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¿Quién ganó en Argentina?

.
Julio Ligorría Carballido |
03 de noviembre, 2025

Con esta nota corro el alto riesgo de que amigos y extraños me califiquen de aguafiestas, de loco o de apocalíptico. No voy a discutir que podrían tener razón, pero a la luz de mi empírica experiencia, me queda claro que hoy, en Argentina, no todo lo que brilla es oro. Cuando observo que en las elecciones legislativas del pasado domingo en Argentina se produce la más baja participación de electores de los últimos años, y a una Cristina Kirchner saliendo a bailar en el balcón de su casa en el momento de conocer el resultado, a mí me ha sido suficiente para desatar en mi cabeza todo un torbellino de suspicacias que me indican signos contradictorios.

En Argentina, nadie en su sano juicio puede subestimar al peronismo y menos a la deriva de perversidad que acompaña a la hoy convicta Cristina Kirchner. Por ello, cuando se hace un simple ejercicio sobre las necesidades y conveniencias de la Kirchner en sus actuales circunstancias, las respuestas aparecen de manera natural.

Me parece que, en orden de prioridades, a Kirchner le urgía la derrota de Kicillof, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, quien pretende ser candidato presidencial en 2027 y que representa la mayor amenaza para el poder de Cristina dentro del peronismo. El otro elemento es que ella, inteligentemente, busca la máxima polarización con el gobernante libertario y, solo perdiendo, podía facilitar mayor capacidad de maniobra a Milei en el Legislativo para hacer posible la implementación y profundización del modelo económico del presidente.

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Ella apuesta a que esas reformas generen, en el corto plazo, un enorme golpe a los sectores más vulnerables, lo que le permitirá hacer una oposición muy potente con discursos populistas que generen altos niveles de credibilidad al peronismo.

El “Se los dije” será entonces una frecuente muletilla que Cristina enrostrará a esa gigantesca masa del peronismo histórico, una especie de bacteria ideológica que está en el ADN de la sociedad argentina.

“La vacuna” que tiene Milei para neutralizar el plan de Cristina está en una serie de acciones que debiera tomar el presidente, pero que resultan difíciles de imaginar, especialmente por su personalidad y carácter. A ello se suma la natural soberbia que le acompaña a él (y a muchos que disfrutan hoy de la victoria) en un estado repleto de emociones y de alegría delirante, como si se tratara de una situación permanente que nunca fuera a cambiar.

Entre esas acciones están que se debería recalibrar el gabinete haciendo cambios refrescantes que ganen adeptos entre los indecisos, hacer alianzas legislativas y abandonar el estilo de insultos y agresiones a opositores, guardar la motosierra y moderar los discursos. Es aquí donde yo pregunto: ¿por qué hoy un Milei ganador y empoderado por Trump (como ningún presidente norteamericano lo ha hecho con un mandatario argentino) habría de cambiar, dialogar o buscar alianzas? No lo hará, no está en su ADN, no es su naturaleza. El insufrible ego porteño de Milei no le dejará ver con claridad. Esa es mi apuesta, y por Argentina, ruego equivocarme.

Cristina busca la máxima polarización, y lo más seguro es que la tendrá. Los más agudos esperan que, de aquí a diciembre —que siempre es el mes que representa lo peor del ciclo argentino—, con temperaturas de cuarenta grados, la luna de miel y la alegría de estos días se transformen en una suerte de tribunal de conflictos maritales, un infierno atizado desde las trincheras de los intendentes kirchneristas, el verdadero poder de movilización con que cuenta la señora en prisión domiciliar.

Ahora bien, todo este ajedrez político descrito está sustentado en que las medidas de Milei no funcionen.

Por ejemplo, una visión de los economistas no afines al gobernante indica que el esquema económico solo se ha sostenido mediante la entrada de capitales externos —primero a través de un blanqueo, luego con el uso de reservas, posteriormente con los fondos del FMI y, más recientemente, con los recursos provenientes del apoyo del presidente Trump—, sin que existan señales de corrección estructural. Este modelo, dependiente del ingreso constante de divisas, contiene en sí mismo su propio germen de inestabilidad.

De acuerdo con una visión más optimista, pero al mismo tiempo realista —y que es la que desbarataría la estrategia política de mediano plazo de Kirchner—, nos indica que, por un lado, no se puede desconocer el impacto social que conllevan las medidas implementadas por Milei. Es innegable el impacto social: la recesión ha elevado las tasas de pobreza y desempleo, golpeando especialmente a los sectores de ingresos fijos y al empleo informal. La recuperación del poder adquisitivo es el principal desafío en el corto plazo.

Además, hay una verdad inocultable y es que, a pesar del difícil panorama que se vislumbra, los mercados financieros han celebrado la disciplina fiscal. La victoria de Milei en las elecciones que comentamos hoy fue interpretada como un refuerzo del mandato de austeridad, provocando un disparo en las acciones argentinas y una caída en el riesgo país a mínimos en casi medio año, reflejando una mayor confianza en la sostenibilidad de la deuda.

El respaldo explícito del presidente Trump, antes y después de las elecciones, ha sido un factor psicológico y de liquidez que ha jugado con gran potencia a favor de Milei.

El apoyo se materializa principalmente en la negociación de instrumentos de soporte financiero (mencionándose operaciones de swap de divisas y otras líneas de crédito), con cifras que han llegado a rondar los 40 mil millones de dólares de soporte total. Un swap de divisas significativo es una línea de defensa crucial para el Banco Central argentino. Los ayuda a engrosar las reservas brutas y les ofrece una red de seguridad contra las corridas cambiarias, además de facilitarles el cumplimiento de los pagos de deuda a corto y mediano plazo.

En esencia, compra tiempo para que Milei implemente sus reformas estructurales.

Si todo lo anterior funciona y se sostiene, la Kirchner y el peronismo más radical se diluirán en el tiempo, pagando por todas las aberraciones cometidas. Si no funciona, Milei y Argentina la pasarán muy mal.

¿Quién ganó en Argentina?

Julio Ligorría Carballido |
03 de noviembre, 2025
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Con esta nota corro el alto riesgo de que amigos y extraños me califiquen de aguafiestas, de loco o de apocalíptico. No voy a discutir que podrían tener razón, pero a la luz de mi empírica experiencia, me queda claro que hoy, en Argentina, no todo lo que brilla es oro. Cuando observo que en las elecciones legislativas del pasado domingo en Argentina se produce la más baja participación de electores de los últimos años, y a una Cristina Kirchner saliendo a bailar en el balcón de su casa en el momento de conocer el resultado, a mí me ha sido suficiente para desatar en mi cabeza todo un torbellino de suspicacias que me indican signos contradictorios.

En Argentina, nadie en su sano juicio puede subestimar al peronismo y menos a la deriva de perversidad que acompaña a la hoy convicta Cristina Kirchner. Por ello, cuando se hace un simple ejercicio sobre las necesidades y conveniencias de la Kirchner en sus actuales circunstancias, las respuestas aparecen de manera natural.

Me parece que, en orden de prioridades, a Kirchner le urgía la derrota de Kicillof, el gobernador de la provincia de Buenos Aires, quien pretende ser candidato presidencial en 2027 y que representa la mayor amenaza para el poder de Cristina dentro del peronismo. El otro elemento es que ella, inteligentemente, busca la máxima polarización con el gobernante libertario y, solo perdiendo, podía facilitar mayor capacidad de maniobra a Milei en el Legislativo para hacer posible la implementación y profundización del modelo económico del presidente.

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Ella apuesta a que esas reformas generen, en el corto plazo, un enorme golpe a los sectores más vulnerables, lo que le permitirá hacer una oposición muy potente con discursos populistas que generen altos niveles de credibilidad al peronismo.

El “Se los dije” será entonces una frecuente muletilla que Cristina enrostrará a esa gigantesca masa del peronismo histórico, una especie de bacteria ideológica que está en el ADN de la sociedad argentina.

“La vacuna” que tiene Milei para neutralizar el plan de Cristina está en una serie de acciones que debiera tomar el presidente, pero que resultan difíciles de imaginar, especialmente por su personalidad y carácter. A ello se suma la natural soberbia que le acompaña a él (y a muchos que disfrutan hoy de la victoria) en un estado repleto de emociones y de alegría delirante, como si se tratara de una situación permanente que nunca fuera a cambiar.

Entre esas acciones están que se debería recalibrar el gabinete haciendo cambios refrescantes que ganen adeptos entre los indecisos, hacer alianzas legislativas y abandonar el estilo de insultos y agresiones a opositores, guardar la motosierra y moderar los discursos. Es aquí donde yo pregunto: ¿por qué hoy un Milei ganador y empoderado por Trump (como ningún presidente norteamericano lo ha hecho con un mandatario argentino) habría de cambiar, dialogar o buscar alianzas? No lo hará, no está en su ADN, no es su naturaleza. El insufrible ego porteño de Milei no le dejará ver con claridad. Esa es mi apuesta, y por Argentina, ruego equivocarme.

Cristina busca la máxima polarización, y lo más seguro es que la tendrá. Los más agudos esperan que, de aquí a diciembre —que siempre es el mes que representa lo peor del ciclo argentino—, con temperaturas de cuarenta grados, la luna de miel y la alegría de estos días se transformen en una suerte de tribunal de conflictos maritales, un infierno atizado desde las trincheras de los intendentes kirchneristas, el verdadero poder de movilización con que cuenta la señora en prisión domiciliar.

Ahora bien, todo este ajedrez político descrito está sustentado en que las medidas de Milei no funcionen.

Por ejemplo, una visión de los economistas no afines al gobernante indica que el esquema económico solo se ha sostenido mediante la entrada de capitales externos —primero a través de un blanqueo, luego con el uso de reservas, posteriormente con los fondos del FMI y, más recientemente, con los recursos provenientes del apoyo del presidente Trump—, sin que existan señales de corrección estructural. Este modelo, dependiente del ingreso constante de divisas, contiene en sí mismo su propio germen de inestabilidad.

De acuerdo con una visión más optimista, pero al mismo tiempo realista —y que es la que desbarataría la estrategia política de mediano plazo de Kirchner—, nos indica que, por un lado, no se puede desconocer el impacto social que conllevan las medidas implementadas por Milei. Es innegable el impacto social: la recesión ha elevado las tasas de pobreza y desempleo, golpeando especialmente a los sectores de ingresos fijos y al empleo informal. La recuperación del poder adquisitivo es el principal desafío en el corto plazo.

Además, hay una verdad inocultable y es que, a pesar del difícil panorama que se vislumbra, los mercados financieros han celebrado la disciplina fiscal. La victoria de Milei en las elecciones que comentamos hoy fue interpretada como un refuerzo del mandato de austeridad, provocando un disparo en las acciones argentinas y una caída en el riesgo país a mínimos en casi medio año, reflejando una mayor confianza en la sostenibilidad de la deuda.

El respaldo explícito del presidente Trump, antes y después de las elecciones, ha sido un factor psicológico y de liquidez que ha jugado con gran potencia a favor de Milei.

El apoyo se materializa principalmente en la negociación de instrumentos de soporte financiero (mencionándose operaciones de swap de divisas y otras líneas de crédito), con cifras que han llegado a rondar los 40 mil millones de dólares de soporte total. Un swap de divisas significativo es una línea de defensa crucial para el Banco Central argentino. Los ayuda a engrosar las reservas brutas y les ofrece una red de seguridad contra las corridas cambiarias, además de facilitarles el cumplimiento de los pagos de deuda a corto y mediano plazo.

En esencia, compra tiempo para que Milei implemente sus reformas estructurales.

Si todo lo anterior funciona y se sostiene, la Kirchner y el peronismo más radical se diluirán en el tiempo, pagando por todas las aberraciones cometidas. Si no funciona, Milei y Argentina la pasarán muy mal.

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