críticas al personaje de las poses y prefieren cancelar a leer, perjuicio auto infringido en todo caso. La novela de Salazar, debo insistir, es absolutamente brillante.
Dejamos aquí entonces al gran Miguel Ángel Asturias, recordando que sus restos duermen en el parisino cementerio del Pére Lachaise, cementerio que es más parque y bosque que deposito de restos mortuorios, al que según la comuna que lo administra, lo visitan 1,5 millones de personas al año. Son 1,5 millones de personas que tienen la oportunidad de quedarse embobados al ver un monolito maya que se levanta en las estibaciones bajas de una colina del cementerio, decorada con banderas azul y blanco, billetes de quetzal, monedas de quetzal, fotografías, libros y otros objetos de memorabilia que sus compatriotas o admiradores dejan rodeando la lápida que nos recuerda que el genial escritor dejó de respirar en este mundo un 9 de junio de 1974.
Regresar a Miguel Ángel Asturias (II)
Asturias, retomo mis comentarios sobre la obra de este genial escritor, que dejamos en suspenso la semana pasada. Personalmente, de su tetralogía bananera, compuesta por «Los ojos de los enterrados», «El Papa verde», «Viento Fuerte» y «Week-end en Guatemala», me aburren de sobremanera los intentos asturianos de calzar militancia con imaginación, obteniendo ejercicios mucho menos poderosos, limitados por corsés ideológicos que impiden que sean obras totales de la imaginación.
El resultado son libros dispares, con páginas brillantes que comparten espacio con episodios sosos y predecibles. Son, a mi parecer, libros acartonados en los que parece que el autor se está mordiendo la lengua todo el tiempo, conteniéndose para no salirse del cajón ideológico y la fábula aleccionadora. No obstante, las primeras páginas de «El Papa verde», cuando presenta a su personaje Geo Maker Thompson, por ejemplo, son un absoluto disfrute, una clara muestra del Asturias de imaginación desbordada. Páginas después, el autor pierde vapor y, por lo tanto, interés.
Existen otras obras en las que Asturias retoma su genio y su largo aliento narrativo, como «Maladrón», «Mulata de Tal» y «El alhajadito», con soberbias ediciones todas, de mano de F&G Editores. En estas dos obras, Asturias pareciera que retoma el hilo de la atmósfera adormecida que impera en «Leyendas de Guatemala» y construye historias de brujos y apostasías poderosamente atractivas que nos permiten asomarnos a ese mundo de transición entre antigüedad y modernidad en el que se debatió la sociedad guatemalteca durante la segunda mitad del siglo XX. En esas novelas volvemos a encontrar personajes de talla mítica y situaciones de poderosa imaginación, en la que no es posible distinguir la realidad de los sueños.
Para conocer la vida de Asturias a profundidad, deberemos esperar a que al crítico estadounidense Gerald Martin le de tiempo de finalizarla. Espera que valdrá la pena si el resultado es tan abundante de información y conceptos críticos como la biografía que publicó en años pasados sobre Gabriel García Márquez. De momento, está embebido en otro proyecto biográfico, pero anunció que ha estado documentándose sobre Asturias para acometer en breve esa magnífica tarea. A la fecha, contamos con una muy completa biografía del joven Asturias, de la pluma del periodista Gonzalo Asturias Montenegro, publicada en su momento por Artemis y Edinter y que constituye un absoluto goce, pues nos permite acompañar al admirado escritor en sus correrías por las calles de Salamá, ciudad de Guatemala, Londres y París. Lamentablemente, la obra se interrumpe con un Asturias aún joven y hemos esperado desde entonces un segundo tomo en el que aborde los años de la madurez del Premio Nobel, pero nos ha sido negado ese gozo.
Ojalá que de la pluma de Gerald Martin podamos evocar con todo su esplendor el Paris de los años 20 en el que vivió Asturias y desde el que remitía a la pequeña, somnolienta y aldeana Guatemala, luminosas crónicas de lo que veía, oía, comía y vivía en sus vagabundeos por la capital francesa, faro cultural del mundo occidental en ese entonces. Estos artículos fueron recopilados, anotados y acompañados de su correspondiente aparato crítico también en la colección Archivos del Fondo de Cultura Económica y el gobierno de Guatemala, bajo el título de «Obra Periodística 1922-1932». Obra que nos permite conocer esa Europa de la posguerra que buscaba por recomponerse en medio de una profunda crisis económica. Los lectores de «El Imparcial», para quien Asturias actuó como corresponsal, pudieron seguir tomándole el pulso a la «ciudad luz» gracias a este joven escritor que tomó el relevo de Enrique Gómez Carrillo, que para entonces ya estaba enfermo y moriría en noviembre de 1927.
Por último, para conocer los monstruos interiores del genial escritor, sus errores humanos y sus devaneos políticos, recomiendo la lectura de «Hombres de Papel», de Osvaldo Salazar, publicada por Alfaguara. Es una novela absolutamente deslumbrante, que nos presenta a Asturias en toda su cruda y descarnada humanidad, lejos de los bronces monumentales y de las poses intelectuales. Sus relaciones familiares y laborales, los tormentos de la imaginación, con ese Tohil rondando su cabeza de forma obsesiva, son el material del que Salazar se alimenta para fabular una obra imprescindible para completar la imagen asturiana. La novela ha sido censurada por quienes no toleran las miradas críticas al personaje de las poses y prefieren cancelar a leer, perjuicio auto infringido en todo caso. La novela de Salazar, debo insistir, es absolutamente brillante.
Dejamos aquí entonces al gran Miguel Ángel Asturias, recordando que sus restos duermen en el parisino cementerio del Pére Lachaise, cementerio que es más parque y bosque que deposito de restos mortuorios, al que según la comuna que lo administra, lo visitan 1,5 millones de personas al año. Son 1,5 millones de personas que tienen la oportunidad de quedarse embobados al ver un monolito maya que se levanta en las estibaciones bajas de una colina del cementerio, decorada con banderas azul y blanco, billetes de quetzal, monedas de quetzal, fotografías, libros y otros objetos de memorabilia que sus compatriotas o admiradores dejan rodeando la lápida que nos recuerda que el genial escritor dejó de respirar en este mundo un 9 de junio de 1974.