Cada una de nuestras acciones tiene dos tipos de efectos que se producen de manera simultánea. Por un lado, están los efectos externos y, por otro, los efectos internos. Por efectos externos nos referimos al impacto visible de nuestras acciones, más conocido como el campo de las consecuencias, y son, generalmente, de cuatro tipos: consecuencias económicas, legales, sociales y medioambientales. Una buena parte de la ética consiste en evaluar si el impacto de nuestras acciones en esos campos será positivo o negativo, tolerable o intolerable.
Por otro lado, están los efectos internos. Son los menos valorados o, dicho al revés, los más ignorados o desatendidos. Por efectos internos nos referimos a la huella que nuestros actos dejan en nosotros mismos: nos volvemos mejores o peores personas mientras actuamos; nos acercamos a la excelencia o nos volvemos chapuceros; ganamos en sensibilidad humana y social o nos volvemos indiferentes; nos volvemos prudentes o imprudentes.
Sin dejar de lado que el logro de rentabilidad para la empresa, el respeto al marco legal local e internacional y la protección del medioambiente son en sí mismos unos objetivos buenos, no se puede olvidar que esos fines se pueden lograr con medios ilícitos. El consecuencialismo como cáncer de la ética consiste en pensar que un acto es bueno si logra fines buenos sin importar los medios utilizados.
Por todo lo anterior, la pregunta esencial de la ética es en qué tipo de persona nos convertimos cuando actuamos de determinada manera para lograr determinados objetivos. La pregunta lleva implícito el conocimiento de una realidad del ser humano: toda acción deja en nosotros una huella que es el acostumbramiento, la mayor habilidad para repetir ese acto en el futuro, la virtud o vicio que el acto refleja. Comprender la ética y decidirse a ser ético, significa comprender que cada acto deja una huella que nos acerca o nos aleja de la excelencia.
Son los mismos padres y madres que luego critican a los políticos corruptos y a los comerciantes aprovechados sin darse cuenta de que están educando a sus hijos con la misma lógica de ganar sin importar los medios utilizados
Lo importante de prestar atención al efecto interno de nuestras acciones es que ese cuidado facilita que el efecto externos sea positivo, puesto que del cultivo de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, por mencionar las cuatro virtudes cardinales, es lógico que se deriven efectos buenos para el entorno, lo cual se debe buscar, por supuesto, en coherencia con el efecto interior.
La trampa mental de quien entra en el mundo de la corrupción es creer, sobre todo al inicio de ese camino, que los actos corruptos solo tienen efectos hacia afuera. Esto, sumado a la indiferencia por el bien ajeno, lleva a pensar que si un acto no me afecta, da igual que afecte a otros. En el fondo es un consecuencialismo despreciable porque se basa en la lógica de que si la corrupción no llega a ser descubierta, es como si no hubiese existido. De nuevo, porque para el corrupto solo existen los efectos externos y si esos efectos externos no se revierten en castigo, esto se toma como licencia para continuar.
Comprender la ética siempre es un volver a lo fundamental. En este caso, significa volver a la importancia de revalorizar personal y socialmente la integridad, la veracidad, la lealtad, la coherencia en el actuar. Como padre de familia soy testigo de cómo algunos padres y madres mal educan a sus hijos cuando valoran más el resultado que los medios empleados para conseguirlos. Son padres y madres para quienes lo importante es que sus hijos obtengan buenas notas sin importar si lo logran cometiendo fraude académico de alguna manera. Son padres y madres que le hacen los deberes a sus hijos para que obtengan buena nota. Resultado sin proceso, efecto externo, sin valorar el efecto interno, consecuencialismo descarado. Pero son los mismos padres y madres que luego critican a los políticos corruptos y a los comerciantes aprovechados sin darse cuenta de que están educando a sus hijos con la misma lógica de ganar sin importar los medios utilizados, sin importar en qué tipo de persona se están convirtiendo mientras actúan de esa manera.
La lógica correcta es preguntarse ambas cosas: qué tan buenos serán los efectos externos de mi acción y, más aún, en qué tipo de persona me convertiré actuando de determinada manera.
Cada una de nuestras acciones tiene dos tipos de efectos que se producen de manera simultánea. Por un lado, están los efectos externos y, por otro, los efectos internos. Por efectos externos nos referimos al impacto visible de nuestras acciones, más conocido como el campo de las consecuencias, y son, generalmente, de cuatro tipos: consecuencias económicas, legales, sociales y medioambientales. Una buena parte de la ética consiste en evaluar si el impacto de nuestras acciones en esos campos será positivo o negativo, tolerable o intolerable.
Por otro lado, están los efectos internos. Son los menos valorados o, dicho al revés, los más ignorados o desatendidos. Por efectos internos nos referimos a la huella que nuestros actos dejan en nosotros mismos: nos volvemos mejores o peores personas mientras actuamos; nos acercamos a la excelencia o nos volvemos chapuceros; ganamos en sensibilidad humana y social o nos volvemos indiferentes; nos volvemos prudentes o imprudentes.
Sin dejar de lado que el logro de rentabilidad para la empresa, el respeto al marco legal local e internacional y la protección del medioambiente son en sí mismos unos objetivos buenos, no se puede olvidar que esos fines se pueden lograr con medios ilícitos. El consecuencialismo como cáncer de la ética consiste en pensar que un acto es bueno si logra fines buenos sin importar los medios utilizados.
Por todo lo anterior, la pregunta esencial de la ética es en qué tipo de persona nos convertimos cuando actuamos de determinada manera para lograr determinados objetivos. La pregunta lleva implícito el conocimiento de una realidad del ser humano: toda acción deja en nosotros una huella que es el acostumbramiento, la mayor habilidad para repetir ese acto en el futuro, la virtud o vicio que el acto refleja. Comprender la ética y decidirse a ser ético, significa comprender que cada acto deja una huella que nos acerca o nos aleja de la excelencia.
Son los mismos padres y madres que luego critican a los políticos corruptos y a los comerciantes aprovechados sin darse cuenta de que están educando a sus hijos con la misma lógica de ganar sin importar los medios utilizados
Lo importante de prestar atención al efecto interno de nuestras acciones es que ese cuidado facilita que el efecto externos sea positivo, puesto que del cultivo de la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza, por mencionar las cuatro virtudes cardinales, es lógico que se deriven efectos buenos para el entorno, lo cual se debe buscar, por supuesto, en coherencia con el efecto interior.
La trampa mental de quien entra en el mundo de la corrupción es creer, sobre todo al inicio de ese camino, que los actos corruptos solo tienen efectos hacia afuera. Esto, sumado a la indiferencia por el bien ajeno, lleva a pensar que si un acto no me afecta, da igual que afecte a otros. En el fondo es un consecuencialismo despreciable porque se basa en la lógica de que si la corrupción no llega a ser descubierta, es como si no hubiese existido. De nuevo, porque para el corrupto solo existen los efectos externos y si esos efectos externos no se revierten en castigo, esto se toma como licencia para continuar.
Comprender la ética siempre es un volver a lo fundamental. En este caso, significa volver a la importancia de revalorizar personal y socialmente la integridad, la veracidad, la lealtad, la coherencia en el actuar. Como padre de familia soy testigo de cómo algunos padres y madres mal educan a sus hijos cuando valoran más el resultado que los medios empleados para conseguirlos. Son padres y madres para quienes lo importante es que sus hijos obtengan buenas notas sin importar si lo logran cometiendo fraude académico de alguna manera. Son padres y madres que le hacen los deberes a sus hijos para que obtengan buena nota. Resultado sin proceso, efecto externo, sin valorar el efecto interno, consecuencialismo descarado. Pero son los mismos padres y madres que luego critican a los políticos corruptos y a los comerciantes aprovechados sin darse cuenta de que están educando a sus hijos con la misma lógica de ganar sin importar los medios utilizados, sin importar en qué tipo de persona se están convirtiendo mientras actúan de esa manera.
La lógica correcta es preguntarse ambas cosas: qué tan buenos serán los efectos externos de mi acción y, más aún, en qué tipo de persona me convertiré actuando de determinada manera.