¿Populismo o demagogia?
Es fundamental usar estos términos de manera precisa para evitar caer en simplificaciones o manipulaciones del lenguaje.
El uso de los términos «populismo» y «demagogia» ha proliferado en el discurso político contemporáneo, aunque a menudo se confunden o se utilizan de manera intercambiable. Sin embargo, aunque ambos conceptos comparten ciertas características, son distintos tanto en su origen como en su aplicación. Este artículo busca explorar el origen etimológico de ambas palabras y su evolución, además de mostrar cómo se emplean en diferentes ámbitos, desde lo académico hasta lo periodístico, pasando por el análisis político. También se examinarán ejemplos de figuras actuales que han sido tildadas de populistas y demagogas, con el fin de aclarar el uso de estos términos.
El populismo, en su origen etimológico, proviene del latín populus, que significa «pueblo». Históricamente, este concepto ha sido asociado a movimientos políticos que afirman representar los intereses del «pueblo común» frente a las élites. El populismo puede surgir tanto de la izquierda como de la derecha, y su principal característica es la defensa de una «voluntad popular» que se ve amenazada por las clases dominantes o por el sistema establecido. En el ámbito académico, autores como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe han argumentado que el populismo es una lógica política que construye una división entre el «pueblo» y las élites, definiendo así una nueva identidad política basada en el antagonismo. En la práctica, el populismo puede ser progresista o conservador, dependiendo de los intereses y valores que defienda.
Por otro lado, demagogia proviene del griego demos(pueblo) y ago (conducir), y tradicionalmente ha tenido una connotación negativa. En la antigua Grecia, los «demagogos» eran líderes que manipulaban al pueblo mediante promesas vacías y apelaciones emocionales para obtener poder. A diferencia del populismo, la demagogia está vinculada con la manipulación consciente de los sentimientos del público, utilizando discursos simplistas y soluciones fáciles a problemas complejos. Aristóteles ya advertía sobre los peligros de la demagogia en su obra Política, donde señalaba que el demagogo apela a las pasiones más bajas de las masas para desestabilizar el orden social y político.
En el ámbito político contemporáneo, los términos se utilizan con frecuencia para describir a ciertos líderes. Por ejemplo, Javier Milei, actual presidente de Argentina, ha sido calificado como populista por su retórica de confrontación con el «sistema» y su promesa de representar los intereses del ciudadano común frente a la «casta política». Sin embargo, otros lo tildan de demagogo al considerar que sus propuestas económicas, como la dolarización del país, son soluciones simplistas para problemas profundamente complejos.
Por su parte, Nayib Bukele, presidente de El Salvador, ha construido su popularidad a partir de un discurso populista que asegura que su gobierno es la única fuerza política capaz de garantizar la seguridad y el progreso del país.
La distorsión del lenguaje es una herramienta peligrosa cuando se trata de legitimar el poder o desacreditar a oponentes. Reconocer las diferencias entre populismo y demagogia es esencial para un análisis político más riguroso y para fomentar un debate público más informado.
En su caso, el término «populismo» se usa tanto para elogiar su capacidad de conexión con las masas como para criticar su estilo autoritario y la concentración de poder en su figura.
En Colombia, Gustavo Petro es otro ejemplo de un líder que ha sido acusado de populismo. Petro, proveniente de la izquierda, ha construido su discurso alrededor de la idea de representar a las clases desfavorecidas y de luchar contra las élites que, según él, han dominado la política colombiana durante décadas. No obstante, sus críticos lo acusan de demagogia cuando propone políticas que, según ellos, no son viables económicamente o cuando agita los ánimos de sectores de la población mediante discursos polarizadores.
Finalmente, en Guatemala, Bernardo Arévalo, presidente desde 2024, también ha sido calificado de populista, aunque en un sentido más moderado. Su énfasis en la transparencia y la lucha contra la corrupción lo posiciona en un discurso que intenta conectar con un «pueblo» cansado de las élites políticas tradicionales. Sin embargo, su enfoque no se alinea con el populismo de confrontación directa que caracteriza a otros líderes.
El uso de los términos «populismo» y «demagogia» varía según el contexto. En el ámbito periodístico, ambos conceptos se utilizan a menudo de forma peyorativa para desacreditar a líderes políticos, mientras que en el análisis académico se reconocen sus matices y diferencias. El populismo no siempre implica manipulación emocional o promesas vacías, como es el caso de la demagogia, pero ambos términos están profundamente relacionados con la forma en que se ejercen el poder y la política en la actualidad.
En última instancia, es fundamental usar estos términos de manera precisa para evitar caer en simplificaciones o manipulaciones del lenguaje. Como señaló el escritor George Orwell en su ensayo Politics and the English Language, la distorsión del lenguaje es una herramienta peligrosa cuando se trata de legitimar el poder o desacreditar a oponentes. Reconocer las diferencias entre populismo y demagogia es esencial para un análisis político más riguroso y para fomentar un debate público más informado.
Camilo Bello Wilches
¿Populismo o demagogia?
Es fundamental usar estos términos de manera precisa para evitar caer en simplificaciones o manipulaciones del lenguaje.
El uso de los términos «populismo» y «demagogia» ha proliferado en el discurso político contemporáneo, aunque a menudo se confunden o se utilizan de manera intercambiable. Sin embargo, aunque ambos conceptos comparten ciertas características, son distintos tanto en su origen como en su aplicación. Este artículo busca explorar el origen etimológico de ambas palabras y su evolución, además de mostrar cómo se emplean en diferentes ámbitos, desde lo académico hasta lo periodístico, pasando por el análisis político. También se examinarán ejemplos de figuras actuales que han sido tildadas de populistas y demagogas, con el fin de aclarar el uso de estos términos.
El populismo, en su origen etimológico, proviene del latín populus, que significa «pueblo». Históricamente, este concepto ha sido asociado a movimientos políticos que afirman representar los intereses del «pueblo común» frente a las élites. El populismo puede surgir tanto de la izquierda como de la derecha, y su principal característica es la defensa de una «voluntad popular» que se ve amenazada por las clases dominantes o por el sistema establecido. En el ámbito académico, autores como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe han argumentado que el populismo es una lógica política que construye una división entre el «pueblo» y las élites, definiendo así una nueva identidad política basada en el antagonismo. En la práctica, el populismo puede ser progresista o conservador, dependiendo de los intereses y valores que defienda.
Por otro lado, demagogia proviene del griego demos(pueblo) y ago (conducir), y tradicionalmente ha tenido una connotación negativa. En la antigua Grecia, los «demagogos» eran líderes que manipulaban al pueblo mediante promesas vacías y apelaciones emocionales para obtener poder. A diferencia del populismo, la demagogia está vinculada con la manipulación consciente de los sentimientos del público, utilizando discursos simplistas y soluciones fáciles a problemas complejos. Aristóteles ya advertía sobre los peligros de la demagogia en su obra Política, donde señalaba que el demagogo apela a las pasiones más bajas de las masas para desestabilizar el orden social y político.
En el ámbito político contemporáneo, los términos se utilizan con frecuencia para describir a ciertos líderes. Por ejemplo, Javier Milei, actual presidente de Argentina, ha sido calificado como populista por su retórica de confrontación con el «sistema» y su promesa de representar los intereses del ciudadano común frente a la «casta política». Sin embargo, otros lo tildan de demagogo al considerar que sus propuestas económicas, como la dolarización del país, son soluciones simplistas para problemas profundamente complejos.
Por su parte, Nayib Bukele, presidente de El Salvador, ha construido su popularidad a partir de un discurso populista que asegura que su gobierno es la única fuerza política capaz de garantizar la seguridad y el progreso del país.
La distorsión del lenguaje es una herramienta peligrosa cuando se trata de legitimar el poder o desacreditar a oponentes. Reconocer las diferencias entre populismo y demagogia es esencial para un análisis político más riguroso y para fomentar un debate público más informado.
En su caso, el término «populismo» se usa tanto para elogiar su capacidad de conexión con las masas como para criticar su estilo autoritario y la concentración de poder en su figura.
En Colombia, Gustavo Petro es otro ejemplo de un líder que ha sido acusado de populismo. Petro, proveniente de la izquierda, ha construido su discurso alrededor de la idea de representar a las clases desfavorecidas y de luchar contra las élites que, según él, han dominado la política colombiana durante décadas. No obstante, sus críticos lo acusan de demagogia cuando propone políticas que, según ellos, no son viables económicamente o cuando agita los ánimos de sectores de la población mediante discursos polarizadores.
Finalmente, en Guatemala, Bernardo Arévalo, presidente desde 2024, también ha sido calificado de populista, aunque en un sentido más moderado. Su énfasis en la transparencia y la lucha contra la corrupción lo posiciona en un discurso que intenta conectar con un «pueblo» cansado de las élites políticas tradicionales. Sin embargo, su enfoque no se alinea con el populismo de confrontación directa que caracteriza a otros líderes.
El uso de los términos «populismo» y «demagogia» varía según el contexto. En el ámbito periodístico, ambos conceptos se utilizan a menudo de forma peyorativa para desacreditar a líderes políticos, mientras que en el análisis académico se reconocen sus matices y diferencias. El populismo no siempre implica manipulación emocional o promesas vacías, como es el caso de la demagogia, pero ambos términos están profundamente relacionados con la forma en que se ejercen el poder y la política en la actualidad.
En última instancia, es fundamental usar estos términos de manera precisa para evitar caer en simplificaciones o manipulaciones del lenguaje. Como señaló el escritor George Orwell en su ensayo Politics and the English Language, la distorsión del lenguaje es una herramienta peligrosa cuando se trata de legitimar el poder o desacreditar a oponentes. Reconocer las diferencias entre populismo y demagogia es esencial para un análisis político más riguroso y para fomentar un debate público más informado.
Camilo Bello Wilches