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Los barrancos: arterias de una Guatemala transformada

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Dr. Ramiro Bolaños |
06 de abril, 2025

En una tarde cualquiera en la ciudad de Guatemala, cuando el sol empieza su lento descenso, la ciudad se convierte en una prisión de metal y desesperanza. Desde Los Próceres hasta el Boulevard Vista Hermosa, desde Pradera hasta la Roosevelt, desde la Atanazio Tzul hasta la Petapa, miles de almas se retuercen bajo el calor y el estrés, atrapadas en una marcha agonizante a 9 kilómetros por hora. Las bocinas se vuelven un grito desesperado, los motores bufan sin avanzar, y el tiempo se derrama inútilmente. ¿Sabemos que cada año los guatemaltecos desperdiciamos 900 millones de horas en este infierno cotidiano? Equivale al 1 % de nuestro PIB nacional, tiempo robado a la familia, a la educación, al descanso, al desarrollo personal. Cada conductor pierde unas 200 horas anuales: son cinco semanas laborales completas diluidas frente a un semáforo.

Y, sin embargo, la solución está frente a nuestros ojos, oculta a plena vista. La topografía, es cierto, nos reta, pero también nos ofrece un inesperado regalo: los barrancos. Este vocablo misterioso, quizá prerromano, no designa solamente grietas o abismos, sino también oportunidades. ¿Qué pasaría si convirtiéramos estos espacios olvidados en arterias de movilidad, en la red que transforme radicalmente nuestra ciudad?

Sorprende saber que los barrancos ocupan el 41 % del territorio capitalino. Imaginemos que sobre ellos se levantan elegantes bulevares elevados, circuitos de metro ligeros que cruzan la ciudad como venas vivas, conectando Mixco con El Naranjo, la zona 2 con la zona 6, la zona 5 con las zonas 10, 13, 14 y 15; desde la Central de Mayoreo hacia San Cristóbal, y hasta Metrocentro en Villa Nueva; desde Pradera Concepción hacia Muxbal, El Pueblito y terminando en Boca del Monte y San Miguel Petapa.

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Una red así podría trasladar a medio millón de personas al día, equiparándonos con sistemas exitosos como el TransMilenio de Bogotá, reduciendo tiempos de viaje de dos horas a apenas 20 o 30 minutos. Significaría un ahorro de entre 500 y 600 millones de horas al año, un tiempo valiosísimo que podría canalizarse hacia la productividad, la familia y la calidad de vida.

El costo estimado ronda los USD 60 millones por kilómetro construido, según estándares del Banco Mundial para metros elevados en terrenos complejos. Una red completa de unos 60 kilómetros tendría un costo aproximado de USD 3600 millones. Parece inmenso, pero si lo repartimos entre los municipios metropolitanos (Guatemala, Mixco, Villa Nueva, Santa Catarina Pinula, San Miguel Petapa, Amatitlán y Chinautla), destinando el 10 o 15 % de su presupuesto por cinco o diez años, fácilmente alcanzaríamos USD 2000 millones.

Pero vayamos más lejos. ¿Qué ocurriría si replicamos el modelo “Rail + Property” de Hong Kong, construyendo 20 torres integradas al sistema? Las rentas comerciales y residenciales derivadas podrían sumar hasta USD 1100 millones en dos décadas, cubriendo casi una tercera parte del proyecto.

Los barrancos pueden ser mucho más que grietas profundas; pueden ser las arterias vitales que devuelvan el oxígeno a una Guatemala sofocada por la inmovilidad y el atraso. Solo necesitamos decisión, visión y valentía.

Los restantes US$500 millones podrían provenir del gobierno central, complementado con ingresos operativos futuros en boletos, entre USD 100 y USD 200 millones anuales.

Claro está, construir sobre barrancos implica desafíos técnicos importantes. La estabilidad de terrenos con fuertes pendientes, la accesibilidad a estaciones, y el cuidado ambiental de estos pulmones verdes demandan estudios rigurosos de ingeniería y sostenibilidad ambiental. Pero estos retos no son insuperables. Con la tecnología adecuada y planificación cuidadosa, ciudades como Medellín, Quito y Hong Kong han transformado terrenos igualmente difíciles en eficientes corredores urbanos que mejoraron drásticamente la vida de sus habitantes.

Una modificación cuidadosa del Plan de Ordenamiento Territorial (POT) sería indispensable, con criterios estrictos para preservar las áreas verdes y aprovechar su estatus público, minimizando la expropiación y el impacto ambiental. Además, es crucial entender que un proyecto así requiere una visión compartida y compromiso político a largo plazo. No basta solo con fondos o tecnología; necesitamos liderazgo que pueda gestionar la complejidad técnica, ambiental y financiera que implica esta transformación.

Desde el punto de vista financiero, el proyecto tiene sentido: la lógica empresarial y política deberían atraer inversores, generar empleos y cambiar radicalmente el día a día de millones de ciudadanos. Pasar de moverse a 9 km/h a velocidades cercanas a los 80 km/h —como ocurre en la Línea 8 del metro de Madrid entre Nuevos Ministerios y Barajas— multiplicaría por diez la velocidad cotidiana. ¿Qué valor tiene eso para la vida humana, para la salud mental y física, para nuestras familias? ¿Cuánto cambiaría la visión del mundo de nuestros niños y jóvenes si, en lugar de sufrir encierros interminables, pudieran contemplar desde una ventanilla los barrancos cubiertos de vegetación, recorriendo la ciudad con velocidad, comodidad y dignidad?

Este no es solo un sueño. Es una oportunidad real, tangible, posible. Los barrancos pueden ser mucho más que grietas profundas; pueden ser las arterias vitales que devuelvan el oxígeno a una Guatemala sofocada por la inmovilidad y el atraso. Solo necesitamos decisión, visión y valentía.

El futuro puede comenzar ahora mismo. No dejemos pasar esta oportunidad.

Los barrancos: arterias de una Guatemala transformada

Dr. Ramiro Bolaños |
06 de abril, 2025
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En una tarde cualquiera en la ciudad de Guatemala, cuando el sol empieza su lento descenso, la ciudad se convierte en una prisión de metal y desesperanza. Desde Los Próceres hasta el Boulevard Vista Hermosa, desde Pradera hasta la Roosevelt, desde la Atanazio Tzul hasta la Petapa, miles de almas se retuercen bajo el calor y el estrés, atrapadas en una marcha agonizante a 9 kilómetros por hora. Las bocinas se vuelven un grito desesperado, los motores bufan sin avanzar, y el tiempo se derrama inútilmente. ¿Sabemos que cada año los guatemaltecos desperdiciamos 900 millones de horas en este infierno cotidiano? Equivale al 1 % de nuestro PIB nacional, tiempo robado a la familia, a la educación, al descanso, al desarrollo personal. Cada conductor pierde unas 200 horas anuales: son cinco semanas laborales completas diluidas frente a un semáforo.

Y, sin embargo, la solución está frente a nuestros ojos, oculta a plena vista. La topografía, es cierto, nos reta, pero también nos ofrece un inesperado regalo: los barrancos. Este vocablo misterioso, quizá prerromano, no designa solamente grietas o abismos, sino también oportunidades. ¿Qué pasaría si convirtiéramos estos espacios olvidados en arterias de movilidad, en la red que transforme radicalmente nuestra ciudad?

Sorprende saber que los barrancos ocupan el 41 % del territorio capitalino. Imaginemos que sobre ellos se levantan elegantes bulevares elevados, circuitos de metro ligeros que cruzan la ciudad como venas vivas, conectando Mixco con El Naranjo, la zona 2 con la zona 6, la zona 5 con las zonas 10, 13, 14 y 15; desde la Central de Mayoreo hacia San Cristóbal, y hasta Metrocentro en Villa Nueva; desde Pradera Concepción hacia Muxbal, El Pueblito y terminando en Boca del Monte y San Miguel Petapa.

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El costo estimado ronda los USD 60 millones por kilómetro construido, según estándares del Banco Mundial para metros elevados en terrenos complejos. Una red completa de unos 60 kilómetros tendría un costo aproximado de USD 3600 millones. Parece inmenso, pero si lo repartimos entre los municipios metropolitanos (Guatemala, Mixco, Villa Nueva, Santa Catarina Pinula, San Miguel Petapa, Amatitlán y Chinautla), destinando el 10 o 15 % de su presupuesto por cinco o diez años, fácilmente alcanzaríamos USD 2000 millones.

Pero vayamos más lejos. ¿Qué ocurriría si replicamos el modelo “Rail + Property” de Hong Kong, construyendo 20 torres integradas al sistema? Las rentas comerciales y residenciales derivadas podrían sumar hasta USD 1100 millones en dos décadas, cubriendo casi una tercera parte del proyecto.

Los barrancos pueden ser mucho más que grietas profundas; pueden ser las arterias vitales que devuelvan el oxígeno a una Guatemala sofocada por la inmovilidad y el atraso. Solo necesitamos decisión, visión y valentía.

Los restantes US$500 millones podrían provenir del gobierno central, complementado con ingresos operativos futuros en boletos, entre USD 100 y USD 200 millones anuales.

Claro está, construir sobre barrancos implica desafíos técnicos importantes. La estabilidad de terrenos con fuertes pendientes, la accesibilidad a estaciones, y el cuidado ambiental de estos pulmones verdes demandan estudios rigurosos de ingeniería y sostenibilidad ambiental. Pero estos retos no son insuperables. Con la tecnología adecuada y planificación cuidadosa, ciudades como Medellín, Quito y Hong Kong han transformado terrenos igualmente difíciles en eficientes corredores urbanos que mejoraron drásticamente la vida de sus habitantes.

Una modificación cuidadosa del Plan de Ordenamiento Territorial (POT) sería indispensable, con criterios estrictos para preservar las áreas verdes y aprovechar su estatus público, minimizando la expropiación y el impacto ambiental. Además, es crucial entender que un proyecto así requiere una visión compartida y compromiso político a largo plazo. No basta solo con fondos o tecnología; necesitamos liderazgo que pueda gestionar la complejidad técnica, ambiental y financiera que implica esta transformación.

Desde el punto de vista financiero, el proyecto tiene sentido: la lógica empresarial y política deberían atraer inversores, generar empleos y cambiar radicalmente el día a día de millones de ciudadanos. Pasar de moverse a 9 km/h a velocidades cercanas a los 80 km/h —como ocurre en la Línea 8 del metro de Madrid entre Nuevos Ministerios y Barajas— multiplicaría por diez la velocidad cotidiana. ¿Qué valor tiene eso para la vida humana, para la salud mental y física, para nuestras familias? ¿Cuánto cambiaría la visión del mundo de nuestros niños y jóvenes si, en lugar de sufrir encierros interminables, pudieran contemplar desde una ventanilla los barrancos cubiertos de vegetación, recorriendo la ciudad con velocidad, comodidad y dignidad?

Este no es solo un sueño. Es una oportunidad real, tangible, posible. Los barrancos pueden ser mucho más que grietas profundas; pueden ser las arterias vitales que devuelvan el oxígeno a una Guatemala sofocada por la inmovilidad y el atraso. Solo necesitamos decisión, visión y valentía.

El futuro puede comenzar ahora mismo. No dejemos pasar esta oportunidad.

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