La virtud del hombre y libres mercados… ¿socialistas?
¿Vale más el capitalismo o la libertad? ¿Acaso no supone una la otra?
La concepción usual sobre el libre mercado es asociada a los mecanismos capitalistas. La idea del libre mercado, de alguna manera, ha sido llenada de significado con intencionalidad hacia las lógicas de teóricos como los austriacos o los neoclásicos chicagoenses. Sin embargo, la idea de la libertad plena en el mercado en medio de la anarquía, a saber, fuera de la capacidad de ejercer la fuerza, se empezó a pensar fuera del Estado. Allí nació el libre mercado de la Modernidad.
Ahora bien, la importancia de esta idea de libertad en el mercado es una clave fundamental para cualquier abogado de la plenitud de la libertad. A pesar de que el libre mercado capitalista, regulado por las normas de la religión, es más deseable que cualquier otro orden económico, la existencia de otros órdenes posibles dentro de los marcos de la libertad suponen una pregunta complicada: ¿vale más el capitalismo o la libertad? ¿Acaso no supone una la otra? Por ello, la libertad en las comunidades se puede expresar a través de diversos órdenes deseables que surgen desde esta, causando efectos totalmente diferentes a los que se suele esperar al hablar de libertad.
Para explicitar el punto anterior, vale ilustrar cómo se dan en la actualidad los diferentes órdenes económicos libres. Las comunidades monásticas, por ejemplo, muchas veces son comunidades altamente autárquicas, donde se produce la mayoría de lo que se consume, y los bienes se reparten por igual: una túnica, unas sandalias, una cama y los tiempos de comida. Los monjes ancianos trabajan menos que los jóvenes e igual gozan de la misma cantidad de bienes producidos. Los bienes son de uso común y hay un tipo de propiedad privada socialista. Se puede objetar que este orden se construye desde la verticalidad y, por tanto, no es libre. No obstante, la jerarquización eclesial es voluntariamente aceptada (y muchas veces esa obediencia es profundamente anhelada), lo cual implica que este es un orden socialista, donde a cada quien se le otorga de acuerdo a su necesidad y se le exige de acuerdo a su condición. Objeciones sobre la optimización de la producción o el dilema de los comunes se pueden postular. No obstante, una comunidad que cultivan características monásticas como la fraternidad y la obediencia, donde se puede alcanzar la entelequia del hombre (su perfección en virtud) y donde se aceptan libremente esas condiciones es sumamente deseable.
Más allá de la importancia del orden económico, una sociedad libre y buena es aquella regulada por normas informadas por la ley natural y, más perfectamente, la ley divina. Aunque puedan ser más o menos “eficientes” en su producción, la libertad en su plenitud se alcanza más a través de las normas estructurales que permiten y promueven la eudaimonía que el orden económico en el cual se vive. Una vida socialista puede hacer al hombre bueno, recto y justo. Una vida capitalista puede hacer al hombre malo, torcido e injusto. La condición fundamental para la buena vida no es particularmente el orden económico, sino de la libertad que nos provean las normas bajo las cuales nos regimos. Así como el capitalismo occidental actual nos ha llevado a la muerte de Dios y el borrado de Occidente, un nuevo capitalismo nos podría llevar a la gloria de la humanidad entre Dios y la ley natural. Asimismo, vivir en un monasterio socialista, también. ¡Lo esencial es ser libre para escoger!
La virtud del hombre y libres mercados… ¿socialistas?
¿Vale más el capitalismo o la libertad? ¿Acaso no supone una la otra?
La concepción usual sobre el libre mercado es asociada a los mecanismos capitalistas. La idea del libre mercado, de alguna manera, ha sido llenada de significado con intencionalidad hacia las lógicas de teóricos como los austriacos o los neoclásicos chicagoenses. Sin embargo, la idea de la libertad plena en el mercado en medio de la anarquía, a saber, fuera de la capacidad de ejercer la fuerza, se empezó a pensar fuera del Estado. Allí nació el libre mercado de la Modernidad.
Ahora bien, la importancia de esta idea de libertad en el mercado es una clave fundamental para cualquier abogado de la plenitud de la libertad. A pesar de que el libre mercado capitalista, regulado por las normas de la religión, es más deseable que cualquier otro orden económico, la existencia de otros órdenes posibles dentro de los marcos de la libertad suponen una pregunta complicada: ¿vale más el capitalismo o la libertad? ¿Acaso no supone una la otra? Por ello, la libertad en las comunidades se puede expresar a través de diversos órdenes deseables que surgen desde esta, causando efectos totalmente diferentes a los que se suele esperar al hablar de libertad.
Para explicitar el punto anterior, vale ilustrar cómo se dan en la actualidad los diferentes órdenes económicos libres. Las comunidades monásticas, por ejemplo, muchas veces son comunidades altamente autárquicas, donde se produce la mayoría de lo que se consume, y los bienes se reparten por igual: una túnica, unas sandalias, una cama y los tiempos de comida. Los monjes ancianos trabajan menos que los jóvenes e igual gozan de la misma cantidad de bienes producidos. Los bienes son de uso común y hay un tipo de propiedad privada socialista. Se puede objetar que este orden se construye desde la verticalidad y, por tanto, no es libre. No obstante, la jerarquización eclesial es voluntariamente aceptada (y muchas veces esa obediencia es profundamente anhelada), lo cual implica que este es un orden socialista, donde a cada quien se le otorga de acuerdo a su necesidad y se le exige de acuerdo a su condición. Objeciones sobre la optimización de la producción o el dilema de los comunes se pueden postular. No obstante, una comunidad que cultivan características monásticas como la fraternidad y la obediencia, donde se puede alcanzar la entelequia del hombre (su perfección en virtud) y donde se aceptan libremente esas condiciones es sumamente deseable.
Más allá de la importancia del orden económico, una sociedad libre y buena es aquella regulada por normas informadas por la ley natural y, más perfectamente, la ley divina. Aunque puedan ser más o menos “eficientes” en su producción, la libertad en su plenitud se alcanza más a través de las normas estructurales que permiten y promueven la eudaimonía que el orden económico en el cual se vive. Una vida socialista puede hacer al hombre bueno, recto y justo. Una vida capitalista puede hacer al hombre malo, torcido e injusto. La condición fundamental para la buena vida no es particularmente el orden económico, sino de la libertad que nos provean las normas bajo las cuales nos regimos. Así como el capitalismo occidental actual nos ha llevado a la muerte de Dios y el borrado de Occidente, un nuevo capitalismo nos podría llevar a la gloria de la humanidad entre Dios y la ley natural. Asimismo, vivir en un monasterio socialista, también. ¡Lo esencial es ser libre para escoger!