Si te pidiera que escribieras una lista de todo aquello que estuvieses dispuesto a sacrificar por conocimiento, ¿qué ocuparía el primer lugar? Después de todo, este, como todo poder o magia, requiere de un sacrificio. Ahora bien, si aceptamos esta afirmación como verdadera, el problema se traslada a valorar qué tanto estamos dispuestos a pagar.
Así pues, tal vez el pago sea en minutos, en segundos que no podremos recuperar, pero que se invierten en escuchar a alguien. Quizá, por otro lado, sea dinero nuestro aporte para obtener ideas o, por lo menos, una herramienta para llegar a ellas. O, tal vez, una posibilidad un poco más extrema sea ofrecer una parte de nosotros, una parte de nuestro cuerpo, un ojo, a cambio de conocimiento.
Ojos cerrados
Probablemente este sacrificio disfrazado de mutilación sea demasiado para la mayoría; sin embargo, para el padre de todos era un pago justo. Es que Odín sabía que el sacrificio era mínimo en comparación de lo que obtendría. ¿Cómo podría valer más un ojo que todo el conocimiento del mundo?
Odín es quien intuye la verdad, quien dice la verdad y quien busca la verdad. El gran sabio había aprendido todas las artes, no obstante, reconocía que faltaba más. Así, haciéndole honor a su epíteto, se disfrazó de viajero y caminó más allá de Asgard y Midgard. Su búsqueda lo llevó cerca de donde nadie quiere llegar, Jötunheim, la tierra de los gigantes. Pero su arribo a esos parajes no era alimentado por un deseo de riquezas o artefactos mágicos. No, lo que Odín buscaba era agua. Específicamente, lo que él quería era el agua del pozo de Mímir.
Cuando llegó y estuvo ante el gigante, le pidió de beber. Pero este, aunque pecara de mal hospedero, se negó. «¿Por qué le niegas agua a este viajero?», le dijo. Sin embargo, Mímir no se inmutó y solo respondió estas palabras: «De esta agua beberás solo si el precio deseas pagar». Así pues, el costo fue acordado: un ojo por todo el conocimiento del mundo. Era justo, ¿no? Por lo menos Odín así lo creyó.
Con su propia mano, él se arrancó el ojo izquierdo y lo arrojó al pozo. Y, habiendo pagado el precio, Mímir le dio agua. Así, el padre de todos bebió. Lo bueno y lo malo vio, y en el conocedor de todo se volvió.
Ojos abiertos
Esta decisión no es por un deseo perverso de posesión, sino por una clara comprensión de la necesidad del conocimiento. Él entiende que este es una herramienta para la vida misma y no una recompensa en sí. Después de todo, Odín utiliza el conocimiento, no solo deja que se pierda como una pila de libros sin leer. Y en esta búsqueda y en el uso que le brinda está el verdadero éxito del dios. Bien dice Gotthold Ephraim Lessing, en Natán el sabio, «la valía del ser humano no reside en la verdad que uno posee o cree poseer, sino en el sincero esfuerzo que realiza para alcanzarla. Porque las fuerzas que incrementan su perfección solo se amplían mediante la búsqueda de la verdad, no mediante su posesión».
Odín, incluso en su grandeza y en su calidad de dios de dioses, sabía que le faltaba por conocer. Sin embargo, a diferencia de él, no podemos simplemente beber conocimiento, pero sí podemos buscarlo y utilizarlo sin importar en qué momento de nuestra vida nos encontremos. Al final, como dijo Sófocles, en Antígona, «porque al hombre, por sabio que sea, no debe causarle ninguna vergüenza el aprender de otros siempre más».
Si te pidiera que escribieras una lista de todo aquello que estuvieses dispuesto a sacrificar por conocimiento, ¿qué ocuparía el primer lugar? Después de todo, este, como todo poder o magia, requiere de un sacrificio. Ahora bien, si aceptamos esta afirmación como verdadera, el problema se traslada a valorar qué tanto estamos dispuestos a pagar.
Así pues, tal vez el pago sea en minutos, en segundos que no podremos recuperar, pero que se invierten en escuchar a alguien. Quizá, por otro lado, sea dinero nuestro aporte para obtener ideas o, por lo menos, una herramienta para llegar a ellas. O, tal vez, una posibilidad un poco más extrema sea ofrecer una parte de nosotros, una parte de nuestro cuerpo, un ojo, a cambio de conocimiento.
Ojos cerrados
Probablemente este sacrificio disfrazado de mutilación sea demasiado para la mayoría; sin embargo, para el padre de todos era un pago justo. Es que Odín sabía que el sacrificio era mínimo en comparación de lo que obtendría. ¿Cómo podría valer más un ojo que todo el conocimiento del mundo?
Odín es quien intuye la verdad, quien dice la verdad y quien busca la verdad. El gran sabio había aprendido todas las artes, no obstante, reconocía que faltaba más. Así, haciéndole honor a su epíteto, se disfrazó de viajero y caminó más allá de Asgard y Midgard. Su búsqueda lo llevó cerca de donde nadie quiere llegar, Jötunheim, la tierra de los gigantes. Pero su arribo a esos parajes no era alimentado por un deseo de riquezas o artefactos mágicos. No, lo que Odín buscaba era agua. Específicamente, lo que él quería era el agua del pozo de Mímir.
Cuando llegó y estuvo ante el gigante, le pidió de beber. Pero este, aunque pecara de mal hospedero, se negó. «¿Por qué le niegas agua a este viajero?», le dijo. Sin embargo, Mímir no se inmutó y solo respondió estas palabras: «De esta agua beberás solo si el precio deseas pagar». Así pues, el costo fue acordado: un ojo por todo el conocimiento del mundo. Era justo, ¿no? Por lo menos Odín así lo creyó.
Con su propia mano, él se arrancó el ojo izquierdo y lo arrojó al pozo. Y, habiendo pagado el precio, Mímir le dio agua. Así, el padre de todos bebió. Lo bueno y lo malo vio, y en el conocedor de todo se volvió.
Ojos abiertos
Esta decisión no es por un deseo perverso de posesión, sino por una clara comprensión de la necesidad del conocimiento. Él entiende que este es una herramienta para la vida misma y no una recompensa en sí. Después de todo, Odín utiliza el conocimiento, no solo deja que se pierda como una pila de libros sin leer. Y en esta búsqueda y en el uso que le brinda está el verdadero éxito del dios. Bien dice Gotthold Ephraim Lessing, en Natán el sabio, «la valía del ser humano no reside en la verdad que uno posee o cree poseer, sino en el sincero esfuerzo que realiza para alcanzarla. Porque las fuerzas que incrementan su perfección solo se amplían mediante la búsqueda de la verdad, no mediante su posesión».
Odín, incluso en su grandeza y en su calidad de dios de dioses, sabía que le faltaba por conocer. Sin embargo, a diferencia de él, no podemos simplemente beber conocimiento, pero sí podemos buscarlo y utilizarlo sin importar en qué momento de nuestra vida nos encontremos. Al final, como dijo Sófocles, en Antígona, «porque al hombre, por sabio que sea, no debe causarle ninguna vergüenza el aprender de otros siempre más».