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¿Pueden los decretos clientelares generar confianza, inversión y crecimiento? La historia nos lo cuenta

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Dr. Ramiro Bolaños |
08 de septiembre, 2025

La confianza no ha sido un lujo de las naciones, ha sido su piedra fundacional. Ningún pueblo que ha prosperado lo ha hecho sin un marco de reglas claras, cumplidas y respetadas. Desde Roma hasta Polonia, como vimos en la columna anterior, las sociedades que han logrado prosperar han entendido que la arbitrariedad es el peor enemigo de la riqueza y de la paz social. Hoy quiero hablar de los héroes modernos de la confianza, aquellos que antes de la Segunda Guerra Mundial mostraron, con actos extraordinarios, que la grandeza de un país no depende de caudillos ni de decretos improvisados, sino de la credibilidad de sus instituciones.

George Washington (1789–1797) pudo ser rey si lo hubiera querido. Tenía al ejército, al pueblo y al prestigio de haber liberado a las colonias. Pero prefirió ser ciudadano. Tras dos mandatos, se retiró a Mount Vernon y demostró que la república estaba por encima del hombre. Ese gesto fundacional sembró la certeza de que el poder se alterna y se limita. Qué contraste con Nayib Bukele, que extiende su mandato indefinidamente como si la nación le perteneciera. Washington entendió que la confianza nace de las instituciones, no de la figura del caudillo.

Grover Cleveland (1885–1889 y 1893–1897) ha sido, junto a Donald Trump, el único presidente estadounidense con dos mandatos no consecutivos. Pero su legado fue aún mayor: convirtió el veto en un instrumento de confianza nacional. Lo utilizó como fuerza política para proteger a la nación de los intereses de grupos específicos, y es el presidente con más vetos por período en toda la historia de Estados Unidos. Con esa disciplina defendió las finanzas y evitó que el Estado se convirtiera en botín de clientelas. En Guatemala, el contraste es amargo: el Decreto 7-2025 rompe con el principio de anualidad, arrastra recursos como si fueran ampliaciones automáticas y permite un gasto sin controles en los Consejos de Desarrollo. ¿Se atreverá Bernardo Arévalo a vetarlo, o preferirá dejar que el clientelismo se disfrace de desarrollo?

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Robert Peel (primer ministro del Reino Unido en 1834–1835 y 1841–1846) ha sido recordado como el ministro más eficaz del largo reinado de la reina Victoria. Fundó la policía moderna de Londres y reformó las leyes comerciales que abrieron la economía británica al mundo, bajo la convicción de que el Estado debe garantizar orden y certeza, no privilegios ni discrecionalidad. Aquellas reformas consolidaron la reputación del Reino Unido como país confiable durante generaciones. En Guatemala, en cambio, seguimos apostando por la discrecionalidad. El Decreto 7-2025 otorga recursos a los CODEDE sin auditoría seria y establece un “silencio positivo” que equivale a dar licencias automáticas, aunque no se cumplan requisitos. Todo este gasto sin control, ¿se traducirá en más empleos, en inversión productiva, en mayor capacidad de compra para el ciudadano de a pie… o solo en más clientelismo?

Juan Bautista Alberdi (1810–1884) no gobernó, pero su pluma fundó una nación. Su libro Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina inspiró la Constitución de 1853, concebida para atraer inmigrantes y capital. Alberdi entendió que los países no compiten con discursos, sino con credibilidad institucional. La Constitución garantizó derechos de propiedad, respeto a los contratos y un sistema de pesos y contrapesos que convirtió a Argentina en uno de los países más prósperos del mundo a finales del siglo XIX. En Guatemala, en cambio, somos el país con la menor inversión extranjera directa de toda América Latina: apenas 1.6 % del PIB. ¿Cómo sorprendernos si lo que exportamos no es confianza, sino arbitrariedad, contratos anulados y leyes clientelares?

Haakon VII de Noruega (1905–1957) enfrentó la invasión nazi en 1940. Cuando Hitler exigió que legitimara a un gobierno títere, huyó junto a la familia real por las montañas de Noruega antes que rendirse. Luego fue acogido en Inglaterra y desde allí mantuvo la legitimidad del Estado noruego durante cinco años. Regresó tras la guerra como símbolo de resistencia y unidad nacional. Su firmeza mostró que incluso en la adversidad extrema, la confianza institucional es más poderosa que la fuerza del invasor. En Guatemala, nuestras instituciones parecen tomar el camino contrario: ceder al poder de turno, aprobar decretos sin análisis, entregar recursos sin controles y debilitar los principios en lugar de sostenerlos.

La historia nos muestra una constante: los pueblos que han prosperado han limitado la arbitrariedad y han creado instituciones confiables. En cambio, Guatemala ha insistido en el clientelismo y la improvisación. En nueve meses de legislatura, apenas siete decretos han contado con análisis técnico, mientras el resto se han aprobado como si las leyes fueran favores políticos. ¿Qué mensaje le damos al mundo cuando ni siquiera cuidamos la forma en que legislamos? ¿Qué inversionista se arriesga en un país que convierte la ley en un traje a la medida de los poderosos?

Piense usted en sus hijos y sus nietos. ¿Cuál es el futuro que quiere dejarles? ¿Optar por migrar, sobrevivir con un trabajo informal que apenas alcance para tortillas y frijoles… o vivir en un país con oportunidades, empleos dignos y buenos salarios, donde la vida no se centre en cómo comer mañana, sino en cómo invertir en una casa de playa o abrir la siguiente sucursal del negocio?

Washington, Cleveland, Peel, Alberdi y Haakon nos enseñaron que la confianza es el secreto de la prosperidad. Ellos privilegiaron la república sobre el caudillo, la disciplina sobre el populismo, la certeza sobre el privilegio, la credibilidad sobre la arbitrariedad y la legitimidad sobre la fuerza. Guatemala no necesita inventar nada nuevo: solo recuperar la confianza en que la ley se aplica a todos, que los contratos se respetan y que los recursos se administran con responsabilidad. El secreto está escrito en la historia. La decisión es nuestra.

¿Pueden los decretos clientelares generar confianza, inversión y crecimiento? La historia nos lo cuenta

Dr. Ramiro Bolaños |
08 de septiembre, 2025
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La confianza no ha sido un lujo de las naciones, ha sido su piedra fundacional. Ningún pueblo que ha prosperado lo ha hecho sin un marco de reglas claras, cumplidas y respetadas. Desde Roma hasta Polonia, como vimos en la columna anterior, las sociedades que han logrado prosperar han entendido que la arbitrariedad es el peor enemigo de la riqueza y de la paz social. Hoy quiero hablar de los héroes modernos de la confianza, aquellos que antes de la Segunda Guerra Mundial mostraron, con actos extraordinarios, que la grandeza de un país no depende de caudillos ni de decretos improvisados, sino de la credibilidad de sus instituciones.

George Washington (1789–1797) pudo ser rey si lo hubiera querido. Tenía al ejército, al pueblo y al prestigio de haber liberado a las colonias. Pero prefirió ser ciudadano. Tras dos mandatos, se retiró a Mount Vernon y demostró que la república estaba por encima del hombre. Ese gesto fundacional sembró la certeza de que el poder se alterna y se limita. Qué contraste con Nayib Bukele, que extiende su mandato indefinidamente como si la nación le perteneciera. Washington entendió que la confianza nace de las instituciones, no de la figura del caudillo.

Grover Cleveland (1885–1889 y 1893–1897) ha sido, junto a Donald Trump, el único presidente estadounidense con dos mandatos no consecutivos. Pero su legado fue aún mayor: convirtió el veto en un instrumento de confianza nacional. Lo utilizó como fuerza política para proteger a la nación de los intereses de grupos específicos, y es el presidente con más vetos por período en toda la historia de Estados Unidos. Con esa disciplina defendió las finanzas y evitó que el Estado se convirtiera en botín de clientelas. En Guatemala, el contraste es amargo: el Decreto 7-2025 rompe con el principio de anualidad, arrastra recursos como si fueran ampliaciones automáticas y permite un gasto sin controles en los Consejos de Desarrollo. ¿Se atreverá Bernardo Arévalo a vetarlo, o preferirá dejar que el clientelismo se disfrace de desarrollo?

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Robert Peel (primer ministro del Reino Unido en 1834–1835 y 1841–1846) ha sido recordado como el ministro más eficaz del largo reinado de la reina Victoria. Fundó la policía moderna de Londres y reformó las leyes comerciales que abrieron la economía británica al mundo, bajo la convicción de que el Estado debe garantizar orden y certeza, no privilegios ni discrecionalidad. Aquellas reformas consolidaron la reputación del Reino Unido como país confiable durante generaciones. En Guatemala, en cambio, seguimos apostando por la discrecionalidad. El Decreto 7-2025 otorga recursos a los CODEDE sin auditoría seria y establece un “silencio positivo” que equivale a dar licencias automáticas, aunque no se cumplan requisitos. Todo este gasto sin control, ¿se traducirá en más empleos, en inversión productiva, en mayor capacidad de compra para el ciudadano de a pie… o solo en más clientelismo?

Juan Bautista Alberdi (1810–1884) no gobernó, pero su pluma fundó una nación. Su libro Bases y puntos de partida para la organización política de la República Argentina inspiró la Constitución de 1853, concebida para atraer inmigrantes y capital. Alberdi entendió que los países no compiten con discursos, sino con credibilidad institucional. La Constitución garantizó derechos de propiedad, respeto a los contratos y un sistema de pesos y contrapesos que convirtió a Argentina en uno de los países más prósperos del mundo a finales del siglo XIX. En Guatemala, en cambio, somos el país con la menor inversión extranjera directa de toda América Latina: apenas 1.6 % del PIB. ¿Cómo sorprendernos si lo que exportamos no es confianza, sino arbitrariedad, contratos anulados y leyes clientelares?

Haakon VII de Noruega (1905–1957) enfrentó la invasión nazi en 1940. Cuando Hitler exigió que legitimara a un gobierno títere, huyó junto a la familia real por las montañas de Noruega antes que rendirse. Luego fue acogido en Inglaterra y desde allí mantuvo la legitimidad del Estado noruego durante cinco años. Regresó tras la guerra como símbolo de resistencia y unidad nacional. Su firmeza mostró que incluso en la adversidad extrema, la confianza institucional es más poderosa que la fuerza del invasor. En Guatemala, nuestras instituciones parecen tomar el camino contrario: ceder al poder de turno, aprobar decretos sin análisis, entregar recursos sin controles y debilitar los principios en lugar de sostenerlos.

La historia nos muestra una constante: los pueblos que han prosperado han limitado la arbitrariedad y han creado instituciones confiables. En cambio, Guatemala ha insistido en el clientelismo y la improvisación. En nueve meses de legislatura, apenas siete decretos han contado con análisis técnico, mientras el resto se han aprobado como si las leyes fueran favores políticos. ¿Qué mensaje le damos al mundo cuando ni siquiera cuidamos la forma en que legislamos? ¿Qué inversionista se arriesga en un país que convierte la ley en un traje a la medida de los poderosos?

Piense usted en sus hijos y sus nietos. ¿Cuál es el futuro que quiere dejarles? ¿Optar por migrar, sobrevivir con un trabajo informal que apenas alcance para tortillas y frijoles… o vivir en un país con oportunidades, empleos dignos y buenos salarios, donde la vida no se centre en cómo comer mañana, sino en cómo invertir en una casa de playa o abrir la siguiente sucursal del negocio?

Washington, Cleveland, Peel, Alberdi y Haakon nos enseñaron que la confianza es el secreto de la prosperidad. Ellos privilegiaron la república sobre el caudillo, la disciplina sobre el populismo, la certeza sobre el privilegio, la credibilidad sobre la arbitrariedad y la legitimidad sobre la fuerza. Guatemala no necesita inventar nada nuevo: solo recuperar la confianza en que la ley se aplica a todos, que los contratos se respetan y que los recursos se administran con responsabilidad. El secreto está escrito en la historia. La decisión es nuestra.

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