La vida tiene una forma extraña de hacerte sentir pequeño. Te puedes sentir tan diminuto que cada idea parece menos que un grano de arena. Tan chico que solo te preguntas si alguien más en otro lado y en otro momento ha vivido lo mismo que tú. Tan minúsculo que dudas si tu voz no es solo otra ola más dentro de un mar embravecido. Esta sensación de ser un insecto ante los zapatos de un gigante no es más que una cuestión de perspectiva. Si te enfrentas ante un problema catastrófico, aunque sea solo en apariencia, es normal preguntarse cómo alguien podría solventar algo tan grande. Así, si un dragón amenaza con devorar la Luna, ¿qué puede hacer un simple mortal?
Lunas para cenar…
Allá por las tierras y los mares que gobierna Bathala, en Filipinas, existían siete lunas para iluminar el mundo. Cada una brillaba como las joyas más hermosas y no dejaban espacio alguno para la oscuridad. Sin embargo, ese brillo era demasiado hermoso, demasiado intenso, demasiado precioso. Era simplemente demasiado para el Bakunawa. Su cuerpo largo serpenteaba las profundidades de las aguas. Era una criatura casi divina y gigantesca, pero así era el tamaño de su hambre. Por lo que no es de extrañar que los ojos de aquel dragón se posaran en las lunas que estaban en el cielo.
El Bakunawa había crecido en la oscuridad del océano, por lo que no podía dejar de pensar en las lunas que brillaban como soles. Finalmente, una noche lo decidió. Serpenteó hasta la superficie del agua y, con una fuerza propia de una bestia de su tamaño, se lanzó por los aires con la mandíbula abierta. Y, en un segundo, la primera de las siete lunas había sido devorada por completo. El caos no se hizo esperar, pues de inmediato los suelos temblaron, las aguas se agitaron y las personas vieron horrorizadas lo que había hecho el dragón.
Como dijo Tolkien, en El retorno del rey, «pero no nos atañe a nosotros dominar todas las mareas del mundo, sino hacer lo que está en nuestras manos por el bien de los días que nos ha tocado vivir»
El Bakunawa estaba extasiado; no obstante, la sensación no duró mucho. La noche siguiente devoró otra y lo hizo de nuevo la noche después. En cuestión de días en el cielo ahora solo quedaba una única luna. A pesar de ello, el Bakunawa parecía no querer detenerse. Los pobladores se preocuparon. Pero ¿qué pueden hacer unas cuantas personas frente a un dragón que podría beberse el mar si así lo deseaba?
A pesar de ello, sabían que, si no hacían nada, el mundo terminaría. Así que idearon un plan: pelear sería un fracaso ante tal bestia, por lo que tratarían de engañarlo. Esa noche, cuando el Bakunawa salió a la superficie dispuesto a devorar la última luna, los pobladores hicieron todo el ruido que pudieron: golpearon las ollas, resonaron los tambores y gritaron con fuerza. Era tal el barullo que el Bakunawa creyó que había otro dragón, uno más grande y poderoso, por lo que huyó hasta la caverna más profunda del océano.
Y dragones por atacar
No se trata, pues, de lanzarse al fuego sin siquiera protegerse o de intentar llegar al centro de la Tierra escarbando con una cuchara. Enfrentarse al Bakunawa es saber usar los recursos que se tienen de la manera más efectiva. En este caso, solo contaban con ellos mismos y sus instrumentos. Es el ingenio humano lo que detiene a la bestia, no su fuerza bruta. Y por encima de la creatividad está la necesidad clara de hacer lo correcto. Tal vez en un inicio no sabían cómo, pero reconocían el buen actuar. Como dijo Tolkien, en El retorno del rey, «pero no nos atañe a nosotros dominar todas las mareas del mundo, sino hacer lo que está en nuestras manos por el bien de los días que nos ha tocado vivir». Así pues, por ellos, todavía hay una luna en el cielo y un Bakunawa escondido en el mar.
¿Qué hacer si un dragón se come la Luna?
La vida tiene una forma extraña de hacerte sentir pequeño. Te puedes sentir tan diminuto que cada idea parece menos que un grano de arena. Tan chico que solo te preguntas si alguien más en otro lado y en otro momento ha vivido lo mismo que tú. Tan minúsculo que dudas si tu voz no es solo otra ola más dentro de un mar embravecido. Esta sensación de ser un insecto ante los zapatos de un gigante no es más que una cuestión de perspectiva. Si te enfrentas ante un problema catastrófico, aunque sea solo en apariencia, es normal preguntarse cómo alguien podría solventar algo tan grande. Así, si un dragón amenaza con devorar la Luna, ¿qué puede hacer un simple mortal?
Lunas para cenar…
Allá por las tierras y los mares que gobierna Bathala, en Filipinas, existían siete lunas para iluminar el mundo. Cada una brillaba como las joyas más hermosas y no dejaban espacio alguno para la oscuridad. Sin embargo, ese brillo era demasiado hermoso, demasiado intenso, demasiado precioso. Era simplemente demasiado para el Bakunawa. Su cuerpo largo serpenteaba las profundidades de las aguas. Era una criatura casi divina y gigantesca, pero así era el tamaño de su hambre. Por lo que no es de extrañar que los ojos de aquel dragón se posaran en las lunas que estaban en el cielo.
El Bakunawa había crecido en la oscuridad del océano, por lo que no podía dejar de pensar en las lunas que brillaban como soles. Finalmente, una noche lo decidió. Serpenteó hasta la superficie del agua y, con una fuerza propia de una bestia de su tamaño, se lanzó por los aires con la mandíbula abierta. Y, en un segundo, la primera de las siete lunas había sido devorada por completo. El caos no se hizo esperar, pues de inmediato los suelos temblaron, las aguas se agitaron y las personas vieron horrorizadas lo que había hecho el dragón.
Como dijo Tolkien, en El retorno del rey, «pero no nos atañe a nosotros dominar todas las mareas del mundo, sino hacer lo que está en nuestras manos por el bien de los días que nos ha tocado vivir»
El Bakunawa estaba extasiado; no obstante, la sensación no duró mucho. La noche siguiente devoró otra y lo hizo de nuevo la noche después. En cuestión de días en el cielo ahora solo quedaba una única luna. A pesar de ello, el Bakunawa parecía no querer detenerse. Los pobladores se preocuparon. Pero ¿qué pueden hacer unas cuantas personas frente a un dragón que podría beberse el mar si así lo deseaba?
A pesar de ello, sabían que, si no hacían nada, el mundo terminaría. Así que idearon un plan: pelear sería un fracaso ante tal bestia, por lo que tratarían de engañarlo. Esa noche, cuando el Bakunawa salió a la superficie dispuesto a devorar la última luna, los pobladores hicieron todo el ruido que pudieron: golpearon las ollas, resonaron los tambores y gritaron con fuerza. Era tal el barullo que el Bakunawa creyó que había otro dragón, uno más grande y poderoso, por lo que huyó hasta la caverna más profunda del océano.
Y dragones por atacar
No se trata, pues, de lanzarse al fuego sin siquiera protegerse o de intentar llegar al centro de la Tierra escarbando con una cuchara. Enfrentarse al Bakunawa es saber usar los recursos que se tienen de la manera más efectiva. En este caso, solo contaban con ellos mismos y sus instrumentos. Es el ingenio humano lo que detiene a la bestia, no su fuerza bruta. Y por encima de la creatividad está la necesidad clara de hacer lo correcto. Tal vez en un inicio no sabían cómo, pero reconocían el buen actuar. Como dijo Tolkien, en El retorno del rey, «pero no nos atañe a nosotros dominar todas las mareas del mundo, sino hacer lo que está en nuestras manos por el bien de los días que nos ha tocado vivir». Así pues, por ellos, todavía hay una luna en el cielo y un Bakunawa escondido en el mar.