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Más inversión y menos gasto

.
Jorge Benavides |
30 de septiembre, 2025

A veces buscar un título provocador carece de sentido cuando se quiere hacer una declaración clara y sin titubeos: los guatemaltecos necesitamos que el Gobierno destine el presupuesto a más inversión y a menos gasto.

Reconozco que a muchos no les gusta aceptar una verdad irrefutable, y es que el Proyecto de Presupuesto 2026 será, nuevamente, el más grande de la historia. Las reacciones que se esgrimen sobre esta afirmación se resguardan en la “naturalidad” de que se soliciten más recursos en un país con tantas necesidades pendientes de cubrir, y que más recursos son justificables cuando el presupuesto del país sigue siendo “pequeño” en comparación con el de otros países.

Yo podría aceptar estos argumentos si el presupuesto efectivamente se destinara a cubrir esas necesidades de las que hablan. No obstante, la evidencia muestra que el presupuesto crece porque crecen los gastos de funcionamiento, que básicamente es pagar más personas, salarios más altos, y una que otra cosa más.

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Si tomamos de referencia la relación entre Gasto Público (sin incluir el Servicio de la Deuda) e Inversión Pública que se tenía en 1995, la relación entre ambas variables se ha incrementado en 4.55 veces (valores indexados). Dicho de otra forma, ambas variables han crecido, pero la brecha entre ambas variables se ha ido incrementando, en un sentido contrario al deseado.

El gasto público ha crecido a un ritmo de 6.05% anual en términos reales, lo que implica que, en casi 30 años, se ha multiplicado 5.49 veces (descontando la inflación). Por su parte, la inversión pública ha crecido a un ritmo de 0.65% anual en términos reales, lo que implica que se ha multiplicado 1.21 veces en el mismo período. El recuento histórico muestra que más presupuesto ha servido para un incremento estrepitoso del gasto público, dejando de lado las intervenciones que sí pueden transformar la realidad de los ciudadanos.

No puede haber inversión privada si no hay inversión pública primero, pero con un gobierno cuya primera prioridad es destinar los escasos recursos disponibles a cubrir nuevos gastos, poca será la esperanza de que sucedan cosas diferentes.

Con excepción del período de gobierno de Álvaro Arzú, en todos los gobiernos desde 1995 ha crecido más rápido el Gasto Público que la Inversión. Y pareciera que el ejercicio fiscal 2026 será un poco más de lo mismo, con cerca del 94% del presupuesto amarrado a cubrir gastos de funcionamiento.

La inversión es necesaria para transformar la base sobre la cual se construye la sociedad. Gastar es beneficiar a pocos, invertir es beneficiar a muchos. No puede haber visión de desarrollo, una imagen atractiva a la inversión foránea, o una política general de Gobierno si no se tiene lo más básico: carreteras, escuelas, institutos, centros de salud, hospitales, comisarías, e incluso oficinas de Gobierno.

¿Podríamos estar peor? Seguro que sí, y mucho peor. Y es por ello que no puedo dejar de reconocer la labor de quienes, a pesar de la bizarra definición de prioridades que hace el Gobierno, han seguido cargando sobre sus hombros la inversión privada en Guatemala.

Los datos muestran que la inversión privada es 14 veces el tamaño de la inversión pública. En términos del PIB, la inversión privada representó el 15.03% del PIB en 2024, mientras que la inversión pública fue de tan sólo el 1.08% del PIB; el valor más bajo en 8 años. Y en términos de crecimiento, si nuevamente tomamos de referencia el año 1995, la inversión privada crece, en términos reales, 4.38% anual, muy por encima del 0.65% anual al que crece la inversión pública.

No puede haber inversión privada si no hay inversión pública primero, pero con un gobierno cuya primera prioridad es destinar los escasos recursos disponibles a cubrir nuevos gastos, poca será la esperanza de que sucedan cosas diferentes. Nadie es culpable de las cosas que otros hicieron, pero se es enteramente responsable de lo que se deja de hacer. Aunque grande sea el problema que se enfrente, una mínima muestra de decencia sería encaminar el rumbo de la actual administración hacia dejar el país un poco mejor de cómo lo encontraron.

Más inversión y menos gasto

Jorge Benavides |
30 de septiembre, 2025
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A veces buscar un título provocador carece de sentido cuando se quiere hacer una declaración clara y sin titubeos: los guatemaltecos necesitamos que el Gobierno destine el presupuesto a más inversión y a menos gasto.

Reconozco que a muchos no les gusta aceptar una verdad irrefutable, y es que el Proyecto de Presupuesto 2026 será, nuevamente, el más grande de la historia. Las reacciones que se esgrimen sobre esta afirmación se resguardan en la “naturalidad” de que se soliciten más recursos en un país con tantas necesidades pendientes de cubrir, y que más recursos son justificables cuando el presupuesto del país sigue siendo “pequeño” en comparación con el de otros países.

Yo podría aceptar estos argumentos si el presupuesto efectivamente se destinara a cubrir esas necesidades de las que hablan. No obstante, la evidencia muestra que el presupuesto crece porque crecen los gastos de funcionamiento, que básicamente es pagar más personas, salarios más altos, y una que otra cosa más.

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Si tomamos de referencia la relación entre Gasto Público (sin incluir el Servicio de la Deuda) e Inversión Pública que se tenía en 1995, la relación entre ambas variables se ha incrementado en 4.55 veces (valores indexados). Dicho de otra forma, ambas variables han crecido, pero la brecha entre ambas variables se ha ido incrementando, en un sentido contrario al deseado.

El gasto público ha crecido a un ritmo de 6.05% anual en términos reales, lo que implica que, en casi 30 años, se ha multiplicado 5.49 veces (descontando la inflación). Por su parte, la inversión pública ha crecido a un ritmo de 0.65% anual en términos reales, lo que implica que se ha multiplicado 1.21 veces en el mismo período. El recuento histórico muestra que más presupuesto ha servido para un incremento estrepitoso del gasto público, dejando de lado las intervenciones que sí pueden transformar la realidad de los ciudadanos.

No puede haber inversión privada si no hay inversión pública primero, pero con un gobierno cuya primera prioridad es destinar los escasos recursos disponibles a cubrir nuevos gastos, poca será la esperanza de que sucedan cosas diferentes.

Con excepción del período de gobierno de Álvaro Arzú, en todos los gobiernos desde 1995 ha crecido más rápido el Gasto Público que la Inversión. Y pareciera que el ejercicio fiscal 2026 será un poco más de lo mismo, con cerca del 94% del presupuesto amarrado a cubrir gastos de funcionamiento.

La inversión es necesaria para transformar la base sobre la cual se construye la sociedad. Gastar es beneficiar a pocos, invertir es beneficiar a muchos. No puede haber visión de desarrollo, una imagen atractiva a la inversión foránea, o una política general de Gobierno si no se tiene lo más básico: carreteras, escuelas, institutos, centros de salud, hospitales, comisarías, e incluso oficinas de Gobierno.

¿Podríamos estar peor? Seguro que sí, y mucho peor. Y es por ello que no puedo dejar de reconocer la labor de quienes, a pesar de la bizarra definición de prioridades que hace el Gobierno, han seguido cargando sobre sus hombros la inversión privada en Guatemala.

Los datos muestran que la inversión privada es 14 veces el tamaño de la inversión pública. En términos del PIB, la inversión privada representó el 15.03% del PIB en 2024, mientras que la inversión pública fue de tan sólo el 1.08% del PIB; el valor más bajo en 8 años. Y en términos de crecimiento, si nuevamente tomamos de referencia el año 1995, la inversión privada crece, en términos reales, 4.38% anual, muy por encima del 0.65% anual al que crece la inversión pública.

No puede haber inversión privada si no hay inversión pública primero, pero con un gobierno cuya primera prioridad es destinar los escasos recursos disponibles a cubrir nuevos gastos, poca será la esperanza de que sucedan cosas diferentes. Nadie es culpable de las cosas que otros hicieron, pero se es enteramente responsable de lo que se deja de hacer. Aunque grande sea el problema que se enfrente, una mínima muestra de decencia sería encaminar el rumbo de la actual administración hacia dejar el país un poco mejor de cómo lo encontraron.

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