El asesinato de Charlie Kirk, más que un acto político, representa las consecuencias de una sociedad en decadencia desde una perspectiva intelectual. En los últimos años del siglo XX, era común asistir a debates públicos entre figuras ideológicamente opuestas, con el único objetivo de aprender del intercambio de ideas que, en realidad, eran el reflejo de un debate más amplio en la sociedad. A estas figuras se les conocía como intelectuales públicos, ya que, mediante argumentos debidamente fundamentados, eran capaces de, no solo desafiar algunas de las creencias más arraigadas, sino que también de abrir el debate intelectual más allá de los círculos académicos. En este sentido, su único objetivo era crear un espacio en el que los miembros de una sociedad tuvieran la oportunidad de interactuar con un gran abanico de ideas, educarse y, en última instancia, fortalecer el juicio crítico. Desde Beauvoir, hasta Nozick, estos personajes protagonizaron el debate público moldeando la mentalidad y la cultura que, como consecuencia del debate libre y racional, era más educada y tolerante.
En la actualidad nos enfrentamos a un panorama completamente diferente. Figuras como Kirk representaban el resurgimiento de estos intelectuales públicos, dispuestos a abrir el debate, en una era dominada por burbujas de resonancia y discusiones detrás de una pantalla. Hoy, la libertad de expresión, que una vez fue fundamental para la educación de las masas, se paga con la vida. Así pues, aunque se puede hablar de la muerte de los intelectuales públicos, en realidad nos encontramos ante un sistema que, aunque en algún momento les proporcionó esta plataforma segura, hoy los sofoca. Actualmente, la democracia, un sistema construido sobre la pluralidad y el libre intercambio de ideas, está asediada por la polarización que, en vez de crear puentes entre polos opuestos, los empuja hacia los extremos.
En este panorama, el intelectualismo ha pasado de ser un arte deliberado, cauteloso y de construcción gradual, a uno que constantemente está en búsqueda de la atención, el sensacionalismo y la mayor exposición. Es decir, la calidad ha sido reemplazada por la cantidad. Por ello, no debería extrañar que el debate y el intercambio respetuoso de ideas hayan sido sustituidos por la imposición violenta de agendas.
La muerte de Kirk nos recuerda que quemar los puentes entre posiciones contrarias únicamente es gasolina para un enfrentamiento más extenso, en donde la vida, la libertad y la propiedad se ponen en juego.
Como miembros de una sociedad plural, cancelamos a aquellas personas que nos desafían intelectualmente y nos empujan a mejorar nuestros argumentos o incluso cuestionar nuestras posiciones. Únicamente nos sentimos cómodos en donde nuestras ideas encuentran un eco. Por ende, el objetivo ya no es la exploración y el contraste de ideas, sino la victoria del discurso que en ese momento sea relevante.
En pocas palabras, la polarización política nos ha convertido en una sociedad intolerante. Entonces, no se trata de la desaparición de los intelectuales públicos, sino de la falta de espacios en donde exponerse de manera segura y en libertad. Esto es peligroso, ya que una sociedad que no debate es una sociedad condenada a caer en el espiral del silencio. A su vez, es una estructura en donde posiciones reaccionarias encuentran suelo fértil para promover la violencia como una alternativa legítima a la discusión.
Independientemente de las posiciones políticas, la muerte de Kirk nos recuerda que quemar los puentes entre posiciones contrarias únicamente es gasolina para un enfrentamiento más extenso, en donde la vida, la libertad y la propiedad se ponen en juego. Como la historia nos demuestra, atrincherarse en las opiniones personales como verdades absolutas nunca tiene buenos resultados. La tolerancia, en cambio, favorece a la cultura democrática y el avance sostenido hacia la construcción de un tejido social más sólido y resiliente.
La polarización que mata al intelectual público
El asesinato de Charlie Kirk, más que un acto político, representa las consecuencias de una sociedad en decadencia desde una perspectiva intelectual. En los últimos años del siglo XX, era común asistir a debates públicos entre figuras ideológicamente opuestas, con el único objetivo de aprender del intercambio de ideas que, en realidad, eran el reflejo de un debate más amplio en la sociedad. A estas figuras se les conocía como intelectuales públicos, ya que, mediante argumentos debidamente fundamentados, eran capaces de, no solo desafiar algunas de las creencias más arraigadas, sino que también de abrir el debate intelectual más allá de los círculos académicos. En este sentido, su único objetivo era crear un espacio en el que los miembros de una sociedad tuvieran la oportunidad de interactuar con un gran abanico de ideas, educarse y, en última instancia, fortalecer el juicio crítico. Desde Beauvoir, hasta Nozick, estos personajes protagonizaron el debate público moldeando la mentalidad y la cultura que, como consecuencia del debate libre y racional, era más educada y tolerante.
En la actualidad nos enfrentamos a un panorama completamente diferente. Figuras como Kirk representaban el resurgimiento de estos intelectuales públicos, dispuestos a abrir el debate, en una era dominada por burbujas de resonancia y discusiones detrás de una pantalla. Hoy, la libertad de expresión, que una vez fue fundamental para la educación de las masas, se paga con la vida. Así pues, aunque se puede hablar de la muerte de los intelectuales públicos, en realidad nos encontramos ante un sistema que, aunque en algún momento les proporcionó esta plataforma segura, hoy los sofoca. Actualmente, la democracia, un sistema construido sobre la pluralidad y el libre intercambio de ideas, está asediada por la polarización que, en vez de crear puentes entre polos opuestos, los empuja hacia los extremos.
En este panorama, el intelectualismo ha pasado de ser un arte deliberado, cauteloso y de construcción gradual, a uno que constantemente está en búsqueda de la atención, el sensacionalismo y la mayor exposición. Es decir, la calidad ha sido reemplazada por la cantidad. Por ello, no debería extrañar que el debate y el intercambio respetuoso de ideas hayan sido sustituidos por la imposición violenta de agendas.
La muerte de Kirk nos recuerda que quemar los puentes entre posiciones contrarias únicamente es gasolina para un enfrentamiento más extenso, en donde la vida, la libertad y la propiedad se ponen en juego.
Como miembros de una sociedad plural, cancelamos a aquellas personas que nos desafían intelectualmente y nos empujan a mejorar nuestros argumentos o incluso cuestionar nuestras posiciones. Únicamente nos sentimos cómodos en donde nuestras ideas encuentran un eco. Por ende, el objetivo ya no es la exploración y el contraste de ideas, sino la victoria del discurso que en ese momento sea relevante.
En pocas palabras, la polarización política nos ha convertido en una sociedad intolerante. Entonces, no se trata de la desaparición de los intelectuales públicos, sino de la falta de espacios en donde exponerse de manera segura y en libertad. Esto es peligroso, ya que una sociedad que no debate es una sociedad condenada a caer en el espiral del silencio. A su vez, es una estructura en donde posiciones reaccionarias encuentran suelo fértil para promover la violencia como una alternativa legítima a la discusión.
Independientemente de las posiciones políticas, la muerte de Kirk nos recuerda que quemar los puentes entre posiciones contrarias únicamente es gasolina para un enfrentamiento más extenso, en donde la vida, la libertad y la propiedad se ponen en juego. Como la historia nos demuestra, atrincherarse en las opiniones personales como verdades absolutas nunca tiene buenos resultados. La tolerancia, en cambio, favorece a la cultura democrática y el avance sostenido hacia la construcción de un tejido social más sólido y resiliente.