Polarización, violencia y democracia: la receta para el desastre
¿Podemos decir que los estadounidenses continúan viviendo en una democracia o este sistema se ha transformado en algo diferente?
El intento de asesinato contra el candidato republicano, Donald Trump, parece ser un capítulo más de la trágica historia de Estados Unidos. Pese a calificarse como una de las democracias más estables a nivel mundial, EE. UU. tiene un amplio récord de atentados en contra de sus líderes políticos. Desde Andrew Jackson, pasando por Teddy y F.D. Roosevelt, Harry Truman y Ronald Reagan, la política estadounidense no ha estado libre de polémica y la retórica, así como la opinión pública, han jugado un papel central en este contexto.
Ahora bien, en los últimos años, parece que la ciudadanía está cada vez más convencida de que la violencia es un medio legítimo para conseguir fines políticos. No obstante, si este es el caso, se estaría contradiciendo el verdadero significado de una democracia, si esta se entiende como un proceso de cambio de gobierno sin derramamiento de sangre.
Por lo tanto, más allá del intento de asesinato, este escenario nos invita a reflexionar sobre cómo la presencia de la violencia podría cambiar la percepción sobre lo que significa vivir en democracia y los factores que incitan este tipo de actitudes.
La violencia: ¿consecuencia no deseada de la vida en democracia?
Uno de los pilares fundamentales de un sistema democrático es la pluralidad política, la cual, normalmente, está acompañada del debate y el intercambio de ideas. No obstante, para que esta pluralidad sea alcanzable, también es necesaria la presencia del respeto y la tolerancia, de manera que, por medio de la negociación y el intercambio, sea posible llegar a acuerdos básicos que permitan la convivencia pacífica. De otra forma, los discursos de odio y las narrativas violentas se convertirían en la norma y la arena política sería un espacio de hostilidades y amenazas hacia el opositor.
Los norteamericanos, así como todos los ciudadanos que viven en una democracia, deben ser conscientes de que el enmarcar las diferencias políticas en términos absolutistas no es un camino hacia la convivencia pacífica, ya que esto únicamente abre la posibilidad para que los extremismos tomen los asuntos en sus propias manos.
Lo que se ha podido ver en el campo político estadounidense en los últimos años ha sido un incremento en la polarización entre los ciudadanos y la incapacidad de los políticos de llegar a acuerdos amplios que favorezcan a los diferentes campos del espectro político. Es más, parece que, con tal de garantizar la reelección, las figuras políticas han sido quienes han utilizado el concepto de pluralidad de ideas para dividir a las comunidades en clicas, de manera que puedan capitalizar su apoyo y así garantizar su estadía en el gobierno. Sin embargo, el resultado ha sido una completa compartimentación de la sociedad, en la que cada grupo observa al “otro” como el enemigo.
La consecuencia ha sido un incremento de la violencia, que, a diferencia de otras épocas, no está concentrada en agrupaciones extremistas, sino que se ha extendido al mainstream. Ahora, aquel que no comparte los ideales del grupo al que se pertenece no merece respeto y no hay posibilidad de discusión, por lo que se hará todo lo posible para desvirtuar el discurso “del otro”. En otras palabras, parece que, en una democracia con un grado tan alto de polarización, como la de EE. UU., no hay cabida para una verdadera pluralidad.
Entonces, ¿podemos decir que los estadounidenses continúan viviendo en una democracia o este sistema se ha transformado en algo diferente? Evidentemente, la respuesta no es simple. Sin embargo, al reflexionar, vale la pena mencionar las palabras que reflejan el verdadero espíritu democrático de Bob Dole, quien durante la campaña contra Bill Clinton mencionó que él “era su oponente, no su enemigo”.
Los norteamericanos, así como todos los ciudadanos que viven en una democracia, deben ser conscientes de que el enmarcar las diferencias políticas en términos absolutistas no es un camino hacia la convivencia pacífica, ya que esto únicamente abre la posibilidad para que los extremismos tomen los asuntos en sus propias manos.
Polarización, violencia y democracia: la receta para el desastre
¿Podemos decir que los estadounidenses continúan viviendo en una democracia o este sistema se ha transformado en algo diferente?
El intento de asesinato contra el candidato republicano, Donald Trump, parece ser un capítulo más de la trágica historia de Estados Unidos. Pese a calificarse como una de las democracias más estables a nivel mundial, EE. UU. tiene un amplio récord de atentados en contra de sus líderes políticos. Desde Andrew Jackson, pasando por Teddy y F.D. Roosevelt, Harry Truman y Ronald Reagan, la política estadounidense no ha estado libre de polémica y la retórica, así como la opinión pública, han jugado un papel central en este contexto.
Ahora bien, en los últimos años, parece que la ciudadanía está cada vez más convencida de que la violencia es un medio legítimo para conseguir fines políticos. No obstante, si este es el caso, se estaría contradiciendo el verdadero significado de una democracia, si esta se entiende como un proceso de cambio de gobierno sin derramamiento de sangre.
Por lo tanto, más allá del intento de asesinato, este escenario nos invita a reflexionar sobre cómo la presencia de la violencia podría cambiar la percepción sobre lo que significa vivir en democracia y los factores que incitan este tipo de actitudes.
La violencia: ¿consecuencia no deseada de la vida en democracia?
Uno de los pilares fundamentales de un sistema democrático es la pluralidad política, la cual, normalmente, está acompañada del debate y el intercambio de ideas. No obstante, para que esta pluralidad sea alcanzable, también es necesaria la presencia del respeto y la tolerancia, de manera que, por medio de la negociación y el intercambio, sea posible llegar a acuerdos básicos que permitan la convivencia pacífica. De otra forma, los discursos de odio y las narrativas violentas se convertirían en la norma y la arena política sería un espacio de hostilidades y amenazas hacia el opositor.
Los norteamericanos, así como todos los ciudadanos que viven en una democracia, deben ser conscientes de que el enmarcar las diferencias políticas en términos absolutistas no es un camino hacia la convivencia pacífica, ya que esto únicamente abre la posibilidad para que los extremismos tomen los asuntos en sus propias manos.
Lo que se ha podido ver en el campo político estadounidense en los últimos años ha sido un incremento en la polarización entre los ciudadanos y la incapacidad de los políticos de llegar a acuerdos amplios que favorezcan a los diferentes campos del espectro político. Es más, parece que, con tal de garantizar la reelección, las figuras políticas han sido quienes han utilizado el concepto de pluralidad de ideas para dividir a las comunidades en clicas, de manera que puedan capitalizar su apoyo y así garantizar su estadía en el gobierno. Sin embargo, el resultado ha sido una completa compartimentación de la sociedad, en la que cada grupo observa al “otro” como el enemigo.
La consecuencia ha sido un incremento de la violencia, que, a diferencia de otras épocas, no está concentrada en agrupaciones extremistas, sino que se ha extendido al mainstream. Ahora, aquel que no comparte los ideales del grupo al que se pertenece no merece respeto y no hay posibilidad de discusión, por lo que se hará todo lo posible para desvirtuar el discurso “del otro”. En otras palabras, parece que, en una democracia con un grado tan alto de polarización, como la de EE. UU., no hay cabida para una verdadera pluralidad.
Entonces, ¿podemos decir que los estadounidenses continúan viviendo en una democracia o este sistema se ha transformado en algo diferente? Evidentemente, la respuesta no es simple. Sin embargo, al reflexionar, vale la pena mencionar las palabras que reflejan el verdadero espíritu democrático de Bob Dole, quien durante la campaña contra Bill Clinton mencionó que él “era su oponente, no su enemigo”.
Los norteamericanos, así como todos los ciudadanos que viven en una democracia, deben ser conscientes de que el enmarcar las diferencias políticas en términos absolutistas no es un camino hacia la convivencia pacífica, ya que esto únicamente abre la posibilidad para que los extremismos tomen los asuntos en sus propias manos.