La traición progre
La defensa ambientalista viene a un costo: decirle adiós a vivienda abundante con acceso a servicios públicos de calidad a bajos costos.
Una de las discusiones recientes en redes sociales ha sido la insistencia en atacar los desarrollos urbanos y en defender cada metro cuadrado de bosque como si de ello dependiera la provisión de agua futura del país o como si de ello dependiera revertir el cambio climático. Esta agenda, que en redes sociales pareciera ser enarbolada por quienes suelen mantener una postura “progre”, me ha parecido tan inesperada y tan incongruente, que me parece, si no una traición, al menos sí una inconsistencia entre los objetivos que buscan alcanzar.
La bandera progre es, ante todo, una bandera en contra de la reducción de la pobreza y la desigualdad. Luego, vienen otras prioridades. Por algo, la social-democracia europea es, antes que todo, social-democracia. El orden está claro. Quienes ponen lo ambiental primero son los partidos verdes, para quienes temas como la reducción de la desigualdad vendrá segundo o tercero.
Claro, no soy dicotómico. Claro que es posible encontrar políticas públicas que logren ambos objetivos a la vez. Claro que las hay. Las concesiones forestales en El Petén son un buen ejemplo, aunque lastimosamente el apoyo que reciben es escaso. Una política favorable a la reducción de la pobreza y favorable al amiente sería apoyar la Iniciativa 5114, Ley para promover y fortalecer la actividad chiclera, la cual permitiría volver a desarrollar una industria de productos forestales no-maderables en Petén. Esta iniciativa derogaría una de las leyes más intervencionistas del país, el Decreto 99-96, la cual mató de la noche a la mañana a una de las industrias más exitosas del país y de los peteneros.
La densidad urbana es, sobre todo, un mecanismo para reducir costos y mejorar la calidad. Por eso es que hablo de traición. Menos vivienda urbana vertical significa más vivienda horizontal, más rural, más lejana de los centros urbanos, con menos servicios, con más tráfico, con más pobreza y desigualdad.
Pero, no toda política favorable al ambiente es favorable a la reducción a la pobreza. Por eso ven la oposición de muchos países en desarrollo, como China y Brasil, oponiéndose a las rígidas propuestas de reducción de emisiones de carbono: estos países saben que la mejora de la calidad de vida de su población no puede lograrse si, en 5 o 10 años, deben dar marcha atrás a la generación eléctrica que emite CO2.
Vuelvo entonces a la discusión sobre el ataque a desarrollos urbanos y la defensa de cada metro cuadrado de bosque urbano. Esto me parece una traición a la postura progre ¿Por qué? Porque el desarrollo de vivienda urbana, sobre todo si es vertical, es lo que necesita un país como Guatemala, sobre todo en la Ciudad de Guatemala para reducir la pobreza y la desigualdad.
Lugares como Tokio, con altos niveles de densidad poblacional, permiten ofrecer servicios públicos de calidad y a bajo costo comparado con tener una población dispersa por todo el territorio donde el costo de la infraestructura del servicio tendría que crecer de manera exponencial, necesitándose kilómetros adicionales de infraestructura. Es más fácil proveer más servicios públicos, como drenajes y agua potable, así como electricidad y educación pública, si la densidad es mayor; es decir, si la vivienda es urbana y es vertical. Es más fácil hacer económicamente viable los servicios masivos de transporte público de calidad si la densidad es mayor; es decir, si la vivienda es urbana y es vertical.
El problema es que mantenemos una visión Rousseauniana de la vida bucólica. El paraíso perdido. La idea de la ruralidad como el verdadero lugar de la humanidad. O, los más revoltosos, el lugar de la posibilidad del desarrollo maoísta. Esto hace que nuestras políticas y nuestras asignaciones presupuestarias tiendan a favorecer las áreas rurales, cuando lo que debiéramos haber hecho los últimos cuarenta años, es invertir más en las áreas urbanas de cada departamento y favorecer la migración hacia las mismas. Seguramente ya habríamos logrado una mayor proporción de la población con electricidad, con agua potable y con drenajes. Seguro, habría más jóvenes estudiando secundaria. La densidad urbana es, sobre todo, un mecanismo para reducir costos y mejorar la calidad. Por eso es que hablo de traición. Menos vivienda urbana vertical significa más vivienda horizontal, más rural, más lejana de los centros urbanos, con menos servicios, con más tráfico, con más pobreza y desigualdad.
La traición progre
La defensa ambientalista viene a un costo: decirle adiós a vivienda abundante con acceso a servicios públicos de calidad a bajos costos.
Una de las discusiones recientes en redes sociales ha sido la insistencia en atacar los desarrollos urbanos y en defender cada metro cuadrado de bosque como si de ello dependiera la provisión de agua futura del país o como si de ello dependiera revertir el cambio climático. Esta agenda, que en redes sociales pareciera ser enarbolada por quienes suelen mantener una postura “progre”, me ha parecido tan inesperada y tan incongruente, que me parece, si no una traición, al menos sí una inconsistencia entre los objetivos que buscan alcanzar.
La bandera progre es, ante todo, una bandera en contra de la reducción de la pobreza y la desigualdad. Luego, vienen otras prioridades. Por algo, la social-democracia europea es, antes que todo, social-democracia. El orden está claro. Quienes ponen lo ambiental primero son los partidos verdes, para quienes temas como la reducción de la desigualdad vendrá segundo o tercero.
Claro, no soy dicotómico. Claro que es posible encontrar políticas públicas que logren ambos objetivos a la vez. Claro que las hay. Las concesiones forestales en El Petén son un buen ejemplo, aunque lastimosamente el apoyo que reciben es escaso. Una política favorable a la reducción de la pobreza y favorable al amiente sería apoyar la Iniciativa 5114, Ley para promover y fortalecer la actividad chiclera, la cual permitiría volver a desarrollar una industria de productos forestales no-maderables en Petén. Esta iniciativa derogaría una de las leyes más intervencionistas del país, el Decreto 99-96, la cual mató de la noche a la mañana a una de las industrias más exitosas del país y de los peteneros.
La densidad urbana es, sobre todo, un mecanismo para reducir costos y mejorar la calidad. Por eso es que hablo de traición. Menos vivienda urbana vertical significa más vivienda horizontal, más rural, más lejana de los centros urbanos, con menos servicios, con más tráfico, con más pobreza y desigualdad.
Pero, no toda política favorable al ambiente es favorable a la reducción a la pobreza. Por eso ven la oposición de muchos países en desarrollo, como China y Brasil, oponiéndose a las rígidas propuestas de reducción de emisiones de carbono: estos países saben que la mejora de la calidad de vida de su población no puede lograrse si, en 5 o 10 años, deben dar marcha atrás a la generación eléctrica que emite CO2.
Vuelvo entonces a la discusión sobre el ataque a desarrollos urbanos y la defensa de cada metro cuadrado de bosque urbano. Esto me parece una traición a la postura progre ¿Por qué? Porque el desarrollo de vivienda urbana, sobre todo si es vertical, es lo que necesita un país como Guatemala, sobre todo en la Ciudad de Guatemala para reducir la pobreza y la desigualdad.
Lugares como Tokio, con altos niveles de densidad poblacional, permiten ofrecer servicios públicos de calidad y a bajo costo comparado con tener una población dispersa por todo el territorio donde el costo de la infraestructura del servicio tendría que crecer de manera exponencial, necesitándose kilómetros adicionales de infraestructura. Es más fácil proveer más servicios públicos, como drenajes y agua potable, así como electricidad y educación pública, si la densidad es mayor; es decir, si la vivienda es urbana y es vertical. Es más fácil hacer económicamente viable los servicios masivos de transporte público de calidad si la densidad es mayor; es decir, si la vivienda es urbana y es vertical.
El problema es que mantenemos una visión Rousseauniana de la vida bucólica. El paraíso perdido. La idea de la ruralidad como el verdadero lugar de la humanidad. O, los más revoltosos, el lugar de la posibilidad del desarrollo maoísta. Esto hace que nuestras políticas y nuestras asignaciones presupuestarias tiendan a favorecer las áreas rurales, cuando lo que debiéramos haber hecho los últimos cuarenta años, es invertir más en las áreas urbanas de cada departamento y favorecer la migración hacia las mismas. Seguramente ya habríamos logrado una mayor proporción de la población con electricidad, con agua potable y con drenajes. Seguro, habría más jóvenes estudiando secundaria. La densidad urbana es, sobre todo, un mecanismo para reducir costos y mejorar la calidad. Por eso es que hablo de traición. Menos vivienda urbana vertical significa más vivienda horizontal, más rural, más lejana de los centros urbanos, con menos servicios, con más tráfico, con más pobreza y desigualdad.