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Política de enemigos 

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Marimaite Rayo |
03 de julio, 2025

Los últimos acontecimientos de la política norteamericana ponen contra las cuerdas al concepto de democracia y la confianza y legitimidad de la que goza entre la población. El atentado y la muerte de dos representantes del partido Demócrata en Minnesota, por motivos políticos, pone en duda la resiliencia de la democracia que, por tantos años, ha caracterizado a Estados Unidos. Asimismo, pone en riesgo la estabilidad del país, dado que, una vez el debate se reemplaza por tiros y las elecciones por hostilidades, no hay vuelta atrás, ya que el ciclo de la violencia reemplazará el de la civilidad y las pasiones triunfarán sobre la racionalidad humana. 

Bien decía Tocqueville en su obra Democracia en América que “no hay nada más maravilloso que la libertad, pero no hay nada más difícil que aprender a usar esa libertad”. 

Una democracia, como forma de gobierno, trasciende el entramado institucional hasta convertirse en un estilo de vida, dado que los ciudadanos se comprometen a vivir una vida sobre los pilares de la tolerancia, el respeto y la reciprocidad. Esto se debe a que este es un sistema que se funda sobre el concepto de la pluralidad, la libertad y la representatividad, y, como tal, abre un espacio para que cada opinión individual encuentre un espacio de expresión. Sin embargo, de la teoría a la realidad existe un abismo y es allí en donde el correcto manejo de la libertad es puesto a prueba, ya que más que la imposición de un criterio sobre otro, en este sistema debe prevalecer el debate y el intercambio de ideas. De no existir esto último, la virtud democrática se pierde y es reemplazada por la hostilidad. 

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Modelos autoritarios de democracia 

Históricamente, el mundo ha observado cómo algunos líderes políticos, detrás del velo democrático, esconden pretensiones autoritarias que, en última instancia, ahogan el componente republicano de este sistema de gobierno y desafían los valores que le dan forma. Es decir, bajo la justificación de que cuentan con la aprobación de la población, estos actores están dispuestos a desafiar la estructura republicana de balance de poderes y poner en duda conceptos como la pluralidad, a fin de avanzar con su agenda política. Ahora bien, pese a que este modelo autoritario de democracia no es un concepto nuevo, sí ha tenido un auge a partir del surgimiento de líderes populistas. 

Este es el caso de Donald Trump en Estados Unidos, quien, con el objetivo de avanzar con sus políticas de gobierno, no solo ha desafiado al resto de las ramas de gobierno, recurriendo a figuras legales que le permiten concentrar una mayor cuota de poder, sino que también ha incitado la profundización de la polarización política en el país. 

Este punto de inflexión en la historia democrática norteamericana es lo que realmente pondrá a prueba la capacidad de sus instituciones y la civilidad de sus ciudadanos

Esto último lo ha logrado mediante una retórica de conflicto y división social, en donde el concepto de partidismo ha pasado a considerarse como una enemistad política y, como tal, una amenaza para su proyecto político. 

En este sentido, Estados Unidos corre el riesgo de caer en las prácticas jacobinas de la Revolución Francesa, quienes consideraban que una verdadera República únicamente podía iniciar una vez se eliminaran a los enemigos y opositores políticos. Las sociedades no se encuentran en un perfecto equilibrio, sino que son plataformas de constante cambio y luchas sociales, económicas y políticas. Por ello, una democracia es más flexible dado que, en su esencia, mediante los valores de la pluralidad, el debate y la libertad, es capaz de canalizar esas diferencias por vías pacíficas y no la violencia. 

En un sistema democrático siempre habrá enemigos, opositores e individuos que no compartan las mismas opiniones, ya que, como forma de gobierno, es una que tiene al individuo, que es diverso, en su núcleo. Sin embargo, estas diferencias no deben traducirse en hostilidades, ya que, más que la violencia, lo que realmente importa es cómo la estructura institucional y las virtudes individuales permiten superar estos retos en favor de un bien superior. 

En otras palabras, este punto de inflexión en la historia democrática norteamericana es lo que realmente pondrá a prueba la capacidad de sus instituciones y la civilidad de sus ciudadanos, cuyas acciones podrían restringir esta política de enemigos, en favor de una política de tolerancia e intercambio de ideas.

Política de enemigos 

Marimaite Rayo |
03 de julio, 2025
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Los últimos acontecimientos de la política norteamericana ponen contra las cuerdas al concepto de democracia y la confianza y legitimidad de la que goza entre la población. El atentado y la muerte de dos representantes del partido Demócrata en Minnesota, por motivos políticos, pone en duda la resiliencia de la democracia que, por tantos años, ha caracterizado a Estados Unidos. Asimismo, pone en riesgo la estabilidad del país, dado que, una vez el debate se reemplaza por tiros y las elecciones por hostilidades, no hay vuelta atrás, ya que el ciclo de la violencia reemplazará el de la civilidad y las pasiones triunfarán sobre la racionalidad humana. 

Bien decía Tocqueville en su obra Democracia en América que “no hay nada más maravilloso que la libertad, pero no hay nada más difícil que aprender a usar esa libertad”. 

Una democracia, como forma de gobierno, trasciende el entramado institucional hasta convertirse en un estilo de vida, dado que los ciudadanos se comprometen a vivir una vida sobre los pilares de la tolerancia, el respeto y la reciprocidad. Esto se debe a que este es un sistema que se funda sobre el concepto de la pluralidad, la libertad y la representatividad, y, como tal, abre un espacio para que cada opinión individual encuentre un espacio de expresión. Sin embargo, de la teoría a la realidad existe un abismo y es allí en donde el correcto manejo de la libertad es puesto a prueba, ya que más que la imposición de un criterio sobre otro, en este sistema debe prevalecer el debate y el intercambio de ideas. De no existir esto último, la virtud democrática se pierde y es reemplazada por la hostilidad. 

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Históricamente, el mundo ha observado cómo algunos líderes políticos, detrás del velo democrático, esconden pretensiones autoritarias que, en última instancia, ahogan el componente republicano de este sistema de gobierno y desafían los valores que le dan forma. Es decir, bajo la justificación de que cuentan con la aprobación de la población, estos actores están dispuestos a desafiar la estructura republicana de balance de poderes y poner en duda conceptos como la pluralidad, a fin de avanzar con su agenda política. Ahora bien, pese a que este modelo autoritario de democracia no es un concepto nuevo, sí ha tenido un auge a partir del surgimiento de líderes populistas. 

Este es el caso de Donald Trump en Estados Unidos, quien, con el objetivo de avanzar con sus políticas de gobierno, no solo ha desafiado al resto de las ramas de gobierno, recurriendo a figuras legales que le permiten concentrar una mayor cuota de poder, sino que también ha incitado la profundización de la polarización política en el país. 

Este punto de inflexión en la historia democrática norteamericana es lo que realmente pondrá a prueba la capacidad de sus instituciones y la civilidad de sus ciudadanos

Esto último lo ha logrado mediante una retórica de conflicto y división social, en donde el concepto de partidismo ha pasado a considerarse como una enemistad política y, como tal, una amenaza para su proyecto político. 

En este sentido, Estados Unidos corre el riesgo de caer en las prácticas jacobinas de la Revolución Francesa, quienes consideraban que una verdadera República únicamente podía iniciar una vez se eliminaran a los enemigos y opositores políticos. Las sociedades no se encuentran en un perfecto equilibrio, sino que son plataformas de constante cambio y luchas sociales, económicas y políticas. Por ello, una democracia es más flexible dado que, en su esencia, mediante los valores de la pluralidad, el debate y la libertad, es capaz de canalizar esas diferencias por vías pacíficas y no la violencia. 

En un sistema democrático siempre habrá enemigos, opositores e individuos que no compartan las mismas opiniones, ya que, como forma de gobierno, es una que tiene al individuo, que es diverso, en su núcleo. Sin embargo, estas diferencias no deben traducirse en hostilidades, ya que, más que la violencia, lo que realmente importa es cómo la estructura institucional y las virtudes individuales permiten superar estos retos en favor de un bien superior. 

En otras palabras, este punto de inflexión en la historia democrática norteamericana es lo que realmente pondrá a prueba la capacidad de sus instituciones y la civilidad de sus ciudadanos, cuyas acciones podrían restringir esta política de enemigos, en favor de una política de tolerancia e intercambio de ideas.

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