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No de talento vive el hombre

Al final de cuentas, el talento nato de un individuo solo le permitirá avanzar un trecho, el resto dependerá exclusivamente de la dedicación y el empeño que tenga para poder seguir moviéndose.

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Alejandra Osorio |
01 de agosto, 2024

¿Para qué eres bueno? Algunos pueden encontrar con facilidad la respuesta, pues cierta habilidad o área parece innata en ellos. Sin embargo, para otros, esta duda se convierte en un cruel sabueso que los sigue a donde quiera que vayan. Sin importar el lugar o el momento, ahí está, confrontándolos y haciéndoles analizar un futuro posible, un trabajo probable, un destino previsible. A pesar de que estas realidades son opuestas, ambas convergen en un espacio habitado por la dedicación, el esfuerzo y el trabajo. Al final de cuentas, solo hay alguien que no requiere de ellos para ser el mejor en todo y él es un dios y rey del Tuatha Dé Danann.

Todos los oficios…

Justamente hoy, en Lughnasadh, el tiempo de la cosecha, se celebra a Lugh, el dios de todas las artes. No obstante, él no siempre tuvo ese epíteto, pues antes era simplemente Lugh, uno más de los hijos de los Tuatha Dé Danann y los formorianos. Aunque en su juventud tuvo múltiples logros, fue hasta que llegó a la corte del rey Nuada que obtuvo ese honor.

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Durante una celebración, Lugh arribó a Tara, la residencia de Nuada. Él creyó que podría ingresar sin problema, pero el portero lo detuvo. Molesto, él le preguntó por qué le negaban la oportunidad de ver a Nuada. A lo que simplemente le respondió que todos en la corte están al servicio del rey, por lo que, para entrar, debería ofrecer sus habilidades.

Sabiéndose bueno en muchas artes, Lugh creyó que sería sencillo. «Soy el mejor de los herreros», le dijo al portero. Sin embargo, le negó la entrada. «Ya tenemos un herrero», le respondió. Así pues, el joven le ofreció sus servicios como jinete, pero obtuvo una respuesta similar. Por ello, comenzó a enlistar cada uno de sus talentos: deportista, guerrero, carpintero, agricultor, pintor, músico, poeta, historiador, artesano y hechicero. El problema es que cada oficio encontró la misma respuesta: no.

Frustrado, Lugh preguntó «¿acaso el rey Nuada tiene a alguien que posea todas esas habilidades al mismo tiempo?». El portero iba a responder cuando se detuvo de golpe. No, no había nadie así. Entonces, admitiendo la derrota, le dejó entrar a la corte. Y, desde ese día, Lugh ganó el título de samildánach, el maestro de todas las artes.

Y todos los trabajos

Ahora bien, aunque Lugh no requiriera mayor trabajo para ser el mejor en cada arte, esto no implica que el dios no se esforzara en la ejecución de cada uno. Al final de cuentas, el talento nato de un individuo solo le permitirá avanzar un trecho, el resto dependerá exclusivamente de la dedicación y el empeño que tenga para poder seguir moviéndose. Justamente, Honoré de Balzac, en Papá Goriot, plantea la necesidad del trabajo duro: «He ahí la vida tal como es. Esto no es más hermoso que la cocina; huele igual que ella; hay que ensuciarse las manos si uno quiere cocinar».

Claro está, esto le pesará en el alma a todo aquel que no sea apasionado de su arte u oficio, pero quien realmente lo ame brillará aun con las dificultades que conllevan su maestría o ejecución. Pero todo esto radica en dos elementos: en la libertad para elegir y en el entendimiento de las consecuencias que esto conlleva. En Los fundamentos de la libertad, Hayek propone que «la libertad no solo significa que el individuo tiene la oportunidad y responsabilidad de la elección, sino que también que debe soportar las consecuencias de sus acciones y recibir alabanzas o censuras por ellas. La libertad y la responsabilidad son inseparables». Así pues, si queremos poseer la maestría de Lugh, debemos elegir en libertad y responsabilizarnos del trabajo duro que demanda.

No de talento vive el hombre

Al final de cuentas, el talento nato de un individuo solo le permitirá avanzar un trecho, el resto dependerá exclusivamente de la dedicación y el empeño que tenga para poder seguir moviéndose.

Alejandra Osorio |
01 de agosto, 2024
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¿Para qué eres bueno? Algunos pueden encontrar con facilidad la respuesta, pues cierta habilidad o área parece innata en ellos. Sin embargo, para otros, esta duda se convierte en un cruel sabueso que los sigue a donde quiera que vayan. Sin importar el lugar o el momento, ahí está, confrontándolos y haciéndoles analizar un futuro posible, un trabajo probable, un destino previsible. A pesar de que estas realidades son opuestas, ambas convergen en un espacio habitado por la dedicación, el esfuerzo y el trabajo. Al final de cuentas, solo hay alguien que no requiere de ellos para ser el mejor en todo y él es un dios y rey del Tuatha Dé Danann.

Todos los oficios…

Justamente hoy, en Lughnasadh, el tiempo de la cosecha, se celebra a Lugh, el dios de todas las artes. No obstante, él no siempre tuvo ese epíteto, pues antes era simplemente Lugh, uno más de los hijos de los Tuatha Dé Danann y los formorianos. Aunque en su juventud tuvo múltiples logros, fue hasta que llegó a la corte del rey Nuada que obtuvo ese honor.

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Durante una celebración, Lugh arribó a Tara, la residencia de Nuada. Él creyó que podría ingresar sin problema, pero el portero lo detuvo. Molesto, él le preguntó por qué le negaban la oportunidad de ver a Nuada. A lo que simplemente le respondió que todos en la corte están al servicio del rey, por lo que, para entrar, debería ofrecer sus habilidades.

Sabiéndose bueno en muchas artes, Lugh creyó que sería sencillo. «Soy el mejor de los herreros», le dijo al portero. Sin embargo, le negó la entrada. «Ya tenemos un herrero», le respondió. Así pues, el joven le ofreció sus servicios como jinete, pero obtuvo una respuesta similar. Por ello, comenzó a enlistar cada uno de sus talentos: deportista, guerrero, carpintero, agricultor, pintor, músico, poeta, historiador, artesano y hechicero. El problema es que cada oficio encontró la misma respuesta: no.

Frustrado, Lugh preguntó «¿acaso el rey Nuada tiene a alguien que posea todas esas habilidades al mismo tiempo?». El portero iba a responder cuando se detuvo de golpe. No, no había nadie así. Entonces, admitiendo la derrota, le dejó entrar a la corte. Y, desde ese día, Lugh ganó el título de samildánach, el maestro de todas las artes.

Y todos los trabajos

Ahora bien, aunque Lugh no requiriera mayor trabajo para ser el mejor en cada arte, esto no implica que el dios no se esforzara en la ejecución de cada uno. Al final de cuentas, el talento nato de un individuo solo le permitirá avanzar un trecho, el resto dependerá exclusivamente de la dedicación y el empeño que tenga para poder seguir moviéndose. Justamente, Honoré de Balzac, en Papá Goriot, plantea la necesidad del trabajo duro: «He ahí la vida tal como es. Esto no es más hermoso que la cocina; huele igual que ella; hay que ensuciarse las manos si uno quiere cocinar».

Claro está, esto le pesará en el alma a todo aquel que no sea apasionado de su arte u oficio, pero quien realmente lo ame brillará aun con las dificultades que conllevan su maestría o ejecución. Pero todo esto radica en dos elementos: en la libertad para elegir y en el entendimiento de las consecuencias que esto conlleva. En Los fundamentos de la libertad, Hayek propone que «la libertad no solo significa que el individuo tiene la oportunidad y responsabilidad de la elección, sino que también que debe soportar las consecuencias de sus acciones y recibir alabanzas o censuras por ellas. La libertad y la responsabilidad son inseparables». Así pues, si queremos poseer la maestría de Lugh, debemos elegir en libertad y responsabilizarnos del trabajo duro que demanda.

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