El ser humano es una suma de contradicciones. Es una especie compuesta por extremos, desde aquellos grandes héroes y pensadores hasta ciertos individuos capaces de ejecutar acciones que no son propias de hombres. Así pues, al momento de enfrentarnos con el espejo hecho de realidad y analizarnos como humanidad, es difícil dar una sentencia que nos englobe. Por esta razón, muchos se aventurarán a condenarnos con facilidad; sin embargo, estos individuos se encontrarían frente a frente con un férreo defensor, un titán. Pero es que este ser conocía la verdadera esencia del hombre; después de todo, fue Prometeo quien lo creó.
Entre dioses
En los tiempos en que los dioses caminaban en la tierra, el mundo estaba habitado solo por animales y monstruos. Pero, de pronto, aparecieron unas criaturas extrañas, carentes de garras o pieles gruesas que los protegieran y que utilizaban palos y piedras para lograr sus fines. Estos seres, llamados humanos, fueron hechos de arcilla por uno de los titanes que peleó del lado de Zeus: Prometeo. Él los moldeó para diferenciarlos de las otras bestias y los dejó libres en el mundo. No obstante, al verlos indefensos ante los peligros y percibir en ellos un destello de ingenio, decidió instruirlos. Les enseñó, pues, la lengua, para que pudieran comunicarse. Los formó en las artes para que pudieran nutrir su espíritu. Los guio para que construyeran refugios y herramientas para que su vida no estuviera solo enfocada en sobrevivir. Su regalo no fue el conocimiento en sí, sino la posibilidad de desarrollo, crecimiento y mejora.
En ese proceso de enseñanza encontró su amor por aquellas extrañas criaturas que parecían no quererse doblegar ante las inclemencias de la realidad. Este amor fue lo que lo llevó a engañar a Zeus. Es que, cuando el rey de los dioses lo llamó para definir qué parte de los animales sacrificados sería para los residentes del Olimpo, Prometeo escondió la carne para que Zeus escogiera la grasa y los huesos. Aunque esta acción buscaba asegurar que la humanidad comiese, al señor de los truenos no le importó nada. Pero el castigo no caería en el titán, sino en lo que más amaba: la humanidad. Por esta razón, decidió quitarles el fuego. Como lo dijo, lo hizo, y la tierra quedó en tinieblas.
Dostoyevski plantea, en Los hermanos Karamazov, que «cuanto más amo al género humano en general, menos aprecio a los hombres en particular». Sin embargo, atreviéndome a contraargumentar, quizá Prometeo —y, por ende, nosotros— aprendió a amar a la humanidad en las interacciones individuales, en el día a día, en los secretos compartidos, en las pequeñas victorias y tristezas.
Ahora bien, Prometeo no podía ver a las personas sufrir de esa manera, por lo que decidió ir en contra de los designios del rey. Así pues, en el frío de la noche, el titán tomó un carbón ardiente y lo llevó hasta al poblado más cercano. Y, de casa en casa, el fuego regresó a la humanidad, no solo iluminando sus hogares, sino sus mentes también. Pero toda luz llama la atención en medio de las sombras. Así que Zeus no tardó en darse de cuenta de la traición del hijo de Jápeto y no dudó en darle un castigo ejemplar. He allí la razón por la que Prometeo está encadenado y sufre cada día cuando un águila llega a devorarle el hígado.
Y entre hombres
Pero ¿qué vio exactamente Prometeo en los humanos para que lo llevara a desobedecer al rey del Olimpo? ¿Acaso evaluó a un individuo o al colectivo? Dostoyevski plantea, en Los hermanos Karamazov, que «cuanto más amo al género humano en general, menos aprecio a los hombres en particular». Sin embargo, atreviéndome a contraargumentar, quizá Prometeo —y, por ende, nosotros— aprendió a amar a la humanidad en las interacciones individuales, en el día a día, en los secretos compartidos, en las pequeñas victorias y tristezas. Anaïs Nin, poeta, nos los dice de forma contundente al recordarnos que cada contacto con un ser humano es raro, preciado y que, por ello, deberíamos preservarlo. Viéndolo de esa forma, ¿podrías culpar a Prometeo?
La rebeldía justificada
Viéndolo de esa forma, ¿podrías culpar a Prometeo?
El ser humano es una suma de contradicciones. Es una especie compuesta por extremos, desde aquellos grandes héroes y pensadores hasta ciertos individuos capaces de ejecutar acciones que no son propias de hombres. Así pues, al momento de enfrentarnos con el espejo hecho de realidad y analizarnos como humanidad, es difícil dar una sentencia que nos englobe. Por esta razón, muchos se aventurarán a condenarnos con facilidad; sin embargo, estos individuos se encontrarían frente a frente con un férreo defensor, un titán. Pero es que este ser conocía la verdadera esencia del hombre; después de todo, fue Prometeo quien lo creó.
Entre dioses
En los tiempos en que los dioses caminaban en la tierra, el mundo estaba habitado solo por animales y monstruos. Pero, de pronto, aparecieron unas criaturas extrañas, carentes de garras o pieles gruesas que los protegieran y que utilizaban palos y piedras para lograr sus fines. Estos seres, llamados humanos, fueron hechos de arcilla por uno de los titanes que peleó del lado de Zeus: Prometeo. Él los moldeó para diferenciarlos de las otras bestias y los dejó libres en el mundo. No obstante, al verlos indefensos ante los peligros y percibir en ellos un destello de ingenio, decidió instruirlos. Les enseñó, pues, la lengua, para que pudieran comunicarse. Los formó en las artes para que pudieran nutrir su espíritu. Los guio para que construyeran refugios y herramientas para que su vida no estuviera solo enfocada en sobrevivir. Su regalo no fue el conocimiento en sí, sino la posibilidad de desarrollo, crecimiento y mejora.
En ese proceso de enseñanza encontró su amor por aquellas extrañas criaturas que parecían no quererse doblegar ante las inclemencias de la realidad. Este amor fue lo que lo llevó a engañar a Zeus. Es que, cuando el rey de los dioses lo llamó para definir qué parte de los animales sacrificados sería para los residentes del Olimpo, Prometeo escondió la carne para que Zeus escogiera la grasa y los huesos. Aunque esta acción buscaba asegurar que la humanidad comiese, al señor de los truenos no le importó nada. Pero el castigo no caería en el titán, sino en lo que más amaba: la humanidad. Por esta razón, decidió quitarles el fuego. Como lo dijo, lo hizo, y la tierra quedó en tinieblas.
Dostoyevski plantea, en Los hermanos Karamazov, que «cuanto más amo al género humano en general, menos aprecio a los hombres en particular». Sin embargo, atreviéndome a contraargumentar, quizá Prometeo —y, por ende, nosotros— aprendió a amar a la humanidad en las interacciones individuales, en el día a día, en los secretos compartidos, en las pequeñas victorias y tristezas.
Ahora bien, Prometeo no podía ver a las personas sufrir de esa manera, por lo que decidió ir en contra de los designios del rey. Así pues, en el frío de la noche, el titán tomó un carbón ardiente y lo llevó hasta al poblado más cercano. Y, de casa en casa, el fuego regresó a la humanidad, no solo iluminando sus hogares, sino sus mentes también. Pero toda luz llama la atención en medio de las sombras. Así que Zeus no tardó en darse de cuenta de la traición del hijo de Jápeto y no dudó en darle un castigo ejemplar. He allí la razón por la que Prometeo está encadenado y sufre cada día cuando un águila llega a devorarle el hígado.
Y entre hombres
Pero ¿qué vio exactamente Prometeo en los humanos para que lo llevara a desobedecer al rey del Olimpo? ¿Acaso evaluó a un individuo o al colectivo? Dostoyevski plantea, en Los hermanos Karamazov, que «cuanto más amo al género humano en general, menos aprecio a los hombres en particular». Sin embargo, atreviéndome a contraargumentar, quizá Prometeo —y, por ende, nosotros— aprendió a amar a la humanidad en las interacciones individuales, en el día a día, en los secretos compartidos, en las pequeñas victorias y tristezas. Anaïs Nin, poeta, nos los dice de forma contundente al recordarnos que cada contacto con un ser humano es raro, preciado y que, por ello, deberíamos preservarlo. Viéndolo de esa forma, ¿podrías culpar a Prometeo?