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La trampa del corto plazo

.
Juan Francisco Callejas Vargas |
25 de junio, 2024

Contexto

Una de las grandes diferencias culturales en la vida de la cultura occidental de hoy y las culturas orientales, sean del este asiático, del sur este asiático o del sur asiático en donde desde la perspectiva religiosa la influencia del budismo y el hinduismo es determinante, radica en que estas, orientadas por su liderazgo en todos los ámbitos, han logrado fincar en la vida de los miles de millones de seres humanos, hombres y mujeres como nosotros, la idea de la eternidad como horizonte de vida. Largo plazo, trascendencia generacional.

Vale la pena resaltar que la idea de la vida eterna está contenida y fue practicada en vida en el occidente bajo la influencia del Cristianismo, pero que, similar a varios otros fundamentos de vida del cristianismo bíblico, ha venido siendo abandonado y ello ha permitido una transformación radical, nada conveniente en nuestros patrones de vida.

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El corto y el largo plazo

Si nuestra cosmovisión se rige por un pensamiento paradigmático en el que la idea de la trascendencia no existe, sino que regimos nuestra vida por lo que vamos a decir es hoy la edad promedio de 72 años – según Google -, está claro que nuestro estilo de vida, nuestras decisiones y toda la valoración que hacemos cambia radicalmente. Es un cambio en el tiempo que afecta nuestra vida física, nuestra vida emocional y nuestra vida espiritual, tres ámbitos que, a propósito, también propios de la tradición cristiana tanto en lo individual como en lo familiar, comunitario y nacional, han dejado de tener la relevancia que el diseño del hombre procuró en cada ser humano sobre la tierra.

No tengo duda alguna al afirmar que la señal más grande del efecto de esta aparente pequeña y hasta para muchos intrascendente idea de la eternidad la vemos hoy en la destrucción de lo que el papa Francisco definido como “Nuestra casa en común” en su Carta Apostólica “Laudato Sí” y del cual tomo prestada una porción que considero pertinente para este propósito. Invito a los lectores interesados en la incidencia de las ideas intangibles en nuestro mundo real a buscarla, leerla y meditar. Cito:

“Laudato si’, mi’ Signore » – « Alabado seas, mi Señor », cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: « Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba ».

Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que « gime y sufre dolores de parto »

(Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura.”

Una curiosidad poco observada, quizá, es que, precisamente nuestras comunidades étnicas hablan de la madre tierra cuando se refieren a nuestro hábitat, le reconocen un ser vivo como ciertamente lo es y al cual estamos destruyendo.

Reflexione si su vida personal, familiar y comunitaria no se transformaría si tan solo dejáramos de ser cortoplacistas y, en ello, nuestro hoy casi naturales individualismo egoísta, dejara de existir ¡Piénselo!

La trampa del corto plazo

Juan Francisco Callejas Vargas |
25 de junio, 2024
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Contexto

Una de las grandes diferencias culturales en la vida de la cultura occidental de hoy y las culturas orientales, sean del este asiático, del sur este asiático o del sur asiático en donde desde la perspectiva religiosa la influencia del budismo y el hinduismo es determinante, radica en que estas, orientadas por su liderazgo en todos los ámbitos, han logrado fincar en la vida de los miles de millones de seres humanos, hombres y mujeres como nosotros, la idea de la eternidad como horizonte de vida. Largo plazo, trascendencia generacional.

Vale la pena resaltar que la idea de la vida eterna está contenida y fue practicada en vida en el occidente bajo la influencia del Cristianismo, pero que, similar a varios otros fundamentos de vida del cristianismo bíblico, ha venido siendo abandonado y ello ha permitido una transformación radical, nada conveniente en nuestros patrones de vida.

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Si nuestra cosmovisión se rige por un pensamiento paradigmático en el que la idea de la trascendencia no existe, sino que regimos nuestra vida por lo que vamos a decir es hoy la edad promedio de 72 años – según Google -, está claro que nuestro estilo de vida, nuestras decisiones y toda la valoración que hacemos cambia radicalmente. Es un cambio en el tiempo que afecta nuestra vida física, nuestra vida emocional y nuestra vida espiritual, tres ámbitos que, a propósito, también propios de la tradición cristiana tanto en lo individual como en lo familiar, comunitario y nacional, han dejado de tener la relevancia que el diseño del hombre procuró en cada ser humano sobre la tierra.

No tengo duda alguna al afirmar que la señal más grande del efecto de esta aparente pequeña y hasta para muchos intrascendente idea de la eternidad la vemos hoy en la destrucción de lo que el papa Francisco definido como “Nuestra casa en común” en su Carta Apostólica “Laudato Sí” y del cual tomo prestada una porción que considero pertinente para este propósito. Invito a los lectores interesados en la incidencia de las ideas intangibles en nuestro mundo real a buscarla, leerla y meditar. Cito:

“Laudato si’, mi’ Signore » – « Alabado seas, mi Señor », cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus brazos: « Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba ».

Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que « gime y sufre dolores de parto »

(Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura.”

Una curiosidad poco observada, quizá, es que, precisamente nuestras comunidades étnicas hablan de la madre tierra cuando se refieren a nuestro hábitat, le reconocen un ser vivo como ciertamente lo es y al cual estamos destruyendo.

Reflexione si su vida personal, familiar y comunitaria no se transformaría si tan solo dejáramos de ser cortoplacistas y, en ello, nuestro hoy casi naturales individualismo egoísta, dejara de existir ¡Piénselo!

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